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CUATRO

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Al haber malentendido Jean Claude Dumont que su suegro don Luis Rodríguez trataba a su esposa y a su hija como viles empleadas y daba un mejor lugar a la servidumbre en la cena de navidad, salió del comedor de la casa, tomó de la cava una botella de coñac de largo añejamiento y una copa, para salir de la casa a caminar sin rumbo en la obscuridad. Impresionado por lo cerrado que se encontraba el cielo y por una temperatura inferior a los 0º C, escuchó una voz que le dijo:

—¿Qué lo trae por aquí a estas horas y con este frío, don Jean Claude?

Al volverse, vio a Manuel Licón de pie en el porche de la llamada casa del caporal. Se acerco a él y preguntó:

—¿Por qué estás solo, Manuel? ¿Y tu familia?

—Yo no tengo familia, señor, hace años que mi esposa me abandonó y se llevó con ella a mis hijos.

—No lo sabía, qué pena, perdón por la indiscreción.

—No pasa nada, don, pero dígame, ¿necesita algo o qué lo trae por aquí?

—Nada, Manuel, solo salí a respirar un poco de aire fresco y a tomar un trago a solas; ¿tú gustas?

—Pues creo que sí, es Navidad y hace algo de frío; traeré un vaso.

Se sentaron ambos en el porche de la casa del caporal, en la que vivía Manuel desde hacía ya muchos años y charlaron sobre el clima, caballos y varios temas más, hasta que Jean Claude tocó el tema de Fabián, con la intención de averiguar por qué Don Luis le tenía tanto aprecio al muchacho; Manuel contó que Don Luis tiene en gran estima a Doña Lupe, que ha trabajado por años en la casa grande y quien desde antes de la muerte de su esposo, se hizo cargo del cuidado de la esposa del patrón que estaba imposibilitada para moverse, debido al cáncer que finalmente terminó por quitarle la vida, hacía ya varios años.

Doña Lupe tenía una hija de nombre Ángela, quien a muy corta edad había quedado embarazada sin saberse de quién, contó el caporal; al parecer se metía con quien fuera, por lo que su madre decidió correrla de la hacienda, llena de vergüenza. La muchacha después regresó únicamente a dejar al niño, pues doña Lupe no la recibió, se sabe que le dijo que si ella andaba de golfa no tenía por qué recibirla y mantenerla. Desde entonces solo se le había visto por ahí un par de veces, aseguró Manuel, quien al calor de las copas comentó también que los camioneros que llegaban a la hacienda decían que Ángela se dedicaba a la prostitución.

—Es una puta de carretera, dijo el caporal despectivamente.

La mañana de Navidad, Jean Claude no salió de su habitación para el desayuno, por lo que a la mesa solo se sentaron Ana Karen, Paulina y don Luis. Doña Lupe había preparado un delicioso desayuno que Paulina apresuró casi sin platicar con su madre y su abuelo, pues tenía prisa por salir a montar con Fabián, como habían acordado la noche anterior. Los jóvenes se alejaron de la Hacienda montados en sus caballos con rumbo a la sierra que estaba totalmente cubierta por la nieve. Jean Claude los vio alejarse desde la ventana de su habitación, notando que entre risas se tomaban de la mano.

Más tarde, al terminar el desayuno, Ana Karen salió del comedor y encontró a su esposo en la estancia de la casa con los ojos vidriosos por la resaca.

—Me pareció una falta de respeto tu comportamiento de anoche, manifestó Ana Karen a manera de saludo.

—¿Falta de respeto de mi parte? ¿Hacia quién? ¿Hacia ese hijo de puta…?

—¿A qué te refieres?

—A que no voy a tolerar que el hijo de una prostituta se siente a la misma mesa que mi familia.

—No sé qué quieres decir.

—Quiero decir que ese muchacho, el protegido de tu padre, es el hijo de una puta de carretera.

—Te prohíbo que te expreses así de Fabián —intervino don Luis, que en ese momento salía del comedor.

