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La Argentina después de la tormenta

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Dado el panorama que he descripto hasta aquí, podemos asumir que, en los próximos años, la Argentina enfrentará un escenario más incierto que en el pasado cercano. Por lo tanto, su margen para cometer errores será menor de lo que fue durante un orden liberal que la encontró alejada de los grandes conflictos internacionales. En efecto, quizás el mayor desafío que enfrentará, tanto la Argentina como el resto de los Estados sudamericanos, sea evitar que la disputa entre China y los Estados Unidos se traslade, de manera violenta, a nuestra región.

Imaginemos por un momento que Brasil termina aliándose con los Estados Unidos y la Argentina con China (o viceversa). De suceder esto, podríamos transformarnos en algunos de los Estados por medio de los cuales Beijing y Washington podrían resolver sus disputas a una distancia segura de sus fronteras. Este sería un escenario novedoso para nuestra región, dado que durante la Guerra Fría la presencia soviética en Sudamérica fue poco relevante. Sin embargo, este no es el caso de China, que no solo tiene presencia económica considerable en los países del Cono Sur gracias a sus inversiones y compatibilidad económica, sino porque no despierta el rechazo que generó la Unión Soviética. La subsistencia de instituciones como la Iglesia católica o el mismo sector privado no depende de la presencia de China, como sí ocurrió en el caso de los soviéticos.

¿Cuál debería ser, entonces, la estrategia de un país como la Argentina ante este escenario? En principio, debería intentar mantener buenas relaciones con la mayor cantidad de países posible, pero especialmente con las dos grandes potencias. Somos un país en vías de desarrollo que necesita incrementar su comercio y recibir inversiones desde el exterior. Formamos parte del hemisferio occidental, lo cual significa que durante varias décadas más estaremos en la zona de influencia de la mayor potencia militar del planeta: Estados Unidos. Existen, por lo tanto, motivos políticos y económicos por los cuales resulta fundamental mantener una buena relación con Washington y Beijing.

Aunque la estrategia parece clara, su implementación no lo es. Y esto es, en parte, porque mantener un equilibrio entre los Estados Unidos y China dependerá de que estos acepten que la Argentina mantenga lazos cercanos con ambos. Si el nivel de conflictividad entre estos dos Estados se incrementa, llegará el momento en que tomar partido por alguno se volverá inevitable.

Si bien enfrentamos incertidumbres respecto a la evolución del sistema internacional y nuestro lugar en este, creo que deberemos seguir tres ideas rectoras. La primera consiste en la necesidad de formar una alianza con otros países de peso medio para que, de esta manera, podamos defender el multilateralismo. El orden liberal tal vez esté llegando a su fin, pero esto no significa que el mundo deba dejar de estar regido por un orden basado en reglas de juego claras. El multilateralismo nos permitirá incidir en la conformación de un orden internacional que, además de proteger nuestros intereses, debe mantener en la agenda global temas fundamentales, entre los que se encuentran la lucha contra el cambio climático, las metas para el desarrollo sostenible impulsadas por la ONU y la coordinación de las políticas económicas para evitar que se produzca una nueva depresión global.

Para que el multilateralismo sea exitoso, tendrá que adaptarse a la nueva realidad. En un orden conservador tendrán mayor éxito aquellas organizaciones internacionales que no posean grandes estructuras propias y que no le demanden soberanía a sus Estados miembros. Es probable, entonces, que foros como el G7 y el G20 ganen protagonismo, lo cual no significa que debamos volver a un modelo idéntico al del concierto de Europa. La complejidad del mundo actual es tal que requiere de organismos técnicos que puedan hacer respetar las reglas que facilitan, por ejemplo, el buen funcionamiento del comercio internacional.

Otra de las ideas rectoras debe ser el fortalecimiento de la alianza estratégica que mantenemos con Brasil. Recordemos que antes del establecimiento de la alianza, a fines de los años 70, vivíamos en una hipótesis de conflicto permanente que traía inestabilidad a toda Sudamérica. La alianza entre Buenos Aires y Brasilia ayudó a bajar los niveles de conflictividad y permitió la creación del Mercosur que, dado la posible regionalización del comercio global, debería retomar centralidad en los próximos años.

¿Cómo mejorar nuestras relaciones con Brasil? En primer lugar, por medio de la desideologización de la política exterior tanto de Buenos Aires como de Brasilia. Dado el posible traslado del conflicto entre las potencias a nuestra región, esta relación estratégica se ha vuelto aún más importante que en el pasado y su preservación debe ser una política de Estado, más allá de las diferencias ideológicas que puedan existir entre los gobiernos de ambas capitales.

Por último, para que cualquier estrategia tenga éxito, debe contar con los instrumentos adecuados para llevarla a la práctica. Como veremos a lo largo de este trabajo, la Argentina de hoy enfrenta enormes déficits institucionales, tanto dentro del Estado como en la sociedad civil. Necesitamos modernizar nuestras Fuerzas Armadas, darle mayor protagonismo a un cuerpo diplomático que puede brindarle cierta continuidad a nuestra política exterior e invertir más y mejor en la educación pública. Por otra parte, nuestras universidades y think tanks deben ser foros en los que se debata y elabore el pensamiento estratégico de la Argentina. Nada de esto será posible si antes no emerge una clase dirigente capaz de pensar y actuar sobre la base de una “cierta idea de la Argentina”.

La Argentina después de la tormenta

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