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Capítulo III: Siglos XIV y XV,

la brujería llega a su apogeo

hasta bien entrado el siglo XVIII

Lo prohibido alcanza las altas cunas

Como en el don Juan Tenorio de Zorrilla: “Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé...”. Ninguna clase social de la época se libró de las prácticas más o menos brujeriles y a pesar de las penas dictadas contra ellas, como lo prohibido suele ser lo más deseado, la brujería, como amiga o enemiga, entró en el castillo del noble, en el palacio del obispo y hasta en el alcázar del rey y así, se encuentran excepciones como la de Alfonso X de Castilla, que creía que valerse de sortilegios o hechicerías con una buena finalidad no tenía por qué ser castigado. Sin embargo, esto no era lo más común, y países de la Europa occidental como Francia, Inglaterra, Alemania o los reinos Hispánicos acudieron a ella y fueron víctimas de ruidosos procesos.

De 1308 a 1313, sufrió un ruidoso proceso el obispo de Troyes Guichard, prelado que tenía fama de calavera y que vox populi lo consideraba hijo del propio Satanás. Fue acusado de causar la muerte de la propia reina de Francia Juana de Navarra, hija de Blanca de Artois, reina de Navarra, por medio de sortilegios, mientras que de la segunda se deshizo al parecer con veneno.

Según consta en el proceso conservado, el obispo se había dedicado a las practicas demoniacas en el mayor secreto, actuando con la ayuda de dos monjes y dos monjas en la ermita de Saint Flavit, que convirtió en el laboratorio para sus maldades. Con ayuda del demonio había fabricado una figura de cera que bautizó solemnemente con el nombre de la reina con la asistencia de padrinos en la ceremonia. Acto seguido le atravesó la cabeza y otras partes del cuerpo mediante un punzón. Se dice que todos estos tejemanejes produjeron la muerte de la soberana.

La condesa de Artois, Mahaut, fue reconocida inocente en el juicio, pero poco después fue acusada de fabricar filtros y venenos para una bruja de Hesdin.

En 1315 fue condenado el caballero Enguerrand de Marigny por las prácticas brujeriles realizadas por su mujer y su cuñada, acompañados de un hechicero y una bruja, con los que había confeccionado también figuras de cera para matar al soberano.

Ante la gravedad del problema, el papa Juan XXII en la bula Super Illius Specula (132) condena taxativamente toda practica brujesca y estimulaba a los inquisidores a que aguzaran la vista ante las sospechas. El pontífice advertía:

Hemos sabido con profunda pena que muchas personas, que son cristianas solo de nombre, han pecado. Se relacionan con la muerte y establecen alianzas con el infierno, ya que ofrecen sacrificios a sus demonios. Los adoran, hacen imágenes de ellos, anillos, espejos, frascos o cualquier otro objeto donde encierran a los demonios por arte de magia; los interrogan, obtienen respuesta, piden ayuda para satisfacer sus deseos perversos, se declaran esclavos fétidos con los fines más repugnantes. ¡Oh dolor! Es un mundo de hechos realmente insólitos que poco a poco va contagiando a los rebaños de Cristo.

Como se llegaba a bruja

Vamos a desterrar ahora la idea más propia de la mitificación de que la bruja plenamente hecha y con todos sus atributos tuviera que ser una mujer pobre, vieja, histérica por su condición de viuda, inestable y que se siente profundamente desgraciada, incomprendida, marginada por los demás, obsesionada por el sexo y resentida con la religión que no le ofrece el consuelo suficiente para poder sobrellevar el peso de una existencia monótona. Tanto en España (primero en sus reinos independientes) como en el resto de Europa y América hubo brujitas jóvenes, de buen ver que no por ello se salvaron de la hoguera. Fue el genial Goya, pero en esta ocasión, cargado de mala intención, el que puso la guinda para reflejar el feo y repugnante estereotipo de las brujas.


