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III. Reunión en la cueva

Sandra, Elisa y Borja despertaron muy pronto la mañana del domingo. Era día de concurso en Los Alazanes y en aquellas ocasiones los nervios eran algo inevitable por lo que en sus casas ya nadie se sorprendía cuando a las siete y media los madrugadores jinetes ya estaban en pie camino de la ducha.

Elisa era la que más nerviosa se ponía así que para relajarse trataba de pensar en lo que siempre le repetía su entrenador: «Un concurso no significa nada. Lo importante es hacerlo lo mejor posible y sobre todo disfrutar. Los éxitos llegarán con el tiempo».

Ella sabía que tenía razón pero no le consolaba cuando acababa eliminada o sufría una caída. Cada competición era un examen que pasaba ante sí misma, un examen que Pussycat y ella debían aprobar.

Pero… un momento de nuevo, amigos lectores. Siento las molestias pero creo que hay que volver a apretar el botón de «STOP» en esta historia. Estáis oyendo hablar de Albán, Duende o Pussycat como si tal cosa y me acabo de dar cuenta de que todavía no conocéis a los caballos que montan nuestros amigos y que son una parte importantísima, tanto en sus vidas como en las actividades del Círculo Dorado. Fallo enorme que hay que corregir de inmediato. Hagamos pues una presentación rápida antes de proseguir, ¿os parece?

Como ya sabéis, el caballo de Borja se llama Albán, un «silla francés» con el que está perfectamente compenetrado. Es un veterano caballo blanco (o tordo, en términos ecuestres) que se sabe todos los trucos para llevarse de calle una prueba, por lo que Borja se aprovecha a veces de su gran experiencia para relajarse y trabajar un poco menos de lo que debería. Sus profesores, no obstante, lo conocen a la perfección así que no le quitan ojo durante las clases, obligándolo a esforzarse al mismo nivel que sus compañeros.

El caballo de Sandra se llama Salvaje, y a pesar de su nombre, es noble y tranquilo, tanto, que cada vez que acude a Los Alazanes algún niño cuya ilusión es subirse a un caballo, lo hace siempre sobre el de ella. Montado es un tanto pesado (o sea, de esos que hay que sudar la camiseta para poder moverlos) pero en la pista de concurso se transforma, volviéndose más ligero y pasando sobre los obstáculos sin ningún problema.

Juan Ramón tiene un caballo que se llama Panadero, un precioso y joven ejemplar castaño P.R.E.1 que todavía está un poquito «verde» para competir. Eso sí, lo que le falta de doma lo derrocha en limpieza y pulcritud ya que el chaval, con una constancia que a menudo le acarrea más de una broma por parte de sus amigos, lo mantiene impecable y entre algodones, empleando un sinfín de horas en tenerlo siempre a punto como si fuese a presentarse a un concurso de belleza equina.

Elisa monta una yegua purasangre llamada Pussycat cuyas primeras experiencias fueron en el mundo de las carreras, circunstancia que, unida a su sangre caliente, la convierten en una yegua complicada para la niña. La suerte no suele acompañar por tanto a Elisa en las pistas y a menudo sufre alguna caída o es eliminada.

La joven tiene mucha afición y un enorme amor propio que la hacen disgustarse en exceso cuando las cosas no salen como a ella le hubiese gustado. Pero, afortunadamente para ella, sus amigos siempre están a su lado en esos momentos por lo que, con el ánimo y el apoyo de todos, la sonrisa no tarda en volver a su rostro.

Mercedes y Diego son los únicos que de momento no pueden permitirse el lujo de tener un caballo de su propiedad lo que no impide que traten a los que alquilan para las clases (Lluvia y Duende, respectivamente) con el mismo mimo y cuidado que destinarían a uno propio.

Lluvia y Duende son los dos hispanoárabes. Lluvia, al igual que Albán, es blanca y tiene un excelente y tranquilo carácter que la convierte en una yegua perfecta para el aprendizaje.

Duende tiene más temperamento. Es castaño rojizo y un tanto nervioso. Es así y todo un caballo de una gran nobleza y con un trato excelente. Le encantan los mimos y a menudo responde a ellos con simpáticos lametones en la cara del que se los proporciona, un gesto muy simpático que le ha ganado una gran popularidad.

Bien, una vez aclarado este punto, retomemos la historia donde la habíamos dejado: en el fragor de los preliminares de un concurso dominical que, como siempre, prometía emociones y adrenalina a tope.

Es verano están de vacaciones y luce el sol, ¿qué más se puede pedir a la vida?

El de aquel día era un concurso social en el que tan solo estaban en juego una escarapela y el orgullo de cada uno. Nada más; una prueba más de las muchas que se celebraban en Los Alazanes.

Elisa trató de verlo de esta manera y tranquilizarse ya que eran precisamente los nervios los que a menudo acababan ocasionándole una mala pasada cuando salía a pista.

A las nueve de la mañana, cuando llegó al club, sus amigos ya se encontraban allí. Bueno, para ser exactos, todos menos Borja, al que eso de la puntualidad le traía sin cuidado.

