Читать книгу Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica - Francisco Luis Díaz Torrejón - Страница 10

CAPÍTULO I
Antequera en los albores
del siglo XIX La ciudad y sus contornos a través de ojos extraños

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En todo trabajo historiográfico hay dos conceptos fundamentales que deben definirse como puntos de arranque: la concreción cronológica, es decir, la determinación en el tiempo de los rangos que fijan el periodo del estudio; y la situación espacial, o sea, la delimitación geográfica del marco que circunscribe las acciones. En el presente caso, el concepto cronológico está fijado inconfundiblemente porque se limita a los años comprendidos entre 1808 y 1812, años que corresponden a la convulsiva Guerra de la Independencia. Sin embargo, la noción geográfica solo ha sido apuntada y aunque no se ignora que se trata de Antequera, conviene definir con mayor precisión la realidad local existente durante esa época.

El regreso a la Antequera de principios del siglo XIX, cuando han transcurrido más de doscientos años, solo es posible por la vía testimonial, por medio de los testimonios de sus contemporáneos. Las noticias disponibles se deben a las plumas de diversos personajes que entonces transitan por Antequera, aunque no son tantos los que se paran a describir la ciudad y sus contornos como cabría esperar.

Uno de los testimonios, ajustado por cronología a la Antequera que interesa, está datado en los últimos años del setecientos y corresponde a la observación de un viajero extranjero, predecesor de aquellos curiosos impertinentes que decenios más tarde recorrerán España de punta a punta. Se trata de Alexandre Louis Joseph de Laborde, un francés –nacido en París el 17 de septiembre de 1773– que antes de ser destinado a Madrid con la embajada de Lucien Bonaparte en 1800, ya había viajado por tierras españolas con la idea de «décrire ce pays peu connu alors et si intéressant sous plusieurs rapports»[1] .

El joven Laborde –entonces tiene unos veinticinco años de edad– viaja por el sur peninsular hacia 1798 y el itinerario emprendido le lleva a Antequera, ciudad que describe con no pocos detalles:

«Cette ville est située en partie sur une colline, en partie dans une plaine, ce qui la fait diviser en ville haute et basse. Quelques uns ont cru qu´elle fut bâtie par les maures sur les ruines de l´ancienne Singilis, qui n´en étoit point éloignée, mais le plus grand nombre la regarde, avec quelque vraisemblance, comme l´Anticaria des romains. La ville se compose de montées et de descentes; au sommet est un château bâti par les maures et qui contient l´hôtel-de-ville et deux églises paroissiales, dont une fut le siège d´un chapitre de collégiale qui a été transféré dans la ville basse. Celle-ci est unie, sans montées ni descentes, elle a un chapitre, deux églises paroissiales et plusieurs couvents, mais la ville haute est mieux habitée: la noblesse et la bonne bourgeoisie y font leur résidence. La basse-ville est principalement occupée par des laboureurs et des artisans. Antequera est le chef-lieu d´un corrégidorat: elle a un corrégidor d´épée, un alcade mayor et une population d´environ 14000 personnes»[2] .

Ante la rica información de Laborde asalta una duda: ¿son todas las noticias de cosecha propia –recabadas personalmente durante su permanencia en la ciudad– o por el contrario habían sido adquiridas en fuentes bibliográficas existentes ya entonces?

La cuestión carece de una respuesta taxativa, aunque no puede descartarse que Laborde se ilustrara en tratados de geografía y en libros de viaje, ya que al menos hay dos con informaciones muy similares a la suya: la obra en dos volúmenes titulada Población general de España, que había publicado en 1768 Juan Antonio de Estrada[3] ; y la magna colección de dieciocho tomos Viage de España, escrita por el académico Antonio Ponz y terminada de editar en 1794[4] .

De todos modos, la pluma de Laborde pinta una realidad antequerana que luego confirman otros relatos de visitantes, nada sospechosos de contaminación por la literatura geográfica y viajera. Entre ellos se incluye el texto del británico William Jacob, un personaje tan singular como enigmático que supera la etiqueta de simple viajero porque no se trata de un turista o aventurero: es un parlamentario del partido tory y traficante de armas[5] , que recorre Andalucía entre septiembre de 1809 y enero de 1810 con una misión no confesada y parecida al espionaje.

