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La batalla primitiva por el territorio

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Desde una visión profunda, y describiéndolo metafóricamente, podemos decir que el rugby remite a una batalla primitiva y ancestral por el territorio pero con la incorporación de reglas de juego.

El juego representa un intento de invasión y conquista del territorio rival en el que cada metro ganado, cada try y cada conversión hacen a la confirmación de que estoy apropiándome del mismo y a la posibilidad de terminar siendo el vencedor.

Es una batalla física que se define desde lo mental grupal e individual. Un ejemplo típico de ello es la situación permanente de impedir a puro tackle que el rival avance para a partir de allí poder encauzar la propia conquista. La impotencia que genera el no poder pasar o atravesar este obstáculo (del “por acá no pasan” de la defensa) tiene en el rival un efecto de impotencia que hace al quiebre y definición mental del partido.

Otro ejemplo claro de esto es la “batalla del scrum”, que hace también al mencionado quiebre desde lo mental. La batalla psicológica que se libra en el scrum desencadena consecuencias, a partir de la cuales salen un equipo motivado y otro desmotivado. El que gana el scrum traslada esas emociones de victoria a los mauls, los rucks, los lineouts y los tackles, y el que pierde el scrum traslada esas emociones de frustración al resto de las funciones que se esperan del jugador y de sus propios compañeros.

Por ende, podemos pensar que el scrum en forma directa e indirecta es la formación que nos dará mayores posibilidades de posesión de la pelota durante el partido, por el impacto que tiene a nivel mental en el equipo, más allá de que el line, como forma de obtención, pueda superar ampliamente, en situaciones de juego, al primero.

Los primeras líneas son los jugadores más involucrados en el scrum y en esa situación psicológica, ya que tienen un duelo personal con el jugador de enfrente, y el ganar o perder esa lucha es esencial para ganar o perder el scrum.

A los primeras líneas los podemos equiparar con un boxeador, ya que el desafío implica una lucha cuerpo a cuerpo, donde el duelo se gana con técnica, concentración en la técnica, agresividad, fuerza, confianza y motivación para ganar esa formación. Cuando el duelo se está perdiendo, los primeras líneas necesitan de mucha capacidad para sobreponerse a esta frustración y no quedarse enganchados en ella, para continuar trabajando de la mejor forma en las diferentes situaciones de juego que se presenten y postergar la sed de revancha de la situación de scrum para la próxima oportunidad. Todo lo mencionado es lo que diferencia a un buen primera línea de un gran primera línea.

Todos estos ejemplos (entre muchos otros) nos hablan a las claras de la importancia de la fortaleza mental que está en juego en este deporte. Regresando a la metáfora inicial de la batalla primitiva (cuyo reflejo por excelencia encontramos en las danzas guerreras maoríes o hakas, que tienen varios siglos de antigüedad), podemos decir que son treinta los soldados, en este caso, que se baten a duelo sin otras armas más que su poderío físico (y sus destrezas mentales) por el control de la pelota y el control territorial, que no representan otra cosa que el hambre de autosuperación y la posibilidad de darle satisfacción a esta necesidad.

Algo ancestralmente equivalente a nuestros hermanos primitivos que luchaban por otras necesidades, pero más básicas, como la comida y las mujeres, mediante la misma lucha territorial. Instintos puramente primitivos representados en un noble juego… Muestra clara de la intervención de la cultura y la ley en la transformación y control de lo instintivo. Somos animales en esencia, como nuestros ancestros, pero lo que nos diferencia de ellos es la intromisión de la cultura y la civilización en las cuales la ley es la protagonista principal.

Equivalencia esta que, sin lugar a dudas, está en relación con el delicado límite entre agresividad y agresión que está en juego en forma permanente en nuestro deporte. Instinto guerrero reprimido por las reglas y leyes del juego. La agresividad, desde lo mental, implica jugar al límite de nuestras capacidades físicas, técnicas y táctico-estratégicas. Es una condición necesaria e indispensable para este juego.

Se diferencia de la agresión justamente por ese límite mencionado. El hecho de cruzar el límite implica pasar del lado de la agresión, y es allí cuando hace su aparición la sanción. El límite tiene su representación en las reglas, y el referee por excelencia es aquel que las pone de manifiesto en forma permanente. Por ello, parte de la tarea del referee, en cuanto representante de la ley, es en este juego sumamente engorrosa, ya que el juego en sí implica jugar al límite del reglamento en lo que respecta a la agresividad, por su inherente condición de batalla ancestral.

(La importancia fundamental que tiene el referee en cuanto a garante del cumplimiento de la ley para este particular juego merecerá, por lo tanto, un capítulo aparte, del cual nos ocuparemos más adelante).

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