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MARIANA Y LOS JESUITAS

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José Luis Villacañas Berlanga

UN ESCRITO SUSTANCIAL Y SUS PROBLEMAS

No sabemos exactamente la fecha de los escritos sobre los jesuitas que debemos a la pluma del padre Mariana. Por eso resulta difícil identificar las circunstancias concretas a las que responden. En todo caso, no debieron ser coyunturales, sino sustanciales. Sabemos que el llamado Discurso de las cosas de la Compañía debía estar escrito en 1610, puesto que fue uno de los papeles requisados a raíz de su detención con motivo de la publicación del tratado De monetae mutatione, que vio la luz en 1609. Así que no hay una buena razón para oponerse a lo que dice Astrain en su Historia de la Compañía, a saber, que el manuscrito estaría listo hacia 1605. No tenemos constancia de que la obra respondiera a unos hechos concretos. Obedece a una percepción específica de Mariana, forjada en el curso de su acción y de su larga observación. Que estamos ante una obra que trasciende una ocasión concreta se percibe desde el momento mismo de la definición del argumento. Mariana era consciente de la relación que existía entre su obra y el tiempo. Con orgullo nos dice: «Donde quiera a la verdad, la mayor parte de la gente es vulgo, que como tal pone los ojos en lo presente sin cuidar mucho de lo de adelante».1 Mariana no escribe excitado por las impresiones del presente. Su ensayo está movido por las inquietudes de futuro y alberga la pretensión de diagnosticar males institucionales, no actuaciones puntuales, y no se venda los ojos respecto del sencillo hecho de que está nadando contra corriente. Siempre lo hizo. Los hombres como él no se enredan en un torbellino, saben apreciar los flujos profundos de las corrientes históricas, y Mariana miraba hacia ellas, no a la superficie de las cosas, cuando escribía. Lo suyo como historiador buscaba identificar lo constante, y sabía que él mismo no tenía otra ayuda que la constancia. Un hombre que siempre vivió pensando en el largo plazo de su existencia, y que se preciaba de haberla vivido sin tropiezos, no se dejaba impresionar por lo que solo vive en el corto plazo. Su Discurso de las cosas de la Compañía en verdad afecta al núcleo más esencial de la cuestión, y la prueba es que el juicio que vierte en él lo maduró desde «muchos años atrás con las personas más graves de la Compañía».2

Esta dimensión esencial concierne a la condición histórica de la Compañía. Por supuesto, Mariana, como Ribadeneira, asume que la Compañía de Jesús es una obra de Dios. Pero la diferencia entre nuestro hombre y el autor de la Vida de san Ignacio reside en que para Mariana todo su juicio está atravesado por la condición histórica de las cosas humanas, incluso aquellas que se basan en la inspiración divina. En realidad, se podría decir que la condición histórica deriva su necesidad de una relación inevitable entre la obra inspirada y su continuidad en el tiempo. Esta cuestión está muy cerca de la problemática central que Max Weber analizó: podría ser, simplemente, la dialéctica entre el carisma y su conversión en realidad cotidiana. Este problema teórico Mariana no lo abordó en su De rege et regis institutione, porque respecto de la monarquía lo decisivo es su condición tradicional. Sin embargo, la fundación de una comunidad o congregación eclesiástica es una manifestación de carisma porque siempre está inspirada por Dios. Su devenir histórico, sin embargo, muestra los límites de esta fundación y la inevitable necesidad de iniciar un período de específica racionalización posterior. De este modo, y frente a Ribadeneira, que ha vivido con la pretensión de que el carisma del fundador podía mantenerse intacto en la comunidad, al menos mientras existan miembros que como él han mamado de la leche del fundador, Mariana considera que el carisma originario no es suficiente para regir la congregación en el tiempo, y esto por razón interna de las propias limitaciones del carisma. Estas limitaciones son de diversa índole y derivan tanto de las virtudes de su propia eficacia como de las dificultades internas de todo gobierno político. Y quizá esto es lo más interesante del planteamiento de Mariana. No es el fracaso del fundador lo que hace necesario el proceso de racionalización ulterior, sino precisamente su éxito.3

«Los tiempos no son todos unos»,4 ha sentenciado Mariana con su castellano firme y vigoroso. La condición de lo que parece bueno y apropiado es cambiante y no suele coincidir lo del principio con lo que se percibe más adelante. La consecuencia que se deriva de aquí es la inevitable necesidad de abrir un proceso de reflexión crítica, sin el cual la historia acumula la degeneración y lleva a la comunidad a la corrupción y la muerte. Este razonamiento concreta la vieja intuición de la inevitable corrupción de las cosas humanas, pero implica una tesis de mayor penetración: ni siquiera las instituciones que pueden invocar la fundación divina y el ser queridas por Dios se pueden mantener meramente por esta invocación providencialista sin la ayuda de la medicina que sean capaces de producir los seres humanos. Mariana, en este sentido, se ha visto como médico de la Compañía y como entendido en el arte, sabe que el diagnóstico está sometido a una temporalidad idónea. De no llegar a tiempo, «las llagas» pueden cancerarse y tornarse incurables.5 Y ahí está él, antes de que «el agua llegue a la boca» y todo se destruya,6 ofreciéndose como punto de partida de esa reflexión.

