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LECCION 4.ª

LA TAREA DEL ESPIRITU SANTO EN EL ORDEN DE LA SALVACION

1. Necesidad de la obra del Espíritu Santo

La aplicación de la obra de la redención no es automática ni se obtiene mecánicamente. Por una parte, el hombre pecador está espiritualmente muerto y, por tanto, es absolutamente incapaz en el orden moral para reorientarse hacia Dios y dar un correcto sentido religioso a su vida. Por otra parte, la salvación comporta un proceso personal, consciente y voluntario. Es cierto que Dios tiene toda la iniciativa de su gracia misericordiosa frente a la radical miseria espiritual del hombre, pero el hombre no es un mero receptor de salvación; ha de hacer algo. Si puede resistir al mensaje del Evangelio, también puede rendirse en obediencia al Evangelio. Sin embargo, es de capital importancia una distinción a este respecto: para resistir al mensaje, le basta al hombre con la perversa inclinación de su naturaleza corrompida por el pecado; en cambio, para no resistir, para rendirse a Cristo por la fe, para obedecer al Evangelio, necesita de parte de Dios una mirada eterna de pura misericordia, una gracia o favor dispensado a su persona, y un poder que contrarreste la mala disposición que el pecado ha introducido en su interior.

2. El Espíritu Santo en la regeneración

Cuando se analizan pasajes como Juan 3:3; 6:44; Rom. 3:10-18; 1.ª Cor. 2:14; 2.ª Cor. 4:3-4; Ef. 2:1-3,8-9; Flp. 2:13, se advierte inmediatamente la radical impotencia del hombre caído en orden a su salvación. El hombre es, por naturaleza, “hijo de ira” (Ef. 2:3), esclavo del pecado y del demonio (Jn. 8:34). Pero Cristo venció en la Cruz al príncipe de las tinieblas y le arrebató su presa, precisamente cuando era llegada la hora del poder de las tinieblas. Y fue el Espíritu Santo quien guió todos los pasos de Cristo, desde su bautismo hasta la Cruz (pues se le había dado el Espíritu sin medida, Jn. 3:34), y quien le resucitó a una nueva vida (Rom. 8:11). Cuando Cristo hubo consumado su obra en la Cruz y ascendido al Cielo, envió al Espíritu para que aplicase la obra de la redención. Y ¿por dónde iba a empezar? Para que el hombre respondiese personal, consciente y voluntariamente a la iniciativa divina, era necesario que antes recibiese una nueva vida espiritual, que naciese del Espíritu (Jn. 1:12-13; 3:3ss.) para poder ser partícipe de la naturaleza divina (2.ª Ped. 1:4). A esta regeneración obrada por el Espíritu, corresponde de parte del hombre una metánoia o transformación de su mentalidad, la cual es realizada por la convicción (“elénxei”) que el Espíritu proporciona acerca de nuestra condición pecadora. Esta convicción de pecado nos dispone a sentir la necesidad de un Salvador, pues no podemos salvamos por nuestras propias fuerzas. Es entonces cuando el Espíritu nos conduce al pie de la Cruz del Salvador. Incluso el mundo inconverso queda convicto, si no convencido, del pecado de incredulidad, de la justicia de Jesucristo, y de la derrota de Satanás, del juicio que hizo caer al demonio mientras Jesús era levantado en la Cruz en nuestro lugar (Jn. 3:14,18; 16:7-11; Ef. 4:8-9; Col. 2:14-15; Apoc. 12:9-10).

3. El Espíritu Santo en la justificación

Si la convicción del pecado, provocada por el Espíritu, lleva al arrepentimiento, la fe, comprobada en la aceptación de la justicia de Cristo, es también don del Espíritu (Ef. 2:8). El que nace del Espíritu puede ver, con el Reino de Dios (Jn. 3:3), al que levantado en la Cruz, espera la mirada angustiosa del pecador, para salvarle (Jn. 3:14-16). El Espíritu es el poder personal que enseña y arrastra al hombre hacia Jesucristo (Jn. 6:39-40,44-45). El es el que pone la sed en el corazón y el que da el agua viva que la apaga (Jn. 4:10; 6:35; 7:37-39). El es quien usa la agencia instrumental de la Palabra y la agencia ministerial del predicador, para inducir el acto de fe en el subconsciente del pecador (Jn. 3:5; Rom. 10:10,17). Así la fe no es producto de la elocuencia del predicador ni de la decisión del sujeto.

4. El Espíritu Santo en la santificación

La santificación es un andar según el Espíritu (Rom. 8:4,9,13), ser conducido por el Espíritu (Rom. 8:14). Expresamente se atribuye la santificación al Espíritu en 2.ª Tes. 2:13; 1.ª Ped. 1:2. El amor, motor y cima de la vida cristiana, es derramado en nuestros corazones por el Espíritu (Rom. 5:5), Dador de todos los dones (1.ª Cor. 12:4). Y suyos son todos los frutos de la vida cristiana (Rom. 6:22, comp. con Gál. 5:22-23).

5. El Espíritu Santo y la glorificación del creyente

El que come, por fe, a Cristo, queda sellado para la resurrección (Jn. 6:54). Este sello es la impresión del Espíritu Santo (2.ª Cor. 1:22; Ef. 1:13; 4:30), pues El es quien resucitará a los creyentes muertos como resucitó a Jesucristo (Rom. 8:11, comp. con 1.ª Cor. 15:45), cuando se perfeccionará nuestra redención (Flp. 3:11,14,21; 1.ª Jn. 3:2).

6. La obra general del Espíritu Santo

Además de estas operaciones de la 3.ª persona divina en la aplicación de la salvación, hemos de añadir que todo hálito de vida y toda gracia general se atribuyen al Espíritu de Dios: A su cobijo, surgen el orden y la vida orgánica de la tierra (Gén. 1:2); surge también la vida humana (Gén. 2:7). Con su hálito, revive Israel como nación (Ez. 37:5,9,14). El mismo Espíritu que llena a la Iglesia en Pentecostés (Hech. 2:4), está realizando la liberación de la creación entera (Rom. 8:21,23). Todo cuanto hay de bueno en el mundo, aun entre los inconversos, proviene de El y es El quien dispone las mentes y los corazones para recibir la Palabra y la salvación.

7. Dos escollos que hay que evitar

Empalmando con el pº 1 de esta lección, advertimos ahora que una perfecta conjugación de la iniciativa salvífica de Dios en Jesucristo con la cooperación personal y consciente del hombre, movido por la acción del Espíritu, nos librará de dos escollos igualmente peligrosos: el activismo pelagiano (Nomismo) y el pasivismo ultracalvinista (Antinomianismo).12

CUESTIONARIO:

1. ¿Por qué es necesaria la obra del Espíritu Santo en el orden de la salvación?2. La obra del Espíritu en la regeneración, en la justificación, en la santificación y en la glorificación del creyente. — 3. La obra general del Espíritu en el mundo. — 4. ¿Qué dos escollos hay que evitar en esta materia?


12. Para toda la materia de esta lección, ver también L. Berkhof, o. c., pp. 423-431; L.S. Chafer, o. c., III, pp. 210-224.

CFT 05 - Doctrinas de la Gracia

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