Jacob apenas permanece en Antequera un día de principios de enero de 1810 y pese a visita tan breve, sus noticias sobre la ciudad no colisionan con la información de Laborde. Según parece, Jacob solamente escribe lo que ve y lo que oye:

«The city, however, is very extensive, and being of antient date, abounds in roman and moorish edifices, which give it an appearance of great grandeur. The date of its foundation is unknown, but it is noticed in the Itinerary of Antoninus, [...]. The castle [...] is in better preservation than any moorish fortress I have yet seen, and the entrance, called the Giants Arch, is the finest specimen of their architecture. [...].There are few places in Europe in which the antiquary, the botanist, or the geologist, would find so much worthy of attention as in Antequera and its vicinity»[6] .

Aunque Jacob pergeña un dibujo de gruesos trazos y monocromo de Antequera, su testimonio vale para significar la importancia demográfica de la ciudad y la fama que ya entonces gozaba por sus riquezas arqueológicas y monumentales.

Completan la visión de la Antequera de principios del siglo XIX otros testimonios, si bien corresponden a fechas un tanto tardías del primer decenio y no se deben a viajeros propiamente dichos. Sin embargo, son noticias muy aprovechables porque contribuyen a enfocar la imagen local con impresiones de ojos que vieron la ciudad en esos momentos y cuyo aspecto urbano no era diferente al de ocho o diez años antes.

Tan escuetas como reveladoras son las palabras que escribe Auguste Alexandre de Vanssay, un joven aristócrata de veinticinco años de edad –había nacido el 30 de diciembre de 1784 en Conflans-sur-Anille[7] – y oficial napoleónico de caballería[8] , tras conocer la ciudad antequerana el 2 de febrero de 1810. Dice así:

«... nous arrivâmes à Antequera, ville grande, bien bâtie et bien habitée, [...]. La ville, bâtie sur le penchant d´une colline, me parut remarquable par la conduite des eaux, amenées de loin, à de nombreuses fontaines. Là se renouvelle le système des aqueducs souterrains; j´ai suivi, à de grandes distances d´Antequera, sans pouvoir remonter jusqu´aux prises d´eau»[9] .

Este noble de la región del Loira –hijo del marqués y mosquetero de la Guardia Real Charles de Vanssay– aporta unos datos muy interesantes porque ve a Antequera como una población con cierto nivel de modernidad, provista de agua corriente gracias a una red de cañerías, cuando la mayor parte de las localidades carecían de ello.

Aún hay otro testimonio que define la fisonomía de Antequera y su autor es un ilustre personaje, también de nacionalidad francesa: André François Miot, conde de Melito, un hombre de notable talla intelectual y larga trayectoria política, que había sido embajador en Italia y Holanda, miembro del Consejo de Estado en Francia y ministro del Interior en Nápoles durante el reinado de José Bonaparte[10] .

Miot, nacido el 9 de febrero de 1762 en Versailles[11] , cuenta cuarenta y ocho años de edad cuando recala en Antequera, incorporado en el séquito del rey José, y durante las treinta y seis horas que permanece en la ciudad –horas de la tarde del 13 de marzo de 1810 y todo el día siguiente– no desaprovecha la ocasión de recorrerla de punta a punta. Abre bien los ojos y, entre otras cosas, ve lo siguiente:

«Antequera, située à l´entrée d´une plaine qui s´ouvre au nord, est une ville de moyenne grandeur, agréablement bâtie. On y compte près de 5.000 vecinos ou chefs de famille qui, multipliés par 4, nombre représentant la famille dont le vecino est le chef, donnent environ 20.000 habitants. [...]. Le château, au midi de la ville, est originairement un ouvrage des maures, mais il reste peu de vestiges de leurs constructions. La mosquée a été changée en église sous le non de San Salvador, [...]. La porte du chàteau est d´une bonne architecture moderne, et l´on remarque même à la droite de cette porte une portion de bâtiment dans le goût italien, surmontée d´une jolie loggia, le tout d´un très-bon style. [...]. Indépendamment de ces restes d´antiquités, on voit hors de la ville, à gauche du chemin qui conduit à Grenade, une grotte connue sous le nom de Cueva de Menga. On fait remonter l´existence de cette grotte aux temps les plus reculés »[12] .

