Читать книгу Ciudadanos de las dos ciudades - Francisco Alberto Cantú Quintanilla - Страница 10
ОглавлениеEl quinto Evangelio
Los “gritos” de las piedras
Se atribuye a san Jerónimo, ese gran biblista, padre y doctor de la Iglesia, el considerar a Tierra Santa como el quinto Evangelio de Jesucristo. Y es que, efectivamente, hoy como ayer, visitar los santos lugares donde ocurrieron los principales acontecimientos de nuestra fe cristiana es una inagotable fuente de conocimiento y, no pocas veces, de profunda emoción. Benedicto XVI alguna vez dijo que al considerar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en María “nuestro corazón se vuelve constantemente a aquella Tierra en la que se ha cumplido el misterio de nuestra redención (…) Las piedras sobre las que ha caminado nuestro Salvador están cargadas de memoria para nosotros y siguen ‘gritando’ la Buena Nueva”.
Quiero compartir con ustedes que, en los últimos días de febrero y los primeros de marzo de este año, un grupo de fieles de nuestra querida parroquia y de la ciudad de Monterrey, acompañados por quien esto escribe, tuvimos la gracia de visitar tierra santa y escuchar con emoción esos elocuentes “gritos” que dirige el Señor a los peregrinos. Fueron ocho días maravillosos e inolvidables en muchos sentidos. Días intensos, algunos incluso muy intensos, en los que recorrimos los más preciados lugares de la cristiandad. Con amplios espacios para el silencio, la oración y, pienso que puede decirse sin exagerar, la auténtica contemplación.
El ambiente del grupo fue formidable. Todos conservamos de principio a fin la enorme ilusión y alegría por lo que estábamos viviendo. No faltaron, gracias a Dios, ni la paciencia ni el buen humor ante los inevitables contratiempos que se suelen presentar en todos los viajes. Hay que decir que, aunque nos conocíamos poco antes del viaje, nos entendimos de maravilla. A los pocos días, la impresión general era como si nos conociésemos de toda la vida. Es verdad que hubo algunas compras, ¿cómo no iba a haberlas ante tantas cosas bonitas y exclusivas de aquellos contornos? Pero fueron siempre un aspecto marginal en el conjunto de nuestras actividades.
Un factor clave del éxito fue, sin duda, el buen Sebastián, nuestro joven, simpático e infatigable guía. Un hombre judeo-argentino, con excelente preparación profesional y que a lo largo de todo el viaje nos hizo partícipes de sus amplios conocimientos históricos, arqueológicos y culturales de Israel. En todo momento, además, con un delicado respeto, casi con cariño, a nuestras creencias cristianas y, en especial, a las históricas figuras de Jesús y de María. Que, vale la pena puntualizarlo, ambos son (son, no fueron) hebreos, como él.
Eventos de especial significación
Es difícil señalar los principales momentos del viaje. Emocionantes e ilustrativos resultaron muchos de ellos. Y, lógicamente, la valoración dependerá de la peculiar historia y sensibilidad de cada asistente. Pero pienso que se podrían destacar cuatro que a todos nos impresionaron especialmente:
1. La visita a la Basílica de la Anunciación en Nazaret. Tuvimos la Santa Misa en la nave principal y rezamos el Angelus en la santa gruta donde la tradición asegura que vivió María y recibió la embajada del arcángel san Gabriel para anunciarle que sería la Madre de Dios. Es un matiz entrañable emplear ese especial adverbio de lugar: aquí. En el Evangelio de la misa: “Fue enviado el ángel Gabriel aquí, a Nazaret”… O en el rezo del Angelus: “El Verbo de Dios aquí se hizo carne y habitó entre nosotros”.
2. La renovación de los compromisos matrimoniales en la pequeña iglesia de Caná de Galilea, por parte de quienes habían recibido ese sacramento. Recordamos ahí con emoción que Jesús quiso santificar con su presencia la alegría de aquella boda de que nos habla san Juan y, a instancias de su Madre, garantizó con un especial signo que no faltase el buen vino en la fiesta. Otro tanto se podría decir de los compromisos bautismales que renovamos todos junto al río Jordán.
3. El poderoso silencio, sólo interrumpido por el ruido de algunas gaviotas cuando, encima de una barca en lo profundo del mar de Galilea, meditamos el encuentro de Jesús con Pedro y los otros discípulos en las inolvidables noches de tempestad que narran los evangelios.
4. La misa en el Cenáculo de Jerusalén, donde a los trascendentales eventos de la Última Cena y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, para nuestro pequeño grupo se añadía el íntimo y familiar recuerdo de la última misa celebrada antes de fallecer a su regreso a Roma, por el beato Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei, en su único e histórico viaje a Israel en marzo de 1994.
Tendría que añadir muchas otras cosas, pero lamentablemente no dispongo de espacio. Sólo dos palabras latinas para terminar: Deo gratias!
Santa Fe, Ciudad de México, marzo de 2016