Читать книгу Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica - Francisco Luis Díaz Torrejón - Страница 9
INTRODUCCIÓN
España en erupción
ОглавлениеLa situación política, social y económica de España se había degenerado progresivamente durante los últimos decenios del siglo XVIII, y a principios de la centuria siguiente la realidad nacional evidenciaba una crisis crónica tan severa que amenazaba con el desmoronamiento del Estado. Las veleidades de la familia real, el gobierno despótico y clientelar del valido Godoy, la influencia de una corte aduladora y pesebrista, la improductividad de muchas miles de manos muertas y el hermetismo impuesto por una Iglesia interesada, son los principales generadores del aire viciado, casi irrespirable, que cunde por el país y que determinan la decadencia española.
La crepuscular situación hispana no es desconocida en Europa y se mira con especial interés desde Francia, la mayor potencia continental, cuyos destinos están en las manos de un hombre con desmedidos anhelos expansionistas: Napoleón. El emperador francés está al tanto de la realidad española porque dispone de información privilegiada, una información de primera mano que le proporcionan testigos directos de ella. Aunque el embajador francés en Madrid –François de Beauharnais primero y Antoine René de La Forest después– filtra un goteo incesante de noticias hacia París, son los informes secretos de Claude Philippe de Tournon-Simiane, chamberlán imperial con visos de espía, los que juegan un papel determinante en el espíritu de Napoleón[1] . Informaciones tan valiosas estimulan algo más que la curiosidad del emperador:
«L´Espagne est dans un moment de crise, [...]. L´Espagne est, je le répète, dans un moment de crise; il faut en la dirigeant la faire tourner [...]; la nation française en recueillera tout le fruit, mais il ne faut pas en perdre l´instant, les moments sont prétieux»[2] .
La crisis española –proceso degenerativo de lenta fermentación– rompe definitivamente en la primavera del año 1808, cuando la sucesión de una serie de acontecimientos precipitan el intervencionismo de Francia en la política hispana. Hechos tan escandalosos como las disputas egocéntricas de los Borbones reinantes y la pugna declarada entre los partidarios del príncipe de Asturias –el futuro Fernando VII– y del valido Godoy, expuesta al mundo en el Motín de Aranjuez, invitan a Napoleón a quitarse la máscara y descubrir su voluntad intervencionista en los asuntos de España.
Con mezquinas argucias, el emperador aprovecha la ingenuidad de los Borbones –enfrascados en disputas intestinas por la corona– para atraerlos a su terreno y conseguir que viajen a Bayona, donde la hospitalidad se convierte en secuestro. Con una estrategia tan elemental, aunque de impecable ejecución, descabeza a la monarquía borbónica y se apodera del porvenir de España.
La torpeza y la corrupción han puesto el decadente trono español en las ambiciosas manos de Napoleón que, sin escrúpulos ni miramientos, impone a los incautos Borbones su abdicación en beneficio propio. Aunque todo es consecuencia de una sucia maniobra, el emperador pretende revestir la encerrona de una aparente legalidad e intenta persuadir a los españoles con una imagen de desinteresado salvador:
«Espagnols: après une longue agonie, votre nation péressait. J´ai vu vos maux; je vais y porter remède. [...]. Vos princes m´ont cédé tous leurs droits à la couronne des Espagnes [...]. Votre monarchie est vieille: ma mission est de la rajeunir; j´améliorerai toutes vos institutions et je vous ferai des bienfaits d´une réforme»[3] .
La figura de Napoleón irrumpe en la escena española como una especie de mesías, que reclama a los españoles el reconocimiento –según sus propias palabras– de régénérateur de la patrie[4] . Su deseo es colocar la corona de España «en las sienes de otro yo mismo»[5] , es decir, en uno de su propia sangre, en un Bonaparte, y entonces lo hace en la cabeza de su hermano José, que reinaba en Nápoles desde febrero de 1806.
