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7. DIFUSIÓN Y FAMA . VERSIONES
ОглавлениеCon Josefo, y en especial con su Guerra de los judíos , nos topamos con una de las paradojas más llamativas de la literatura judía en lengua griega. Una obra y un autor que en principio iban dirigidos a un público judío y a un público pagano greco-romano van a encontrar sus más importantes ecos en ambientes cristianos. En efecto, es, sin ningún tipo de dudas, el cristianismo el que más ha leído, interpretado y utilizado a Flavio Josefo.
En un principio el judaísmo oficial lo ha ignorado; no ha querido contar entre sus autores nacionales con un «traidor», con alguien que ha llegado a justificar la toma de Jerusalén y la destrucción de su Templo. Los sectores rabínicos, que son los que van a dominar en el judaísmo posterior al año 70, no perdonarán nunca a Josefo el haberse pasado al bando romano ni la actitud adoptada por él en su Guerra frente a la confrontación bélica que condujo a Israel a un largo período de crisis de identidad. Este olvido ha durado hasta casi el siglo XVI , cuando asistimos a las primeras traducciones al hebreo de textos originales de Josefo. En 1566 se publica en Constantinopla la primera traducción hebrea del Contra Apión , una obra puramente apologética sin apenas polémica. Tenemos que llegar hasta 1859 para ver vertida al hebreo la Autobiografía 88 y hasta 1923-1928 para que vea la luz la primera versión hebrea de La guerra en Varsovia por J. N. H. Simchoni 89 . Únicamente hay que destacar, de forma aislada, la actividad desarrollada por una comunidad judía italiana de principios del siglo X , integrada en el Imperio bizantino, que compuso en hebreo bíblico una crónica a partir de la versión latina de La guerra de los judíos , hecha por Hegesipo en el siglo IV , de las Antigüedades judías , de los libros de los Macabeos y otros textos tardíos. Es el famoso Sepher Yoseph ben Gorion , el Josippon 90 , que nos ha llegado en tres recensiones diferentes y que luego será traducido al árabe, etíope, latín, ladino y otras lenguas eslavas y de la Europa occidental 91 . En lo que a la Guerra concierne se trata de una reescritura, donde hay unas modificaciones muy llamativas, fundamentalmente en el relato de Masadá. Una parte importante de esta obra formará parte a partir del siglo XIII de las Crónicas de Yerajmiel ben Solomón, escritor judío del sur de Italia 92 .
Hasta el siglo XIX el Josippon fue prácticamente el único nexo entre los judíos y la obra original de Flavio Josefo. Podemos decir que hasta este siglo Israel no ha levantado el veto a su historiador antiguo, que era anterior a la Misná y el Talmud , situado casi a continuación de las Sagradas Escrituras, y a pesar de algunas reticencias, su obra ha sido traducida, comentada y citada por arqueólogos, literatos, historiadores, etc., en el actual estado judío. Los acontecimientos históricos, sociales y políticos de los judíos en este siglo XX han llevado a la utilización, e incluso explotación, de la figura y temática de Josefo. En 1927 Isaac Ladman compuso el poema épico Masadá , basado en el célebre relato de la Guerra , convertido entonces en símbolo de la resistencia y supervivencia judía ante los ataques de las potencias dominadoras. La misma línea representa la trilogía del novelista alemán L. Feuchtwanger, Der jüdische Krieg (Berlín, 1932), Die Söhne (Amsterdam y Estocolmo, 1935) y Der Tag wird kommen (Estocolmo 1945) o el drama de Yehoshua Sobol, La guerre des juifs 93 (Hadas-Lebel, págs. 235-237). En definitiva, podemos decir que los últimos días de Jerusalén y del antiguo estado palestino han inspirado el nacionalismo judío literario en unos momentos en que parecía que la historia volvía a repetirse. Todo ello ha servido para rehabilitar la figura de Flavio Josefo emsombrecido desde sus orígenes como un traidor, a pesar de la oposición manifestada por determinados grupos sionistas 94 .
