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PRESENTACIÓN
La rebelión de lo cotidiano

Florencia Roitstein y Andrés Thompson

Las prácticas, las reflexiones y los caminos transitados por las mujeres que presentamos en este texto no evocan en nada la pasividad ni el conformismo con una sociedad que las pone en un segundo plano. Todo lo contrario. Este libro retrata las mujeres que interpelan el mundo e incitan a los miembros de sus comunidades a la rebelión cotidiana.

En nuestra región, las mujeres han figurado en un segundo plano, como objetos y no como sujetos de deseos, de pasiones y de acciones de transformación social. Sin embargo, en la actualidad se expresan en voz alta: cantan juntas en las calles y en las escuelas y se movilizan en cientos de miles y hasta con los pechos desnudos en las plazas públicas. El escenario ha cambiado gracias al liderazgo, a la obstinación y al compromiso de cientos de miles de mujeres. Son justamente ellas las que están transformando América Latina.

Veintitrés mujeres han sido seleccionadas para este libro por haberse animado a cambiar las reglas de sus comunidades. Más allá de su diversidad cultural –representan países, y pertenencias sociales y generaciones muy diferentes–, la convergencia entre ellas es poderosa. Sobre todo cuando a través de sus acciones ilustran que el problema político mayor de nuestra época es la inequidad de género, es decir, la falta de oportunidades que tienen las mujeres de desarrollarse en libertad y con independencia.

Los derechos son conquistas frágiles y la lucha sigue más viva que nunca: acceso gratuito a la salud sexual y reproductiva para todas, igualdad de acceso a créditos para el desarrollo económico, igualdad de salarios con la misma responsabilidad, acceso a los puestos de responsabilidad en el sector privado y público, cuotas para exigir la participación activa de las mujeres en los partidos políticos y en los consejos de administración y mucho más.

Cientos de miles de heroínas hacen avanzar cada día a sus comunidades a pesar de los riesgos y a veces el oprobio. Sin embargo, ellas parecen invisibles para las grandes mayorías. Podemos contar con los dedos de una mano a quienes reciben apoyos y recursos de fundaciones donantes y empresas para darles alcance y sustentabilidad a las iniciativas. Ellas están fuera del círculo. Por eso quisimos mostrarlas a través del premio Generosas. Y, cuando conversamos con cada una de ellas, las reconocimos enseguida: su compromiso con sus comunidades ilumina.

Por eso también este libro colectivo en el cual cada una de estas mujeres tomó la palabra y compartió sus saberes y su experiencia transformadora desde el territorio. Creemos que este trabajo es una experiencia de participación democrática nueva y única.

Un libro militante

Durante varias semanas entrevistamos –en persona, por WhatsApp, por Skype y por teléfono– a un conjunto de destacadas mujeres líderes de América Latina y latinas de Estados Unidos. Teníamos –tenemos– la hipótesis y la convicción de que son ellas quienes están a la cabeza de los más importantes cambios en las comunidades de la región. Y que lo hacen de las más variadas formas, estilos, estrategias o, más simplemente, creencias. Porque, sin duda, creen en lo que hacen.

Este trabajo es el resultado de una investigación que realizamos durante 2019 –con el apoyo del Global Fund for Community Foundations– con el propósito de mostrar y dar visibilidad al papel que cumplen las mujeres en el desarrollo de las comunidades de la región y cómo la filantropía local tiene una función relevante en el cambio social. Creemos que el “dar” fortalece a la sociedad civil y a la democracia. Para ello ideamos el premio Generosas como una herramienta para identificar, apoyar y visibilizar a las mujeres que luchan por una sociedad con otros códigos de cooperación, acción, consumo y producción. Así, buscamos modelos de acciones comunitarias lideradas por mujeres y focalizadas en el protagonismo de las mujeres y niñas en el acceso a las tecnologías, la protección del medio ambiente, la lucha por la vigencia de los derechos humanos y la prevención de la violencia contra ellas. Aún más, buscamos que estas acciones se apoyaran en la movilización de recursos locales, en la filantropía comunitaria.

