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Capítulo VII: Pierre de Lancre,

Zugarramurdi y el auto de fe de Logroño

Una guapa muchacha de 14 años

A comienzos del siglo XVII vivía en la comarca de Labourd del país vasco francés pirenaico una guapa moza de 14 años que tenía la alucinación de ser una bruja. Estaba completamente segura de que, cada cierto tiempo, se reunía con muchas otras personas, entre las que se encontraban adolescentes de su edad, personas mayores, ancianos y muchos otros que aun no habían salido de la infancia. Todos juntos hacían unas fiestas tremendas en las que también participaba el diablo. Creía a pies juntillas que el Diablo le había dicho que para él sería muy grato que ella dijera: “Barrabám, barrabam”, cada vez que, estando en misa, viera que el sacerdote levantaba la hostia para consagrarla.

Así lo hizo ella, pero, para desgracia suya, la escuchó el procurador del Parlamento de Nerac, quien denunció el hecho al ilustre caballero Pierre de Lancre, comisionado por el Rey de Francia Enrique IV para exterminar a los brujos en aquella región. De este caballero se contaba que lo había leído todo sobre brujería y todo se lo había creído.

Al domingo siguiente, los dos próceres se situaron disimuladamente cerca de la muchacha de forma que cuando el cura alzó la hostia y ella dijo su “Barrabám. Barrabám”, la arrestaron acto seguido.

Así el caballero De Lancre daría comienzo a uno de los procesos de brujería más impresionantes del S. XVII. Sometida a tormento, la chica confesó los nombres que pudo recordar de los participantes en sus aquelarres, así como los detalles más escabrosos de la desenfrenada fiesta y los papeles que unos y otros desempeñaban en los ritos de brujería. Las detenciones sumaron varias decenas en apenas un par de días. Personas de ambos sexos, entre los 11 y los 79 años, fueron a dar a los calabozos antes de pasar a interrogatorio en las salas de tortura. Una de las brujas se mostró tan arrepentida que consiguió ablandar al comisionado del Rey quien la aceptó como delatora para cazar más brujas y brujos. Según los textos conservados era una joven hermosísima que se llamaba Morgui y De Lancre, la tomó para su servicio personal.


Representación de un aquelarre según las

declaraciones recogidas por De Lancre

Los procesos contra las brujas

catapultaron a De Lancre a la fama

Pierre de Lancre era originario probablemente de Burdeos, de una familia de abogados de renombre en la segunda mitad del siglo XVI con ascendencia vascongada. Conocía el italiano y era aficionado al baile y a la vida de sociedad. Hombre piadoso, recordaba con simpatía sus estudios en la Compañía de Jesús. Para algunos fue tenido como un místico. Otros no olvidaban su trato amable, risueño y hasta con buenas dosis de mundología, cualidades que le sirvieron para sus fines.

Hombre de leyes, buscó el delito de forma obsesiva haciendo de la religión la base de su código penal represivo y primario.

Pierre de Lancre se sentía tan seguro de que lo que hacía era justo que concluida su siniestra misión publicó dos obras sobre ella que son como un sangriento reportaje periodístico.

En recompensa a sus servicios fue nombrado consejero de Estado en París y allí murió en 1630, todavía oliendo a chamusquina.

Análisis de sus obras

Sus dos obras Tableau de l’inconstance des mauvais anges et demons (Cuadro de la inconstancia de los malos ángeles y demonios) y L’íncredulité et mescréance du sortilege plainement convaincue (La incredulidad y el crédito de los sortilegios plenamente convencidos) fueron publicadas en París en 1612 y 1622.

En las obras, De Lancre expone el efecto que le produjo la región de Labourd (O Lapurdi, en vasco) que el rey Enrique IV le había comisionado para limpiar hasta sus cimientos de brujería. Llega a la conclusión que el país de Labourd por su gente de baja condición, que hablan un idioma diferente: el vascuence, a caballo entre Francia y España, con unos habitantes aficionados más al mar que al laboreo de la tierra, marinos traidores, inconstantes y osados, sin amor por su patria, por su familia, sin ser franceses, ni españoles. ¿Cómo no iba a ser terreno abonado para que proliferase la brujería y el demonio campase a sus anchas?

Las mujeres permanecen solas en sus casas por la ausencia prolongada de sus maridos en tierras lejanas. Sin recursos para alimentar a sus vástagos, sin amor conyugal ni paternal, la relajación de las costumbres era la consecuencia natural apartándose cada día más de Dios.

De Lancre llega a escribir que los demonios expulsados de Asia y otros lugares a donde habían ido los misioneros encontraron el mejor refugio en el Labourd y que muchos testimonios habían visto legiones de demonios dirigirse hacia su nueva patria.

Pero si los hombres tienen toda suerte de vicios, peor son las mujeres al lado de un clero corrupto. Todas su gente es modelo de ligereza, inconstancia y malas costumbres.

