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INTRODUCCIÓN 1. HISTORIOGRAFÍA GRIEGA E HISTORIOGRAFÍA JUDÍA
ОглавлениеCon la Guerra de los judíos de Flavio Josefo nos topamos con un auténtico clásico del judaísmo que es fruto y, en cierta medida, la culminación de una larga tradición de literatura hebrea en lengua griega. Además, es prácticamente la única fuente de que disponemos para el conocimiento de la toma de Jerusalén y la catástrofe del pueblo judío a partir del año 70. La Diáspora de los hebreos a través de las diferentes regiones del mundo helenístico dio lugar a una amplia literatura expresada en griego. Ya desde antiguo tenemos constancia de la existencia de comunidades judías plenamente asentadas y helenizadas, que a partir del siglo III y, sobre todo, del II a. C. emprenden una actividad propagandística y apologética para dar a conocer sus tradiciones ancestrales frente a los dominadores griegos y, luego, romanos 1 .
Desde el período helenístico la literatura judía muestra un gran interés por el pasado del pueblo de Israel: se seleccionan los temas, personajes, principios y momentos más destacados y gloriosos del pasado y se exponen en la lengua y forma literaria que va a alcanzar mayor difusión en estos momentos 2 . Por ello no es de extrañar que la historiografía sea uno de los géneros más fecundos del judaísmo de lengua griega. Ahora bien, este género historiográfico cambia sensiblemente con el paso del período helenístico al romano, en consonancia con los cruciales acontecimientos de esta etapa para el pueblo judío 3 . Los autores helenísticos se dedicaron a reescribir el pasado bíblico, más que a narrar la historia contemporánea, que es lo que precisamente va a ocurrir bajo la dominación romana 4 . Tal es el caso de Demetrio, que escribió sobre Jacob y José, Aristeas sobre Job, Cleodemo y Pseudo-Eupólemo sobre Abrahán y Moisés o Eupólemo sobre David y Salomón, frente a los prácticamente únicos casos de historia contemporánea, como los Libros I y II de los Macabeos , que narraban la actividad de los judíos contra los seléucidas, o Sobre los judíos de Pseudo-Hecateo, citado por Josefo 5 como fuente para el conocimiento de la situación de los hebreos en el reinado de Alejandro Magno.
La historiografía del período imperial se centrará, más bien, en los sucesos del momento, vitales para la situación posterior del judaísmo. Hay tres fechas clave, en torno a las que girarán todas las referencias literarias, que marcan los hitos del proceso de crisis del antiguo Israel: la conquista de Palestina por Pompeyo en el 63 a. C., la destrucción del Templo de Jerusalén en el 70 d. C. por Tito y la revuelta de Bar Kokba con la consiguiente represión y última destrucción del Templo y de la Ciudad Santa por parte de Adriano en 132-135. No olvidemos tampoco que esta actitud era habitual entre los historiadores de la época, que tendían a autoelogiarse como testigos fiables de su tiempo, hasta el punto de que el escritor de historia contemporánea tenía más prestigio que el de la pasada 6 . Ello no quiere decir que se dejen de lado los relatos del pasado bíblico, sino todo lo contrario. La mayoría de estos autores escribirán los dos tipos de historia y, aún más, compondrán una historia total, integrando las leyendas bíblicas con los acontecimientos presentes. Es entonces cuando la tradición bíblica se funde con la tradición historiográfica griega de una forma consciente y explícita 7 .
