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NOTA PRELIMINAR DE LA PRIMERA EDICIÓN*

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Te agradezco el que te gusten mis cartas, con ellas brego por describirte y hacerte amable el estado mental en que yo quisiera vivir y morir, y que se podría llamar: Conciencia de la Presencia de Dios…

En esta recuperación de correspondencia, escrita y enviada por el maestro Fernando González a su hijo Simón González Restrepo, por supuesto sin intención alguna de que llegaran a ser publicadas, se revela al lector un ser humano desconocido, o apenas intuido en su nutrida obra de analítico y profundo pensador; duro, no pocas veces.

Es la faceta del padre amoroso, íntimo y generoso que con familiar ternura se da a los suyos en lo que de material y de espiritual tiene.

En todo caso, no preocuparse por nada sino por ser cada vez más hombre, es decir, más frío pasionalmente y más ardiente en inteligencia y en fortaleza humana. Debemos ser fríos, en cuanto a pasiones animales, y ardientes en amor a la idea y forma en que se nos revele el Infinito…

Son cerca de cuarenta cartas salpicadas de sabios consejos para la vida; útiles en su momento para Simón y útiles en todos los momentos para cualquier joven –no necesariamente de apellido González– que se formule preguntas.

Te repito lo que te dije en carta anterior: que uno debe defender mucho su mundo interior; que no debe dejar que lo invadan los vulgares; que uno debe prestar toda ayuda razonable a los bobos y a los necios, pues son prójimos, pero no tolerar el que conviertan a uno en columna para mear, como hacen los perros…

No están aquí en su totalidad, pero sí una buena muestra, pertenecientes a tres etapas consecutivas, comprendidas entre 1950 y 1959. La primera, cuando Simón cursaba estudios universitarios en Estados Unidos; la segunda, cuando recién graduado estrenaba trabajo en Barranquilla; y la tercera, cuando vivía en Cali.

Ningún trabajo cansa si uno lo ejecuta como si nada más tuviera que hacer, como si eso fuera el único fin de nuestra vida…

Son suficientes para entrar, por la puerta grande, al corazón de un padre que tiene en los hijos su mayor tesoro. Con ese convencimiento de lo valioso los guía, sutil como vuelo de mariposa, por la ruta de la presencia constante; de ordinario, la opción de vida más exigente y liberadora. Es la sabiduría.

En fin, Moncho: sé un señor, jamás un “señorito”, un remilgado; vive en tu conciencia, en tu tuétano, la verdad de que todo lo que sale de nosotros plenamente, de nuestro amor, es divino, y entonces te convertirás en milagroso, en personalidad viva, que moverá montañas. Todo lo bueno es posible cuando uno es un Señor…

* Publicada por la Editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana en 1997.

Cartas a Simón 1950 – 1959

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