—Papá, ¿es cierto lo que dice Jean Claude?

—Vengan los dos a la biblioteca, tenemos que hablar.

Entraron los tres en la biblioteca, don Luis y Ana Karen tomaron asiento y Jean Claude se quedó de pie como retando a su suegro, quien comenzó diciendo:

—No sé de dónde sacaste eso, aunque sí sospecho de alguien que te pudo haber contado esa historia; a nadie le consta nada de lo que estás diciendo, pero lo que sí deben saber ustedes dos es que ese muchacho y su abuela son para mí como mi propia familia y lo que se diga de ellos es como si se dijera de mí. Efectivamente el muchacho es el hijo de Ángela, quien al parecer no supo llevar muy bien su vida en su juventud; se enamoró de un muchacho que no le correspondió al saber de su embarazo y decidió mejor abandonar la hacienda ante el rechazo de su padre, y poco después doña Lupe decidió hacerse cargo de su nieto, a petición de la muchacha, para que pudiera llegar a ser un hombre de bien. Con la ayuda y el apoyo de mi difunta esposa, Fabián logró terminar su educación secundaria y hoy, aun sin contar con un maestro, estoy seguro que podría aprobar cualquier examen de colocación, en cualquier escuela de nivel medio superior. Trabaja de sol a sol y hasta la fecha no tengo ni una sola queja de él, es por eso que lo estoy enseñando poco a poco, para que en el futuro pueda hacerse cargo de esta Hacienda en su totalidad; creo que es un muchacho que tiene mucha facilidad para los negocios y el día que yo falte, será necesario una persona responsable que cuide mis intereses que en su momento serán tuyos, Ana Karen, por lo que más vale que lo vayas viendo con buenos ojos. Y tú, Jean Claude, recuerda que en días pasados ya te había advertido que soy yo y únicamente yo quien manda en esta Hacienda, quien decide quién se sienta a la mesa conmigo, y si yo decidí festejar la Navidad con ese muchacho y su abuela, solo demuestra el cariño y agradecimiento que les tengo, cosa que tú deberías intentar ganarte algún día, mas con desplantes como el de ayer, lo único que lograrás será que decida que seas tú quien no se siente a mi mesa; así que deja ya de buscar excusas para no convivir con las personas, que además de mi hija y mi nieta, forman mi familia. Te guste o no, Fabián se quedará en esta Hacienda hasta que él mismo decida irse y yo espero que eso nunca suceda, incluso cuando yo ya no esté aquí.

Jean Claude Dumont guardó silencio mientras el hacendado hablaba; sabía bien que no era conveniente contradecir a su suegro y generar un conflicto aún mayor que pudiese ocasionar en que sus planes se fueran por la borda, ya que en esos momentos el futuro de su empresa y su familia dependía totalmente de don Luis Rodríguez, aunque el viejo no lo sabía a ciencia cierta.

—Don Luis, le ofrezco una disculpa por mi forma de expresarme; comprendo que se haya molestado y comprendo también el profundo cariño y agradecimiento que le tiene a esas personas. Me tranquiliza saber que el muchacho es educado y que estuvo, en su momento, al cuidado de mi querida suegra. Con todo esto, puedo incluso ver con buenos ojos la amistad que han ya formado él y Paulina.

Ana Karen frunció el ceño y miró a su marido. Sabía perfectamente que Jean Claude jamás cambiaba de opinión tan repentinamente y que era muy difícil para él ofrecer una disculpa, por lo que se dio clara cuenta de que las palabras de su esposo eran solo para evitar más conflictos con su padre, a quien jamás se había ganado del todo. Don Luis se disculpó diciendo que tenía asuntos que atender, situación que tampoco convenció a Ana Karen ya que era el día de Navidad. Don Luis salió de la habitación comentando que los vería en el comedor a las dos de la tarde para comer. En cuanto el hacendado los dejó solos, Jean Claude señaló:

