Читать книгу Historia de la Brujería - Francesc Cardona - Страница 4

Оглавление

Capítulo I: Desmitificación de la brujería

Se ha dicho que la magia, con tendencia a dominar fuerzas y potencias extrañas, se convierte en brujería cuando adquiere un carácter netamente oculto e infernal entrando dentro de lo que se conoce como magia negra, como contraposición a la magia blanca, destinada a hacer el bien y aventar a los malos espíritus en la línea tradicional de Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes ofrecieron al Niño Rey, la mirra símbolo de la vida eterna, el incienso purificador, conocido en todas las religiones y el oro que evoca el poder.

Hay que distinguir dos tipos de brujería, en las que se conciben dos esquemas distintos de funcionamiento. El primero corresponde a la voz inglesa sorcery, remite a acciones malévolas voluntarias realizadas por una persona que tradicionalmente llamamos bruja o brujo (sorcerer). El segundo tipo de brujería corresponde a la voz también inglesa witchcraft que remite al mundo de los brujos (witches) que lo son de forma innata. Algunos interpretan la noción de brujería como Craft of de witches (el arte de las brujas), cuyo título original era la Wicca, del anglosajón primitivo, que significa las sabias. Si el arte de las brujas es el arte de los sabios no existe en ello nada maligno ni siniestro. La Wicca se transformó con el tiempo en una religión que ha llegado hasta nuestros días.

Como en todos los fenómenos religiosos, a lo largo de la historia, la brujería fue manipulada por los poderes públicos y los intereses oligárquicos de una minoría que se tenían como los guardianes exclusivos de la ortodoxia, singularmente en el mundo occidental y posteriormente en el continente americano.

Desde la Baja Edad Media hasta bien entrada la Edad Moderna tuvo lugar la edad de oro de la persecución contra la brujería, y los tribunales civiles complementados por la Inquisición “se pusieron las botas”. Las brujas y los brujos fueron objeto de una desmedida represión, cuando en su mayor parte eran personas inofensivas que la gente mitificó, y aumentaron en grado sumo el número de los practicantes provocando una auténtica cacería. Quizás en el alborear de los tiempos, en épocas antiguas o antes del encuentro con el Nuevo Mundo o entre los pueblos todavía no desarrollados, convenga la etiqueta sangrienta a brujas, brujos o hechiceros.

La historia de la brujería es contradictoria, hay cosas que hacen reír y cosas que llenan de temor, repugnan o hacen llorar. Lo fantástico, sobre todo, protagonizado por mujeres, seduce, atrae, divierte y hasta llega a apasionar o se rechazan de pleno sus efectos. Pensemos, sin embargo, como los gallegos: “Non creo nas meigas, pero habelas hainas!” (No creemos que existan las meigas (brujas), pero, sin embargo, las hay).

La brujería desde los albores de la humanidad

Brujas, hechiceras o magas, pues en el inicio de los tiempos son términos sinónimos, tendrían como protectoras a Hécate o Diana, descontando los posibles amuletos del hombre fósil representado a veces en las pinturas rupestres, provisto de una máscara con cuernos. Las primeras pinturas rupestres son el primer ejemplo de magia simpática. El hombre prehistórico se refugió en las cuevas con el recrudecimiento del clima, y al escasear la caza, la plasmó en las paredes de la cueva para que la encontrara a la vuelta de la esquina y le fuera propicia.

Después de las clásicas Hécate y Diana (Artemisa), habría que añadir la figura de Selene, la Luna, no en vano quedan de ella expresiones populares como “lunático” para quienes están bajo la influencia de dicho astro. Diosas reflejo de la Gran Madre a quienes acompañan las magas, Medea y Circe, que se consideran hijas de Hécate. En el ámbito helénico, se creyó que Tesalia era la tierra que ofrecía el contingente mayor de hechiceras.

La Gran Madre ha sido venerada en todos los países desde tiempo inmemorial bajo diferentes nombres, e incluso en la actualidad nos referimos a ella con el nombre de la Madre Naturaleza, diosa de la magia y de la fertilidad. Las colinas y las montañas representaban sus pechos y las cuevas simbolizaban su vientre. Todo lo que recordara en cierto modo, los órganos genitales de una mujer, como un palo con una hendidura, un óvalo, una concha de molusco o una piedra con un agujero, se convertía en un símbolo de la diosa.

