Читать книгу Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida - Страница 6

DOS

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Jean Claude Dumont estaba sentado frente al escritorio de su despacho en la mansión que había heredado de sus padres en la capital del país; junto a él una copa de coñac y un habano; su vista fija en la notificación judicial que se le había hecho llegar esa misma mañana, en la que el banco requería, en ejecución de una sentencia judicial, el pago del último préstamo hipotecario solicitado, sus intereses y gastos de juicio. Jean Claude sabía perfectamente que sería imposible cubrir las cantidades a las que había sido sentenciado, por lo que las oficinas del negocio, sus bodegas y camiones, a corto plazo pasarían a ser propiedad del banco. Solo tenía dos salidas, la primera hipotecar la mansión y la segunda acudir a su suegro en el norte, lo cual ya tenía planeado y por eso le había dicho a su mujer que ese año sería bueno pasar la navidad con su padre en la Hacienda Los Laureles, lo cual de inicio sorprendió a Ana Karen, pues la relación entre su esposo y su padre nunca había sido buena, pues don Luis como una persona conservadora jamás había aceptado que su hija se casara sin haber concluido sus estudios universitarios, debido a un embarazo no planeado, que impidió a su vez que Jean Claude concluyera su educación superior. Escuchó abrirse la puerta del despacho y vio entrar a su esposa con una taza de té en la mano.

—Solo hace unas horas que se fue Paulina y ya la extraño tanto; se siente la casa tan vacía sin su ir y venir; ¿no ha llamado?

—No, a mí no me ha llamado —respondió Jean Claude, creo que sería conveniente que llames a tu padre para estar seguros que llegó bien a la Hacienda.

Diciendo esto mientras guardaba en el cajón del escritorio los documentos para evitar que su esposa se percatara de su situación financiera.

Después de que Ana Karen realizara la llamada a su padre, hablara con su hija y se enterara de que la muchacha estaba bien y muy contenta al lado de su abuelo en la Hacienda, en espera de la llegada de sus padres veinte días después, enfrentó a su marido.

—Me enteré de que despediste al jardinero y al chofer de Paulina sin consultármelo; ¿qué fue lo que pasó para que tomaras tal decisión?

—Son un par de mal agradecidos, a ese tipo de gente no les puedes ayudar porque se sienten superiores y te pierden el respeto. No quisiera hablar de eso ahora.

—Si tú así lo quieres, está bien, mañana me comunicaré con la agencia de empleos para que nos consigan un chofer y un jardinero nuevos.

—No, espera a que regresemos en enero de la hacienda, creo que de momento no tiene caso, si estaremos tanto tiempo fuera —argumentó Jean Claude, sabiendo que la verdad de la situación era otra: no contaba con dinero para cubrir tantos salarios de personal de la Mansión.

Me parece bien, aseguró Ana Karen.

—Ahora dime, Jean Claude, ¿por qué estás tan distante? Hace semanas que no me tocas, con Paulina no hablas más que lo necesario, tienes pleito con todo el personal, estás tomando todos los días… ¿Qué es lo que te pasa? Me preocupa tu actitud.

—Solo algunos problemas en la empresa que no tienen importancia, seguro estoy de que para principio del siguiente año estará todo resuelto, por ahora planeemos nuestro viaje a la hacienda de tu padre, que hace años no visitamos. Tenemos que ir de compras para llevar un buen regalo a tu papá y algo para Paulina.

Al llegar a la empresa al día siguiente, fue recibido por un grupo de trabajadores, que acompañados por un abogado le pidieron audiencia para aclarar lo de los pagos de salarios que se encontraban pendientes, pues según argumentaban los empleados, a algunos ya se les debían más de dos meses de sueldo y tenían temor de que no se les pagara su aguinaldo. Jean Claude se vio obligado a llamar a su abogado personal para que acudiera de inmediato a la empresa. El abogado siempre había demostrado a Jean Claude su lealtad a cambio de una buena remuneración económica; había sido capaz de solucionar problemas legales de maneras no tan legales, utilizando influencias y comprando en varias ocasiones a funcionarios corruptos y hoy, ante el temor de una huelga que paralizara en su totalidad el desarrollo de la empresa y con ello los mínimos ingresos que se percibían, debía hacer algo cuanto antes. Se señalaron las doce horas de ese día para una junta con los representantes de los empleados y los respectivos abogados de ambas partes. Llegada la hora, en la sala de juntas estaban presentes Jean Claude, su abogado, dos representantes de los trabajadores y un abogado contratado por ellos mismos. Este último tomó la palabra para solicitar al representante de la empresa el pago de los salarios adeudados a sus representados, la firma de un nuevo contrato colectivo de trabajo en el que se aseguraran las prestaciones de ley, comenzando por el pago del aguinaldo del año que estaba por concluir y manifestando también, que de no hacerse lo que se solicitaba, la huelga sería inminente. Jean Claude estaba pálido ante tal situación, ya que él tenía de cierta forma planeado contar con capital para el mes de enero; no de forma inmediata para el mes de noviembre, por lo que solicitó un par de días para poder enfrentar la situación, según aseguró. Las partes estuvieron de acuerdo en encontrarse de nuevo dos días después para escuchar la propuesta por parte de la empresa.