«Mi libro dice que el buen jinete tiene que tomarse la vida con calma si no quiere padecer de estrés el día de mañana», solía aclarar ante el escepticismo general. «Ojo, y no es que a mí no me guste ser puntual. Si de mí dependiese, lo sería más que el AVE. Pero claro, un autor importante, si quiere que lo tomen en serio, tiene que cumplir con las normas de su propio método». Aquel argumento, totalmente lógico en su opinión, era utilizado una y otra vez como excusa inapelable cada vez que llegaba tarde, y su entrenador (o sus amigos, cuando quedaban) lo esperaba con cara de mosqueo y con alguna que otra tentación de estrangularlo.

Mercedes, Diego y J.R., aunque no tomasen parte en el concurso, habían acudido para acompañar a sus amigos, dispuestos a ayudarlos en cualquiera de las mil y una tareas que aparecían como por arte de magia en toda competición: trenzar, poner vendas, cepillar o simplemente dar ánimos y apoyo en esos momentos en los que los nervios hacen inevitable acto de presencia.

Cuando eran ellos los que participaban en alguna prueba de Doma sus amigos también estaban ahí dispuestos a echar una mano con lo que fuese, ya que entre los miembros de la pandilla, la amistad y el compañerismo estaban siempre por encima de todo haciendo bueno aquello de «hoy por ti, mañana por mí».

El día, reluciente y azul, de pleno verano, había atraído a un buen número de público que iba poco a poco ocupando su lugar en las gradas a la espera de que comenzase la competición.

La primera prueba era de la de 0,50 metros. En ella participaban los más pequeños y aquellos que no tenían aún los conocimientos necesarios para enfrentarse a mayores complicaciones. A pesar de la escasa altura, siempre era una de las más animadas gracias al Ejército de padres, familiares y amigos que se desgañitaban animando a sus hijos en sus primeros contactos en el mundo de la competición.

Sandra, Borja y Elisa salieron a la pista de ensayo para pasear y comenzar el calentamiento. Elisa y Diego coincidían en que este era el momento que más odiaban, esos minutos en que el turno se acerca, la salida a pista es inminente y lo único que escuchas es la voz metálica de megafonía anunciando: «prevenido fulanito», «preparado menganito», o lo que es lo mismo: ya no hay vuelta atrás y que sea lo que Dios quiera.

Esa era una de las razones por las que a Diego, aunque de vez en cuando tenía que hacerlo, nunca le había gustado el mundo de la competición. La otra, y más importante, es que era uno de esos jinetes afortunados que saben disfrutar simplemente del día a día y del trabajo bien hecho sin sentir la necesidad de tener que medirse con nadie; una felicitación de su profesor o cualquiera de esas jornadas en la que el caballo se entrega al cien por cien y parece formar parte de uno mismo constituía siempre su mayor premio y el chaval eso no lo cambiaba por un saco de escarapelas o el trofeo más valioso. «A mí lo que me gusta es montar a caballo y aprender, no llevarme una copa a casa», contestaba mecánicamente a todos aquellos que se extrañaban de su desinterés por la competición. A los que no se conformaban con aquella respuesta e insistían en la importancia de concursar y ganar para ser un gran jinete, les respondía contándoles la historia de uno de sus ídolos, Nuno Oliveira, un gran jinete portugués que asombró al mundo con su equitación, su estilo y un envidiable dominio del arte ecuestre.

A casa de Oliveira acudía gente de todo el mundo buscando recibir las lecciones del «Maestro», como llegó a conocérsele internacionalmente. Pues bien, el gran Nuno jamás compitió profesionalmente, impecable argumento que el niño utilizaba gustosamente para cerrar la boca a los que cada cierto tiempo venían a agobiarlo con el eterno tema de los concursos.

Por supuesto la equitación había cambiado mucho desde la época de los jinetes como Nuno Oliveira y se había ido dejando atrás la parte «barroca» de la vieja escuela para ir centrándose con el tiempo en aspectos más técnicos y funcionales, que los avances de la ciencia (que, entre otras cosas, había descifrado en profundidad la anatomía del caballo y su aplicación al rendimiento deportivo) habían catapultado a otra dimensión.

Y es que el progreso afecta a todo, incluso a la equitación. Diego era consciente de ello y, como es lógico, se dejaba llevar por las tendencias de los tiempos actuales que eran las que le transmitía su entrenador. Así y todo, por encima de los aspectos técnicos, lo que verdaderamente le llamaba la atención al muchacho era el espíritu que había alimentado tanto a Nuno como a su otro adorado ídolo, George Theodorescu: la pasión por lo que hacían y la búsqueda de la belleza y el arte.

Para Sandra, sin embargo, competir era una de las partes más divertidas de montar a caballo y un aliciente que la hacía esforzarse día a día con una envidiable determinación. Era una deportista en todo el sentido de la palabra y la derrota le importaba muy poco: si ganaba era la niña más feliz del mundo, pero si perdía, bien porque su caballo se parase o porque ella metiese la pata, se lo tomaba con humor y resignación esperando a que en la próxima oportunidad las cosas fuesen de otra manera: toda una muestra de su carácter alegre y extrovertido que le había hecho ganarse el corazón de todos los que la rodeaban.

1 Pura Raza Española.

El Círculo Dorado

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