Esta producción historiográfica judía de época romana se ha perdido casi en su totalidad y, a excepción de Filón de Alejandría y Flavio Josefo, sólo quedan unos pocos fragmentos, cuya cronología no siempre es fácil de precisar 8 : la Guerra de los judíos y Contra Apión de Josefo, Contra Flaco , la Embajada a Cayo y Sobre la vida contemplativa de Filón, La historia de la guerra judía de Justo de Tiberíades, persona con la que rivalizará literaria y políticamente nuestro autor, las Memorias de Herodes y los fragmentos de Judas y Aristón de Pela reflejan la situación presente de los hebreos bajo la dominación romana. Las adversas circunstancias que ahora vive el judaísmo hacen que no sea suficiente para su apologética propagandística repetir los más destacados pasajes bíblicos, como ocurrió en la etapa helenística, sino que ahora, conscientes de hallarse ante una época clave y transcendental, hay que ir más lejos y recoger por escrito estos momentos para defenderse y justificarse ante el mundo grecorromano 9 . No obstante, la mayor parte de estos historiadores judíos han compuesto también otras obras históricas que relatan tiempos bíblicos. Tal es el caso de las Antigüedades bíblicas de Josefo, Hypothetica y las biografías de Abrahán, José y Moisés de Filón, la Crónica de los reyes judíos de Justo de Tiberíades y las Historias de Talo.
Y, aunque con ciertos matices muy personalizadores, es en Flavio Josefo en quien vemos llegar a su máximo apogeo la tradición historiográfica judía, precisamente en un autor que ha abordado tanto la historia pasada de su pueblo como la presente, integrándola de un modo magistral en sus Antigüedades . Aparte de las obras ya mencionadas, Josefo es autor de una Autobiografía , en la que relata su vida y, sobre todo, ataca y se defiende de las acusaciones de su rival Justo de Tiberíades, y del discurso Contra Apión , respuesta apologética ante los ataques antisemitas, tanto literarios como políticos, que en época romana se extiende por todo el Oriente. No nos han llegado más escritos, aunque tenemos noticias de otros. Al final de las Antigüedades , XXII 12, el propio Josefo nos menciona otras obras en proyecto: un resumen de la Guerra con la historia posterior a la toma de Jerusalén y Sobre las costumbres y las causas , título de un trabajo sobre Dios y las Leyes citado en Antigüedades IV 198. Incluso Eusebio de Cesarea 10 le atribuye, erróneamente, el Libro IV de los Macabeos y Focio 11 habla de Josefo como autor de la obra Sobre la esencia de todo o Sobre la causa de todo , que más bien pertenece al cristiano Hipólito 12 .
Como ya ocurrió en el período helenístico, los autores judíos del período romano van a seguir haciendo uso de las formas griegas en la exposición y exaltación de la historia de su pueblo, van a volver sus ojos a la propia historiografía griega para así llegar a un público más amplio, en el marco de esa propaganda y apologética señaladas más arriba.
Desde el siglo III a. C., la historiografía griega había sido aceptada por varias culturas como vehículo de expresión, el babilonio Beroso o el egipcio Manetón, son ejemplo de ello. Esta pugna entre el deseo de integración con el Helenismo y el intento de mantenerse fiel a sus tradiciones étnicas propias es una constante en estas culturas, como también lo será entre los judíos. Estos últimos contaban, además, con una tradición muy consolidada de historiografía bíblica que, en muchos casos, se fundirá con los hábitos griegos. El punto fundamental de todo ello es el público a quien van dirigidas estas historias. Tales autores buscarán ser leídos por griegos y romanos, además de por los propios compatriotas, plenamente helenizados. Por eso hay que expresarse en lengua griega y en las formas literarias tradicionales griegas, habituales y conocidas por este posible auditorio. Ello no es óbice para que durante este período sigamos asistiendo también a un prolífico desarrollo de la literatura judía de tradición bíblica. Me estoy refiriendo a obras inspiradas en forma o contenido en el Antiguo Testamento que entre los siglos II a. C. y II d. C. darán lugar a un amplio elenco de apócrifos y pseudoepígrafos. Tanto estos textos «sagrados» como los históricos ya comentados son casi los únicos testimonios escritos de la historia del judaísmo en estos momentos de destrucción del Templo y de sucesivas insurrecciones, ante la ausencia prácticamente general de fuentes directas de estos acontecimientos 13 . Ahora bien, mientras que esta literatura bíblica está orientada al fortalecimiento y consuelo de la propia comunidad judía en las adversidades del momento, la historiografía adquiere un carácter apologético de justificación e, incluso, de integración ante los dominadores romanos.