Así que primero deberemos estudiar la fragilidad del carisma y sus límites, justo por su condición histórica y su determinación temporal. Esto nos llevará a la aguda comprensión de la contingencia histórica, en un sentido que Maquiavelo no pudo entender. En segundo lugar, deberemos considerar una dificultad acumulada, que está relacionada con la fragilidad propia de las cosas del gobierno. Y con ello llegaremos a la comprensión de una contingencia multiplicada. Sin embargo, el problema principal del escrito de Mariana no queda abordado con lo dicho. La cuestión decisiva, y la que mortifica a Mariana, es la dificultad de especificar la legitimidad de ese médico que, instalado en el medio del tiempo, carente del carisma del fundador, se lanza al proceso de racionalizar la congregación o la comunidad. ¿Cómo reconocerlo en su razón? ¿Por qué escucharlo? ¿Cómo dotarlo de confianza si ha perdido el contacto con la fundación?

CARISMA, FUNDACIÓN, INNOVACIÓN

Mariana se ha expresado sobre la obra de Ignacio con frialdad, pero no ha dejado de considerarla querida por Dios. De ella ha hablado como algo «bueno e inspirado por Dios»,7 aunque con una clausula hipotética [«dado caso»]. En un momento más solemne, en la conclusión, la ha considerado «planta escogida por Dios».8 La cuestión decisiva es que, aceptando este hecho, es preciso diferenciar aquello que en el fundador procede de la inspiración y aquello que procede de su prudencia. Debemos comprender bien lo que me atrevo a llamar el racionalismo de Mariana. Lo divino de toda obra consiste en que, a pesar de ser nueva, tenga éxito y fructifique. La dimensión carismática de una acción parte de la comprensión de su improbable éxito frente a lo tradicional y se comprende mejor en sociedades dominadas por la tradición que en las nuestras, atravesadas por una novedad cambiante. Si nos dejamos llevar de la vieja comprensión de la tradición como algo que es viejo por ser bueno, y no bueno por ser viejo, entonces debemos aceptar que la duración es la manera en que se manifiesta que es grata a Dios. Que una obra de novedad muestre que está inspirada por Dios debe manifestarse justo por su improbable éxito, pues solo Dios puede alterar la tradición que él mismo ha consolidado. Para Mariana parecía evidente que ahí residía su específico valor de inspiración, en el hecho de que pudiera superar una máxima improbabilidad. Y esto era así porque en su antropología no cabe la posibilidad de que la limitada prudencia de un ser humano produzca efectos exitosos de novedad. Incluso el fundador carismático, como hombre, no altera su escasa prudencia. Fiel al esquema aristotélico de esta virtud, sostenido por la firme comprensión de la tradición, Mariana no puede dejar de aproximar la novedad al milagro. Y acerca de la novedad de la Compañía no le caben dudas. «Los nuestros —dice— siguieron un camino, aunque bueno y aprobado de la Iglesia y muy agradable a Dios, como lo muestran los maravillosos frutos que de esta planta se han cogido, pero muy nuevo y extraordinario».9

En muchos pasajes de su escrito, este milagro es el propio de estabilizar una forma de vida que está en su comienzo y para el cual no tenemos antecedentes, la clave del rendimiento de la prudencia. Apenas se ha podido sentir más firme el peso de la incertidumbre y de la historia que cuando Mariana nos dice que respecto de la Compañía «no se ven pisadas ni camino»10 como si andasen por arenales y desiertos. Para Mariana la Compañía no solo es nueva, también está en sus principios, algo que no tiene sentido para alguien que, como Ribadeneira, ignora la condición histórica y para quien la obra de Ignacio ha salido perfecta de sus manos y se extiende entregada a su propia repetición. Para Mariana no es así. Caminar por arenales, pero como apenas lo haría un niño, esa es la doble dificultad, la que determina el milagro del éxito. Pues no hay duda: la Compañía está a «los principios». Acertar en esos principios es «cierto género de ventura».11 No puede ser obra de la prudencia. Para la novedad exitosa en la historia, la prudencia del fundador debe entenderse mínima y no determinante. El carisma por supuesto no es prudente. Su aliento procede de otro lugar. Y lo que en él cabe atribuir a la inspiración es su dirección general. «Las leyes particulares queden por la mayor parte a la prudencia del fundador y de los que le sucedieren y esta de ordinario sea muy corta, como lo dice la Sagrada Escritura, puede faltar y falta más a los principios».12 Es lógico que estas palabras produjesen escándalo en los que leyeron unos papeles que por lo demás ya estaban marcados por la sospecha. Pero Mariana tiene buenas razones para defender esta tesis y entre otras que «nuestro padre Ignacio nunca imaginó la Compañía como se halla hoy»,13 por lo que son inevitables las reformas. El aspecto humano de la novedad debe entregarse a algo diferente de la prudencia, que sirve de guía solo para lo parecido y según los antecedentes, algo de lo que carece la novedad. Y, entonces, ¿a qué puede entregarse la creación de esas esas leyes particulares de las que depende que la inspiración general se concrete?

