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2 “ACUSACIÓN EQUIVOCADA”

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Pero volvamos por un momento a las posibles razones de mi persecución. Verdaderamente no tengo una absoluta certeza del móvil que llevó a mi persecución, ya sea antes de entrar a la galería, o por la turba enajenada que me divisó y se encaramó hacia mi captura en una loca corrida a través de las lomadas desérticas de aquellos talleres ferroviarios abandonados.

Sin embargo, tengo una serie de hipótesis al respecto que les voy a pasar a contar. La primera de ellas está relacionada con un evento que tuve que vivenciar en el colegio Werner Holliday en donde me desempeñé como docente de ciencias durante el lapso de un año y medio. Aquel día, tendría lugar mi última clase allí. Al día siguiente habría de presentar mi renuncia. Cuando mis alumnos salieron al recreo, divisé sobre un pupitre un teléfono celular que supuse que era el mío. Por un momento dudé si era realmente el propio, por lo que lo tomé y pude comprobar que el wallpaper coincidía con el de mi teléfono, de manera que era sin dudas mi celular.

Al salir del aula, tenía que concurrir a la oficina de personal ya que había sido citado en ese día y horario por la encargada de recursos humanos de la escuela por el asunto referido a mi renuncia. Golpeé la puerta de su despacho, mas ella no salió. Habrían pasado unos cinco minutos más cuando volví a golpear pero no tuve respuesta. Repetí dos o tres veces más lo de dejar pasar un intervalo de cinco minutos y volver a golpear, pero una vez más, nadie abrió la puerta. Tuve la certeza de encontrarme en la mayor soledad que podría haber imaginado.

Sin embargo, mis pensamientos se esfumaron repentinamente cuando se apersonó ante mí un preceptor quien me comentó en voz muy baja casi en forma de susurro que la encargada del sector no estaba en su oficina ya que unos días atrás le habían gastado una broma de bastante mal gusto habiéndole bajado los pantalones dejándola completamente desnuda y a causa de esto contrajo lo que en términos médicos denominó como una “infección vaginal con secreción grisácea”, motivo por el cual se hallaba internada en el hospital afortunadamente ya fuera de peligro.

Antes que mi cerebro pudiese procesar aquella horripilante y a su vez bizarra situación, una mujer de recia expresión se apersonó ante mí. Dijo ser la apoderada legal de la institución, me condujo hacia otra oficina, contigua a la de recursos humanos, me invitó a tomar asiento en una silla y me labró un acta de acusación por hurto y/o sustracción de teléfono celular. En ese momento, supe que fui víctima de un engaño: el teléfono que yo había tomado del pupitre no era el mío sino que era uno idéntico con la misma rajadura en la pantalla y con el mismo fondo de escritorio. Evidentemente me habían tendido una trampa. Sin darme cuenta mordí el anzuelo y quizá fue este el hecho que me llevó a una huida despavorida, aunque no tengo la total de las certezas al respecto. Es sólo una hipótesis.

La galería Vélez Sarsfield y otros relatos

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