Una ceremonia antiquísima

Las ceremonias de iniciación al sacerdocio femenino se iniciaron quizás con la aparición del sedentarismo y son en cierto modo, un antecedente remoto de los futuros sabbats o aquelarres.

La iniciada representaba la semilla masculina y ante todo, tenía que introducirse en la vagina de la Gran Madre, simbolizada por el pasadizo que conducía a la entrada de la gran cueva.

Primero a la aspirante le ataban las manos a la espalda y luego se colocaba en una posición agachada para semejarse a un embrión en una posición prenatal. Para atarla utilizaban hiedra o juncos trenzados antes del invento del cordel y la cuerda.

Las mujeres acompañantes formaban fila de a dos y la neófita era transportada sobre las cabezas de las cuatro o seis primeras mujeres, según el peso o altura de la aspirante. La procesión se dirigía entonces hasta la entrada de la cueva. La doble línea de mujeres simbolizaba el falo masculino.

Con paso cansino, la procesión penetraba (verbo emparentado con el vocablo pene, miembro masculino) en el pasadizo de la cueva y se detenía a la entrada de la cámara que simbolizaba el útero. Entonces toda la línea de mujeres comenzaba a oscilar hacia atrás y adelante, recordando el movimiento rítmico del acto sexual. A la voz de mando de la sacerdotisa más conspicua, la aspirante era lanzada violentamente a la cámara, simbolizando el clímax del acto. La eyaculación del semen en el útero se realizaba sin tener en cuenta las probables heridas de la interfecta a causa de la caída. Sola permanecía allí un tiempo indeterminado que representaba el lapso necesario para que la semilla madurara y se convirtiera en un nuevo ser. Ni qué decir tiene que la pobre mujer se llenaba de miedo y de sufrimiento, necesarios para ganarse la iniciación.

Inmóvil, toda clase de bichos (murciélagos, ratas), etc., campaban a sus anchas por su cuerpo, si es que otros animales más peligrosos no se enamoraban de ella. También la muerte podía sobrevenirle de miedo o de frío. Incluso otras mujeres podían vestirse de animales y, emitiendo variados sonidos, terminaban por aterrarla. Si moría, como podía ser habitual, significaba un aborto de la diosa y que no era digna de ser admitida.

Tras el tiempo estipulado, si la iniciada continuaba viva, el resto de las mujeres penetraba de nuevo en la cueva y cuatro de ellas clavaban cuatro antorchas simbolizando los cuatro puntos cardinales e iluminando de esta forma la caverna. Se marcaba el círculo mágico protector alrededor de la aspirante con una vara de avellano y se invocaba a la diosa invitándola a presenciar la ceremonia. Después todas las mujeres comenzaban a correr cada vez más deprisa hasta caer agotadas como recuerdo de la aceleración del útero que representaba el círculo.

Tras tanto sacrificio, la candidata había renacido a una vida nueva y sus compañeras con las piernas abiertas, cogidas de la cintura representaban el triángulo del renacimiento y el túnel que formaba la vagina.

La ceremonia culminaba con el paso de la neófita, todavía atada y sufriendo los más espantosos calambres, por el túnel que formaban las otras con las piernas al tiempo que estas gemían recordando los dolores del parto. Según la ligereza en el paso de la neófita, se consideraba un parto fácil o difícil.

Tras el paso por el túnel, se ponía en pie y se le cortaban las ataduras, hecho que recordaba el corte del cordón umbilical. Luego le daban las ligaduras para que las utilizara en futuros actos mágicos.

La sacerdotisa que dirigía el ritual ofrecía a la nueva miembro del clan sus pechos como una madre ofrece su leche a un recién nacido. Todas las demás hacían lo mismo entre ellas, señal de que aceptaban a la nueva sacerdotisa y la protegerían como lo haría una madre.

La nueva sacerdotisa se purificaba entonces con un baño ritual y si no existía agua suficiente se buscaba en un lugar cercano. Posteriormente se construyeron círculos de piedras artificiales a manera de crómlechs en lugares consagrados a la Gran Madre.