“Mucho hay que chupar” por Francisco de Goya

¿Además como iba el listillo Satanás a relacionarse con semejantes engendros? ¡Como no las metamorfoseara para el acto! Estas eran las creencias que circulaban en la época recogidas de los interrogatorios y tormentos realizados con fiero ensañamiento:

Primero, el demonio disfrazado se aproximaba a la pieza deseada y terminaba por seducirla con dulces palabras. Entonces la mujer (que le ha complacido en sumo grado a primera visita) se decide a solicitar de aquel un contacto más permanente y una delegación de atribuciones, a cambio de su servidumbre para esta vida y toda la eternidad. Llama a Satanás, le reclama una nueva visita para pactar con él unos pocos años de vida y de felicidad a cambio de una eternidad en las calderas de Pedro Botero. En algún pasaje se lee que el demonio ofrecerá a la mujer un huevo de gallina negra, donde el demonio se incubará (de aquí la palabra íncubo).

La mujer debe fecundar el huevo con su intención y su sangre, cosa que hará dejando caer unas gotas de la suya propia extraídas de un dedo al que previamente hubiera pinchado. Para incubarlo lo podía poner bajo la axila del brazo y si ello le resultaba incómodo, lo podía enterrar en el estiércol del establo. Cumplido el plazo, al huevo no le pasaba nada, pero Satán o uno de sus auxiliares se presentaba para firmar el pacto. Se realizaban las abjuraciones, juramentos y renegaciones. Entonces la bruja recibía sus poderes demoníacos y el demonio desaparecía no sin la promesa de aparecer siempre que aquella lo necesitara. Se han conservado pactos firmados realmente con una pluma de ganso y sangre.

Los teólogos, distinguían dos clases de pactos, el primero sería una profesión tácita o pacto privado. Al prometer obediencia a Satán, una bruja servía de testimonio. El segundo sería un pacto público efectuado durante los sabbats o aquelarres ante todos los presentes. Sería este pacto público el que desencadenaría la guerra contra la brujería como había sucedido contra la secta alemana de los adoradores del demonio.

Creencias sobre los sabbats de iniciación

La aspirante a bruja podía ser aleccionada por brujas ya en ejercicio, convencidas y finalmente arrastradas a una asamblea de brujería, un sabbat especial, donde la neófita, tras los ritos iniciáticos, pasaba a formar parte de la comunidad. Se exigía, previamente, la decisión firme de querer pertenecer al gremio demoníaco, suficientemente comprobada. Tal convencimiento era el resultado de la paciente y constante labor de una bruja a favor de que tal acontecimiento se produjera. En estos casos y según las creencias de la época, fomentadas por los interesados, el demonio se aparecía ante la asamblea tomando forma humana ante el entusiasmo general y el supuesto temor de la novicia, exhortándoles a la fidelidad.

A continuación, la futura bruja se adelantaba del grupo y a las preguntas de Satanás renunciaba voluntariamente a la fe y renegaba de su religión y al culto de la Mujer Inmensa (nombre con el que se mencionaba a la Virgen María).

Satanás le decía entonces que debía entregarse no solo en alma, sino también en cuerpo. Así delante de todos los presentes a la Asamblea, la poseía sexualmente y después la aleccionaba para que fuera por el mundo pervirtiendo a cuantas almas fuera capaz. También le recomendaba la fabricación de una serie de ungüentos a base de carne y sangre de niños pequeños, mejor bautizados, para mayor triunfo.

Toda esta ceremonia no dejaba de ser en el fondo un rito primitivo de iniciación mitificado, al que ya describimos en su lugar, porque muy difícilmente el demonio podía aparecerse a nadie, aunque la Iglesia se había apresurado a convertir al dios cornudo en el diablo cristiano. Sin embargo, sí que era un rito de sangre del que alguien aprovechado desfloraba a las vírgenes neófitas, o esto podía ser realizado por las propias compañeras con un cuchillo denominado athame o cuchillo de la bruja, utilizado también para abrir y trazar el círculo mágico y que procedía del símbolo antiguo de apertura del útero.