Por su parte, los escritores romanos y, en general, toda la tradición literaria pagana confieren a nuestro autor una consideración de segunda fila y son muy pocos los que aluden a él 95 , a pesar de que, según indica Eusebio de Cesarea 96 , sus libros estaban presentes en las bibliotecas romanas. Uno de los pocos autores que citan a Josefo es Porfirio, quien en su tratado Sobre la abstinencia (IV 11-16) incluye la descripción flaviana de los esenios 97 . Es posible, además, que determinados relatos sobre la toma de Jerusalén en la historiografía romana se hayan inspirado en La guerra de los judíos . Así parece con Tácito, Historias V 7, 1-2, en la descripción de Sodoma 98 o en la profecía sobre Vespasiano, Historias V 13, 4-5 99 , o con Suetonio, Vidas de los doce Césares V 9, en algunos hechos destacados de la biografía de Vespasiano en relación con La guerra 100 . Asimismo, el libro III de la Historia romana de Dión Casio sigue muy de cerca el relato de la toma de Jerusalén de los libros V y VI de La guerra 101 .
En cambio los autores cristianos aceptaron a Josefo y en especial La guerra de los judíos como si se tratara de algo propio. Ya en el siglo IV se sabe de una traducción de esta obra atribuida a Rufino de Aquilea 102 , dos siglos antes de que empiecen a sucederse traducciones y ediciones del corpus flaviano 103 . Este texto latino ha sido el más difundido a lo largo de la Edad Media occidental, y casi el único medio que los cristianos han tenido para acceder a Josefo; de él derivan las primeras traducciones humanistas 104 . Los Padres de la Iglesia han manifestado una gran estima por el autor judío, incluso antes del siglo IV 105 , ya que han visto en él un arma eficaz para su argumentación apologética. La destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén suponía la culminación del Antiguo Testamento , el final del judaísmo, víctima de sus propios pecados, y el comienzo de una nueva era cristiana sobre las cenizas del pueblo hebreo. Eusebio de Cesarea 106 , que incluso le atribuye, sin fundamento, el Libro IV de los Macabeos , San Jerónimo (A Eustaquia XII 135, 8), que llega a dar el apelativo de Graecus Livius a nuestro autor 107 , o la alta valoración que Isidoro de Sevilla tenía de él 108 son los testimonios que han marcado una pauta de adhesión en la tradición cristiana posterior.
La obra histórica de Flavio Josefo suponía el mejor garante y la forma más científica de confirmar la fe cristiana. Sus relatos venían a corroborar a los evangelios sagrados. El famoso Testimonium Flavianum , esa breve mención a Cristo en Antigüedades , XVIII 63-64 y XX 200, ha sido el pasaje más debatido en este sentido. Desde que fue citado por primera vez por Eusebio 109 se han sucedido interpretaciones polémicas al respecto, desde una fe incondicional en él hasta actitudes más críticas que consideran este testimonio una interpolación o, al menos, una manipulación cristiana. Sin perjuicio de la realidad de estas dudas sobre la valoración plenamente histórica de Josefo, su obra ha sido tenida como un auténtico «quinto evangelio», como un texto sagrado. En la civilización cristiana occidental Josefo ha sido el historiador de la Antigüedad más leído y ha contado siempre con el apoyo de los más destacados humanistas. Con la aparición de la Reforma protestante el texto de Josefo va a ser aceptado con más entusiasmo, si cabe, por luteranos y anglicanos 110 . Es verdad que la obra más citada, con diferencia, en los ámbitos cristianos ha sido las Antigüedades y no tanto La guerra , que en el fondo no es sino una obra histórica, al estilo pagano, rodeada además de una intensa polémica dentro del propio judaísmo. Ya no en el ámbito doctrinal cristiano, sino en el puramente literario o histórico, la influencia del relato de La guerra de los judíos de Josefo es también notoria. En Francia, Jean de Léry y su Histoire mémorable de la ville de Sancerre (Lausana, 1574) toman como modelo el pasaje de la toma de Jerusalén para la redacción del asedio de la ciudad protestante de Sancerre por parte de las tropas papales. En España, por ejemplo, la General Historia de Alfonso X el Sabio utiliza su obra como fuente de información o la Crónica de la guerra de Granada de Diego Hurtado de Mendoza está inspirada en la historia flaviana 111 . Sin querer repetir aquí las obras y autores españoles por donde se pueden rastrear los vestigios de Josefo, tema que ya ha sido expuesto en el primer volumen de esta Biblioteca Clásica Gredos dedicado al autor judío 112 , quisiera simplemente añadir el testimonio de Arias Montano. Este humanista es autor de las Antiquitatum Iudaicarum libri IX , publicadas en Leiden en 1593 113 y que formaban parte del tomo VIII de la Políglota de Amberes. Los nueve libros llevan nombres de personajes bíblicos y van acompañados de mapas de Palestina, planos de Jerusalén, grabados del templo e índices de topónimos. Lo más interesante para nuestro tema es el hecho de que en los márgenes Arias Montano cita pasajes bíblicos y de otros autores, entre ellos los judíos Filón de Alejandría y Josefo. En este último caso se señala al Josefo hebreo, es decir al Jossippon , al Hegesipo , y al texto de Josefo propiamente dicho, lo que indica el amplio conocimiento que nuestro humanista tenía de las diversas tradiciones existentes sobre Flavio Josefo y que lógicamente van a confluir en esta obra.
Pasando ahora al tema de las versiones, además del Josippon y de aquella traducción latina señalada más arriba, ese mismo siglo IV es también escenario de una adaptación latina de La guerra de los judíos . Estoy hablando del texto conocido por Egesippus o Hegesippus 114 , donde sólo se incluyen cinco de los siete libros de la obra original con supresiones, adiciones e interpolaciones cristianas 115 . Ambas versiones en latín contribuyeron a la extensión y conocimiento de Josefo en el medievo occidental y popularizaron su obra, sobre todo en al época de las Cruzadas al facilitar datos de primera mano sobre la geografía de Palestina.
Posterior es una traducción al siríaco del libro VI de la Guerra , el que relata la caída de Jerusalén, la parte más dramática y conocida de la obra 116 . Esta versión fue incluida como el Libro V de los Macabeos en la Biblia vulgata siríaca. Las coincidencias con la versión eslava, que señalaremos a continuación, ha llevado a pensar, sin fundamento, que el texto sirio seguiría también aquella redacción aramea perdida de La guerra , de la que nos habla Josefo en el prefacio.
Entre los siglos X y el XIII podría fecharse la primera versión rusa de La guerra , realizada sobre el original griego, pero con importantes interpolaciones cristianas. No obstante, hay una serie de desviaciones respecto a la versión griega que han llevado a R. Eisler 117 a proponer que este texto ruso es una traducción de la primera composición aramea de la obra. No parece aceptable esta última hipótesis, sino que más bien las divergencias habría que achacarlas al proceso de manipulación, con sus adiciones y supresiones, a que ha sido sometido Josefo desde los diferentes ámbitos de su transmisión 118 .
Por último hemos de citar una traducción de La guerra y de las Antigüedades al griego popular llevada a cabo por el cretense Manuel Cartofilax en el siglo XVI 119 , durante el conocido Renacimiento Cultural de la isla de Creta.
Aparte de estos testimonios, a tenor de la popularidad de Josefo en la Edad Media, seguramente existieron otras traducciones o versiones antiguas de La guerra que han desaparecido, como ocurre con una en armenio y una georgiana de las que sólo tenemos vagas noticias 120 , sin olvidar ese texto arameo o hebreo primigenio del que nos habla el propio Josefo y que no ha dejado ningún rastro, a pesar de los intentos de hacerle antecesor directo de las versiones siríaca y eslava.