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5. SIGNIFICADO DE LA OBRA
ОглавлениеEs realmente difícil interpretar la obra de un autor tan complejo como Flavio Josefo. Un hombre que fue judío, más exactamente de casta sacerdotal, que combatió contra Roma, que luego fue ciudadano romano y protegido imperial y que escribió su obra en griego, lengua habitual de la Diáspora, es susceptible de múltiples análisis y manipulaciones de tipo político, religioso, filosófico e histórico.
Es verdad que la tradición judía tiene un gran peso en Josefo, pero no lo es menos que su compromiso con Roma ha sido decisivo para la composición de La guerra de los judíos . Mientras que las Antigüedades y el Contra Apión son escritos de apología del judaísmo, que se incluyen en las formas y contenidos ya conocidos de la literatura judeohelenística de la defensa de la ley y de las tradiciones de sus antepasados frente al opresor, antes Grecia y ahora Roma, La guerra , por el contrario, manifiesta una clara actitud filorromana. Resulta de gran interés la comparación de la actitud de Josefo ante la revuelta en La guerra y en la Autobiografía . En esta última obra, Roma no aparece como un enemigo del pueblo judío, ya no se habla tanto de una revuelta contra el extranjero, como de una rebelión interna. Cohen 60 observa en esta cuestión dos perspectivas diferentes, una retórica y dramática en la primera y otra apologética en la segunda, de tal manera que se puede sacar la conclusión de que mientras La guerra parece destinada a un público romano o, en general, pagano, la Autobiografía tiene como potenciales lectores a los propios judíos.
La obra es tendenciosa y poco objetiva. Las circunstancias le obligaron a ello. Josefo compuso su libro en Roma a partir del año 71, cuando fue llevado allí como protegido de la familia Flavia, de Vespasiano, primero, y de Tito y Domiciano, después. El autor ha distorsionado el relato de la revuelta judía mediante un empleo parcial de las fuentes, a pesar de la labor investigadora y crítica que se ha observado en la composición de su obra 61 .
El fin primordial que persigue con este escrito es justificar y exculpar a Roma de los dramáticos acontecimientos bélicos. Aparte de los elementos de propaganda flaviana esparcidos por sus páginas, como son esos pasajes donde se destaca el papel de Vespasiano, Tito 62 o Domiciano 63 , el autor intenta demostrar que el culpable de la guerra ha sido una minoría judía que odiaba a los romanos y que Josefo denomina «sicarios», «bandidos» o «tiranos». Con ello se busca también exculpar al conjunto del pueblo judío.
A pesar de esta autodefensa del propio judaísmo, sin embargo es más destacado el peso de Roma. Se elogia a los romanos y, en especial, a su ejército. La imagen que de Roma nos transmite el discurso de Agripa II en el Xisto de Jerusalén 64 no tiene nada que ver con la de un estado totalitario y militar, sino que realmente el Imperio aparece como el auténtico heredero del mundo antiguo. Mucho se ha escrito acerca del excursus del libro III, 70-109, sobre la legión romana y su significado. Tal vez la clave nos la dé el mismo Josefo al final de este pasaje: «Me he extendido en esta descripción no para hacer una alabanza de los romanos, sino, más bien, para consolar a los vencidos y para hacer cambiar de idea a los que pretendan sublevarse» (III 108).
Efectivamente, ésta parece ser una de las finalidades de la obra: crear en todo el Oriente la conciencia de que no merece la pena rebelarse contra el poder romano. La pacificación de toda esta zona planteó serios problemas a las autoridades imperiales. No sólo los judíos manifestaron su odio y venganza en sucesivas insurrecciones contra Trajano, entre los años 115 y 117, y contra Adriano, del 132 al 135, sino también los partos, que constituían una seria amenaza. Para estos últimos va también dirigida la obra, según consta en el prefacio de la misma 65 .
Josefo, ya desde el comienzo, intentará presentarse como un historiador objetivo, como la persona idónea para relatar estos acontecimientos, ya que él ha estado en los dos campos, en el judío y en el romano, ha participado y seguido el desarrollo de la guerra y ha estado en contacto con los principales jefes y generales. A pesar de sus buenas intenciones, su historia no es objetiva: algunos hechos están deformados por su actitud apologética judía, pero sobre todo por su fuerte inclinación filorromana. El autor silencia las hostilidades contra Roma que existían en las capas populares, así como las inquietudes de tipo mesiánico que rodearon la rebelión, al atribuir el desencadenamiento del enfrentamiento bélico a un pequeño grupo de «revolucionarios».
Lo expuesto anteriormente no quiere decir que en esta obra falten elementos de la tradición religiosa de su pueblo en la consideración de los acontecimientos históricos. Cuando Josefo describe las causas de la gran guerra contra Roma no sólo alude a acontecimientos históricos precisos, sino que también lo explica como el cumplimiento de un plan divino 66 . En el fondo late una dimensión teológica muy arraigada en la historiografía bíblica 67 , pero que también cuenta con precedentes en la historiografía helenística. Josefo busca integrar la historia del presente con el pasado bíblico, y, en consecuencia, se presenta como un profeta y aduce cómo personajes de la talla de Jeremías, Ezequiel y Daniel habían previsto ya la sumisión de Palestina a Roma 68 . En tiempos difíciles para el judaísmo, como es éste, es frecuente ver la figura de Jeremías ante la destrucción de Jerusalén en época de Nabucodonosor en el 587 a. C. y el destierro de Babilonia como una emulación de las adversas circunstancias del presente 69 . La emulación de este último profeta queda patente en las palabras que Flavio Josefo expresa para justificarse en el preciso momento de entregarse, abandonar a los judíos de Jotapata y pasarse definitivamente al bando romano: «Ya que has decidido aplastar a la raza judía, tú que eres su creador, ya que toda la Fortuna se ha puesto del lado de los romanos, y has elegido mi alma para revelar el futuro, me rindo voluntariamente y conservo la vida, y te pongo a ti por testigo de que no lo hago como traidor, sino como servidor tuyo» (III 354).
Josefo actúa como un auténtico profeta inspirado por Dios cuando pronuncia su vaticinio a Vespasiano y le anuncia que se convertirá en emperador 70 . De esta forma inviste al general romano, encargado de acabar con la sublevación judía, de una autoridad divina y transcendente 71 .
El sincretismo cultural y también religioso de nuestro autor le llevará a aplicar el concepto clásico de la Fortuna y el Destino a su fe en el Dios hebreo. Tychḗ y Theós son para él sinónimos, y, lo que es más importante, ahora Dios, es decir, la Fortuna, se ha pasado al bando romano y ha abandonado al pueblo judío 72 . Así lo expresa en V 367: «La Fortuna está de su lado por todas partes y Dios, que lleva el poder de un sitio a otro, ahora se encuentra en Italia. Una ley, de gran vigencia entre los animales y entre los hombres, manda ceder ante los más poderosos y dejar el mando en manos de los que tienen la fuerza de las armas».
Pero no todo es casualidad o azar, la Providencia también desempeña su papel. Dios interviene en los actos de los hombres, como bien lo demuestran las Sagradas Escrituras. De esta forma, en el relato de la gran guerra de los judíos contra Roma, Flavio Josefo demuestra la total interdependencia de la dimensión política y religiosa que siempre ha dominado en el acontecer histórico de Israel.