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La naturaleza del sapo

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Andaba un alacrán colérico mirando a ver quién quería un piquete gratis; tronaba las tenazas: ¡clac!, ¡clac!, ¡clac!. Tiraba chirrionazos con la cola, y gritaba:

—¡Ábransen, jijos del máiz, que traigo la navaja desdoblada!

Todos los que lo veían venir mejor le sacaban la vuelta, porque, como era lunes, y como a las tres de la tarde, pos ¡qué flojera!, ¿no?

El ponsóñido aquél, mientras más rato pasaba sin hallar a quién acomodarle un puyazo, más se encabritaba. Pero en eso, que devisa a un sapo chimalón que estaba aplastado en la orilla de una lagunita mirando pallá, pal otro lado, como esperando el Día del Juicio.

“¡Este ranacio inpúdico que me está apuntando con la retaguardia es el que me las va a pagar!”, pensó el alacrán. Y se le fue acercando poco a poco por detrás, sin hacer ruido.

Como los sapos tienen los ojos en la mollera, pueden ver hacia todos lados;

por eso, este sapo nomás hizo así con la cabeza, le clavó los ojones al alacrán, y le bramó:

—¡Quiobo, qué…! ¡Quién vive!

Al oír aquella vocezota de jarro rajado, el alacrán se arrugó todito, y le contestó:

—Este… no, pos… yo nomás quería decirle a usté que si no me quiere dar un raite pallá, pa la otra orilla de la laguna, porque voy a vesitar a una tía que tengo por allá, del otro lado.

—¡Ah, pos sí, cómo no! —dijo el sapo—. Trépeseme al lomo y agárrese bien.

El aráñido se le trepó, pensando: “¡Al ratito, que se descuide tantito, me lo jinco!”

El sapo brincó al agua y empezó a nadar chiflando “Los caballos panzones”. A

Al alacrán, redepente le entró un poquillo de protuberancia y pensó: “¡Mmmh…! semiace que esto estuvo muy fácil… ¿Qué no estará posdatando algo raro este maldito paquiderno? ¡Yo mejor le pregunto!” Así que le dijo:

—Oiga, don sapo. ¿Y no le da miedo que le vaya yo a pegar una puñalada por la espalda?

El sapo, primero soltó un rebuznido de risa, y dijo:

—¡Nombre!, ¿no ves que si me picas me hundo, y si me hundo te hogas? ¡Sólo que sepas nadar…!

—¡Ah, pos deveras! —dijo el alacrán, pensando que el sapo tenía razón.a

Pero luego, ya nomás pa él, pensó: “¡Chin!, eso sí no lo había yo carculado. Pero, ¡por lo menos una vanpirizadita, sí se la doy!” Así que, ya nomás por darle un calambrito al sapo, le dijo:

—Oiga, don sapo, pero… ¿qué tal si mi naturaleza me traiciona? ¿Qué tal si no me puedo aguantar y se me va un puyazo y me lo perjudico?

—¡Pos, ya estaría! —dijo el sapo—. Esperemos que no “te traicione tu naturaleza”, pues.

Cuando iban como a media laguna, el alacrán - ya se andaba quedando dormido; en eso, el sapo se pega el sacón y se pone a gritar:

—¡Ay, me picates!, ¡me picates!, ¡me picates!

El alacrán quedó pataliando en el agua, diciendo:

—¡Nues cierto! ¡Nues cierto! ¿A qué oras te piqué?

—No, nues cierto… —dijo el sapo—. No me picates. Pero si no le hago tantito al cuento, luego me remuerde la concencia —y se fue nadando hacia la misma orilla onde estaba endenantes, dejando al alacrán aquel dando ora sí que como quien dice, puras patadas de hogado.

Al salir del agua, el sapo pensó: “Bueno… con éste van catorce ponsóñidos que cain en la tranpa. A ver si el siguiente no se tarda munchote, porque luego me aburro. A veces yo sí quisiera llevarlos hasta el otro lado, pa que vayan a vesitar a sus tías, pero… ¿qué quieren que haga? ¡Mi naturaleza me traiciona, pues!”

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