La estrecha relación entre brujería y sexo será una constante etiqueta impuesta por sus perseguidores a lo largo de la historia, aunque en el fondo fuera solo el recuerdo de una ceremonia primitiva de iniciación y de apareamiento para proporcionar el nacimiento (o renacimiento, según creencias) de nuevas vidas. La Iglesia y sus autoridades, encontraron el terreno abonado para trastocarlo para sus fines.

El sabbat llamado también aquelarre

Hay quien ha buscado en la palabra sabbat conexiones con los cultos paganos primitivos, en especial con el orgiástico ofrecido a Dionisios, Sabazius, pero lo más probable es que provenga del sabbat hebraico, el día consagrado al Señor por los judíos que se reunían en la Sinagoga y es que de este modo la Iglesia mataba dos pájaros de un tiro (de arco o ballesta, claro) porque hacía sinónimas las reuniones brujeriles a las que tenía aquel pueblo, para ellos, infame.

En la Península Ibérica al sabbat preferimos llamarlo aquelarre, que según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como “junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición”.

La palabra es en realidad un topónimo ligado a una cueva que se encuentra en la planicie navarra de Zugarramundi a 84 kilómetros de Pamplona y escasamente a cinco de la frontera francesa. Su extraordinaria importancia bien merece un capítulo.

Volvamos ahora a la descripción en detalle del sabbat extraída de las confesiones de las desgraciadas sometidas a procesos inquisitoriales. La línea de confesión es concordante con todas. Hay mujeres que manifiestan estar afiliadas al ejército de Satanás, desde un número indeterminado de años, ofreciéndose a él, tanto en esta como en la otra vida. Frecuentemente, la noche de viernes a sábado han asistido al sabbat que variaba de lugar según las circunstancias. En él, en compañía de hombres y mujeres perversos, protagonizaban toda clase de excesos cuya descripción llena de pavor.

¿Cómo habían llegado a esta situación? Según un relato, hallándose la aludida lavando la ropa de su familia en el río cercano, observó que sobre el agua se aproximaba un hombre de talla desmesurada de piel muy oscura, cuyos ojos eran tan ardientes como carbones encendidos, iba vestido con pieles de animales. La aparición sugirió a la mujer si quería entregarse a él y ella le contestó que con gusto, tal era la seducción que comportaba. Entonces el aparecido le sopló en la boca y desde el sábado siguiente la mujer no pudo sustraerse ya a asistir al sabbat. Allío fue recibida por un macho cabrío gigantesco quien después de saludarla la montó varias veces con sumo placer (¡para él!) y a cambio le enseñó toda clase de secretos maléficos: las plantas venenosas y su utilidad práctica, palabras para cada encantamiento y la forma de realizar los sortilegios durante las noches de San Juan (solsticio de verano), navidades (solsticio de invierno) y primeros viernes de mes. También le indicó que era bueno ir a comulgar para profanar después la hostia.

En otra confesión recogida se señala que una muchacha encontrándose en un camino solitario se unió en amistad criminal con un pastor que la obligó a hacer un pacto con el espíritu infernal por medio de un pacto sellado con la sangre que vertió de su brazo izquierdo sobre un fuego alimentado con huesos humanos, robados del cementerio de la parroquia. Desde entonces se ocupaba de la confección de ciertos ingredientes y brebajes perjudiciales para producir la muerte de hombres y rebaños. Todas las noches de los sábados , caía en un sopor profundo y entonces era transportada al sabbat entre Toulouse y Montauban o hacia las cumbres pirenaicas en lugares que le eran desconocidos, en donde hacía adoración al macho cabrío, entregándose a él y a todos los presentes en una orgía detestable. Por manjar exquisito se tenían los cadáveres de niños recién robados de las nodrizas y se bebían brebajes espantosos.

