Читать книгу Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida - Страница 5

UNO

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El sol de mediodía se reflejaba en la cara bronceada de Fabián produciendo, aun con el frío de noviembre en el norte del país, que el sudor corriera por su frente y bañara sus hombros descubiertos mientras se encontraba en el corral de la hacienda alimentando a los animales próximos a ser cargados en camiones para su venta en el vecino país del Norte.

Fabián se crió desde su nacimiento en la hacienda Los Laureles propiedad de don Luis Rodríguez; es nieto de la cocinera del lugar, quien se hizo cargo de él desde hace ya dieciocho años ante la partida de su madre, a quien solo ha visto en unas cuantas ocasiones ya que vive en la carretera, según dicen. El hacendado se encargó de que aprendiera a leer y escribir y posteriormente estudiara la secundaria. Le permitía desde muy pequeño que tomara prestados los libros de la biblioteca, los que leyó uno a uno con el transcurso de los años, aprendiendo más de lo que en una hacienda se puede lograr, y convirtiéndose en el consentido de don Luis, quien también es un amante de la lectura.

Escuchó que su abuela doña Lupe lo llamó para que acudiera de inmediato a la cocina de la casa grande de la hacienda. La casa grande de la hacienda es una casona situada al centro de una arboleda, construida a principios del siglo XX, con fachada de cantera, una enorme terraza al frente, un patio central hoy cubierto y acondicionado como estancia con una chimenea al centro, una enorme biblioteca y la cocina cuenta con acabados en talavera con una antigua estufa de leña. Ahí se presentó el muchacho.

—Mande, abuela; ¿no ves que estoy ocupado? ¿Cuál es la urgencia?

—Es necesario que vayas con Manuel a la ciudad, llega hoy la nieta del patrón y tienen que ir a recogerla.

—¿Por qué yo? ¿No puede ir Manuel solo? A mí no me gusta lidiar con niñas de ciudad.

—Cállate y métete a bañar, no puedes ir en esas fachas.

—¿Qué? ¿Será una princesa? Así me voy a ir…

Hacía ya más de diez años que la nieta de don Luis no visitaba la hacienda. La única hija del hacendado se había ido a estudiar a la capital del país hacia unos dieciocho años y solo regresó a pasar algunas vacaciones, formó una familia en la ciudad y don Luis con su esposa se quedaron solos en la hacienda. El patrón enviudó un par de años atrás, quedándose solo, en cuanto a familia se refiere, pues únicamente viaja a ver a la familia de su hija una vez al año y en la hacienda solo tiene a Fabián que todas las tardes las pasa con él en la Biblioteca leyendo o escuchando las historias de los viajes de don Luis con su mujer por casi todo el mundo y aprendiendo todo lo relacionado con los negocios; aprendió que la tierra, la mujer y el orgullo se defienden incluso con la vida; palabras sabias de don Luis que nunca olvidará y que más adelante tomará en cuenta para muchas de sus decisiones.

En el trayecto de dos horas desde la hacienda Los Laureles a la ciudad, Fabián, como es su costumbre, bombardeó a Manuel, caporal de la Hacienda y mano derecha de don Luis, con preguntas respecto a la familia del patrón. Manuel ha sido siempre muy cortante con Fabián, mas al muchacho esto no le importa y siempre intenta hacerlo hablar. Se enteró de que los familiares de don Luis vivían en la Capital del País muy lejos de ahí; que la hija del patrón, Ana Karen, se fue a estudiar y se enamoró de Jean Claude, un francés, hijo de una prominente familia con negocios de Transporte; y que se casaron siendo aún muy jóvenes, quedando Jean Claude a cargo del negocio al fallecer su padre años después y que, según se sabía, iba en decadencia por malos manejos. Al darse cuenta Manuel de que estaba ya dando mucha información y sabiendo que Fabián no olvida nada e indaga hasta conocer la verdad de todo, prefirió callar para no tener problemas después con don Luis y así siguieron durante todo el trayecto hasta llegar a la terminal aérea.

Fabián se sentía extraño y ridículo al estar en la puerta de llegada de pasajeros del aeropuerto sosteniendo un letrero que decía Paulina Dumont; situación que olvidó de inmediato al ver a una aeromoza que acompañaba a una joven de unos diecisiete años buscando entre la gente y que al acercarse lo dejó sin habla. Quedó impresionado por la belleza de Paulina, de cabello rizado castaño claro, delgada, con sus ojos azul turquesa, vestida con un conjunto blanco y amarillo, cargando un libro que, rápidamente descubrió, estaba escrito en inglés; la aeromoza preguntó:

—¿El señor Manuel Licón?

