Читать книгу La Argentina después de la tormenta - Francisco de Santibañes - Страница 10
¿Una nueva guerra fría?
ОглавлениеLa segunda tendencia que está transformando el sistema internacional es la disputa estratégica entre los Estados Unidos y China. Como ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de la historia, cuando emerge una nueva potencia mundial se desencadenan una serie de mecanismos por los cuales los grados de incertidumbre y de conflictividad tienden a aumentar. Ante la aparición de un Estado con la capacidad de dominar su propia región, Washington podría perder su condición de potencia hegemónica.
Estados Unidos es el único poder hegemónico, porque ha logrado dominar militarmente su propia región, el hemisferio occidental. Disfruta, entonces, de la seguridad que le brinda su situación geográfica y puede intervenir con cierta facilidad en otras áreas geográficas sin temer demasiadas retaliaciones en su territorio. Sin embargo, si China logra alcanzar la misma condición dominante en el sudeste asiático, Washington perderá esta tranquilidad.
Según el académico estadounidense John Mearsheimer, la necesidad por mantener la condición hegemónica es lo que lo llevó a Washington a intervenir en la Primera Guerra Mundial (para evitar que Alemania se convirtiera en el poder hegemónico de Europa), en la Segunda Guerra Mundial (para lograr que Alemania no lo sea en Europa y Japón en Asia), en la Guerra Fría (para que la Unión Soviética no dominara Europa y Asia) y en la Guerra del Golfo (para que Irak se convirtiera en el poder hegemónico de Medio Oriente).
A esto debemos sumarle la incertidumbre que genera no saber cuáles son las verdaderas intenciones de Beijing. ¿El aumento del gasto militar de China se debe a cuestiones defensivas o, por el contrario, tiene como objetivo ponerle fin a la presencia estadounidense en el mar de la China a través, si es necesario, de acciones militares? Por otro lado, en Beijing se preguntan cuáles son las verdaderas intenciones de una potencia que está estrechando lazos con las naciones que rodean a su país. Ante la duda, ambas potencias optan por incrementar su poder militar y fortalecer sus alianzas. Como consecuencia de esto, aumentan los niveles de incertidumbre y de conflictividad.
Si bien esta segunda tendencia se explica, principalmente, por los cambios estructurales del poder que observamos en el sistema internacional, la primera de las tendencias que mencionamos ayuda a acelerarla. El mayor grado de nacionalismo que se observa, tanto en la dirigencia de China y de los Estados Unidos como en las poblaciones, lleva a que la competencia estratégica se apresure.
Repasemos lo que sucedió con la aparición de la actual pandemia. Trump denominó al Sars-CoV-2 como el “virus chino” y culpó al Gobierno de Beijing por su intervención en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lejos de condenar estas declaraciones, durante la campaña presidencial los demócratas acusaron a Trump de no ser suficientemente duro con Beijing. Por otra parte, voceros del Gobierno chino deslizaron la posibilidad de que este coronavirus haya sido introducido en el territorio nacional por el Ejército de los Estados Unidos. Todo esto ha llevado a que disminuyan los niveles de colaboración (inclusive en áreas tan importantes como la salud) entre los Estados.
Esta rivalidad viene debilitando al orden liberal y a las organizaciones internacionales que lo componen, y existe la posibilidad de que estas últimas se conviertan en meros escenarios de la disputa entre las potencias. Podemos ver las discusiones en torno a la influencia que cada país ejerce sobre la OMS, un organismo que debería tener un perfil más técnico que político. O el hecho de que, por primera vez en la historia, Washington haya presentado su propio candidato para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo cual parece ser parte de su estrategia para moderar la creciente influencia económica que China viene ganando en América Latina.
Una posible objeción a mi argumento es que, en realidad, no vivimos en un mundo bipolar en el que dos Estados dominan el concierto de las naciones sino en un sistema multipolar en donde la participación de la Unión Europea, India, Japón o Rusia lleva a que la distribución de poder a nivel mundial –y, como consecuencia, los incentivos que enfrenta cada Estado– sea diferente a los que menciono. Podría existir, entonces, un sistema más o menos flexible del que impone la bipolaridad. Pero si repasamos la distribución del poder económico y militar en el mundo, veremos que esto no es así.
Según datos del FMI, en términos de paridad de poder adquisitivo, China representa en la actualidad el 20 % de la economía mundial y los Estados Unidos el 15 %. Los sigue India con el 7,5 %. En términos de gasto militar, los Estados Unidos destinan a sus Fuerzas Armadas el equivalente al 35 % del gasto total a nivel mundial, mientras que China destina el 13 %. Recién después aparecen Arabia Saudita, Rusia e India con aproximadamente un 4 % del total. Lo que llama la atención de estos números no es tanto lo cercano o no que se encuentran los dos actores más importantes del sistema internacional sino la distancia que los separa de los otros Estados.
Para entender la naturaleza de un nuevo sistema internacional, que ya no estará definido por la hegemonía estadounidense que prevaleció durante el orden liberal sino por el conflicto entre China y los Estados Unidos, nos resultará útil compararlo con la Guerra Fría. Una de las principales semejanzas entre ambos períodos es la existencia de armas nucleares. La aparición de estas armas cambió la naturaleza misma del conflicto entre naciones ya que transformó un enfrentamiento militar entre potencias nucleares en un acto prácticamente suicida. Esta es una lección que las potencias mundiales parecen haber aprendido desde el conflicto de los misiles en 1963 y, muy probablemente, se mantenga en las próximas décadas.
A falta de esta opción, el escenario más probable es que la competencia entre Washington y Beijing se dé en otros ámbitos (como son el político, cultural y tecnológico) y, cuando se produzca en el militar, ese enfrentamiento tendría lugar en áreas geográficas alejadas de estas naciones. Esto significa que el conflicto entre China y los Estados Unidos podría trasladarse a regiones como América del Sur, Europa, Medio Oriente y África, donde Estados próximos lucharán las batallas de las potencias.
Pero también existen claras diferencias con la Guerra Fría. Una de las mayores es el poderío económico alcanzado por China. La Unión Soviética nunca logró competir realmente con los Estados Unidos en el plano económico, tanto por el menor tamaño de su economía como de su falta de productividad y desarrollo tecnológico. Por el contrario, China ya es o está en camino de convertirse en un par de los Estados Unidos. Asimismo, en esta disputa, la ideología juega un rol menor. Esto ayudará a disminuir los grados de conflictividad, pues se enfrentan los intereses de dos Estados y no dos visiones incompatibles del mundo.