Nuevos protagonistas intervienen en la realidad española, y la vertiginosa sucesión de acontecimientos precipitan la crisis política hacia un estado bélico. La presencia en suelo peninsular de miles de soldados napoleónicos, que no habían cesado de cruzar los Pirineos durante varios meses, confirma la evidencia de una invasión militar. Ya nadie se engaña. No hay marcha atrás y las ingobernables circunstancias determinan que 1808 sea el año de la gran erupción de España.
Las cartas están boca arriba y la sangre de los madrileños, caídos durante la represiva jornada del 2 de mayo de 1808, se convierte en la tinta que rubrica una declaración de guerra sin clemencia ni cuartel. Las tierras de media España se erigen en campos de batalla y la sonada victoria de Bailén insufla a los españoles una energía patriótica que aboca a los ejércitos napoleónicos a replegarse hacia el norte y traspasar la línea del Ebro, incluido el gabinete ministerial y la corte del rey José. Como en pocas ocasiones a lo largo de la Historia, la batalla de Bailén había puesto de acuerdo a todos los españoles.
Sin embargo, Napoleón no está dispuesto a dar un paso atrás y su obligado viaje a España –la única vez que pisa suelo peninsular– revierte la situación con el magnetismo, casi hipnótico, que ejerce sobre sus soldados. Toma el mando de los ejércitos y con un empuje meteórico que encadena triunfo tras triunfo, apenas le basta unas cuantas semanas para sentar de nuevo a su hermano José en el trono de Madrid. Media España vuelve a ser napoleónica.
La victoria del general Castaños en Bailén, que tanto había ilusionado a la sociedad española, empieza a eclipsarse en la memoria colectiva por efecto de los últimos reveses militares y la euforia patriótica de aquellos esperanzadores días se transforma en una especie de depresión nacional, que se acentúa con el progresivo avance napoleónico por la Península. Los ejércitos españoles, sumidos en una cascada de derrotas, son incapaces de contener las evoluciones de las fuerzas imperiales y a finales de 1809, como consecuencia de la determinante batalla de Ocaña, sus vanguardias están desplegadas a lo largo y ancho de La Mancha.
Pese al derrotismo general, aún hay esperanzas en salvar a parte del territorio español del dominio napoleónico porque se confía en la barrera montañosa de Sierra Morena como un escudo infranqueable. La prensa patriótica contribuye a templar los ánimos con el anuncio de medidas defensivas y obras de fortificación en aquellas alturas serranas para potenciar su impenetrabilidad: «Los puntos de la Sierra se están fortificando para hacerlos inaccesibles a los enemigos»[6] .
Pero la realidad asesta otro duro golpe a las esperanzas españolas, pues los adversos acontecimientos demuestran que no hay obstáculos capaces de detener el empuje de las tropas imperiales. Aunque todo el mundo esperaba una firme contención en aquellas alturas favorecidas por la naturaleza, la travesía de Sierra Morena es un paseo militar para los soldados de Napoleón, sin más coste que unas pocas horas de marcha y contadísimas bajas. Cae el mito de esas montañas: «... ces redoutables défilés, entourés d´un si affreux prestige, n´étaient plus qu´un fantôme évanoui»[7] .
Sin resistencia militar españolas, las tropas napoleónicas corren a sus anchas por Andalucía y en cuestión de pocas semanas alcanzan su extremo más meridional, donde se asoman a la bahía gaditana. Salvo la ciudad de Cádiz, uno de los pocos bastiones de la España libre, las poblaciones andaluzas han caído una tras otra en poder de las armas imperiales y arrostran un futuro bonapartista.
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Los transcendentales sucesos que determinan la realidad de España desde la primavera de 1808 afectan al devenir de todas las poblaciones del reino y en el caso particular de Antequera, objeto del presente estudio, la vida interior se resiente con mutaciones que repercuten muy sensiblemente en los órdenes político, social y económico.
