Читать книгу El Círculo Dorado - Fernando S. Osório - Страница 9

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El reloj fue poco a poco avanzando en su carrera y la prueba de 1,10 metros dio comienzo. La mayoría de los participantes en esa altura eran mayores que ellos: chicos y chicas que llevaban más tiempo montando y que ya estaban a punto de dar el salto a categorías superiores.

Borja fue el primero en salir a pista y enseguida dejó claro que aquel no iba a ser su día pues en el obstáculo número tres ya se había perdido. «¡Derechaaaa!» gritaba Hugo, su profesor, a todo pulmón desde el fondo de la pista indicándole hacia dónde tenía que girar. Fue inútil. Borja a aquellas alturas tenía tal lío en la cabeza que ya no sabía lo que era derecha, izquierda, arriba o abajo, por lo que siguiendo su particular filosofía paró su caballo, saludó al jurado y salió trotando muy dignamente por donde había entrado.

Después le tocó el turno a Elisa, que era apoyada desde las gradas por todos sus amigos que la animaban a voz en grito con ímpetu de auténticos ultras futboleros: «¡Elisaaa, Eliiisaaa!» Y fue tal vez por eso, por el apoyo de sus compañeros y porque aquel día pudo controlar sus nervios, que acabó el recorrido con tan solo cuatro puntos de un derribo. La sonrisa de oreja a oreja con la que abandonó la pista lo decía todo: no había felicidad comparable.

Sandra fue tercera en la prueba con un excelente recorrido que le ganó un gran aplauso de todos los asistentes. Lo cierto es que en los últimos meses había mejorado mucho y sus progresos empezaban a dar fruto en forma de resultados.

Habían sido muchos los días en los que o bien hacía un montón de puntos o su caballo se paraba y ambos eran eliminados. Aquella mañana las semillas del trabajo y el entrenamiento habían florecido y la vuelta de honor supuso un premio muy especial para caballo y amazona.

Tras la entrega de trofeos los seis amigos se reunieron en la cafetería tratando de hacerse un sitio como podían entre el barullo de jinetes, público, padres y demás familia que se daban cita siempre en todo concurso.

–¿Qué tal el recorrido, Borja? –picó Elisa–. Como fue tan rápido no me dio tiempo a verte.

–Si no tienes ni idea de caballos no es culpa mía. En mi libro, exactamente en el capítulo dos, dice que el domingo es día de descanso y debe ser empleado en el arte de dormir. Simplemente quise acabar pronto para ir a echar una cabezadita al coche.

–Seguro –continuó Elisa pletórica–, y yo que me lo creo.

–Escucha una cosa, «doña suertuda», porque lo de hoy fue suerte, eso está claro –Borja, como siempre, había entrado a la pelea rápidamente–. Voy a decirte una cosa: de vez en cuando la suerte es importante. Reconozco que hoy no has montado horriblemente, así que te felicito.

–¡¡¿Que no he montado horriblemente?!!... –saltó Elisa indignada. Pero Mer, haciendo valer su autoridad, cortó rápidamente el conato de tangana:

–¡Valeee!, dejaos de decir tonterías y felicitad a Sandra por su gran actuación. Voy a terminar dando la razón a los que dicen aquello de «amores reñidos son los más queridos».

–¿¿¡¡Amores!!?? Sí, hombre. Ya le tardaba a este –contestó inmediatamente Elisa.

–Ni de coña, o sea, antes me meto a monje o emigro a una isla desierta –añadió Borja, que no podía ser menos.

Y es que las alusiones a una posible atracción física entre ellos eran la mejor arma para que ambos cortasen la pelea y cambiasen rápidamente de tema.

–¿A qué hora quedamos esta tarde para ir a la cueva? –intervino J.R., que desde el día anterior no se había podido quitar de la cabeza el tema de la torre.

–Mmmm, no sé –contestó Sandra–. ¿Qué tal si nos vemos a las cinco en la plaza? Hoy tengo comilona familiar y voy a necesitar un poco más de tiempo.

Todos aceptaron la sugerencia y propusieron verse a la hora acordada en la plaza del pueblo. Desde allí y en bicicleta partirían hacia la Cueva de la Calavera donde tendría lugar la ansiada reunión en la que la Torre del Cuervo sería la máxima protagonista.

Los asuntos del Círculo siempre se discutían entre todos y se sometían a votación por que el proceso en sí les divertía y otorgaba un toque de seriedad a sus «asambleas».

En aquel caso todos sabían que la votación iba a ser un simple trámite y que aprobarían por unanimidad el meterse de lleno en la mayor aventura que habían vivido hasta el momento.

El Círculo Dorado

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