Por la noche, Jean Claude nuevamente con su copa de coñac y su habano, se encontraba en el despacho de su mansión, pensando en lo que su abogado le había manifestado pasado el medio día:

—Tienes que pagarle a tus trabajadores todo lo que les debes y sus prestaciones legales antes del veinte de diciembre, de lo contrario demandarán la huelga y podrás ir olvidándote de tu empresa; tienes que conseguir dinero a como dé lugar…

¿Cómo hacer para conseguir una cantidad de siete cifras en solo dos días? Esto abrumó a Jean Claude toda la noche y permaneció sentado frente a su escritorio, sin ir a su dormitorio a acostarse junto a su mujer. Fue ya después de las seis de la mañana cuando se decidió a llamar a don Luis Rodríguez; esa sería su última carta o perdería su empresa y con ello seguramente a su esposa y a su hija, quienes ignoraban la realidad de su situación económica, debido a que él siempre, además de ocultárselas, les aseguraba que la empresa era una de las más prometedoras y productivas del país en su ramo, gracias a sus eficientes manejos. Les decía que para él no había sido necesario estudiar administración o economía para lograr competir entre los mejores a nivel mundial.

Don Luis se encontraba en la terraza de la casa grande de la hacienda disfrutando de una taza del delicioso café de olla de doña Lupe y viendo cómo en los corrales Fabián y otros trabajadores comenzaban ya con el embarque del ganado para salir a la frontera esa misma mañana, cuando escuchó que Doña Lupe le gritaba:

—Don Luis, tiene llamada del señor Jean Claude. —Lo cual lo sorprendió por la hora, mas pensó, esta vez la situación debe ser muy dura para mi querido yerno.

—Buenos días, Jean Claude, ¿te caíste de la cama?

—Buenos días, don Luis, usted sabe que yo soy madrugador; ¿qué tal la visita de mi hija?

—Todo muy bien, pero no me llamaste para eso; ¿ahora cuanto necesitas? —respondió don Luis a secas, como buen norteño.

—Don Luis, en unos días estaremos en su hacienda y podremos hablar personalmente, solo que ahora, de manera improvisada, los trabajadores de la empresa pretenden comenzar una huelga y de momento no cuento con liquidez para solventar ciertos gastos necesarios para evitarla; si usted pudiera ayudarme con un poco de recurso se lo agradeceré toda la vida. ¿Sabe? No es fácil para mí hacer esta llamada, pero está en juego más que la empresa; está en juego incluso el futuro de Paulina, ya ve que ella quiere estudiar en París y…

—Déjate de palabrería, del futuro de Paulina yo me encargo. ¿Cuánto?

Don Luis escucho la cantidad y colgó. Esperó a que fuera hora de que el banco estuviera abierto e hizo una llamada al director para que realizara la transferencia de una fuerte cantidad de dinero a la cuenta de su yerno, pidiéndole a su vez que cancelara la tarjeta de crédito que le tenía asignada a Jean Claude Dumont, pues con lo que le estaba entregando en ese momento no la necesitaría al menos por algún tiempo.

El abogado de la empresa recibió con sorpresa la llamada de Jean Claude, quien solicitó verlo para redactar el contrato colectivo de trabajo de sus empleados y para realizar el desglose de lo adeudado a cada uno de ellos, incluyendo el aguinaldo, con el fin de pagar todo al día siguiente en la junta ya programada.

—¿Cómo lo lograste, Jean Claude? —quiso indagar el abogado.

—Soy mejor para los negocios de lo que tú crees, licenciado.

Por la tarde Ana Karen y su esposo fueron juntos a un exclusivo centro comercial de la capital, a comprar regalos para la navidad, y fue en ese momento cuando Jean Claude se dio cuenta de que su tarjeta de crédito había sido bloqueada, por lo que tuvo que retirar dinero de su cuenta personal en un cajero. Ya con otro semblante, muy cariñoso y feliz, invitó a comer a su mujer a un exclusivo restaurante francés. Le dijo que al día siguiente tenía una junta importante, pero que al terminarla mandaría por ella, para que aprovechando que su hija se encontraba de visita con su abuelo y estaban solos, pasaran el fin de semana en el hotel que ellos mismos llamaban su nidito de amor, a un par de horas de la capital. Ana Karen se sentía feliz de que su esposo hubiera ya retomado su actitud alegre. Llamó a su hija para contarle que estarían fuera el fin de semana, pero por dicho de doña Lupe se enteró de que Paulina había viajado con su abuelo a la frontera para tratar las más de cuatro mil cabezas de ganado que se exportarían ese invierno.

Intriga en Los Laureles

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