Pocos segmentos de la milenaria historia de Antequera son tan rico como el periodo comprendido entre marzo de 1808 y septiembre de 1812 porque durante esos cuatro años y medio, escasísimo tiempo –un suspiro– en términos históricos, los hechos se suceden por días y aun por horas sin solución de continuidad. Son años de una extraordinaria relevancia porque se paraliza la secular dinámica local con un claro intento de ruptura, inmutable desde tiempos pretéritos. Se trata del primer ensayo serio de acoso y derribo al Antiguo Régimen.
Aunque la atención argumental de este libro se concentra en la Antequera de los mencionados años, la obra es mucho más que un estudio de historia local porque el análisis de hechos, acciones y procederes no se limita al ámbito interno de la población, sino que se contextualiza en un marco general. Se trata, por tanto, de un trabajo historiográfico que conecta la realidad antequerana con otras realidades paralelas y en el mismo encuadre de espacio y tiempo, de manera que queda ensamblada en un todo y sujeta a unas vicisitudes comunes porque los acontecimientos son los mismos. Semejante planteamiento constituye un antídoto contra la deriva hacia la historia meramente localista, historia que además de ser incompleta tiende a ponderar las excelencias locales como si fueran el centro del universo.
La presente obra está sustentada sobre un notable soporte documental procedente de archivos locales, nacionales y extranjeros. Especial atención merecen las fuentes locales gracias a la riqueza del Archivo Municipal de Antequera que, sin duda, es uno de los archivos más completos y exuberantes –según mi larga experiencia investigadora– de Andalucía y aun de España.
En Antequera se ha conservado casi todo, al menos del periodo objeto de este estudio, y ello ha sido posible gracias a la responsabilidad protectora de las sucesivas autoridades municipales y sobre todo al interés conservacionista de muchas personas con sensibilidad a lo largo de decenios, que se han tomado la cosa como algo propio. Ahí estaban en funciones de archiveros –ya lo fueran o no oficialmente– Nicolás Visconti de Porras, Alberto Rojas y en particular José María Fernández Rodríguez, que en los años treinta del pasado siglo emprendió «un profundo y sistemático análisis de los fondos documentales»[8] . La tradición de buenos archiveros antequeranos ha llegado hasta nuestros días con las figuras de Manuel Cascales Ayala y de Antonio Parejo Barranco –recientemente fallecidos– y de mi amigo José Escalante Jiménez, actual propietario del cargo. Gracias a estas personas, que siempre tuvieron la consciencia del archivo como santuario sacrosanto de la Historia, Antequera es hoy una ciudad con memoria, con muy buena memoria.
Una pingüe cosecha de noticias locales apuntala el andamiaje documental de este estudio, un conjunto de referencias informativas que han sido recolectadas en las diferentes secciones que está parcelado –conforme a criterios orgánicos funcionales y principios operativos– el Archivo Municipal antequerano. Especialmente sustanciosas han resultado las noticias exhumadas del «Fondo Municipal», sobre todo de las actas capitulares del ayuntamiento y de la documentación de Asuntos militares y Secretaría; del «Fondo Parroquial», en concreto de los libros sacramentales de bautismo y de defunción; y del «Fondo Real Colegiata», o sea de las actas del cabildo eclesiástico.
Los grandes archivos nacionales también tienen un relevante protagonismo en el aparato documental de este trabajo historiográfico sobre Antequera durante los convulsivos años de la Guerra de la Independencia. Destaca entre todos ellos el Archivo Histórico Nacional, cuyos fondos de las secciones «Estado», «Consejos» y «Diversos-Colecciones» han proporcionado una información muy interesante para perfilar el marco de aquella España en guerra.
El Archivo General Militar, establecido en el Alcázar de Segovia, también está presente por medio de su sección de «expedientes personales», que constituye un instrumento de primer orden para la identificación de los actores españoles con fuero castrense de esta historia.
Asimismo, hay que constatar la relevancia de los fondos del Archivo General de Simancas, del Palacio Real de Madrid y de la Real Chancillería de Granada por las noticias aportadas sobre distintos aspectos de la Antequera de principios del siglo XIX.