Las sacerdotisas de la antigua religión permanecían vírgenes, como las vestales de Roma, o las vírgenes incas del Perú (eso en teoría, aunque en algunos casos podían unirse con dignatarios sagrados o civiles). La sacerdotisa desfloraba a las doncellas ordinarias conducidas al círculo con el cuchillo sagrado. Cuando el dios cornudo se unió a estas ceremonias, se cree que un falo de imitación que representaba a aquel sustituyó al cuchillo, y que las vírgenes sacrificaban su virginidad no a la diosa sino al nuevo dios.

Después de la ceremonia de la desfloración de las doncellas que cohabitaban con los hombres, la sumo sacerdotisa cubría un pequeño cazo con una hoja y empujaba en su interior el dedo de la joven para mostrarle que el himen ya había sido roto y que la copulación ya no resultaba ningún peligro (la sangre menstrual era considerada tabú y en algunos pueblos primitivos cuando a las mujeres les viene el periodo las apartan de la tribu, salvo en el caso de quedarse embarazada era el objetivo). La hoja se la ataba alrededor del cuello para mostrar su condición de poder ser una madre futura. Más tarde la hoja se convirtió en el anillo de bodas colocado por el novio en el dedo anular porque se creía que en este dedo iba una vena que llegaba al corazón.

Las primeras brujas

La mitología ha conservado que para realizar sus fechorías con mayor comodidad, las sacerdotisas de aquellas primeras divinidades preclásicas, más allá de los tiempos primitivos, se transformaban en perros, aves o moscas, podían entrar en las casas reduciendo su corporeidad y usaban las entrañas de los cadáveres para componer sus hechizos y atraer a los hombres, vengándose con crueldad cuando no les hacían caso, se contentaban con convertir a sus enemigos en ranas, castores o carneros durante periodos de mayor o menor duración.

Simeta es una muchacha tranquila hasta que conoce a Delfis, un joven hermoso que se deja querer y después de haberle otorgado sus favores, la abandona. Simeta invoca entonces a las divinidades propicias, en especial a Selene, ayudada por una esclava, para que atraigan al desdeñoso joven por medio del misterioso pájaro Lynx.

Los autores clásicos desde Teócrito, Lucano, Ovidio, Horacio, Apuleyo, Petronio etc., describen una y otra vez ejemplos de hechiceras, auténticas brujas alcahuetas, conocedoras de hierbas y pócimas a base de sustancias animales de las que no son ajenas, huesos, entrañas, sangre... incluso humana, que conseguían metamorfoseándose en animales (pájaros, hombres lobo, etc.), siempre según dichos autores, los cuales no dejan mostrar su escepticismo ante dichas transformaciones e incluso en ocasiones hacían chanza de sus actuaciones.

Otros autores ponen su énfasis en que la brujería no es sino la persistencia de un culto precristiano, en especial, celta. Las brujas llegaron a confundirse con las druidesas. Podían desencadenar tempestades, comunicarse con las fuerzas y divinidades ocultas, fabricar filtros misteriosos que podían matar o curar mediante la confección de misteriosos brebajes.

En el escenario celta existieron unas denominadas “vírgenes negras”, plasmación del elemento femenino que habitaban cuevas subterráneas, cerca de los apreciados manantiales o lagunas y que después pasarán al mundo germánico y escandinavo. Los celtas adoraron también a un dios cornudo (Cerunnos), símbolo de la luna creciente, en principio benéfico y como la brujería es un culto lunar, sería la representación de la diosa Luna o Selene. El hombre con cuernos podría ser una combinación simbólica del dios y la diosa ya que muchos dioses antiguos eran bisexuales.

Así pues, tenemos testimonios en la antigüedad clásica de la creencia en ciertas mujeres (no siempre necesariamente viejas), capaces de transformarse a voluntad y transformar a los demás en animales, que podían realizar vuelos nocturnos sin ser vistas, expertas en la fabricación de hechizos para hacerse amar o para hacer aborrecer a una persona, podían provocar tempestades y enfermedades, tanto en animales como en seres humanos. Estas mujeres se reunían en lugares determinados durante la noche a quien invocaban, junto con

Hécate o Diana (antecedentes de lo que con el tiempo serían los sabbats o aquelarres). Eran expertas no solo en la fabricación de venenos, sino en la de afeites y sustancias para embellecer y también eran utilizadas como mediadoras en asuntos eróticos.