Recibimos 87 nominaciones (hechas por terceras personas), de 13 países y de todas las generaciones. Se seleccionaron y entrevistaron a 23 finalistas con la colaboración de un comité de evaluación con la participación de Paula Narváez (ONU Mujeres), Emilienne de León (Prospera) y Marcia Rivera (ex-Clacso). Los premios finalistas fueron para Lucinda Choque Mamani de Bolivia (1000 dólares), Sonnia Estela España Quiñonez de Ecuador (500 dólares) y Rosa Vilches Valencia de Chile (250 dólares).

Las 23 finalistas componen este libro con sus historias y nos muestran sus actividades, sus sentidos, sus roles y sus esperanzas.

Ellas ríen. Ríen de felicidad cuando les contamos que han sido seleccionadas para un libro, cuando no ocultan que quieren ganar el premio Generosas, cuando se sienten reconocidas, cuando recuerdan anécdotas. En casi todas, la alegría las envuelve. Las más jóvenes ríen cuando sienten que hay empatía en la comunicación, cuando cuentan que se “pusieron bonitas” para la entrevista, cuando hablan de sus compañeras. Las más adultas ríen hasta cuando hablan de sus debilidades o cuando nos muestran sus manos marcadas por el trabajo.

Ellas lloran. Lloran cuando describen lo que tuvieron que recorrer para llegar a ser líderes en sus comunidades, cuando cuentan la pérdida de seres queridos, cuando registran algo que las impactó en su vida y decidieron cambiar de rumbo. Lloran cuando recuerdan los abusos sexuales y de otro tipo, cuando se emocionan contando sus logros y se preguntan a sí mismas cómo fue que llegaron hasta allí. Lloran porque les hace bien llorar, y porque lloran acompañadas. Nosotros, desde este lado, hemos llorado también en su compañía.

Ellas cuentan sus historias. Hablan de amor y de rabia. Hablan de lo difícil que es trabajar en sus comunidades donde a veces no hay agua ni electricidad. De sus enfrentamientos con los señores dirigentes, con los políticos, con los funcionarios, con los tratantes de personas, con los narcos, con los que no escuchan, con los que las hacen esperar tiempos exagerados. Cuentan cómo se protegen a sí mismas, cómo se esfuerzan por mejorar, por estudiar y capacitarse. Nos hablan del buen vivir, de su escuela, de su barrio, de sus maridos e hijos, del aborto, de los femicidios, de las autoridades, de lo que creyeron y ya no creen, de sus convicciones. Nos dicen que no se trata de ellas, sino del conjunto. Ellas sueñan con sus sueños y los de las próximas generaciones. Ellas hablan de soledades y de colectivos. Ellas hablan de los hombres que no están. Ellas hablan de no tirar la toalla. Ellas hablan de paradojas y de perplejidades. Dicen también que se ven en sus ancestralidades africanas o indígenas, en la tierra que nos da vida, y nos da hongos y frutos silvestres que nos ayudan a vivir mejores vidas.

Ellas diversas. Tan diversas como la naturaleza humana, como nuestros ecosistemas, como la vida misma. Despliegan sus talentos, sus militancias, sus creencias y convicciones en los más variados campos. Sus luchas recorren un amplio espinel: esclarecer las desapariciones forzadas de personas en manos de narcos y tratantes, generar fuentes de ingreso y autoestima a mujeres afrodescendientes y de poblaciones indígenas, crear nuevas miradas y prácticas sobre la ecología y la soberanía alimentaria, usar el arte del teatro para mostrar las inequidades de género, obtener servicios básicos para el desarrollo comunitario, rescatar identidades barriales mediante la fotografía, incidir políticamente para el avance de los derechos sexuales y reproductivos, alfabetizar mediante el fomento a la lectura, generar una nueva conciencia sobre las sexualidades en los movimientos juveniles, defender el derecho al cuerpo, a la tierra y al territorio, abrir nuevas vías para la inserción de las mujeres en la fuerza de trabajo, mejorar la situación legal de los inmigrantes latinos en Estados Unidos, proteger el medio ambiente y los recursos naturales, conservar el patrimonio biocultural de los pueblos originarios, avanzar en los derechos de trabajadoras y trabajadores sexuales, gestionar éticamente los residuos industriales, crear empresas comunitarias de mujeres, reintegrar a las exreclusas a una nueva vida, promover el comercio justo, la economía solidaria y el consumo responsable, denunciar y enfrentar la violencia de género y los femicidios.