—Ese chico es un oportunista, caza fortunas, que tiene a tu papá cegado, y por si eso fuera poco, ahora está cortejando a nuestra hija. Seguramente lo que pretende es quedarse con la fortuna de don Luis y de paso lo que nos pertenece a ti y a mí, utilizando a Paulina; no sé cómo tu padre puede ser tan ciego…

—Mi papá no es ningún tonto para no darse cuenta si una persona lo está engañando. Con todos sus años de experiencia en la hacienda, siendo abogado y un excelente hombre de negocios, no creo que un muchacho de tan corta edad lo pueda manipular. Creo que estás viendo moros con tranchete, Jean Claude. Además, ¿por qué dices que está cortejando a Paulina?

—Se nota a leguas, su mirada, sus sonrisas hacia ella y al salir esta mañana a cabalgar, la tomó de la mano como si fueran ya una pareja de novios.

—Son unos niños aún, Jean Claude, cálmate y disfruta de estos días de descanso fuera de la gran ciudad y de tu oficina.

—Lo intentaré solo para no tener problemas con don Luis, pero no te prometo nada.

Salió de la biblioteca, pero no se dirigió a su habitación, sino que salió de la casa.

Manuel Licón estaba sentado frente al fuego de la chimenea de la casa del caporal, con una lata de cerveza en la mano intentando sobrellevar la resaca que lo agobiaba, cuando escuchó que llamaban a la puerta.

—Adelante —gritó, y un momento después vio entrar a Jean Claude Dumont, botella en mano.

—¿Gustas, Manuel? —dijo mostrándole la botella de fino licor.

—Creo que es justo lo que me hace falta, pase usted.

Jean Claude tomó asiento frente al fuego, sirvió dos vasos de licor y sin más dijo:

—Tienes que ponerte muy listo, Manuel, o este muchacho Fabián te dejará sin trabajo muy pronto.

—Pues si el patrón decide correrme, yo ya tengo algo ahorrado y puedo comenzar mi propio negocio de ganado lejos de esta hacienda.

—¿Tan bien te paga don Luis?

—Mire, don, a usted le tengo confianza y le puedo decir que la paga es buena, pero es mayor la ganancia que obtengo de la venta de becerros al rastro de la ciudad.

—Entonces, ¿ya tienes tu propio ganado, Manuel?

—Sí, tengo algunas cabezas que el patrón me ha vendido, una a una, y me permite tenerlas en un potrero pequeño que él no utiliza.

—¿Y eso es lo que te deja tanta ganancia? —quiso saber Jean Claude.

—Sí… pues sí y no. —Apuró su trago para servirse otro vaso lleno.

—No entiendo, Manuel, ¿sí o no es ese tu mayor ingreso?

—La verdad es que, usted sabe, el patrón tiene miles de cabezas de ganado y claro, no puede contarlas y cuidarlas todas; si se pierden una o dos pues nadie se da cuenta y hay una persona de la ciudad que compra estas cabezas de ganado que se pierden, no pide factura ni nada, solo las paga y ya…

—Una o dos cabezas. Ya entendí

—Bueno, don; tal vez algunas más

—Me interesa el negocio, Manuel…

Por la tarde el único que faltó para comer en la casa grande fue Jean Claude, lo cual no fue preocupante para los que estaban ahí. Al terminar, Fabián y Paulina pasaron a la biblioteca para iniciar con las clases de computación prometidas y ahí estuvieron hasta entrada la noche, cuando don Luis sugirió al muchacho que se fuera a descansar, pues había que continuar con el trabajo al día siguiente.

—Terminó la Navidad, muchacho —señaló.

Los jóvenes se despidieron, no sin antes acordar que seguirían con las clases la noche siguiente, al terminar con los pendientes de la Hacienda.

A la mañana siguiente don Luis estaba en la terraza con su taza de café de olla hecho por doña Lupe, cuando se le presentó Jean Claude.

