Читать книгу Ciudadanos de las dos ciudades - Francisco Alberto Cantú Quintanilla - Страница 8
ОглавлениеPríncipe de la paz
“Mi paz les doy”
En la Noche Buena, la liturgia de la misa nos propone un texto en el que el profeta Isaías describe con intensos oráculos su visión del futuro rey que habrá de salvar al pueblo elegido. Entre sus cualidades hay una de singular belleza. El anhelado Mesías será “Príncipe de la paz”.[1] Efectivamente, queridos hermanos, la noche bendita de Navidad, según nos cuenta san Lucas, los ángeles que anuncian a los pastores la noticia del nacimiento del Salvador, proclaman gozosos: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.[2] Nuestro Señor ha venido a la tierra para establecer un reinado de paz. Un reinado que, comenzando en este mundo por medio de la Iglesia, alcance su plenitud en la vida eterna.
La fiesta de Cristo Rey que pone fin al año litúrgico y la ya cercana celebración de la Navidad nos invitan a reflexionar sobre esta importante dimensión de la obra de Cristo y, consecuentemente, de sus discípulos. Él ha venido, insisto, para llenarnos de paz: “La paz les dejo, mi paz les doy”,[3] afirmó a los más íntimos en la Última Cena.
El papa Francisco nos lo recuerda tenazmente:
La paz no “se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas en pugna. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”.[4] En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia.[5]
Siendo esto así de claro, nos causa una gran pena constatar que este precioso bien –la paz– tan delicado y frágil, sea constantemente roto por los hombres. ¡Qué frustración e impotencia nos provoca, un día y otro, la dramática violencia que impera en amplias regiones de nuestro país! Al contemplar tanto sufrimiento nuestra sensibilidad cristiana no puede permanecer indiferente. y es lógico que nos preguntemos: y yo, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo aportar para mejorar aunque sea un poco este terrible panorama? ¿Cómo conseguir que la riqueza de la paz de Cristo no quede arrinconada en el cofre de nuestras almas, sino que sea compartida y multiplicada en la vida de otras personas?
Tres propuestas
Se me ocurren tres cosas muy puntuales y al alcance de todos. En primer lugar, acudir con fe segura y esperanza inconmovible al Príncipe de la paz para que actúe en los corazones de los hombres infundiendo sentimientos de concordia y reconciliación. Lo que para nosotros es imposible, no lo es para Él. Hagamos todos un nuevo esfuerzo por reconciliarnos, por acercarnos a quienes, por las razones que sean, la vida nos ha distanciado (más o menos amargamente) en este año que termina. Luego, otro propósito, acentuemos nuestro afán de reparación. Levantemos con nuestra oración, nuestro sacrificio y con nuestro diario trabajo bien hecho, una gran columna de incienso que perfume y desagravie al Señor por las múltiples ofensas que recibe con esos actos de odio, violencia e injusticia. Y, en tercer lugar, podríamos empeñarnos en ser, en el lugar concreto que ocupamos en la sociedad, “sembradores de paz y de alegría” como siempre predicó san Josemaría Escrivá.[6] Dar un tono menos enfático y crítico a nuestras conversaciones, buscar una amable disculpa para quien haya dicho o hecho alguna tontería, dar un giro positivo y alentador, más cristiano, a las situaciones difíciles que puedan presentarse en el ambiente donde nos desenvolvemos.
En una homilía dirigida en la solemnidad de Cristo Rey, nuestro patrono proclamaba: “Si pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle nuestro corazón. Si no lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo sería vocerío sin sustancia cristiana”.[7] Y, acto seguido, proponía algo muy práctico: ejercitarnos diariamente en el espíritu de servicio: “Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey y, por Él, a todos los que han sido redimidos con su sangre”.[8] Meditemos despacio estas palabras y obtengamos consecuencias.
Que la Virgen Santísima, Reina de la paz, nos ayude a difundir con obras y de verdad la paz de Cristo. En las próximas fiestas y siempre.
Santa Fe, Ciudad de México, noviembre de 2015
[1] Isaías 9, 5.
[2] Lucas 2, 14.
[3] Juan 14, 27.
[4] Pablo VI, Populorum Progressio, núm. 76.
[5] Francisco, Evangelii gaudium, núm. 219.
[6] San Josemaría, Es Cristo que pasa, núm. 30.
[7] Ibidem, núm. 181.
[8] Ibidem, núm. 182.