Las leyes paganas condenaron la hechicería como magia con fines maléficos desde las más antiguas de Roma, hasta las últimas dictadas todavía por autoridades no cristianas. El historiador Tácito nos narra el terror producido en Roma cuando se encontraron restos de hechizos atribuidos a la terrible enfermedad que llevó a Germánico a la muerte. El historiador Amiano Marcelino ha dejado constancia de las persecuciones practicadas por delitos por brujería en el Bajo Imperio.

Las mujeres y la brujería

A lo largo de la historia hay que reconocer el papel de la mujer en el cuidado del cuerpo de los seres humanos. Su presencia es constante en el nacimiento, la alimentación y el vestido así como la atención a los enfermos y a los difuntos. El ejercicio de una medicina popular también ha estado, en general, en manos de las mujeres. En cuanto a las practicas de brujería, aunque hubo también hombres, se documentan muchas más mujeres en ellas, hasta fechas relativamente recientes, pero en el período antiguo y en el álgido de la brujería, esta descansaba en el sexo femenino.

Las mujeres dan vida, las manos de las mujeres curan y preparan la comida, hay en esto alguna cosa mágica, casi divina. A propósito de ello, el historiador romano Tácito en su Germania de finales del s. I d. C. escribe:

En Germania quien cultivaba la tierra (¡y en tantos otros lugares!) eran las mujeres, las cuales además tenían el cuidado no solo de su cuerpo y el de sus hijos, sino también el de los hombres. Estos a sus madres, a sus mujeres, muestran sus heridas y ellas no temen encontrarlas o examinarlas y llevan a los combatientes comida y ánimo.

Pero el texto aun va más allá, ya que en la sociedad, los hombres del grupo, les reconocían una autoridad moral: “Creen que hay en ellas algo divino y profético, no desprecian sus consejos y hacen caso de sus respuestas”.

Tácito afirma que los pueblos germánicos de su tiempo veneraban a alguna mujer casi como diosa y mencionan a Albruna y Veleda. Sin embargo, si por un lado existía un sentimiento de admiración, por otro lado, también había mucho de temor y miedo hacia los sortilegios que practicaban.

El Antiguo Testamento ya condena la brujería, por ejemplo, Moisés la prohibió específicamente y la vinculó en especial a las mujeres.

En los Eddas escandinavos podemos leer:

Huye del peligro de dormirte en brazos de la mujer hechicera, que no te estreche contra su seno. Te hará despreciar la asamble del pueblo y las palabras del príncipe; rehusarás el comer, huirás del trato con los demás hombres y te irás a dormir tristemente.

El complejo de Circe no ha dejado de planear sobre los hombres.

El cristianismo ante la brujería

La iglesia desde los primeros momentos condenó cualquier tipo de hechicería, sortilegio o brujería. Así San Paciano (360-390), que fue obispo de Barcelona, escribió una obra, desgraciadamente perdida, que tituló Cervulus para erradicar ciertas prácticas mágicas que era corriente realizarlas con la llegada del nuevo año y que al parecer se seguían haciendo en el siglo XII, tal como atestigua el obispo de Worms Burchard.

En el Código Teodosiano del siglo IV se condena a la pena capital a los que celebraran sacrificios nocturnos en honor a los demonios e invocaran a estos. Leyes que fueron recogidas por el famoso Código de Justiniano.

Las historias sobre metamorfosis contadas por Luciano y Apuleyo son recogidas por San Agustín (354-430), pero dándoles una curiosa interpretación. Las metamorfosis son del todo imposibles, pero el demonio infunde un ensueño al individuo y es como si realmente hubieran tenido lugar. Por otra parte, el santo no dudaba que las hechiceras podían enfermar o curar.

Al lado de la doctrina del denominado ensueño imaginativo convivió durante muchos siglos la de las metamorfosis como transformaciones reales.