—Soy yo, señorita —se identificó Manuel, mientras Fabián extendía su mano a Paulina, quien con una sonrisa le dijo:

—¡Hola! Paulina Dumont.

—Fabián, mucho gusto, nos mandó tu abuelo a recogerte porque él está muy ocupado en la hacienda con lo de la exportación del ganado de este año.

Fabián se dio cuenta de que Paulina lo veía de arriba abajo y se arrepintió de no haber hecho caso a su abuela, dándose cuenta de que tenía el pantalón de mezclilla roto de una rodilla, las botas vaqueras llenas de estiércol, se había olvidado de quitarse las espuelas y el sombrero dejaba ya mucho que desear por lo viejo y arrugado que estaba con el uso de casi cinco años, desde que don Luis se lo regalara una navidad.

—Perdón —dijo—, no tuvimos tiempo ni de alistarnos para venir —mintió.

—Jajaja, no te preocupes, he visto cosas peores en el negocio de mi papá, sé que es parte del trabajo; ¿nos vamos? Muero de ganas de ver a mi abuelo.

Durante el regreso a la hacienda, Paulina y Fabián platicaron como si se conocieran de años; Paulina supo que él vivía en la hacienda desde niño, aunque no lo recordaba de sus anteriores visitas, que era nieto de la cocinera, y lo que más le agradó es que Fabián se expresara de su abuelo como lo hacía, con tanta admiración y respeto. Por su parte Fabián se enteró de que Paulina en unos meses terminaría la preparatoria y se iría a estudiar a Francia pasando el verano, que venía por una temporada a ver a su abuelo y que para la navidad vendrían sus papás después de tantos años. Platicaron del gusto de ambos por la lectura, de lo grande y completa que era la biblioteca de la hacienda, ya que mes a mes llegaban libros nuevos. Al llegar los esperaba don Luis frente a la casa grande, quien personalmente abrió la puerta trasera de la camioneta para que bajara su nieta, que al momento saltó a sus brazos plantándole no menos de cinco besos en el rostro y, provocando que cayera al suelo la fina texana del viejo.

—Jajaja, perdón abuelo, es la emoción de verte después de tantos meses

—Sabes que a ti te perdono todo; incluso que me tires el sombrero… Te quiero, niña. Pero pasa, cuéntame qué ha sido de ti desde la última vez que te vi, porque no me has escrito; qué grande y bella estás…

Todo esto mientras caminaban hacia adentro, dejando junto al vehículo a Manuel y Fabián, quienes se limitaron a cargar las maletas de Paulina para ponerlas en una de las más de diez habitaciones con que cuenta la casa grande de la hacienda. Después de encender la chimenea de la habitación asignada, se fueron a la cocina a tomar una taza de café de olla hecho por doña Lupe, pues ya el frío de la tarde comenzaba a sentirse.

Fabián salió después a continuar con sus labores con los animales que estaban a su cargo, no dejando de pensar en Paulina, lo bella que era y sobre todo que no era como le habían contado que eran las niñas de ciudad; estaba concentrado en su trabajo cuanto oyó una vocecilla desde el otro lado del corral y, al voltear se dio cuenta de que era Paulina que le decía:

—¿Te puedo ayudar?

Fabián nuevamente se quedó sin habla al verla con sus jeans de mezclilla metidos dentro de sus botas, blusa a cuadros, chamarra de piel y una cachucha que la hacía ver simplemente hermosa. Paulina ayudó a Fabián a alimentar a los animales próximos a exportar y a los animales de granja que se utilizan para el consumo de la hacienda; limpiaron los establos. Mientras trabajaban tenían una cerrada plática y Fabián se daba cuenta de que Paulina sabía mucho de caballos, contrario a lo que hubiera imaginado, por lo que le preguntó en dónde había aprendido sobre ellos y se enteró de que ella tenía un potro en la capital, regalo de su abuelo y que practicaba la equitación, lo cual lo cautivo aún más. Al terminar se sentaron sobre los tubos de los corrales hasta ya entrada la noche y don Luis con una linterna llegó hasta el lugar y le dijo a Paulina:

—Deja que Fabián se vaya a dormir ya, mañana es un día muy pesado porque hay que trabajar desde la madrugada y tú te irás conmigo a la frontera; no creerás que te dejaré sola aquí con este mentecato.

Y soltaron los tres una carcajada, a forma de despedida.

—Buenas noches, don Luis, adiós Paulina —se escuchó decir a Fabián.

Intriga en Los Laureles

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