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Lucinda Mamani Choque

La maestra indígena que revoluciona las aulas rurales

Unidad Educativa de Calería (Calería, Bolivia)


Los chicos me esperan en el colegio

para que les cambie la vida.

Lucinda Mamani tiene treinta y cinco años, ojos almendrados y mirada presente. Es maestra de ochenta alumnos de la escuela secundaria de Calería a la que concurren, todos los días, ciento veinte niños. Cada mañana, desde hace siete años, ella alista sus libros, se abriga para combatir el frío del altiplano y sale de su casa en la ciudad de El Alto, lindante a La Paz, rumbo a Calería. Para hacer el trayecto de casi dos horas –por donde no pasa ningún medio de transporte público– hace dedo a los camioneros que llevan toneladas de piedra caliza hasta la ciudad y retornan al campo. “Ya me conocen todos los camioneros”, dice confiada, y sonríe.

La escuela

La escuela de Calería está en la comunidad indígena aymara a 70 kilómetros de la sede del gobierno nacional en la ciudad de La Paz. Los libros se cuentan con los dedos de una mano, la pizarra es analógica y los pupitres de madera se agolpan en aulas estrechas. Más de 120 estudiantes caminan diariamente, durante horas, con el único objetivo de aprender; poco importan los días fríos y nevadas. Lucinda recuerda un día en especial, nevaba muchísimo: “La escuela abre a las 8.30; eran las 10 y no había llegado nadie. Estábamos por suspender las clases cuando vimos que los chicos comenzaron a llegar, uno a uno. Fue emocionante; ellos sabían que los estaba esperando”. Ese día se dieron el gusto de dejar el aula para hacer bolas de nieve; para jugar, entre todos, como niños.

Su lugar en el mundo

“Vivo a las orillas del lago Titicaca, en Wiñaymarka”, dice, orgullosa, Lucinda, “un lugar maravilloso donde todavía existen grandes potencialidades productivas, recursos arqueológicos, infinidad de saberes ancestrales, costumbres, tradiciones, piezas nativas, peces, aves, batracios, totorales, algas alimenticias y la biodiversidad que es útil para mejorar el hábitat de miles de personas de los veintitrés municipios rurales de este lago, para nosotros, sagrado. Proteger estas potencialidades históricas, culturales, económicas, y patrimonio natural y oral de las comunidades aymaras, es una prioridad para mí, ya que la contaminación ambiental también afecta estos recursos. Frente a esta situación, emprendimos acciones educativas comunicacionales urgentes con el propósito de sensibilizar sobre la importancia ancestral, cultural, ambiental, turística y productiva del lago Titicaca, el lago que tiene derecho a vivir sano y limpio, lo mismo que el resto de las comunidades de la región”.

En la comunidad viven alrededor de 150 familias dedicadas a la producción de leche, papa y quinoa. Tienen electricidad –recientemente instalaron la antena que los conectó a internet– y agua potable, pero sus habitantes todavía no conocen, de primera mano, un retrete.

Su meta

“Mi meta es ser maestra en la zona rural para que los pueblos originarios, y las futuras generaciones, vivan mejor”, anuncia para que quede bien claro dónde está parada y hacia dónde va. “La formación integral de los jóvenes y sus familias es muy importante para la sobrevivencia y para transformar los problemas sociales que sufrimos: contaminación, falta de cumplimiento de los derechos humanos de las mujeres y tantas otras cosas. En el altiplano existen muchos estereotipos acerca de la mujer, no nos dejan participar en ningún espacio”.

La escuela, el lugar elegido para aprender a vivir mejor

La maestra cuenta una anécdota que la sorprendió particularmente: “En 2013 fui testigo de un hecho que cambió mi forma de entender las relaciones. En el acto de elección de representantes de alumnos de la escuela noté que las mujeres no participaban, solo se ofrecían para las secretarías de deporte y danza. Hablé con ellas, me explicaron que temían ofrecerse porque no se sentían capaces de dirigir”. Entonces, Lucinda tuvo más claro que nunca que la escuela era el mejor lugar para cambiar algunas reglas instaladas. Creó un programa que promovía la igualdad de género en la escuela que incluía estudiantes, madres y padres; luego lo extendieron a treinta colegios del Municipio de Pucarani y a otras escuelas de la región. La maestra gestionó clases de teatro donde los alumnos se ponían en la piel de sus compañeras, sentían los efectos del rechazo y la discriminación: “Creí que sería una buena manera de experimentar la discriminación”. Después, junto con otros docentes, sumaron talleres de información sobre los derechos de las mujeres; detallaron las dieciséis formas de violencia que pueden denunciarse gracias a la ley que garantiza una vida libre de violencia. Finalmente, incluyeron, de manera transversal en todas las asignaturas, la temática de mujeres, violencia y equidad de género: “Hemos logrado modificar la visión que los chicos tienen de las posibilidades de las mujeres y viceversa. Ahora las chicas se sienten seguras y se animan a tomar decisiones. Fue un largo proceso, trabajoso y de gran claridad respecto de nuestro horizonte; creamos materiales didácticos: juegos, videos, textos, concursos”.

El programa se institucionalizó en la escuela a través del Currículum Regionalizado, una parte de la currícula que cada región puede adaptar para responder a las necesidades reales de los miembros de la comunidad. La propuesta tomó fuerza; en la actualidad, atraviesa la totalidad de las materias escolares: “Por ejemplo”, se entusiasma la maestra, “en Historia analizamos cómo han sido vulnerados los derechos de las mujeres; en Matemáticas utilizamos estadísticas que demuestran que el 52% de la población femenina del país sufre violencia”. La mitad de las mujeres, en Bolivia, asegura haber sido víctima de violencia psicológica, sexual o física en algún momento de su vida, cifra muy por encima de la media en la región.