Ellas hacen. Ellas despliegan sus alas y vuelan en muchas direcciones. Crean nuevas organizaciones donde no las hay, o donde las que están no cumplen su función, marchan y protestan en las calles, recorren los territorios generando conciencia, prestan servicios, orientan y asisten, visitan cárceles, ministerios y juzgados, suben a las montañas y cerros en busca de hongos, de frutos silvestres o de familiares desaparecidos, viajan largas distancias para estar presentes, tender una mano y escuchar, escuchan siempre y también dicen sus verdades, golpean puertas de gobiernos, organizan ferias y exposiciones para mostrar el fruto de su trabajo, crean nuevos negocios, usan la palabra, las manos, la mente y la gracia, organizan reuniones, capacitan, enseñan, escriben, crean.

Ellas son las cuidadoras primarias de los niños y los ancianos, las que acompañan a las jóvenes a decidir sobre sus embarazos y abortos, las que cuidan sus hogares y organizan la economía familiar cuando sus compañeros (cuando los hay) trabajan “allá afuera” para traer un recurso al hogar, las que pacientemente conversan con los jóvenes que han infringido la ley. Son las emprendedoras cuando se trata de imaginar nuevas formas de hacer las viejas cosas; cuando organizan una red de autocuidados contra la violencia doméstica mediante el uso de los teléfonos celulares, las que crean empresas con su mirada puesta más en el bien social que en el monetario, las que usan el arte en sus distintas formas como instrumento de inclusión social. Son las educadoras cuando enseñan cómo elaborar un dulce casero, cómo detectar la violencia machista, cómo identificar las propiedades de los frutos de la tierra y preservarlos para épocas de escasez. También son educadoras cuando arman bibliotecas en su propia casa y reclutan a los niños del barrio para leer, cuando hacen cartillas sobre salud sexual y reproductiva, cuando se ocupan de que sus hijos recorran enormes distancias para asistir a la escuela, cuando transmiten sus saberes ancestrales a las nuevas generaciones, cuando construyen y refuerzan identidades comunitarias. Ellas son trabajadoras rurales, obreras de la construcción, sociólogas, periodistas, activistas, militantes, maestras, empresarias.

Ellas generosas. Nos dicen que la generosidad es recíproca, que es lo mismo que la solidaridad, que les da timidez pensarse así. Nos hablan de la falta de recursos para hacer lo que hacen, pero que igual tarde o temprano lo consiguen porque alguien en la comunidad se suma. Piensan que sin la generosidad de mucha gente no podrían hacer lo que hacen. Hablan de dar, de entregar, de escuchar, de transmitir conocimientos, de estar atentas. Nos muestran cómo ceden sus casas para que funcione una biblioteca, o un centro comunitario, o un centro de acogida para mujeres golpeadas. Ellas saben cómo movilizar recursos en, desde y hacia la comunidad: todo vale, el tiempo, el esfuerzo, las ideas, los dineros que juntan entre todas, las horas voluntarias, los aportes de especialistas de afuera, las comidas que preparan para las reuniones, las lágrimas que guardan a escondidas en sus almohadas. No saben muy bien lo que es la filantropía comunitaria, pero la ejercen cotidianamente y a toda hora. Son generosas porque entre tantas batallas se detienen a conversar y a reflexionar con nosotros, dos perfectos desconocidos.

A todas ellas, seleccionadas y no seleccionadas, un millón de gracias. Esperamos que todas se vean reflejadas en estas páginas.

Diciembre de 2019

La rebelión de lo cotidiano

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