Obviamente, en la geografía tardoaristotélica en la que nos movemos, no queda sino una cosa: la especulación. Acerca de esta ha dicho Mariana que es «fuente caudalosa de yerros y cegueras».14 Y esto es así porque Ignacio no se inspiró en las antiguas órdenes religiosas. En realidad, los jesuitas no quisieron «parecer frailes»,15 y por eso han esquivado todo lo que era la legitimidad tradicional procedente de las otras órdenes: costumbres, reglas, ceremonias y hasta vocablos. No puede sorprendernos que Mariana sea cauteloso con la especulación. Forma específica de gobernarse bajo el síndrome de la novedad y del inicio, la especulación tiene con el carisma su cercanía a la locura, desde luego, y por eso alberga peligros, extravagancias, descarríos, hasta tal punto que «es manera de ventura acertar al principio a dar en el blanco».16 La especulación que da por ventura en el blanco quedaría caracterizada como carismática. Pero, como tal, la debilidad de la especulación reside en su dificultad para encerrar una providencia, para hallar la previsión acerca de la forma de desenvolverse el tiempo. Esta debilidad afecta a las leyes particulares. Por eso Mariana avisa que quien se entrega a la especulación apenas puede esperar gobernarse por la providencia, sino por la necesidad. Debemos tener en cuenta esta modalidad, porque resulta específica de la política. Gobernarse por la providencia quiere decir seguir un plan previsto. La necesidad se presenta en una situación de urgencia que dicta lo que se está obligado a hacer para escapar a lo peor. La especulación no puede evadir este problema, aunque en su origen tenga una inspiración divina.

Esa especulación concreta ha llevado a la excepcionalidad histórica de los jesuitas, algo que Mariana no puede considerar como una virtud. Tanto es así que, en cierto modo, puede entenderse su escrito desde la voluntad de que los jesuitas converjan en su forma de gobierno con las demás órdenes religiosas y se atengan a su experiencia histórica y a sus antecedentes, regresen a una vieja y contrastada prudencia. Así avisa: «No veo que tengamos noticia alguna siquiera de una [religión] que haya acertado por el camino tan particular como nosotros seguimos».17 Sin embargo, no por ello estamos en condiciones de penetrar en qué influyó la especulación para iniciar un camino que no ha sido electivamente afín con el gobierno de la providencia y que ha llevado a la Compañía a gobernarse por la necesidad y la urgencia. Que lo ha hecho Mariana lo muestra mediante una serie de ejemplos que han obligado a cambiar las ordenanzas primitivas por no poder mantenerlas, dado el estado concreto de la Compañía. «Sospecho yo que estos puntos [de ejemplo] se han alterado por ser claros y palpables los inconvenientes y no poder llevar adelante lo que las constituciones mandan».18 Tenemos aquí otra diferencia radical con Ribadeneira, que vive anclado en la idea, más bien ilusa, de que la Compañía se ha mantenido fiel de modo escrupuloso a las ordenanzas de Ignacio.19

Mariana desea dar ejemplos de casos concretos que impugnaron las providencias originales ante las necesidades de adaptación. Pero con ello no quiere sino mostrar que la especulación no está en condiciones de anticipar la evolución histórica de una institución. Esos ejemplos con sus cambios no son alentadores. La necesidad y sus coacciones tampoco es una forma adecuada de gobierno, ni es afín a la prudencia. Es la especulación la que con su carencia de providencia exige que la institución esté a merced de la necesidad. La prudencia marca un camino histórico que evade las dos lindes peligrosas. Prudencia no es ni especulación ni necesidad. Con ello vamos llegando al punto central, pues, si la Compañía se ha visto diversas veces a merced de las coacciones de la necesidad, es por un defecto especulativo supremo en el que la especulación deja caer todas sus nefastas consecuencias. Y este núcleo de todas las dificultades de la Compañía fue la forma de gobierno elegida por Ignacio.

Mariana ha caracterizado ese gobierno en dos pasajes muy convergentes. Una vez lo llama «gobierno tan independiente y absoluto como nuestro general».20 Otra vez, muestra la dificultad añadida de acompasar la institución al tiempo variable de las cosas cuando el gobierno es de una forma: «Mayormente cuando el gobierno se reduce de todo punto a una cabeza, como se hace en nuestra religión».21 Aquí emerge la especulación y su condición trágica. Solo así se dio la novedad, pero solo así se tenía una dificultad añadida de acertar en el camino y, sobre todo de corregirlo una vez que la necesidad mostraba su rostro.