La historia del joven transformado en asno

Durante los primeros tiempos de la Alta Edad Media, cierta noche un joven juglar pidió posada a dos viejas hechiceras, que vivían en los alrededores de Roma. Mientras el pobre joven dormía lo transformaron en asno y como, a pesar de la metamorfosis, conservó la inteligencia humana, ganaron mucho dinero exhibiéndolo y haciéndole mostrar sus habilidades. Finalmente, lo vendieron a un precio muy elevado a un rico vecino que se había encaprichado con el extraordinario asno, pero le recomendaron que no lo bañara en agua. Durante mucho tiempo el asno-joven siguió cautivando a todos, pero un día se zambulló en un estanque y recobró su anterior forma. Habiendo escuchado el papa León IX con atención y aconsejado por Pedro Damián, con el precedente del Asno de Oro de Apuleyo (s. II d. C.), pensó que la historia era posible y castigó a las hechiceras.

Leyendas germánicas y eslavas

Si los germanos primitivos tenían en una gran consideración a las mujeres, poseían, por el contrario, un gran temor por las hechiceras.

El rey danés más o menos legendario Frothon III, del que se dice que vivió en tiempos de Cristo, parece que tenía en su corte a una hechicera dotada de grandes cualidades. Su hijo tenía una gran fe en el poder de su madre hasta el punto de que un día se propusieron los dos robar los tesoros del rey que ya era viejo. Conseguido el botín, ambos se escondieron en un lugar muy apartado. El rey que no tenía un pelo de tonto, decidió ir en su busca. Cuando la bruja percibió la llegada del monarca convirtió a su hijo en toro. El monarca, cansado se sentó y entonces contempló al majestuoso animal sin reparar que de pronto este lo embistió y lo dejó muerto.

A finales del siglo VII ocurrió la muerte de un jefe bohemio llamado Krok que dejó tres hijas. La mayor Kazi o Brelum era gran experta en plantas medicinales; la segunda, Tecka, utilizaba las artes de la adivinación así como los sortilegios. Era infalible descubriendo los hurtos que cualquiera realizara y el lugar en donde había escondido el botín. La menor Libussa poseía el don de adivinar el futuro y era la más poderosa de todas. Gracias a sus artes, los bohemios eligieron como rey a Przemislao con el que se casó. Aventuró la grandeza de Praga y tras una vida gloriosa murió.

Pero entonces, las mujeres, que se habían habituado a mandar, no se resignaron a volver a ser siervas de los hombres y encontraron una jefa llamada Wlasca que las reunió y les dijo:

Nuestra señora Libussa gobernó este reino mientras vivió. ¿Por qué no he de hacerlo yo, unida a vosotras? Ninguno de sus secretos se me resiste y las artes adivinatorias de su hermana Tecka tampoco, así como la medicina que sabía Kazi porque fui su servidora durante muchos años. Si queréis aliaros conmigo y ayudarme, seguro que dominaremos a los hombres.

Las mujeres prorrumpieron en vítores aclamándola como su líder. Acto seguido tomaron un brebaje preparado por Wlasca que les hizo aborrecer a sus maridos, hermanos y amantes y a todo lo que oliera a sexo masculino. La mayoría de los hombres fueron exterminados y el propio rey Przemislao fue sitiado en su castillo durante siete años hasta que, como era también un experto mago, se sacudió el yugo y derogó las al parecer estrafalarias leyes que habían impuesto las mujeres.

En otra ocasión el rey escocés Duff (2ª mitad del s. X) cayó enfermo, y tras las averiguaciones pertinentes se descubrió que unas hechiceras tenían sometida a fuego lento una imagen de cera, retrato del rey (Así pues le hacían una especie de vudú). Destruida la imagen y castigadas las mujeres, el rey recuperó la salud.

En la Galia o Francia Merovingia en el año 578, la reina Fredegunda perdió un hijo. Muchos de sus súbditos dieron que en ello habían intervenido brujas que entroncaban con las antiguas druidesas galas dirigidas por el prefecto Mummolo (aborrecido por la reina). Las brujas confesaron tras ser sometidas a tormento y además se declararon culpables de otros crímenes. El lector comprenderá qué pasó con ellas y con el prefecto. Pero Fredegunda, cruel como pocas reinas eliminó a su hijastro Clovis acusándolo de haber hecho lo propio con otros dos de sus hijos, ayudada también por una bruja y ella misma preparaba sus maleficios.

