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I. INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEn los últimos años, los intentos de intimidación en el ámbito académico se han multiplicado en varios países, principalmente del mundo anglosajón. La creciente fragmentación de nuestra sociedad, unida al auge de las redes sociales, ha facilitado la eclosión de distintos tipos de protesta violenta organizada u otros intentos de silenciar con malas artes voces discrepantes del grupo al que uno pertenece. Paradójicamente, semejantes tentativas se alzan a veces en nombre de ideas que, férreamente defendidas hoy como una especie de ortodoxia, se hacían valer hasta hace algunas décadas en contra de una ortodoxia dominante contraria. Parece repetirse, en este sentido, la historia de los pilgrims que, tras escapar de la persecución religiosa en el continente, practicaron la suya propia cuando lograron una posición hegemónica en Nueva Inglaterra2. De hecho, la intimidación constituye, justamente, uno de los medios agresivos de lucha por conseguir esa posición hegemónica.
La conversación académica, sin embargo, no puede dar fruto en un contexto semejante. Según sostuvo el iusfilósofo liberal Ronald Dworkin, la libertad académica habilita al individuo para no profesar cuanto no considera cierto, y le exige, sobre todo, expresar lo que cree que es cierto3. No es posible, sin embargo, decir lo que uno cree honestamente que es verdad, si se expone a una amenaza sistemática de tergiversación. Así, por ejemplo, apenas podrá uno decir que es nociva una conducta que cree de buena fe nociva si, al hacerlo, se expone a ser acusado públicamente de tener una fobia u aversión personal contra las personas que practican esa conducta. La verdad –que constituye el telos de todo un pilar de la civilización occidental como es la institución universitaria– no puede desvelarse en un ambiente que no favorece un clima de respeto recíproco y de libertad de palabra, esto es, de lo que los antiguos griegos denominaban «parresía»4.
En las páginas que siguen, esbozaré un recorrido sintético por algunas de las recientes amenazas a que se ha visto sometida la libertad de expresión académica. Me centraré especialmente en el mundo anglosajón, aunque haré alusión también a algunos acontecimientos ocurridos en nuestro país. Asimismo, criticaré el abuso a que se presta el concepto de «hate speech» y el apóstrofe «-fóbico», y cuestionaré la idoneidad de la primera noción –excesivamente vaga, a mi juicio– como categoría exenta de la tutela que proporciona la libertad de expresión. En tercer lugar, haré un sucinto recorrido por las principales decisiones de la jurisprudencia norteamericana, europea y nacional, en torno a la libertad de expresión académica. Por último, sin llegar a abogar, desde luego, por un absolutismo exagerado que convertiría la libertad de expresión en una patente de corso para insultar, daré algunas razones por las que hoy se precisa de un compromiso universitario especialmente intenso en torno a su defensa.