En el sabbat no se utilizaban simbolismos, ni existía ninguna ceremonia relacionada, ni siquiera remotamente, con el rito cristiano, antes bien, se servían de ídolos paganos y emblemas fálicos adorados por los hombres y mujeres que seguían estas creencias para burlarse e invertir todo el sistema simbólico y religioso vigente. La llama de los sabbats se extendió por media Europa apropiándose de un dualismo: Dios, demonio que no dejaba de ser un trasunto de las clases elevadas en el primer caso y del pueblo, o todos los demás, en el segundo.

La ceremonia del sabbat

Según la profusión de testimonios conservada se parecían todas. Tenían lugar con preferencia en una amplia explanada elevada y con un bosque que la limitase, a veces una amplia cueva cercana servía para guarecerse en días de lluvia. Se decía que la explanada hacía las veces de la nave de la iglesia, mientras que el bosque simbolizaba el coro, todo ello pasado por el tamiz del lenguaje cristiano.

En el interior del bosque se levantaba una especie de ara de piedra en la que se colocaba una estatua de madera fiel remedo del diablo con cuerpo humano, pero con la cabeza, las manos y los pies de macho cabrío. La estatua estaba generalmente pintada de negro, poseía un falo de tamaño exagerado y entre los cuernos se le colocaba una antorcha encendida.

El sabbat se iniciaba con la llegada de las brujas y brujos en una ceremonia denominada introito (nombre que por excepción, recordaba el de la misa). A continuación, se elegía y situaba ante el ara la bruja que tenía que oficiar las ceremonias satánicas y que en algunos lugares se la denominaba Princesa de los Antiguos, joven, guapa y mejor virgen (¿De quién partió la idea de que las brujas eran feas y viejas?). Entonces la oficiante ordenaba encender todas las antorchas de los presentes, incluso la que se hallaba entre los cuernos de la imagen. Después invocaba a Satanás y solicitaba su ayuda con una voz fuerte rayando en el éxtasis.

En procesión los asistentes se acercaban al ídolo para besarle los miembros inferiores, mientras la que actuaba como dirigente abrazaba el falo y gimiendo simbolizaba que era poseída.

Después se pasaba al banquete, sentados por parejas con las viandas que habían traído, bebían vino, sidra y cerveza mezclados con unas hierbas especiales que les producían una irrefrenable excitación. A continuación, venía una excitante danza en círculo o espalda contra espalda cogiéndose de la mano y con la cabeza de lado para poder ver al vecino, cuyas evoluciones acababan en un vértigo imposible de describir. Entonces cambiaban continuamente de pareja, bailando y saltando sin un minuto de respiro, porque cuando descansaban (era un decir) sucedía lo que el lector está pensando.


“El Aquelarre” por Francisco de Goya

La ceremonia culminaba cuando la sacerdotisa se colocaba en el ara del altar y venía el momento de las ofrendas por parte de brujos y brujas entre las que se encontraban los propios cuerpos de los oficiantes. Algunas confesiones se referían a torturas sobre la sacerdotisa, la auténtica interpretación es evidente, no creemos que a una muchacha joven y virgen le gustara copular con treinta, cincuenta o cien individuos, uno detrás del otro, más las prácticas efectuadas con las mujeres.

Todo ello se efectuaba entre continuas invocaciones al demonio acompañadas de decapitaciones de erizos, ratas, etc.

La ceremonia se había iniciado bien entrada la noche y terminaba con las primeras luces del alba.

La Inquisición contraataca

Abrió fuego con su escrito Practica de Inquisitionis haereticae pravitatis, escrito hacia primer cuarto del siglo XIV por el inquisidor de Toulouse Bernardo Gui, el mismo que el escritor italiano Humberto Eco hace morir, tras una revuelta popular, en El nombre de la rosa. Pero, aunque ya había suficientes casos de brujería para que el autor se detuviera en ellos, lo cierto es que el núcleo de ella todavía son los cátaros, valdenses, begüinios y demás grupos herejes que pululaban por la Europa de entonces.

El papa Inocencio VIII se unió a la lucha con otro tratado que tituló Summis desiderantes affectibus. Pero hasta finales del último cuarto del siglo XV, la brujería era tratada como un caso más dentro de la cuestión más general de la invocación al demonio.