En el año 743 Childerico III publicó un edicto condenando a los autores de sortilegios, augurios, encantamientos y pócimas, mayoritariamente del género femenino.

Francia y la época Carolingia

(2º mitad del s. VIII - s. X)

En el sínodo de Paderborn, convocado por Carlomagno en 785, se prescribe pena de muerte no contra las brujas, sino contra quienes engañados por el demonio y siguiendo paganas costumbres, creen en brujas y las conducen a la hoguera. Aunque en sucesivos edictos la pena alcanzó también a quienes hicieran figuras de personas con fines malévolos, invocaran a los diablos, usaran filtros amorosos, turbaran los aires, excitaran las tempestades, hicieran morir los frutos de la tierra, retiraran la leche de los animales domésticos y fabricaran amuletos y talismanes. Todos eran condenados a muerte.

Carlos el Calvo, en el año 873 dio otra capitular en Quierzy-sur-Oise, en la que se establece pena de muerte contra los convictos de brujería y el Juicio de Dios contra los sospechosos.

A veces se levantaron voces argumentando que se estaba exagerando, como en el caso del arzobispo Agobardo de Lyon (779 - 840) que criticó a los que creían que había seres humanos capaces de desencadenar tempestades y hechiceros que echando polvos mágicos podían agostar campos, secar fuentes y matar ganados. Pero estas voces eran minoría y clamaron en el desierto.

Así en el Sexto Concilio de París del año 829 se dice:

Existen otros males muy perniciosos que son, con seguridad, restos del paganismo como la magia, el sortilegio, el maleficio o envenenamiento, la adivinación, los encantamientos o hechizos y las conjeturas que se deducen de los sueños. Males que deben ser severamente castigados según la ley de Dios. Pues está fuera de duda que hay gente que por los prestigios e ilusiones del demonio pervierte de tal modo a los espíritus humanos por medio de filtros, alimentos y encantamientos que parecen volverlos estúpidos e inaccesibles a los males que les hacen padecer. Se dice también que esta gente puede turbar el aire con sus maleficios, enviar granizos, predecir el futuro, quitar a uno los frutos y la leche para dárselos a otros y realizar una infinidad de cosas semejantes. Si se descubre a algunas personas de esta clase, hombres o mujeres, se les debe castigar tanto más rigurosamente cuanto que estos tienen la malicia y la temeridad de no asustarse ni temer públicamente al demonio.

Sin embargo, la opinión de Agobardo continuó también vigente tal como la vemos en una capitulatio sajona del año 789, por la que se condena a los que crean en las brujas y sobre todo a los que tengan como cierto que pueden comerse a seres humanos, llegándose a la pena capital por estos desatinos. Como máximo, se menciona simplemente la expulsión para la bruja y no es mucha la pena considerando que eran guías de los normandos que deseaban invadir las tierras anglo-sajonas.

Papas como Gregorio II, León VII y Gregorio VII insistieron en la prohibición de semejantes prácticas, pero no hablaron de penas para los presuntos, sino instándoles a que hicieran penitencia.

En la ya citada penitencial del arzobispo de Worms Burchard (1008 - 1012), además de los sortilegios que se realizaban la noche de fin de año, se habla de la magia relacionada con el hilado y el tejido que reflejan canciones populares catalanas como La Balanguera misteriosa que teje para mañana la tela de nuestra vida, canción que fue conservada en el folklore y que en la actualidad ha sido tomada como himno de la Comunidad de Baleares.

Más graves eran los tejemanejes de las mujeres que utilizaban los sortilegios para que sus rebaños y sus panales de abejas fueran tan productivos como los de los vecinos y todavía más lo eran las acciones de las mujeres iniciadas en las ciencias diabólicas que realizaban maleficios con las huellas de las personas para provocarles enfermedades e incluso la muerte.

Historia de la Brujería

Подняться наверх