Cuando empezó la persecución contra la brujería, caravanas larguísimas de fugitivos intentaron pasar la frontera española, algunos lo lograron con el pretexto de que iban a peregrinar a Santiago de Compostela o Montserrat, pero los que fueron apresados llenaron las cárceles y fueron pasto del tormento y, en último término, de la hoguera, sin atender a edad, sexo (el más numeroso el femenino), capacidad mental, etc.

Representación del aquelarre

Más que el relato del comisionado lo que más impresionó fue la ilustración de un aquelarre que aparece en el Tableau. Satanás como macho cabrío se halla sentado en un trono dorado, con cinco cuernos (ni uno más ni uno menos), uno de ellos se halla encendido y hace de antorcha para encender los fuegos de la esperpéntica reunión.

A su derecha, aparece la reina del aquelarre con elegantes vestidos, una corona y el pelo suelto (¡Para que luego digan que las brujas eran feas!), lleva en la mano un puñado de serpientes. A la izquierda se halla una monja con un puñado de culebras, se sienta en un trono lleno de sapos.

En primera instancia se percibe una bruja y un diablo auxiliar muestra a un niño seducido. Alrededor de una mesa rectangular cinco diablos y cinco brujas se disponen a darse un festín de carnes de ahorcados, corazones de niños sin bautizar y animales asquerosos.

Después brujas y brujos bailan en torno a un árbol de forma procaz e indecente cogidos de la mano, al compás de una música desgranada por los instrumentos de otras brujas.

Hay una gran caldera a punto de recibir sapos y culebras que serán la base para la confección de pócimas y venenos. Por el aire llegan nuevas brujas montadas en escobas o en machos cabríos acompañadas de los niños que han seducido y de toda clase de sierpes y dragones.

En un grupo a parte queda la gente rica y poderosa, resguardado su anonimato por máscaras. En un charco unos niños cuidan rebaños de sapos, armados de palos.

Cada escena va acompañada del consiguiente comentario de De Lancre que cita testimonios y confesiones particulares. Muchos de los acusados coincidieron en señalar que un tal Necato era el encargado de preparar las lociones voladoras hechas a base de flores y semillas de cierta enredadera y de grasa de bebés recién nacidos. Con ellas se friccionaban todo el cuerpo y quedaban en condiciones de volar en escobas o incluso en transformarse en aves o en gatos.

Crítica

Si aceptamos el punto de vista psiquiátrico, concluiríamos que todas las fuertes experiencias satánicas de los aquelarres son como un conjunto de alucinaciones e ilusiones capaces de transformar el erotismo común en algo de intensidad colindando en el misticismo.

Para Pierre de Lancre no había en ellos alucinación, ni ilusión, sino la presencia del enemigo que tenía poderes suficientes para manifestarse a quienes él deseaba y al mismo tiempo engañar al resto haciéndoles creer que allí no había nada. Incluso Baudelaire llegó a decir: “la mejor estratagema del diablo es hacernos creer que no existe”.

En todo este espinoso problema de la brujería se mezclan detalles de carácter realista con lo fantástico. Alguien confesó que la visión del aquelarre desaparece con solo pronunciar unas palabras santificadas o que podemos negarnos a ir si somos devotos en extremo. Ya nos referimos a que las lociones y pociones para pringarse y volar, con casi toda seguridad se trataría de preparados psicoactivos, plantas que el vulgo conocería como trompetas de los ángeles, gloria de la mañana o suspiros y que funcionarían como drogas alucinantes. Lo curioso es que De Lancre habla de toda clase de estos mejunjes y venenos, pero él mismo confiesa que no pudo tener ni la menor muestra de ellos en sus manos.

Como en Galicia, en el País Vasco el clima lo invadía todo y era creencia común que la mayoría de los frecuentes temporales de mar y de tierra que producían tan enormes desastres, eran culpa de las brujas, y las confesiones sobre viajes fantásticos hasta Terranova abundaron con la credibilidad total de los presentes. Y sobre todo, de Pierre de Lancre que llegó a creerse por delaciones de dos muchachas que confesaron haber participado en todo, sin ninguna clase de garantías ni de pruebas, que los demonios andaban tras de él y si no lo pillaron fue por casualidad, aunque de paso torturaron y chuparon la sangre a un colaborador suyo.

Culto satánico y misas negras

Ya nos hemos referido varias veces a que las prácticas de brujería, sobre todo en los aquelarres, se interpretaron como un remedo burlesco del culto cristiano. Pero de Lancre va más allá y creía sin refutación posible, que el demonio hacía aparecer templos, altares, diablos en forma de santos, música, campanillas (ya que no campanas, porque aunque las oyera, no hubiera sabido de dónde). Una corte sagrada de despenseros, diáconos, sacerdotes, falsos obispos usaban candelas, incensarios, etc. Con ofrenda, elevación y hasta ite Missa est. Incluso contaba con falsos mártires.

De Lancre pensaba que frecuentemente eran sacerdotes sacrílegos los que oficiaban. La demasiada familiaridad de los sacerdotes con las sacristanas y feligresas, su afición al baile y a los juegos les había llevado a todo ello. Dicho esto, la persecución contra ellos fue un hecho.

Historia de la Brujería

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