—Buen día, don Luis, hace frío por el deshielo de la nevada.

—Sí, pero esta nevada es muy benéfica para la tierra.

—Don Luis, quisiera pedirle si me puede facilitar un vehículo para ir a la ciudad, quiero saludar a un amigo que hace años no visito.

—Claro, utiliza mi camioneta.

—Otra cosa, don Luis, ¿podría pedirle a Manuel que me acompañe? Usted sabe, no conozco muy bien la zona.

—Por supuesto, solo dile por favor que venga a la biblioteca antes de que se vayan, quiero hacerle algunos encargos, si no te incomoda.

—¿Cómo cree, suegro? En este momento le llamo; y muchas gracias.

Como ya se les había hecho costumbre, al terminar los pendientes en la Hacienda, Fabián buscaba a Paulina y salían a montar un buen rato y al oscurecer retomaban las clases de computación. La chica se dio cuenta muy pronto de que su alumno aprendía mucho más rápido de lo esperado. A los pocos días Fabián dominaba su nueva computadora y los programas necesarios para la administración de la hacienda a la perfección; solo le faltaba un poco de práctica en la forma de escribir, pues aún lo hacía con solo dos dedos, pero ambos sabían que eso era solo cuestión de práctica y algo de tiempo.

Paulina había sugerido a su abuelo que trajera un técnico para que le instalara internet en la biblioteca, a lo cual don Luis accedió de buena gana, puesto que todo lo que fuera necesario para que Fabián aprendiera más y le ayudara con la administración de la hacienda, para él era de suma importancia.

—Ahora que me vaya, nuestras pláticas serán solo por medio de la computadora, Fabián —dijo Paulina la noche anterior a su partida.

—Lo sé. Tendrás que tener mucha paciencia, porque soy muy torpe para escribir aún.

—Así comenzamos todos, ya verás que en poco tiempo escribirás más rápido que yo.

—¿Te parece si salimos a caminar un rato? La luna está muy bonita y la noche muy iluminada.

—Vamos, ponte la chamarra…

Los jóvenes caminaron juntos hasta el estanque, precisamente hacia el lugar en que Fabián acostumbraba leer bajo el viejo sauce; ahí se sentaron y quedaron un buen rato en silencio. Se sentía la melancolía de ambos ante la partida de Paulina a la mañana siguiente. Fue Fabián quien rompió el silencio:

—Me encantó que estuvieras estas semanas aquí, ¿sabes? Nunca había tenido una amiga; creo que me vas a hacer mucha falta.

Notó que los ojos de Paulina se llenaban de lágrimas y le tomó la mano;.

—¿Vas a venir en la primavera?

—Claro, a partir de mañana voy a contar los días que falten para regresar. —Hubo otro silencio, ambos se miraban a los ojos y sin decir palabra, se besaron… Para ambos fue su primer beso.

Fabián y Manuel cargaron todas las maletas de la familia Dumont en la camioneta de don Luis a temprana hora. Ana Karen y Jean Claude agradecieron a todos su hospitalidad y subieron al lujoso vehículo dentro del cual don Luis ya estaba al volante; Paulina abrazó a Fabián y lo besó en la mejilla; sin que sus padres lo notaran, le dijo al oído:

—Te amo.

Subió a la camioneta con claras muestras de estar aguantando el llanto. Fabián se quedó al lado de su abuela mirando cómo se alejaba el vehículo y se veía claramente el rostro triste de Paulina mirando por la ventana trasera.

Hubo pocas palabras durante el trayecto hasta el aeropuerto; Paulina pensaba en las maravillosas semanas que había pasado al lado de Fabián y Jean Claude pensaba en que por fin había ya separado a su hija del peón de la Hacienda de su suegro y en el fructífero negocio que había iniciado con el caporal del lugar, gracias a lo cual había decidido no hablar con su suegro de un nuevo préstamo, por el momento.

Intriga en Los Laureles

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