El aparato documental de la obra se potencia con fuentes de procedencia francesa, que permiten profundizar en el conocimiento de la Antequera napoleónica hasta donde no alcanzan los archivos nacionales ni locales. Siendo los principales actores de esta historia de naturaleza militar, ningún archivo francés ofrece mayores recursos ilustrativos que el Service Historique de la Défense, ubicado en el célebre Castillo de Vincennes. Sus fondos constituyen un filón de extraordinario alcance documental porque entre ellos se incluyen los expedientes personales, con el formato de hojas de servicios, que aportan una inestimable información individualizada sobre los protagonistas napoleónicos. Particularmente, la investigación se ha centrado en los fondos de las subseries «GR-2Yb», que corresponde a los Registres de contrôles des officiers; y «GR20-Yc» y «GR21-Yc», que pertenecen a los Registres matricules des sous-officiers et hommes de troupes.
También han sido objeto de investigación los Archives Nationales de France, localizados en París, y se ha puesto especial empeño en los asientos documentales de la «Légion d´Honneur», donde se atesoran los historiales de los individuos –así militares como civiles– condecorados con dicha orden que anduvieron por tierras antequeranas.
Además se han focalizado las investigaciones en los Archives Départementales de France, cuyos fondos incluyen los libros parroquiales de los municipios de las correspondientes jurisdicciones político-administrativas francesas, fuentes de un inestimable valor –sobre todo, las partidas de bautismo y muerte– para la definición biográfica de muchos personajes bonapartistas que aparecen a lo largo del texto. Particularmente se han consultado los archivos de los departamentos de Aube, Bouches-du-Rhône, Cantal, Eure et Loir, Haute-Garonne, Hautes-Pyrénées, Meuse, Sarthe, Var e Yvelines.
Las fuentes hemerográficas tampoco son ajenas al aparato crítico de este libro porque han aportado un nutrido cupo documental con noticias muy interesantes, aunque en muchas ocasiones estén distorsionadas por intereses propagandísticos. Históricamente la prensa nunca había tenido un papel tan preponderante como en los años de la Guerra de la Independencia y la multitud de periódicos –surgidos entonces en una eclosión editorial sin precedente– se alinean en uno u otro bando con opiniones patrióticas o bonapartistas, que convierten sus páginas en campos de batalla donde se libra una auténtica guerra de pluma. El texto de la presente obra está enriquecido con datos originarios de periódicos de línea patriótica como la Gazeta Ministerial de Sevilla, Diario de Granada, El Conciso, Diario Mercantil de Cádiz y Gazeta de la Regencia de España e Indias; de corte afrancesado como la Gazeta de Madrid, Correo de Málaga, Gazeta de Granada y Gazeta de Málaga; e incluso de orientación napoleónica pura como el Journal de l´Empire.
Completa el aparato crítico de este estudio un extenso repertorio bibliográfico que incluye obras de muy diversa temática, seleccionadas como instrumentos de apoyo, y entre todas ellas merecen destacarse las que se encuadran en la llamada literatura testimonial, entendiéndose por tal los relatos de carácter autobiográficos con el sello de memorias, diarios y recuerdos. Estas obras ofrecen testimonios de primera mano y contienen el calor de la inmediatez, si bien presentan en su lado negativo el peligro de la subjetividad porque enfocan los hechos según la experiencia de sus protagonistas y autores. Sin embargo, pese a las posibles desviaciones por análisis sesgados de la realidad, las narraciones autobiográficas potencian la bibliografía de este libro y enriquecen su contenido.
Baste decir, por último, que se ha evitado tratar de forma abstracta a los actores que desfilan por las páginas de esta historia –tanto de naturaleza española como francesa– y, consiguientemente, la mayoría de ellos han sido personalizados con semblanzas biográficas que los transforman de personajes indefinidos como fantasmas en hombres de carne y hueso. Por tanto, la lectura de este texto va a descubrir una auténtica galería de retratos.