¿Pero por qué es así? ¿Por qué el gobierno absoluto de una cabeza impide la adecuada historicidad de los fenómenos institucionales? Esta pregunta es decisiva para comprender la teoría política de Mariana no cuando tiene que escribir con la esperanza de que se reforme la educación del nuevo rey, sino cuando tiene que evaluar el propio instituto al que ha entregado la vida. Y la respuesta es que esta forma de gobierno extrema las dificultades propias de toda política, y lo hace porque fomenta la desunión que impide la obra de la maduración histórica que lleva a la prudencia. Es una paradoja: la cabeza absoluta impide la unión. La hace exterior, pero «los ánimos quedan desunidos».22 Toda la metafórica de Mariana apunta a una enfermedad que sorprende en el estado de minoría de edad, de tal manera que el mal se responde con carencias reflexivas. «No saben más que quejarse y llorar, sin declarar ni responder»23 el mal que padecen. Pero cuando alguien con tino analiza los males es capaz de jerarquizar los fenómenos y entrever las causas.

Aquí Mariana es agudo y sobrio. Expone una serie de defectos, pero intenta aproximarse al centro de la araña. Ha llamado a este procedimiento la percepción de los paralogismos, y es un método para buscar lo que se esconde en el corazón de una serie de consecuencias. Muestras dolores políticos (agravios, diferencias, desuniones, persecuciones) como síntomas y al final lanza esta hipótesis: «Mírese si procede este dolor de alzarse el general y tres o cuatro en cada provincia con el gobierno, sin dar parte a los otros, aunque sean personas de las más graves y doctas que haya en la Iglesia, mírese si nuestro fundador y sus primeros generales siguieron ese estilo, […] mírese si nuestro general que hoy es se quiso autorizar demasiadamente».24 En suma, el método de Mariana es indiciario. Pero, aun sin afirmarlo de forma plena, considera que hay una continuidad en el mal gobierno desde el fundador hasta el general actual, Acquaviva, el gobierno más largo de la Compañía y el verdadero refundador de la orden y al que Silvia Moctaccio acaba de dedicar una impresionante monografía con abundantes referencia al republicanismo de Mariana.25 Esa continuidad tiene que ver con la mimesis de la especulación del fundador por los demás, que ignorantes de la diferencia entre el carisma y la historia, no miran «la diferencia entre especulación y la práctica».26

El poder no es como la plata, dice la conocida sentencia de Mariana. Por mucho acumularlo, no más se tiene. Que sea más bien como la comida, que no puede ser ni poca ni mucha, pues las dos cosas debilitan, le lleva a Mariana a mirar el poder desde la medicina. Lo primero que hace posible el correcto desarrollo del poder es la información adecuada y el consejo. Pero no hay información ni consejo sin capacidad crítica, y esta no brota si se desprestigia el desacuerdo con el superior tachándolo de inquietud, rebeldía o desunión. Y no puede haber consejo si se privilegia la especulación con el falso prestigio de ser espiritual, cuando no es sino la coartada de lo extravagante.27 En el fondo, esa inspiración pudo ser irresistible en el fundador, pero trasladarla como hábito permanente de gobierno es generar exclusividad. Asegurar esta exclusividad mediante un consejo privado, en lo que Mariana llama «gobierno fundado en sindicaciones», en el secreto. Aquí ha dejado caer toda la metafórica de la enfermedad y la ha llamado «hiel derramada por todo el cuerpo», pues promueve la delación, la sospecha, la inquietud de que todo hermano sea un «malsín».28 Con ello, las dificultades de la política, enraizadas en el pesimismo antropológico, se disparan. En España era inevitable que pronto llegaron a tocar el linaje,29 algo que Mariana considera que debería estar fuera de «gente espiritual».

En esta denuncia de una autoridad absoluta no se detiene ni siquiera en la crítica ante el papa. En el caso del nombramiento como provincial de Antonio Marcen, que también motivó la protesta radical de Ribadeneyra, por estar incurso en un proceso inquisitorial, Acquaviva recibió el apoyo de Gregorio XIII, y Mariana comenta: «Que se entiende que hizo mucho daño».30 La consecuencia de que una cabeza lo rija todo de forma absoluta y sin consejo compartido se expresa en términos de Maquiavelo: «Sabían poco de los humores de acá»,31 dice Mariana. Se refiere a que se ignoraba en Roma la decisión de la Inquisición española, que se entendía como poder soberano y que prendió al recién nombrado provincial. Por supuesto, en esta actuación, los descontentos con Acquaviva alentaron las actuaciones hispanas. Lo que se presiente tras la lectura del tratado de Mariana tiene que ver con ese desencuentro entre los de Roma y los de aquí, lo que al final implicaba el nombramiento de visitadores ajenos y la intromisión de todos los poderes. Una resistencia a la completa homogeneización impuesta por Acquaviva, eso es lo que hay detrás del tratado de Mariana, de tal modo que la finalidad pasa por reivindicar una mayor autonomía para la provincia hispana. Y esta finalidad es la que permite decir a Mariana que la orden debía reconocer por maestros a los dominicos.32 En efecto, ellos habían logrado una clara independencia gubernativa en España.

No se trata de valorar estos planteamientos desde la materialidad de las decisiones del general romano. Algunas de ellas pueden gozar de nuestra simpatía, como la licencia para editar el libro de Luis de Molina sobre La gracia y el libre albedrío.33 Lo decisivo para Mariana es que el general «no conoce la gente».34 La solución que encontró el papa, que exigió que Acquaviva visitara las cuatro provincias de España, pareció a Mariana «la mayor befa que a todos se nos pudiera hacer»,35 y desde luego incluyó al papa en su protesta por esta afrenta. Mariana veía en estos hechos una escalada y todos juntos mostraban la necesidad de reforma en el gobierno de la orden. Sin embargo, no podemos ignorar que el asunto, en su integridad, tiene que ver con el cambio de mentalidad de la orden tras ser dirigida por el primer general no español.