Hacia 1376 apareció el Directorium inquisitorum del dominico catalán Nicolás Aymerich que tuvo un gran éxito y se reimprimió varias veces en los siglos XVI y XVII. En el texto se menciona:

Algunas mujeres depravadas que siguen a Satanás, seducidas por ilusiones y engaños diabólicos, las cuales creen y están convencidas que en horas nocturnas van a caballo sobre ciertas bestias acompañando a Diana, diosa de los paganos, o con Herodias (la depravada mujer del rey Herodes) y una gran multitud de mujeres que atraviesan muchas tierras en silencio y en el corazón de la noche y obedecen sus mandamientos, como si fueran su mujer, y en ciertas noches le invocan a su servicio.

Se describe con todo detalle el mecanismo con el que el demonio se apoderaba del espíritu de la mujer:

Satanás en persona, que se transforma en ángel de luz cuando, mediante la infidelidad, la pérdida de la fe, se apodera del espíritu de una mujer y la subyuga, se transforma en imágenes y semblanzas de personas diversas y engaña al espíritu que tiene cautivo, presentándole en sueños, cosas tristes, cosas alegres, personas conocidas, personas desconocidas y la persona que ha perdido la fe, cree que todo esto presentado en la imaginación acontece en la realidad. Por lo tanto hay que anunciar públicamente que el que cree en estas cosas y en otras semejantes pierde la fe, y el que no la tiene bien orientada, no es sino del diablo.

En el Directorium emerge con gran claridad la imagen de la mujer entregada al demonio, con supuestos poderes especiales sobre las personas y las cosas, dotada de la facultad de viajar por el aire por la noche y de inspirar miedo a quien caiga bajo su influencia: la futura clásica bruja. Es necesario hacer notar que el texto no contiene ninguna alusión al maleficio, a la potestad de hacer mal. Se recalca sobre todo, la desviación de la fe que por sugestión diabólica experimenta el espíritu de la bruja. La persecución moderna de la bruja se originaba en el miedo de los males que supuestamente podían causar. Aquí se pone de relieve la desgracia en que cae la mujer a raíz de la pérdida o desviación de la ortodoxia. Se inclina por la debilidad del género femenino más vulnerable que el masculino a la sugestión diabólica, no en vano Eva es la que había caído en el Paraíso Terrenal a la tentación de la manzana. Primero se vio la bruja como una desgraciada, después como peligrosa. Pero en ambos puntos de vista, por influencia del demonio, la mujer se había desviado de la ortodoxia y había que castigarla.

Aymerich clasifica a las brujas en tres categorías:

1ª Las que dan a los demonios un culto divino, sacrificando, postrándose, cantando oraciones, encendiendo cirios, quemando incienso, etc.

2ª Las que se limitan a darle un culto como a los santos o a la Virgen, mezclando los nombres de los demonios con los de los santos, en las letanías, rogando que los demonios les hagan de mediadores ante Dios.

3ª Las que invocan a los demonios trazando figuras mágicas, colocando un niño en medio del círculo, utilizando una espada, un espejo, etc.

Aymerich distinguía a las que se dirigían al demonio diciendo “te mando”, “te ordeno”, “te exijo”. Consideraba entonces que la herejía no era bien patente, mientras que si lo hacían diciendo “yo te lo ruego”, “te pido”, etc. era manifiestamente herético porque las palabras eran de oración y llevaban implícito la adoración. En la actualidad semejante matiz semántico nos parece de una extrema nimiedad, pero entonces no.

Los teólogos distinguían dos clases de pactos, el primero, profesión tácita o pacto privado, por el cual se prometía obediencia a Satán, sirviendo una bruja de intermediaria; el segundo profesión expresa o pacto público solemne, que se efectuaba, bien durante la celebración de un sabbat ante todos los presentes o firmando con sangre un compromiso escrito con Satán. Fue esta forma la que desencadenó la persecución general contra las brujas, una guerra que duraría casi tres siglos, provocando innumerables víctimas.

