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La chicharra y el hormigo

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Pos, que estaba una chicharra prendida de una rama del cirgüelo, a cante y cante y cante y cante. Abajo, en la raiz del cirgüelo, había un hormiguero de onde salía una hilerona de hormigas arrieras que andaban a talache y talache y talache. Redepente, que dice un hormigo cabezón… voltió parriba, se le quedó viendo a la chicharra, y dice:

—¡Ah, qué bien jeringa esa chicharrita de miércoles! ¡Ya me tiene bombo!

Y sin más priánbulo, se dejó ir parriba en friega, a reclamarle a la cantautora su filarmonidá. Llegó, se le paró junto, y le dijo:

—¿No se liace que ya fue muncha serenata?

La otra, como tenía los ojos cerrados por la ispiración, ni cuenta se dio que lestaban hablando a ella; y siguió, como si nada, cantando con destacado estilo. Eso enchiló más al hormigo, que tonces gritó:

—¡¡Eeeerrrriiiaaa!! ¡Te estoy hablando! —y paque la llamada de atención fuera más efeptiva, le soltó una patada en el mero anteproyepto. Ora sí, la trovadora se sintió interludiada; voltió, le echó encima sus ojones al hormigo, y dijo:

—¡Quiobo! ¿Y ora tú, qué?

—¿Qué no tienes quihacer? —le dijo el hormigo.

—¿Que si qué…? 6 —dijo la chicharra, bien estrañada de los ojos.

—¡Que por qué no te pones a trabajar! ¡Ya nos tienes hartos a tizne y tizne todo el día, con la misma cancioncita!

Y dice la otra:

—Pos ése es mi trabajo, ¿luego?

—¡Qué trabajo va a ser eso, hombre! —dijo el hormigo—. ¡Eso nomás es jorobarle a uno la pacencia! Trabajo, lo que nosotros hacemos, de andar todo el día y toda la noche acarriando granos, semillas y pedacera de hojas y de yerbas al hormiguero. ¡Eso es trabajar!

—¿Y eso pa qué sirve? —dijo ella.

—¡Cómo pa qué…! Pa resistir el invierno. ¿Qué vas a comer tú durante los fríos, si no guardas nada? —dijo el hormigo—. Si tás pensando venir al hormiguero a mendigarnos que te demos de comer, te vas a topar en piedra, porque ¡ni maiz!

—En primer lugar —dijo la primadona—, yo no como cochinadas. Yo libo puro juguito de hojitas tiernas. En segundo lugar… ¿cuándo has visto tú chicharras en invierno, ineducado? Nosotras caducamos antes que el crudo cierzo recale por estos jértiles campos. Y en tercero…

—¡A ver, a ver, pérate! —dijo el hormigo—. ¿Cómo está eso? ¿Sabes que te vas a morir y estás cantando como si nada?

Y responde la diva:

—¡Todos nos vamos a morir! Además, cada quien se muere como le da su gana, ¿no? Tú quieres morir acarriando basura, ¡pos allá tú! Yo quiero morir entonando béllidos cántidos. ¿Cuál es el canijo problema?

—No, bueno, pero…

—Y en tercero, ¡ya no me estés chinchando! ¡Si tú no tienes quihacer, yo sí! —dijo la chicharra, ya con cierta fierocidá—. Así que, ¡ámonos haciendo pocos!

—¡Al cuerno con los artistas! —dijo el hormigo—. ¡Que los entienda su agüela! —Y se bajó a seguir talachando.

Aquella tarde cayó una tormentaza que inundó å todo el llano. El cirgüelo quedó como en medio de una laguna. Cuando dejó de llover, la chicharra voltió pabajo y vio puras burbujitas onde bía estado el hormiguero, y dijo:

—Modis viviendus, pecata minuta, ¡amén!

Y se puso a cantar con notable tenperamento y renuevada sensibilidá.

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