Cuando encaramos este sesgo de la cuestión, nos damos cuenta de la importancia de un hilo conductor en todo el escrito de Mariana: la insistencia en la especulación. «Nuestras virtudes más deben ser prácticas que especulativas»,36 pues para Mariana no cabía duda de que «los de la Compañía se crían para soldados» combatiendo en medio del mundo. Acquaviva la dirigía a una orden de estudios y de enseñanza. Mariana protesta. Esa no puede ser la función de los jesuitas. Ante todo por «no ser los de nuestra nación muy inclinados a estos estudios».37 Luego, por ser una carga excesiva para la orden. Tercero, por desmotivar a los seglares respecto de la profesión de enseñar. Este monopolio no trae sino la consecuencia de que «no se halla en España quien sepa cuatro palabras en latín».38 Sin duda, Mariana es hostil al nuevo texto de la Ratione studiorum, y su razón es que fomenta sobre todo la creatividad especulativa de los maestros en cada caso, con sus dictados propios, ese tejer y destejer de las opiniones y novedades que una y otra vez atraviesa todo el capítulo VI y que redunda en la incapacidad de poseer una impronta de orden como la han alcanzado las demás.

Hay una paradoja entre este gobierno absoluto y la creciente dispersión intelectual de la Compañía. Tiene que ver con que cada superior reproduce el gobierno absoluto del general y desea imponer su impronta con independencia de los miembros.39 Al carecer de órganos que emerjan de la comunidad, esta no se configura desde sí misma y tiende al individualismo. En cierto modo, al gobierno absoluto de los superiores responde la resistencia de los demás cada una en su dispersión. La conclusión es que «pocas cosas tenemos en nuestro gobierno asentadas, lo más está lleno de opiniones».40 Es un círculo. A más opiniones discordantes, más necesidad de un gobierno centralizado, lo que implica aumentar la dispersión de las opiniones. Y con ello llegó Mariana al capítulo central de todo el escrito, el capítulo X, que versa sobre la monarquía. Su tesis allí fue que «Llegado hemos a la fuente de nuestros desórdenes y de las disgustos que experimentamos».41 Entonces citó parte del salmo 80:14: «El jabalí de la selva la ha destruido y paciola la fiera solitaria». El general Acquaviva se comportaba como el jabalí en la selva. No era un monarca templado. «Es una fiera que lo destroza todo y que a menos de atalla no esperamos sosiego».42 Y atarlo era sobre todo asentar en la Compañía el principio aristocrático y democrático, en la mezcla propia de la constitución mixta, por mucho que la dimensión democrática caiga bajo el tabú.43 Esa fue la previsión ignaciana originaria de 1540. Esta ordenaba que para las cosas importantes se necesitara de la congregación general. En las más circunstanciales, se debían reunir todos los que estaban en el lugar en que residía el general. Y ambas cosas se debían votar por mayoría. En 1550, sin embargo, se presentó a Julio III otra constitución, según la cual «en las cosas de no tanto momento y temporales quedase todo a la libre disposición del general».44 Y esto rompe con toda idea de constitución mixta republicana que reclama que en el consejo sean muchos y en la ejecución uno.45 Y no solo de muchos, sino de muchos capaces de representar sus lugares. Y al romper con este modelo ideal de constitución mixta cae en tiranía, en el gobierno por aficiones.46

Vemos así que Mariana aplica de forma coherente y rigurosa sus principios políticos, ya analizados en Del rey y de la institución regia, al problema del poder en el interior de la Compañía, que no duda en considerar despótico y doméstico y sin ley, cuando debía ser político, capaz de atender a lo general y no solo a lo particular mediante cuerpos representativos. Esto es una intensificación del poder monárquico familiar que tuvo Ignacio, irrepetible y carismático, pero, a pesar de todo, limitado, en la medida en que incluso lo que él dejaba a los provinciales se resolvía ahora desde el general. Y lo peor de todo es que este modelo era mimetizado por todos los demás órganos, bloqueando las corporaciones que debían servirle de consejo. Que Mariana está hablando de gobierno tiránico apenas podemos dudarlo. «Aunque todos se juntasen en un parecer, puede el superior hacer y hace lo contrario», asegura.47 De este modo, se condena a la hostilidad entre la cabeza y la comunidad. Y la consecuencia es que ni el consejo puede darse ni el ejecutivo puede ser eficaz.