Las persecuciones de Pedro de Berna

Tuvieron como epicentro Suiza, convirtiéndola durante la mayor parte del siglo XV en un río de sangre sin distinción de sexo, sobre todo, en la diócesis de Lausana. A las mujeres se les atribuía toda clase de sortilegios amatorios, en los que entraban como ingredientes habas y testículos de gallos, se les atribuía actos de antropofagia (invención de los inquisidores) y también raptos de niños, para cocerlos en calderas y fabricar ungüentos con las partes más sólidas y con las líquidas llenar botellas u otros recipientes que bebían para alcanzar el magisterio entre las brujas cuyo conjunto era tenido por una secta execrable.

Sin embargo, las durísimas persecuciones no terminaron con la brujería que se extendió por todo Alemania hasta el punto de que el papa Inocencio VIII hubo de promulgar una bula (¡otra más!) Summis desiderantes affectibus en la que se manifestaba:

En toda Alemania, cierto número de personas del uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartándose de la fe católica, se dan a los demonios íncubos (hijos de un diablo en forma de varón y una mujer) y súcubos (hijos de un diablo en forma de mujer y un varón) y por sus encantos, hechizos, conjuros, sortilegios, crímenes y actos infames, destruyen y matan el fruto del vientre de las mujeres, ganados y otros animales de especies diferentes, destruyen las cosechas, las vides, los huertos, los prados y pastos, los trigos, los granos y otras plantas y legumbres ; atormentan y afligen con males atroces a los seres humanos sin que las mujeres puedan concebir y los hombres engendrar; con boca sacrílega reniegan de la fe que han recibido en el Santo Bautismo, no temen cometer y perpetrar, a instancias del enemigo del género humano, otros muchos excesos y crímenes abominables con peligro de sus almas, desprecio de la Divina Majestad y peligroso escándalo de muchos.


La Inquisición y la caza de brujas en Europa

El martillo de las brujas

El Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas fue obra de dos hermanos predicadores: Enrique Institor (Kraemer) y Jacob Sprenger, quienes a instancias del arzobispo de Estrasburgo fueron comisionados por el papa para realizar una campaña singular en la Europa Central contra las brujas, cuya actuación recopilaron por escrito en forma de enorme código, impreso por primera vez hacia 1486.

El Malleus Maleficarum tuvo un enorme éxito y se reimprimió muchas veces hasta fines del siglo XVII e incluso en la época presente ha salido a la luz en versiones alemana e inglesa para los estudiosos.

Consta de tres partes, basándose en que las acciones brujeriles eran reales, así como su pacto con el diablo, y no productos de una ensoñación en estado de vigilia. Por eso en la primera parte que se divide en diecisiete capítulos se afirma taxativamente la realidad de la colaboración con el demonio de la que únicamente pueden seguirse maleficios. Se ratifica la existencia de los denominados íncubos y súcubos que quizás hayan tenido mucho que ver en el nacimiento de las brujas, divididos en categorías. Los cuerpos celestes intervienen también en la multiplicación de los encantamientos que son en su mayor parte obra de mujeres, sobre todo los relativos a la vida sexual. Por medio de ellas el diablo incita al odio o al amor, impide la potencia generadora y el acto carnal provocando en el varón una sensación de castración.

Las brujas pueden convertir a los hombres en animales. Los autores apoyan sus asertos en muchas obras y ejemplos de la época (Haría falta hacer una interpretación objetiva e imparcial de estas).

En la segunda parte del Malleus se explica en dieciséis capítulos hasta dónde llega el poder de las brujas, así como la forma de combatir y destruir sus malas obras.

Para sus autores tanto los brujos como las brujas son tenidos como miembros de una secta. Señalan varias formas de ingreso, sencillas o solemnes. El demonio recibe en persona el acatamiento, después de la abjuración. Admiten una forma privada. Para conseguir seguidores, en especial, femeninos, les insufla un tedio especial, las tienta o las corrompe.