Cambia la escuela, la radio, el medio ambiente: la mentalidad

Hoy la escuela ocupa un espacio en la radio Tawantinsuyo con el objetivo de promover la participación de los ciudadanos. Reflexionan sobre la relación entre hombres y mujeres, la contaminación ambiental, la soberanía alimentaria y, también, sobre la importancia de cuidar el lago Titicaca: “Desde hace años, las radios ribereñas participan de campañas de limpieza para mitigar el problema de contaminación ambiental; pero, lamentablemente, el problema es cultural. A pesar de las limpiezas eventuales, la contaminación interna y la externa siguen avanzando como una enfermedad; es muy peligroso para la salud humana y para la agricultura. Al tratar temas relevantes, recibimos el apoyo de jóvenes profesionales que nos acompañan, así logramos que los programas de radio sean entretenidos e informativos. Hace poco invitamos a María Inés Salazar, la directora del proyecto Comunidad Sexual de Canal 13 TVU, un lujo”.

Lucinda Mamani recibió apoyo local para realizar talleres de encuentro y participación social para impulsar a que las madres de familia pudieran completar los estudios secundarios. “Fue un sueño mío que, gracias al apoyo del Municipio, pudimos hacer realidad. Ellos financiaron a las mujeres que hoy se sienten orgullosas, con la autoestima bien alta y proyección a futuro”. También contaron con el apoyo del Programa de Apoyo a la Democracia Municipal (PADEM) para implementar el desayuno escolar (conducta alimentaria) basado en productos nativos que produce el medio ambiente de la comunidad: “Fue importante que los niños y sus familias aprendan el valor nutritivo de lo que producimos y dejen de pagar por productos alimenticios nocivos para la salud. De esta manera mejoran su salud, reconocen el valor de la producción local y se genera un círculo virtuoso de venta y compra de productos hechos por los miembros de la comunidad”.

“Es maravilloso ver cómo se van sumando los profesionales de la universidad, los maestros de las escuelas de la región, el Municipio, la radio local. Logramos avanzar gracias a la unión y el esfuerzo de toda la comunidad”, concluye satisfecha. “Estoy convencida: la escuela y la educación pueden cambiar el mundo”.

Sus raíces

Hubo un tiempo en que Lucinda y su familia tuvieron que abandonar su comunidad de origen a orillas del lago Titicaca para desplazarse a El Alto en busca de un futuro. Ella, la mayor de tres hermanos, se recuerda de niña llevando baldes de agua del río hasta su casa; también recuerda las horas que pasaba en la biblioteca del colegio.

“Mi padre y mi hermano son maestros. Somos una familia de maestros. Revolucionar la sociedad a través de la educación nos corre en la sangre. «Si regresás a tu pueblo, tenés que ser maestra», había dicho mi padre, «pero bien formada; te esperan centenares de niños para que les cambies la vida». Eso hago a través de mi trabajo, quiero ayudar a crear una nueva generación de jóvenes indígenas orgullosos de sus raíces, su cultura; respetuosos de las mujeres y del medio ambiente”, concluye Lucinda; se emociona, también.

Trayectoria profesional

Lucinda Mamani ejerce en la Unidad Educativa Calería, Municipio de Pucarani. Se desempeña como maestra de las asignaturas Comunicación y Lenguajes. Trabaja, también, con jóvenes y mujeres comunitarias y fundó el Centro Juvenil de Mujeres Aymaras como base de encuentro entre las mujeres jóvenes, adultas y maestras para ejercer sus derechos con autoestima fortalecida. Organiza y facilita cursos de capacitación, eventos culturales, orientación radial, e incursiona en las acciones prácticas de prevención, mitigación y resiliencia ambiental. Desde esta posición, impulsa la formación de liderazgo juvenil y el empoderamiento de mujeres jóvenes incidiendo en la construcción de saberes y conocimientos a través de la radio, las ferias educativas, los foros ciudadanos, la publicación de calendarios y los boletines para sensibilizar sobre el Plan de Gestión Ambiental del lago Titicaca.

Por sus méritos locales, nacionales e internacionales, ha sido distinguida como una de las cincuenta mejores docentes del mundo (Premio Nobel de la Educación 2016), el Premio a la Excelencia Educativa en Quito, Ecuador, y en 2017 fue Personaje del Año y Boliviana de Oro. El Ministerio de Educación de Bolivia la postuló al premio de la Educación para las Mujeres y Niñas Unesco 2017 y la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) la distinguió con el premio por la Enseñanza de los Derechos Humanos de la Mujer.

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SER NIÑA

A pesar de que Bolivia ha dado grandes pasos en el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, todavía persisten altos índices de discriminación y violencia hacia mujeres y niñas que se agravan en el ámbito rural. Según Unicef, ser niña, pobre, indígena y campesina es una de las mayores exclusiones sociales que perduran en el país. Un niño no indígena de una zona urbana perteneciente a una familia de ingresos altos completa en promedio 14,4 años de su escolarización, mientras que una niña indígena de una zona rural perteneciente a una familia de ingresos bajos completa solo dos años.

ESTEREOTIPOS

Lucinda ha vivido en carne propia la discriminación y conoce la doble discriminación que sufren las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes, debido a que en el campo existen estereotipos, machismo y micromachismo que generan violencia. Las mujeres están excluidas para acceder a oportunidades, servicios, cargos comunales y beneficios, en especial al derecho a la educación. Algunos adultos siguen pensando que “las mujeres no juegan fútbol y los hombres no cocinan”.

La rebelión de lo cotidiano

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