La visión antequerana del conde de Melito obedece a sus sensibilidades estéticas, y por eso se centra en los aspectos históricos y monumentales de la ciudad más que en los puramente administrativos.

Aunque las miradas de los cuatro visitantes mencionados –Laborde, Jacob, Vanssay y Miot– son casi epidérmicas porque apenas profundizan más allá de lo que ven los ojos, sus testimonios no muestran una realidad imaginada de Antequera. La convergencia de sus informaciones confirma que se trata de una ciudad grande con un casco urbano dividido entre la altura y la explanada, aceptablemente urbanizada con buenos edificios en sus calles, y con una ilustre historia atestiguada por tantos vestigios. Todos coinciden en señalar la importancia demográfica de Antequera, pero no se ponen de acuerdo en la valoración cuantitativa de su vecindario, ya que Jacob eleva exageradamente la población a cuarenta mil habitantes y Miot a veinte mil, cuando en realidad solo tenía alrededor de catorce mil quinientos[13] .

*****

Viajeros y visitantes también prestan atención al término geográfico de Antequera, que mide seis leguas de norte a sur, cuatro de este a oeste y tiene más de veinte leguas de circunferencia[14] . En tan amplio espacio se percibe un significativo contraste orográfico porque el terreno, heterogéneo en calidad y elevación, discurre de la fértil llanura a la áspera sierra.

La vega antequerana, campo abierto al norte de la ciudad, es todo un espectáculo para los ojos del transeúnte por la feracidad de sus tierras y entre los extranjeros que advierten con admiración semejante realidad se encuentra Gaspard de Clermont-Tonnerre, un coronel napoleónico –parisiense de nacimiento[15] – y edecán del rey José, que anda por allí a mediados de marzo de 1810. Este personaje, que conocía media Europa por sus campañas militares, le dedica una sencilla pero encomiástica alusión:

«La vega d´Antequera, ou la plaine qui forme son territoire, est extrêmement riche et de l´aspect le plus agréable. Elle est traversée par le Guadalhorce la rivière du pain, qui s´ouvre un passage dans les rochers à travers la Sierra d´Abdalajís pour aller porter le tribut de ses eaux à l´océan»[16] .

La vega constituye la despensa agrícola y el motor económico de Antequera por la generosidad de sus tierras en cosechas de todas las especies, pero, desde luego, no es el espacio de la comarca más atrayente para la vista de los visitantes. Ningún sitio es comparable a la Sierra del Torcal por sus formaciones cársticas, caprichosamente esculpidas por la naturaleza, que conforman un paisaje laberíntico, mágico y casi onírico, según la luz del día y la estación del año. La zona, de una legua de largo por tres cuartos de ancho y mil seiscientos metros de altitud sobre el nivel del mar[17] , siempre ha sido objeto de admiración desde antiguo, como queda patente en las palabras que a principios del siglo XVII escribía el canónigo Alonso García de Yegros:

«... es tan cerrado de peñas, árboles y otras malezas de cantos, que apenas se ha podido calar por su fragosidad y quiebras; que las peñas hacen a modo de calles seguidas y tajadas, con varias torres y pirámides, figuras de hombres, que los remates de las peñas hacen, con arcos levantados, que parece que naturaleza quiso allí representar su diversidad y poder, haciendo en aquellas peñas diversas figuras, levantando unas muy grandes sobre otras pequeñas, como que se quieren caer»[18] .

Enclavadas en este vasto territorio, así en la llanura como en la sierra, hay una serie de localidades, aldeas y lugares adscritos a la jurisdicción político-administrativa de la ciudad de Antequera, que también participan de la escenografía de esta historia: Valle de Abdalajís, Mollina, Fuente de Piedra, Humilladero, Bobadilla, Villanueva de Cauche, Villanueva de la Concepción, Cuevas Altas y Cuevas Bajas.

El marco urbano y rural de Antequera, perfilado por testimonios de la época, es el teatro de unos acontecimientos que determinan la vida de sus habitantes durante todos y cada uno de los días comprendidos entre marzo de 1808 y septiembre de 1812. Los hechos ocurridos entonces y sus incidencias sobre la población antequerana están en las páginas que siguen.

Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica

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