Читать книгу La galería Vélez Sarsfield y otros relatos - Federico Julio Aragón - Страница 7
1 “LA GALERÍA VÉLEZ SARSFIELD”
ОглавлениеPor alguna razón que de momento me era desconocida me hallaba en una alocada carrera, acaso escapando de algo o de alguien, por la calle Vélez Sarsfield en Munro en sentido hacia la estación. Para eludir o distraer a mis persecutores entré a la galería localizada entre las calles Belgrano y Carlos Tejedor en la mano que da hacia Carapachay, justo enfrente de la mítica pizzería Astral. En un pasado no tan lejano funcionaban dos locales en aquella galería hoy semi-abandonada: Uno, del lado de Carlos Tejedor, que era un viejo ciber café y otro del lado de la calle Belgrano, que era una agencia de juego llamada “El balón desinflado”. Hoy ambos locales estaban cerrados y sus entradas, cubiertas con tablones de madera. Sin embargo nunca me percaté, probablemente debido a la oscuridad allí reinante, que hacia el fondo de la galería había tres puertas que permanecían eternamente cerradas.
Preso de la desesperación debido a mi inacabable corrida en aquella noche de Munro, entré a la vieja, húmeda y oscura galería, la cual crucé a lo largo, probé suerte golpeando con todo mi cuerpo a la carrera la puerta del centro de la misma y ante mi sorpresa, se abrió…
Mientras mi respiración retomaba el ritmo normal y mi cuerpo se iba desacelerando, ante mis ojos se manifestó un paisaje rural del conurbano bonaerense que nada se parecía al Munro por las calles del cual me encontraba corriendo un instante antes. Unas lomadas semi-cubiertas de un musgo bastante amarillento aparecían en el horizonte. Muy a lo lejos, se divisaba con dificultad, un espejo de agua. En la cima de una de las lomadas, se erigía una especie de ruina antigua. Dos altos y bastante derruidos edificios del tipo monobloc se hallaban hacia ambos costados. En medio de ambos, lugar en donde yo me encontraba detenido aún agitado, tenía lugar una especie de patio de baldosas resquebrajadas y hundidas en el suelo, debajo de las cuales crecían unos yuyos que tomaban vida gracias a la humedad allí reinante proveniente de sendas pérdidas continuas de agua tanto de un lavamanos como de un inodoro que estaban empotrados en el centro de dicho patio.
Al divisar aquel ruidoso y ruinoso inodoro que perdía agua constantemente, recordé las ganas de orinar que tenía, acaso debido al miedo que mis captores finalmente me apresen. Oriné al mismo tiempo que escuchaba murmullos y sonidos de programas televisivos provenientes de algunas habitaciones de ambos monoblocs teniendo la impresión de estar siendo observado, cual panóptico foucaultiano. A continuación me lavé las manos en aquel extraño lavatorio, delante del cual había un pote con una especie de crema viscosa de color verde que supuse equivocadamente que se trataba de jabón, ya que en realidad era una crema para quemaduras insoluble en agua, motivo por el cual no me la pude quitar de las manos.
En aquel momento tuve la impresión que al momento de haber atravesado la puerta del fondo de la “Galería Vélez Sarsfield” fui conducido a una especie de agujero de gusano.
Comencé a caminar por aquella casi desértica geografía conformada por lomadas que se iban repitiendo casi infinitamente. Repentinamente pude divisar unas vías que nacían del interior de unos enormes tinglados de chapa. Seguramente se trataba de talleres ferroviarios.
A lo lejos, pude observar a una pandilla de adolescentes, quienes posiblemente habían sido alumnos míos y se percataron de mi presencia allí, acto seguido emprendieron una corrida hacia mí, cual un malón enfurecido.
¿Eran ellos, acaso, mis perseguidores antes de entrar a la galería? No estoy en condiciones de responderlo, pero, lo que sí puedo decir es que una vez más emprendí una alocada carrera huyendo de aquella turba encolerizada que me hizo aparecer en el comedor de mi casa y me hizo comprender que yo formaba parte de una discontinuidad espacio – temporal, ya que en una parte de mi casa era de noche (consulté la hora y eran las 0:05) y en el otro extremo de la misma estaba aun cayendo el sol y eran las 19:05, es decir, me encontraba en un zona horaria en donde habían cinco horas de diferencia en menos de veinticinco metros de distancia.