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3. Intermedio pedagógico

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Leer es comer y escribir es cocinar: estas son las imágenes de que se nutren las metáforas alimentarias. Y a veces la coincidencia llega tan lejos, hasta ese punto de frágil equilibrio en que la metáfora se hace realidad, que podríamos llegar a pensar que basta con comer las letras para aprenderlas.

En este sentido nos encontramos con todo el aparato pedagógico que aconseja dar de comer a los niños dulces, galle- tas, pan y pasta en forma de letras, para que aprendan de manera rápida y fácil el alfabeto. Lo recuerda Horacio en la primera sátira:

... ut pueri olim dant crustula bandi

doctores, dementa velint ut discere prima.

«Crustula», costrones, golosinas con forma de letras del alfabeto.

Lo repiten François Rabelais en Gargantúa y Pantagruel, cuando el joven Gargantúa es instruido por un teólogo en las letras latinas con la ayuda de formas hechas de harina, y Oliver Goldsmith, novelista inglés del siglo XVIII, en El vicario de Wakefield, en la escena en que el propio vicario visita una casa y distribuye entre los niños letras del alfabeto elaboradas con pan de jengibre. Por no citar un delicioso libro para niños, que a mis hijos les encantaba, en el que se cuenta que la perrita de la casa, Martha, aprende a hablar precisamente comiendo la pasta de letras que dejaban los niños17. Posibilidad que me veo obligada a contemplar con cierta aprensión cuando se me ocurre darle al perro la pasta de letras que ha sobrado de los míos. En cualquier caso, es un hecho que aún hoy a los niños les produce un placer especial ir pescando de la sopa las minúsculas letras del alfabeto hechas de pasta, o morder las crujientes galletas alfabéticas que en algunos países se llaman, no sé muy bien por qué, «pan ruso».

Filosofía en la cocina

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