Читать книгу Escribe, Sirio, escribe - Flavio Salinas - Страница 15

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La vida de Sirio con 21 años comenzaba a aplanarse como la llanura más vasta y seca aplastada por el viento impío, la soledad como mala hierba empezaba a crecer desde muy debajo de sus suelas, la rutina era la que empezaba desde el silencio a generar ortigas y espinas de filo indomable, esas iban a calar de a poco como raíces en sus días, eran las que lo iban a empezar a inquietar, como un lago entumecido, desde que había dejado de bailar, de moverse impulsado por el arte, su cuerpo se estaba durmiendo, y si no reaccionaba a tiempo nunca más podría llegar a despertarlo, o quizás sí, pero ya sería demasiado tarde.

El tiempo podía convertirse en compañero aliado o en una culebra ponzoñosa y con veneno mortal para su esencia, no era hora de procrastinar, y a la vez sentía que lo hacía, la rutina, su rutina y el tic tac del reloj lo llevaban a eso; si de eso se trataba vivir, qué poco era lo que se traducía en sentir, eso pensaba cada mañana mientras desayunaba café con leche, mirando a la nada, sin mirar.

Qué es demasiado tarde para la vida de un adolescente cualquiera, o de un hombre de 21 años, ya de 22 cuando empezó a trabajar. Qué es demasiado tiempo o poco tiempo, cuando tenía por delante toda una vida. Pronto lo iba a descubrir.

Después de varios monótonos y sucesivos días de trabajo incansable, decidió darse un respiro, y aprovechando un fin de semana largo, se subió a un micro de esos locales, de corta distancia, que tanto conocía gracias a su infancia y a sus incansable viajes a la finca de Casimiro, y partió una siesta de otoño, era primero de abril y se acercaba su cumpleaños número 22, era una tarde calurosa, pero de esos calores débiles, que dejaban acompasados aires de bienvenida a las medias estaciones más frías y raras, esas que hacían de transición misteriosa entre el verano y el invierno, el otoño con sus hojas y acequias cristalinas era su época favorita y su tiempo más esperado. El colectivo arrancó con la mitad de pasajeros desde el centro de San Gabriel del Sol, hasta la chacra de su abuelo, con cada girón de rueda y cada cuadra que se iba, Sirio pensaba y buscaba sentidos, respuestas que con cada metro avanzado, se anudaban y retorcían más.

Esa noche, cuando se encontraba solo en uno de los tres grandes dormitorios de la casa de sus abuelos, Sirio estaba sentado en la cama, mirando por esa ventana pequeña de madera verde pino que tenía a su derecha, hacia el parral que dejaba entrever alguna que otra estrella del cosmos, que, en la finca, en el campo, siempre se aclaraba y se percibía más transparente, eso hacía que el corazón del hombre se acomodara, pensaba Sirio. Antes de disponerse a dormir sacó de su mochila un viejo cuaderno de notas, con páginas un tanto amarillas y empezó a escribir un poema, una poesía, unos versos, o algo que salió de él, un escrito que lo hacía desaparecer dentro de sus estrofas. Al escribirlo nunca supo el efecto que le produciría leer aquello, sería el empujón más fuerte que sus pies le darían al suelo que pisaba, para saltar y salir volando, levitando, como un onironauta por el cielo negro, mirar todo desde arriba y desaparecer como el tiempo que minuto a minuto se va a algún lugar, no importa cuál, pero que nunca vuelve, nunca jamás.

Esa noche de viento fresca, de recuerdos entrañables de amor, “Disparate” fue lo que escribió. Si este era el mundo, y le daba la bienvenida, él ya quería salir corriendo.

Escribe, Sirio, escribe

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