Poderes de las brujas según el Martillo

Existe una parte del Malleus muy descriptiva y pintoresca, en la que se describe la supuesta ciencia maléfica de las brujas, glosada con curiosos ejemplos. Comienza hablando de la capacidad de volar por los aires untadas con grasa de niños y de cabellos en escobas.

Refutación

Todo el que tenga una mente científica sabe que esto es imposible, pero como no hay humo sin fuego, debió de existir algo que dio lugar a semejante leyenda.

Las brujas practicaban un antiguo rito de fertilidad para conseguir que los cultivos crecieran y para eso necesitaban utilizar un palo, como el palo del caballito de madera y bailar alrededor del campo, mientras cantaban y saltaban. Repetían esto una y otra vez y los cultivos por ley natural crecían altos.

El palo sobre el que bailaban era un símbolo fálico y una bruja sobre un palo representaba los principios masculino y femenino. Debió de ser un precursor del palo de mayo que presidía las fiestas del inicio de ese mes, de origen celta consagrado a Beltaine, asociado a la fecundidad y al matrimonio, y conservado en el palo de la cucaña (fiesta que la Iglesia cristianizó con las Cruces de mayo).

Durante los días de la caza de brujas era peligroso tener en casa un palo de baile, pues ello podría significar la condena segura por lo que las brujas empezaron a utilizar palos de escoba que pasarían desapercibidos.

La palabra volar suele utilizarse en sentido figurado de correr o ir muy rápido. ¿No solemos decir: “voy volando o alguien pasó volando por la carretera”? De aquí a decir “vi a las brujas volando sobre sus palos de escoba”, media un paso.


Una de las primeras representaciones

de brujas volando sobre palos de escoba

Algunos han sugerido que las brujas hipnotizaban a los demás para que estos las vieran volando por el aire, como cualquier hipnotizador corriente, nada más falso. Una vez se dibujara volando una bruja sobre un palo de una escoba aquellas personas tan propensas a la sugestión creerían que la imagen era cierta, lo que les iba muy bien para los jueces acusadores.

Por otra parte, ¿no malefician los primitivos australianos con una especie de palo puntiagudo similar al de la escoba, que envía la muerte con solo apuntar en dirección a la víctima? Es como una especie de aguijón mágico que, de forma inexorable se clava en el alma del enemigo.

El misterioso ungüento

El famoso ungüento brujeril que según las leyendas las hacía volar montadas en sus escobas y también tenía la supuesta propiedad de transformarlas en animales no era confeccionado con grasa de niños como fueron acusadas, sino con acónito, belladona y mandrágora, plantas alucinógenas.

El acónito produce en la piel una sensación de frío que provoca la ilusión de hallarse volando entre vientos desatados, en tanto que la segunda excita en gran manera la fantasía, provocando delirios oníricos y espeluznantes visiones. Las brujas no solo se untaban ciertas partes del cuerpo, sino que tomaban ciertas pociones para adormecerse y volar en alas de su fantasía.

El misterio de la mandrágora

Pero quizás sea la planta alucinógena mandrágora, proveniente tanto de la región mediterránea como también del Himalaya y Grecia, la que más se asocie al mundo mágico, la más pasional, ya que tanto sus virtudes como su simple apariencia entran dentro del mundo mágico erótico. Sus raíces poseen la forma curiosa del macho y la hembra humanos, pegados uno a otro, y hay quien afirma que la mandrágora hembra separada de su macho posee la misma forma que el cuerpo femenino. Por lo que respecta a su aspecto externo, por si fuera poco, se asemeja a los testículos de los humanos. No era de extrañar que según las acusaciones, las brujas se restregaran la planta por sus genitales. Sus flores poseen un olor que recuerda al esperma masculino, aunque más pestilente.

Desde los tiempos medievales funcionaba tanto como sedante, como estimulante erótico por sus extraordinarios poderes afrodisiacos. Posee un alcaloide que se asemeja a la atropina. Sus propiedades alucinógenas, que estimulaban la imaginación, se encuentran tanto en las raíces, como en las hojas que usadas en poción servían para los imaginarios transportes a los aquelarres.


