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EL DISIDENTE

Este hombre no es de Dios,

porque no guarda el sábado (Jn 9,16).


Era evidente para todos que ni daba importancia a las prescripciones sobre el sábado (Mc 2,27) ni se mostraba interesado por las normativas sobre la pureza ritual o los alimentos (Mc 7,18-23).

Entendía y sentía la voluntad de su Padre de una manera diferente, y mostró también su disidencia cuando algunos pretendieron intervenir en su vida, doblegar su comportamiento o cambiar sus decisiones: había iniciado su camino desobedeciendo a la voz que en el desierto le conminaba: «Convierte estas piedras en pan, tírate abajo..., póstrate...» (Mt 4,1-11), y siguió haciéndolo después, cuando algunos pretendían plegarle a sus propios planes.

Cuando Pedro le oyó anunciar que le esperaban el fracaso y la reprobación, y trató de disuadirle, recibió una respuesta tajante: «Pedro, ¡detrás de mí! Piensas al modo humano, no como Dios...» (Mc 8,33).

Nadie podía tomarle la delantera o señalarle una trayectoria que él había confiado a las manos de Otro. Sus discípulos intentaban protegerle y poner barreras para impedir que se le acercara gente que le acosaba con sus demandas: «¡Despide a esa mujer!», le conminaron impacientes para evitar el acoso de aquella cananea insistente (Mt 15,23).

En un primer momento pareció que conseguían su complicidad: «He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la casa de Israel...», pero ella consiguió acercarse y, al oír sus argumentos, él reconoció la llamada del Padre a abrir de par en par las puertas del Reino y decidió desobedecer la tradición que ordenaba excluir a los gentiles.

«¡Despídelos!» (Mc 6,36), le dijeron en otra ocasión sus discípulos para evitar hacerse cargo de una multitud en el descampado: no aceptó el consejo y volvieron a imponerse su inclinación al amparo y al cuidado: «Me dan compasión [...] no quiero que desfallezcan por el camino...» (Mc 8,2-3).

A veces, por debajo de las actitudes de la gente adivinaba las órdenes que intentaban darle sin expresarlo abiertamente: «Seguro que me diréis: “Haz aquí, en tu ciudad, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”» (Lc 4,23).

Nadie consiguió por la fuerza arrancarle alguno de aquellos gestos de cercanía que fluían de él sin esfuerzo ante la gente desvalida. Cuando eran estos los que suplicaban, sus demandas resonaban en él como imperativos: «¡Baja antes de que muera mi hijo!» (Jn 4,49); «mi hijita está en las últimas, ¡ven!» (Mc 5,23); «“Señor, ¡ayúdame!” [...] “Ve, que tu hijo vive...”» (Mt 15,25). Les obedeció como si le dictaran órdenes y sus hijos quedaron curados.

El resistente a cualquier coacción se volvía accesible y obediente a las demandas que nacían de las entrañas angustiadas de un padre o una madre. Quizá estaba oyendo a través de aquellas voces la otra Voz, aquella a la que estaba acostumbrado a responder siempre: «Sí, Padre...» (Mt 11,26).


MARCAS DE PRESENCIA


En los Salmos


Como un padre siente ternura por sus hijos,

siente el Señor ternura por sus fieles;

porque él conoce nuestra masa,

se acuerda de que somos barro (Sal 103,13-14).


El Señor mira por sus fieles,

por los que esperan en su lealtad,

para librar sus vidas de la muerte

y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 33,18-19).


En el camino de tus preceptos disfruto

más que con cualquier fortuna.

Tus órdenes son mi delicia,

no me olvido de tu palabra (Sal 119,14.16).


En los Padres de la Iglesia


Gracias a Aquel que abrogó el sábado con su plenitud.

Gracias a Aquel que regañó a la lepra y no la dejó permanecer.

También la fiebre, al verle, tuvo que partir.

Gracias al Misericordioso, que ha llevado nuestras cargas.

Gloria a tu venida, que ha dado la Vida a los hombres...

Gloria al Silencioso, que nos ha hablado por su Voz...

Gloria al Espiritual, que ha querido que su Hijo se hiciera cuerpo,

para que en él fuese tangible su poder,

y por su cuerpo viniesen a la Vida los cuerpos de sus hermanos.

La naturaleza que jamás nadie ha tocado

tuvo sus manos presas y atadas, sus pies clavados en la cruz.

Él mismo, por su voluntad, tomó un cuerpo para que lo prendieran.

Bendito Aquel a quien la libertad crucificó, porque él se lo consintió.

Bendito Aquel a quien el leño sostuvo, porque él se lo permitió.

Bendito Aquel a quien la sepultura contuvo, porque se limitó a sí mismo.

Bendito Aquel cuya voluntad le trajo al seno,

al nacimiento, al regazo y a ser educado.

Bendito Aquel cuyos cambios han dado la Vida a nuestra humanidad

(San Efrén el Sirio,

Himno III de Navidad 2-3.5-6)


En la poesía


En la Oda 3,1, Horacio exclama: Odi profanum volgus et arceo. Este verso, que vertido al español apenas se diferencia del latín, sigue siendo objeto de interpretaciones sesgadas: «Odio al vulgo profano y me aparto de él». El que escribe esta línea, ¿se siente acaso superior al común de los mortales y los desprecia? Así lo entienden muchos, pero no es cierto. Horacio, defensor humanista de lo humano, desea lo mejor para el hombre y por eso se separa del reino de la cantidad, esa expresión con la que René Guénon denomina a la gran pandemia de nuestra época: la sociedad de masas, la apoteosis del instante, el desprecio de la intimidad.


INVITACIONES


• Una excelente película para profundizar en la disidencia evangélica es la última creación de Terrence Malick: A Hidden Life (Vida oculta). En ella, y de una forma desgarradoramente hermosa, se narra la historia de Franz Jägerstätter, campesino austríaco que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se resiste heroicamente al río de odio en que cae la mayoría. Su desobediencia, que le llevó a la muerte, es ejemplo de radicalidad, coherencia y, para algunos, de insensata locura. La propuesta es la siguiente: ver la película y comentar, a continuación, aquellos diálogos e imágenes en que se reconoce en la decisión de este hombre la misma opción disidente de Jesús.

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