Toda la fenomenología del gobierno errado emerge de aquí. Falta de consenso, elección errada de cargos que privilegian a la gente menuda que por arribismo defiende las decisiones arbitrarias, selección inversa, condescendencia («saben lamer a sus tiempos», dice Mariana),48 falta de castigo, desconfianza, circulación de informes secretos, calumnias, delaciones (a las que dedica todo el capítulo XIII), archivos y dosieres (que Mariana exigirá que se quemen),49 perpetuación en los cargos, disfuncionalidad, falta de conocimiento de las circunstancias concretas, promoción de la mediocridad,50 retracción de la gente sobria y grave, que deja el campo abierto a la gente entrometida, pero sobre todo lo más grave, la imposibilidad de consensuar reformas con las que salir del desconcierto.51 Para ultimar esta descripción que tan familiar resuena, Mariana comenta el decreto del papa de que los cargos fueran de tres años. «No se hace sino dar la vuelta por los mismos»,52 lo que hoy se llaman «puertas giratorias», y además con la misma condición de que los «hombres graves siempre quedan excluidos».53 La carencia de representatividad de los cargos se hace así fatal.54 Y esto por una ley de la política inmutable: «Que toda república es cosa forzosa que tenga por enemigos todos aquellos que se ven excluidos de las honras comunes».55 Este comentario alcanza conciencia nacional por cuanto Mariana comparte la evidencia de que «la nación española está persuadida queda para siempre excluida del generalato».56 Con firmeza, asegura Mariana que con esta convicción la Compañía no puede tener paz. Muy consciente de este aspecto nacional de la cuestión, Mariana ha exigido que las congregaciones que demanda no se realicen solo en Italia, como hasta aquí, pues en este caso «los italianos se están en sus casas y las demás naciones son forzadas a pasar muchos trabajos y hacer grandes gastos para juntarse en congregaciones».57

Mariana no fue el primer jesuita que usó de la parresía. Con admiración inequívoca habla de Acosta, el gran cronista de Indias, y el uso que se hizo contra él de los archivos secretos, ante la voluntad de convocar congregación. Su petición es inequívoca. Que el general se atenga a lo común y que «lo particular que depende de mayor noticia que allá se pueda tener, lo remita a las provincias».58 El veredicto final es que todos estos males bastan para que «Dios hunda la Compañía».59

NI SIQUIERA UN SAN PABLO

Justo por eso, para garantizar su continuidad en el tiempo, se requiere una nueva prudencia. ¿Pero cómo lograrlo? Con estas preguntas Mariana ha conocido la dificultad de una problemática muy central: ¿cómo la crítica no aumentará la crisis? ¿Cómo será eficaz? ¿A qué autoridad apelará? ¿Cómo impondrá a la comunidad? ¿Cómo generará consenso? Esta dificultad es la que le lleva a decir con crudeza: «Si bien fuere un san Pablo, siempre le tendrán por extravagante, por inquieto y perturbador de la paz».60 ¿Pero, si en efecto pone en el ojo una enfermedad y su informe es desprestigiado de este modo, cómo evitar que la enfermedad tenga efectos letales? Veamos ante todo este punto, pues sin duda está relacionado con la sustancia de la religiosidad de Mariana y su forma de entender lo profundo.

Para entender este asunto debemos recordar lo que Mariana hace cuando identifica el mal central de la Compañía. Entonces cita el salmo 84. Todo este salmo determina el espíritu del escrito y su final es significativo para entender la posición de Mariana. Una heredad protegida por Dios ha sido hollada por esa fiera solitaria. El versículo 15 dice, en una versión del siglo XVIII de la Vulgata latina: «Dios de las virtudes, vuelve: mira desde el cielo y atiende y visita esta viña. Y acaba de perficionar la que plantó tu derecha y mira al hijo de hombre que afirmaste para ti». Es probable que Mariana se acordase del salmo de la viña justo después de hablar de las granjerías y de la posibilidad de que la Compañía mejorara sus rentas con cultivos de vida. Pero, en todo caso, este espíritu profético de los salmos, que siempre es portador de cierto carisma, se pone en Mariana al servicio de las soluciones tradicionales, y entre ellas del republicanismo ciceroniano y el que invoca a Tito Livio.61 Mariana es en este sentido agustiniano: la Iglesia visible no tiene otra norma de gobierno que la virtud republicana que mostró Roma y que Mariana recuerda.62 Allí hay concilios, pero son funcionalmente los Senados. La contradicción que señala Mariana es que exista mandato tridentino de reunir concilios provinciales y que la Compañía no reúna sus congregaciones.

En todo caso, la manera de reconocer el carisma de la crítica es uno solo: apoyarse en los salmos fundamentalmente, pero en general en la Escritura. En los momentos más trascendentales de su tratado, el espíritu crítico debe acreditarse en el espíritu profético bíblico. En otro pasaje citará el salmo 7:15: «He aquí que el impío ha parido la injusticia: concibió el dolor y parió el pecado».63 Ese espíritu transido de amargura es prueba de legitimidad porque muestra el carácter de una persona grave, en la línea de las amonestaciones de Pablo en Hebreos 12:15, justo cuando, invocando Deuteronomio 29:17, recuerda «que ninguna raíz amarga germine ni os turbe y por ella llegue a inficionarse la comunidad»,64 un texto que ya había usado el teólogo alemán Johannes Cochlaeus en su conclusión contra Lutero en su escrito XXI articuli anabaptistorum monasteriensium, en la edición de 1534, en casa de Petrus Plateanus.

