Читать книгу Jesus 33 nombres nuevos - Dolores Aleixandre Parra, Fernando Rivas Rebaque - Страница 5
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EL ADMIRADOR
Al oírlo, Jesús se admiró y, volviéndose,
dijo a la multitud que lo seguía:
«Una fe semejante no la he encontrado
ni en Israel» (Lc 7,6).
En varias ocasiones, Jesús aparece como sujeto del verbo «admirarse» (thaumazō), dos de ellas en relación con la fe que descubre o echa de menos en sus interlocutores. Le admiró la fe de aquel centurión romano que no se sentía digno de recibirle en su casa, pero que confiaba en el poder de su palabra: «Os aseguro que ni en Israel he encontrado una fe tan grande» (Lc 7,6-9).
¿Qué es lo que admiraba? ¿En qué consistía esa actitud que él reconocía en algunas personas? La descubrió en los cuatro que descolgaron a un paralítico por el tejado «viendo la fe de ellos...» (Mc 2,5); también en la mujer con flujo de sangre, y afirmó que era esa fe la que la había salvado (Mc 5,34), y en la cananea: «Mujer, qué fe tan grande tienes...» (Mt 15,28). ¿Qué es lo que admiraba en esos personajes?
Quizá que, desde su situación de carencia e impotencia, no se encerraran ahí, sino que fueran más allá de sus miedos e inseguridades, que salieran de ellos mismos y se pusieran en movimiento hacia alguien que merecía su confianza y del que esperaban sanación y apoyo.
Cuando actuaba en su favor, no reivindicaba sus actos como poder: afirmaba que el verdadero poder estaba en la fe de ellos y que había sido esa fe la que lo había «activado». Y los que esperaban ser salvados en pasiva descubrían que la sanación recibida procedía de su propia fe.
Un día, sus discípulos le invitaron a admirar las grandes construcciones del Templo, pero su respuesta fue de indiferencia: pronto no quedaría nada de todo aquello. Pero si la grandiosidad de las edificaciones no le había provocado admiración, sí se la despertó el gesto de una viuda pobre echando sus dos moneditas en el tesoro (Mc 12,41-44). Y ella nunca llegó a saber que un desconocido la había convertido en modelo del que sus discípulos debían aprender.
MARCAS DE PRESENCIA
En los Salmos
El pueblo de Israel, a lo largo de los siglos, había compuesto salmos, himnos, oraciones y cánticos. El objeto de una admiración que se convierte en alabanza son las maravillas, gestas, hechos extraordinarios y hazañas de su Dios, y el vocabulario que emplean es riquísimo: exaltar, ensalzar, alabar, confesar, pregonar, engrandecer, elogiar, glorificar... Alegrarse, regocijarse, estar jubiloso, exultar, gozarse alegremente... Cantar, tocar, gritar de gozo, vitorear, aclamar, pulsar las cuerdas de un instrumento, batir palmas, cantar alternando... Contar, narrar, anunciar una buena nueva, declarar, recitar, anunciar, proclamar, repetir, meditar, revivir, visibilizar, comparar...
Alabar –hll– se usa 57 veces en los Salmos, mientras que amar, servir, confiar, esperar, solamente dos.
Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío;
cuántos planes en favor nuestro: nadie se te puede comparar.
Intento decirlas y contarlas, pero superan todo número (Sal 40,6).
En los Padres de la Iglesia
[Jesús le dirá a la mujer con flujos de sangre:] «Ahora retoma el ánimo, mujer, que yo he querido que me robaras por tu fe: vete tranquila en adelante, porque no ha sido para reprenderte por lo que te he puesto en medio de todos estos, sino para darles ahora confianza de que, cuando se me roba, yo me alegro, no me enfado. De ahora en adelante vete curada, puesto que hasta el fin de tu enfermedad me has gritado: “¡Salvador, sálvame!” Lo que ha sucedido no es ahora obra de mi mano, sino de tu fe. Ciertamente, muchos han tocado la orla de mi vestido, pero no han conseguido poder alguno, puesto que no han aportado la fe; pero tú me has tocado con mucha fe y has recibido la curación. Por eso te he conducido ahora delante de todos para que grites: “¡Salvador, sálvame!”» (Romano el Cantor, Himno 58,19-20).
En la poesía
Desde hace algunos años, al menos una vez por estación, camino por el parque del Retiro acompañado por ella. Miro cómo pone su mirada –como si fueran únicas o estuvieran recién hechas– sobre las criaturas que viven en ese microcosmos del centro de Madrid: almendros, sauces y eucaliptos, gorriones que se posan en sus ramas, el agua acariciada por los peces, estatuas de piedra enverdecida, niños que saltan frente a ellas y ancianos que pasean con los niños. Todo brilla en la limpieza de sus ojos. En la mirada de Vanesa Pérez-Sauquillo se espeja lo que sus versos cantan:
Hay un cuenco de asombro
en el umbral
de los que saben esperar milagros.
INVITACIONES
• ¿Qué te sorprende o admira más de Jesús? ¿Por qué? ¿Ha sido así siempre esta admiración tuya o ha variado a lo largo del tiempo?
• Dividimos un folio en dos partes y en una pones lo que maravilla a Jesús; en la otra, lo que te maravilla a ti: ¿qué parecidos y diferencias encuentras? ¿A qué se pueden deber?
• Los otros admiradores de los evangelios: José y María (Lc 2,33); la gente (Mt 15,31); Nicodemo (Jn 3,7); discípulos (Jn 5,20.27); Poncio Pilato (Mc 15,5). ¿Con quién te identificas más?
• ¿Qué mecanismos se ponen en marcha cuando surge la admiración? ¿Hay algún órgano especializado en la sorpresa? ¿A qué nos invita el asombro? ¿Qué nos pasa cuando perdemos la capacidad de la admiración?
• ¿Dónde crees que se encontraban las fuentes de la admiración en Jesús? ¿Cómo las cuidaba? Haz un listado de estas fuentes y formas de cuidado del asombro y ponlas en relación. ¿Qué elementos de estas fuentes y cuidados pueden ser útiles para nuestro tiempo?