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En resumidas cuentas, el libro que ahora tiene el lector ante los ojos con el título Antequera, 1808-1812 y el subtítulo De la crisis del Antiguo Régimen a la ocupación napoleónica, es el primer estudio monográfico que se publica sobre la realidad antequerana durante la Guerra de la Independencia en los más de doscientos años transcurridos desde entonces. Además de la presente introducción, la obra consta de doce capítulos y un epílogo, que se exponen con el ilustrativo propósito de transportar al lector a través del tiempo para situarlo en el centro de aquella Antequera como un espectador de excepción. Si se consigue, habrá que darse por satisfecho.
No debe ponerse el punto final a estas palabras introductorias sin la expresión de gratitud a una serie de personas, todas próximas por la sagrada unción de la amistad, vinculadas a la génesis del libro que ahora comienza. Aun a riesgo de omitir algunos nombres por olvido involuntario, vaya mi agradecimiento a José Escalante Jiménez, agradecimiento doble por su generosa contribución como archivero de Antequera y por el regalo del magnífico prólogo que encabeza la obra; a Jorge Planas Campos, por poner a mi alcance sus sabios conocimientos y la rica información coleccionada a lo largo de tantos años; a Alberto Martín-Lanuza Martínez, por su valiosa aportación de ciertas noticias militares; a Juan López Tabar, por responder presto a algunas de mis dudas; a José María Espinosa de los Monteros Jaraquemada, siempre dispuesto a toda colaboración por amor al arte; a Manuel Olmedo Checa, por su ejemplo de incansable investigador; a Francisco Cabrera Pablos, por hacer mío su dominio de la historiografía malagueña; a Rafael Tapia Laude, por facilitarme ciertos papeles que guarda como el más curioso coleccionista de los antequeranos vivos; a José Luis Sánchez Mesa, por la franca disposición de brindarme sus saberes; a Antonio Garrido Torres-Puchol, por su comprensión en un alarde de leal compañerismo; y a Antonio García Gutiérrez, editor de ExLibric, por ofrecerse generosamente a publicar este libro y dirigir las tareas de edición con su esfuerzo y empeño personal.
Las últimas palabras son para la amistad de Antonio Del Bello Martín y el recuerdo de José Antonio Muñoz Rojas.
En fin, sin más preámbulo, se da paso al primer capítulo y lo hago con las mismas palabras que en otras ocasiones:
¡Se levanta el telón! ¡La historia comienza!
[1] «Informes sobre España (diciembre 1807 a marzo 1808) del gentilhombre Claudio Felipe, conde de Tournon-Simiane al emperador Napoleón I». Traducción, comentarios y notas de Manuel Izquierdo Hernández. Boletín de la Real Academia de la Historia. Madrid, 1955. Tomo 137. Págs. 315-357.
[2] «España se encuentra en un momento de crisis, [...]. España se encuentra, lo repito, en un momento de crisis; hace falta, dirigiéndola, cambiarla [...]; la nación francesa recogerá todo el fruto, pero es menester no perder un instante, los momentos son preciosos». Geoffroy de Grandmaison, Charles Alexandre. L´Espagne et Napoléon. Paris: Librairie Plon, 1908-1931. Tomo I. Págs. 468 y 469.
[3] «Españoles: Después de una larga agonía, vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos. [...]. Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas [...]. Vuestra monarquía es vieja: mi intención se dirige a renovarla; mejoraré vuestras instituciones y os haré gozar de los beneficios de una reforma». Archivo Histórico Nacional Consejos. Legajo Nº 5511. Expediente 10. Decreto Imperial 25 mayo 1808.
[4] «...regenerador de la patria». Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Diario de Granada. Jueves 11 enero 1810. Nº 11.
[7] «... aquellos temibles desfiladeros, rodeados de un prestigio tan espantoso, no eran más que un fantasma desvanecido». Thiers, Adolphe. Histoire du Consulat et de l´Empire. Paris: Paulin, 1845-1862. Tomo XII. Pág. 262.
[8] Escalante Jiménez, José. Guía del Archivo Histórico Municipal de Antequera. Antequera: Excmo. Ayuntamiento de Antequera, 2007. Pág. 24.