Pero, en realidad, la cuestión de la crítica reside en definir un sentido de eso que el salmo llama «perficionar». Y esto pasa por una cosa: regular las congregaciones generales y sus tiempos.65 Solo ellas pueden «mudar constituciones, si fuera conveniente».66 Desde luego, Mariana es cauto llegado a este punto y reconoce que tan malo es el espíritu que desea mudarlas a cada hora como el que no las muda nunca. Y esto es así por la historicidad inevitable de las cosas humanas, que imponen sus cambios de tal manera que, o bien se hacen formales, o bien se introducen como alteraciones que impone la práctica, pero que nadie aprueba. Así que las congregaciones evitan lo peor: las alteraciones que tienen lugar sin autoridad67 y de las que nadie tiene control, cuya degeneración obliga siempre a solicitar la intervención de poderes superiores papales. Y de la misma manera que el general absoluto se imita en provinciales absolutos, el general con congregación se debe imitar en los provinciales con la suya. Solo ellas pueden ofrecer claridad a las relaciones entre la cabeza y la comunidad, y para Mariana esa claridad es «en todo gobierno buena y aun para la satisfacción de todo punto es necesaria».68 Solo esta claridad puede llevar a un gobierno legítimo, que para Mariana no es sino «que haya satisfacción de parte de los súbditos».69

A pesar de todo, un tabú le impide a Mariana y limita su parresía. El lector de su escrito lo ve en dos detalles: la intensificación de la monarquía absoluta en el gobierno de la monarquía se hace a semejanza de la intensificación monárquica del papado. Mariana no puede pronunciar esta analogía. Sin embargo, puede sugerirla a través de tres detalles. Primero, cuando señala que, a pesar de que la Compañía tiene leyes, «casi en todas puede el general dispensar».70 Este poder de dispensa del general respecto a la regla general es imitación de la capacidad papal y, como en su caso, conduce directamente al desprestigio de la ley y a su proliferación sin número,71 lo que no hace sino intensificar el fruto de la especulación, que es la peor consejera para la tarea legislativa. En segundo lugar, todo el escrito asume que hay una hostilidad del general a convocar congregación general, semejante a la reserva permanente del papa a convocar concilio. En tercer lugar, aplicando al general una reserva que por imitación del papa le hace impune: que la Compañía, como verdadero superior le pida cuentas, algo que él mismo debía desear según dice el Libro de los Proverbios 21:15: «La alegría del justo es hacer justicia». Estas tres condiciones tienen la previsión de impedir que el general mimetice la figura del papa, consciente de que, según este espíritu, las congregaciones jamás llegarán a reunirse.

Pero, aunque el tabú funciona, Mariana llega hasta el límite y lo merodea de tal manera que nos ha dado señales de que lo ha identificado. Todas las veces que reivindica la autonomía de las provincias en el capítulo XVI, se refiere a Roma en términos genéricos, y habla del «celo grande de llevar adelante su monarquía los de Roma»72 o de que «los de Roma, con tantos negocios se confunden».73 No cabe duda de que Mariana ha querido hablar en estos términos para identificar el corazón del dispositivo gubernativo que afecta gravemente a la Compañía. En este sentido, ha querido aplicar su esquema de gobierno republicano a la Compañía de Jesús. Por supuesto, esta comprensión del general como un segundo papa prolifera en los provinciales y expande los males de lo que en cierto modo ha valorado como una tiranía de modo implícito.

Llegamos al final. No sorprende en Mariana que su discurso resulte atravesado por un profundo espíritu bíblico asentado en los salmos. Sorprende que este sea el único camino para forjar un espíritu capaz de mejorar el carisma del fundador y transformar reflexivamente la vida de la Sociedad de Jesús. Desde este punto de vista, su parresía no procede del mundo latino, sino del espíritu profético judío. Sin embargo, su tesis más profunda es la de Agustín: las instituciones de la Iglesia visible deben gobernarse según las virtudes republicanas de la constitución mixta, porque respecto del gobierno de los humanos la virtud es una y la misma: prudencia. Pero, junto al sufrimiento y la amargura, junto a la formación del espíritu bíblico, todavía hay un punto que le aproxima a la dimensión profética y que legitima su crítica: verse cerca del juicio de Dios de tal manera que ofrece evidencias de que se halla libre de aspirar a las ventajas de una lucha política. De ser una planta escogida por Dios, la Compañía está en peligro de «perderse en breve tiempo y del todo arruinarse».74 En este sentido, Mariana se comporta como un ilustrado y no puede soportar que el final de su vida coincida con el final de su institución, justamente la actitud antitiránica por excelencia. En esa voluntad de mantener abierta la historia más allá del final de la propia historia que ya se anuncia, Mariana ha mostrado que su vinculación a la historia como constitución de las cosas humanas no procedía de la especulación, sino la necesidad de mantener viva la prudencia. Esta vive de la continuidad y la necesita. Y de este modo ha iluminado las premisas morales y antropológicas del republicanismo con plena conciencia.