Representación medieval de la mandrágora

Aunque al parecer fue un hecho cierto,

pasó a ser un cuento

Érase una vez una bruja de la población de Waldshut en la diócesis de Constanza sobre el Rin que no habiendo sido invitada a la celebración de una boda por ser muy mala y detestada por las gentes de la región decidió vengarse. A tal efecto llamó al diablo, y una vez le hubo manifestado la causa de su enojo le pidió que desencadenase una tempestad para arruinar a fiesta a los novios y acompañantes. Satanás consintió en ello y la llevó a través de los aires a una colina próxima al pueblo. Allí al no disponer de agua que verter en un agujero, para lograr el maleficio, la bruja hizo un hoyo y depositó sus propios orines y después removió el líquido, lanzándolo a continuación al aire que se llenó de un nauseabundo olor provocando una tormenta de lluvia y pedrisco, que provocó la desbanda del festejo.

Al retornar a sus casas algunos comentaron haber visto llegar a la bruja con una risa sarcástica en su boca. Como había sido la única no invitada a la boda, la hizo especialmente sospechosa, se buscaron testimonios y no tardaron en aparecer unos pastores que confesaron haber presenciado la ceremonia de la colina. Se detuvo a la bruja y se le dio tormento y por este y otros maleficios fue condenada a la hoguera. ¿Conocieron esta historia Perrault o los hermanos Grimm?

Acusación, instrucción

de la causa y sentencia

En la tercera parte del Malleus parece que sus autores disfrutaron con fruición y morbosidad. Para iniciar una causa bastaba la acusación de un particular o la denuncia, sin pruebas, realizada por una persona envidiosa. Era corriente también abrirla por parte del juez, ante el rumor público. A veces basta el testimonio de un niño, así como el de algunos enemigos de la mujer acusada. Se recomendaba que el juicio fuera rápido, sencillo y definitivo. El juez se atribuía de plenos poderes hasta el punto de que era el único que decidía si un acusado tenía derecho a defenderse o no. Él es, asimismo, el que escogía el abogado defensor, poniendo tales condiciones que lo convertían en más acusador que otra cosa.

El tormento se debía usar libérrimamente y si todavía no se declaraba el reo culpable se acusaba al diablo de semejante situación. A finales del siglo XV no se admitía ya la ordalía y por desgracia, casi siempre el final es el mismo, la retractación y el arrepentimiento no libraban de la muerte al convicto. El brazo secular se apoderaba de él, cuando no es la misma justicia secular quien lo condenaba puesto que el crimen de brujería no era solamente religioso, sino también civil.


Imagen medieval de la ordalía del hierro candente

¿Qué era una ordalía?

Es una serie de pruebas judiciales de carácter mágico o religioso destinadas a demostrar la culpabilidad o inocencia de un acusado. Tuvieron gran difusión y predicamento hasta el siglo XIV, entre ellas se hallaba la denominada prueba del agua para descubrir a las brujas. La sospechosa debía quedar inmovilizada de tal modo que no pudiese hacer movimiento alguno. Generalmente se le ataban conjuntamente pies y manos y era lanzada en laguna corriente de agua. En el caso de que flotase, quedaba patente su condición brujesca. Y entonces podía aguardar lo peor de sus jueces, incluso confesando plenamente y abjurando de sus errores en cuyo caso podía haber un resquicio para la esperanza.

Puede decirse que el Malleus desde que entró en vigor hasta muy entrado el siglo XVIII fue desarrollando su contenido con las aportaciones de los juristas (en su mayor parte protestantes) comenzando a ser rebatidos por médicos, filósofos y teólogos renovadores, que terminaron por ganar la partida a los que sustentaban gran parte de las patrañas que llevaron a la hoguera a miles y miles de inocentes, con excepción del tema de las denominadas misas negras, a las que más adelante, nos referiremos extensamente.

Historia de la Brujería

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