Читать книгу Guasanas - Francisco Javier Madrigal Toribio - Страница 10

El coyote y el cuervo

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A los perros el “Tuétano” y el “Pellejo” les pusieron una buena garrotiza, dizque por berse robado un queso que tía Recíproca dejó oriándose en la ventana de la cocina. Mentiras, ellos ni fueron; pero ella pensó que sí, y por eso les suministró su correptivo pasándoles una escoba por los espinazos; y encima les echó una regañada y los amenazó:

—¡Guzgos, malcriados, relambidos, pestíferos! ó —les dijo—. ¡Lárguesemen de aquí, no quiero ni verlos! ¡Y ni piensen que les voa dar su gorda con manteca, ni ora ni mañana!

Los pobres chuchos salieron en pitanza, con las orejas afónicas y los lomos siniestrados. Se fueron rumbo al cuamil, onde no los vieran chillar. El Pellejo iba diciendo:

—¿Sabes, vale? Si yo supiera quién fue el oriundo que se tragó ese queso, le arrancaba las orejas a mordidas pa irlas a echar a la leutrina, como le dicen vulgarmente al cagadero.

—¡Capaz que fue el gato, tú! —dijo el Tuétano—. ¡Yo lo vi que se estaba riendo cuando nos andaban sacudiendo!

Mientras, cerquitas de allí, en un guamúchil que estaba aguantando el solazo arriba de una lomita, llegó un cuervo con el queso de la discordia en el pico. Buscaba una rama onde sentarse a comerse a gusto su suculencia. Apenas se estaba acomodando en una horquetita, cuando llega un coyote y se sienta allí por debajito de él; se le queda viendo con cierto priánbulo, y le dice:

—¡Ay, qué pajarito tan bonito! A ver, a ver, chiquito, estienda sus alitas, pa verlo bien.

Y el otro, todo voladote, ai tá, levantando las alas pa que lo vieran bien.

—A ver, a ver, bonito… hágame unos ojitos… —dijo el coyote.

Y aistá el otro, muy creido, parpariando.

—¿Sabías tú que eres el pájaro más chulo y más ses-apil que hay en el mundo?—le dice el coyote.

Y ai tienes al otro, diciendo que sí, que sí, con la cabeza. Ñ

—¡Chulo!, ¡lindo!, ¡hermoso!, ¡sinpático!… ¿Cómo se dice? —dijo el mañoso del coyote.

—¡¡Graaaaacias!! —dijo el cuervo, abriendo el picote, y dejando cair el queso.

—¡Y el más güey, tamién! —le dijo el coyote, levantando el queso y pegando la carrera rumbo al cuamil, pa darle fondo al botín, escondido entre la milpa.

Pero al brincar la guardarraya, ¡ándale!, que va cayendo ni más ni menos que mero enfrente de los chuchos apaliados, que taban allí, echados, lambiéndose los garrotazos todavía. El Tuétano abrió los ojones y se le quedó viendo, luego dijo:

—¡¡A-ja-jay, chiquitito!! ¡Mira nomás, lo que vino a cairnos del cielo!

Y ya le iba a pegar el brinco, cuando lo para el Pellejo gritando:

—¡¡Épale!! ¡No te miadelantes! ¡Hay que ser parejos! A la de una, a las de dos, y a la de ¡sobres!

Ya que se cansaron de retroativarle al coyote, dijo el Tuétano:

—Ora sí, ¡traite el queso! Mitá pa ti, mitá pa mí, y… ¡ni quién se acuerde de la paliza! —y se pusieron a jambar con entusiasmo.

El coyote, como pudo, se arrastró hasta la sombrita del guamúchil onde ya lo estaba esperando el cuervo, que carcajiándose de la risa le dijo:

—Nomás por ver cómo te suministraron ese anticorrosivo (quiso decir correptivo), ¡bien vale un queso!

¡No hay crimen inmune, pues!

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