1 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, en Obras del Padre Juan de Mariana, Atlas, Madrid, 1950, p. 595, 1.

2 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 595, 4.

3 «Nuestro padre ordenó sus cosas para poca gente, como se ve claro en sus bulas y constituciones, y para hombres perfectos»; Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 614, 169. Por eso en cierto modo gobernó la Compañía como una casa y un padre. «Mas en tanta muchedumbre […] el gobierno no puede ser tan paterno»; Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 614, 168.

4 Íd., ibíd., p. 596, 10.

5 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 596, 8.

6 Íd., ibíd., p. 596, 12.

7 Íd., ibíd., p. 596, 6.

8 Íd., ibíd., p. 617, 195.

9 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 596, 6.

10 Íd., ibíd., p. 596, 6.

11 Íd., ibíd., p. 596, 9.

12 Íd., ibíd., p. 596, 6.

13 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 612, 147.

14 Íd., ibíd., p. 596, 6.

15 Íd., ibíd., p. 596, 7.

16 Íd., ibíd., p. 597, 14.

17 Íd., ibíd., p. 597, 15.

18 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 596, 7, 14.

19 Eso no quiere decir que Mariana sea crítico con todas las disposiciones de las Constituciones ignacianas. En absoluto. Respecto de la educación de los novicios exige atenerse a ellas y critica las nuevas prácticas, demasiado contemplativas, teóricas y especulativas, frente a la dimensión práctica y militantes que tenían las disposiciones originales. Cfr. todo el capítulo 5, 599-601, donde de nuevo vuelve a insistir sobre el problema de la especulación como deformación de la Compañía. Este asunto es más grave de lo que parece, como veremos.

20 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 596, 10.

21 Íd., ibíd., p. 596, 9.

22 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 614, 163.

23 Íd., ibíd., p. 597, 18.

24 Íd., ibíd., p. 597, 20.

25 Mostaccio, S., Early Modern Jesuits between Obedience and Conscience during the Generalate of Claudio Acquaviva, Routledge, 2016.

26 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 598, 24.

27 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 598, 24.

28 Íd., ibíd., p. 597, 19.

29 Íd., ibíd., p. 598, 24.

30 Íd., ibíd., p. 598, 26.

31 Íd., ibíd., p. 598, 27.

32 Íd., ibíd., p. 699, 33.

33 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 599, 34.

34 Íd., ibíd., p. 599, 37.

35 Íd., ibíd., p. 599, 37.

36 Íd., ibíd., p. 600, 45.

37 Íd., ibíd., p. 601, 47.

38 Íd., ibíd., p. 601, 48.

39 Íd., ibíd., p. 604, 76.

40 Íd., ibíd., p. 604, 81.

41 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 605, 90.

42 Íd., ibíd., p. 605, 90.

43 Íd., ibíd., cfr. p. 614, 165.

44 Íd., ibíd., p. 605, 92.

45 Íd., ibíd., p. 605, 93.

46 Íd., ibíd., p. 600, 96.

47 Íd., ibíd., p. 606, 97.

48 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 607, 106.

49 Íd., ibíd., p. 608, 115.

50 A lo que Mariana destina todo el capítulo XIV, dedicado a los premios y castigos, a la promoción de la igualdad mal entendida, a la falta de predicadores destacados y a la pérdida de relevancia de los letrados. Cf. Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 608-609.

51 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 606, 100.

52 Íd., ibíd., p. 607, 109.

53 Íd., ibíd., p. 607, 109.

54 «En la Compañía ni voz activa ni pasiva tienen los particulares en los cargos»; Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 607, 107.

55 Íd., ibíd., p. 607, 107.

56 Íd., ibíd., p. 607, 110.

57 Íd., ibíd., p. 612, 149.

58 Íd., ibíd., p. 608, 118.

59 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 609, 128.

60 Íd., ibíd., p. 596, 11.

61 Íd., ibíd., p. 610, 132.

62 «Por todas las historias se ve que siempre ha tenido por buen gobierno que haya a sus tiempos juntas de las cabezas de la república. Los buenos reyes y emperadores han favorecido siempre este gobierno, así bien como los no tales han echado por diferente camino. Yo no sé que jamás haya habido ciudad ni reino que se haya tenido por bien gobernado sin que en él haya concejo y ayuntamiento público de las cabezas, sus concesos ordinarios y sus Cortes a sus tiempos. Esto depende de la trabazón que tiene la monarquía con la aristocracia, que es el ayuda y consejo de los principales»; Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 610, 131.

63 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 613, 158.

64 Íd., ibíd., p. 613, 158.

65 Íd., ibíd., p. 611, 143.

66 Íd., ibíd., p. 611, 142.

67 Íd., ibíd., p. 611, 142.

68 Íd., ibíd., p. 611, 145.

69 Íd., ibíd., p. 614, 162.

70 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 110, 136.

71 Íd., ibíd., p. 615, 175.

72 Íd., ibíd., p. 612, 151.

73 Íd., ibíd., p. 613, 117.

74 Mariana, J. de, Discurso de las cosas de la Compañía, ob. cit., p. 617, 195.

La actualidad del padre Juan de Mariana

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