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CAPÍTULO II
El año clave: 1808 Cuando todo comienza: proclamación de Fernando VII

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La secuencia de acontecimientos nacionales, precipitada imparablemente durante la primavera de 1808, llega a Antequera como la onda expansiva de una explosión anunciada durante mucho tiempo y sus efectos van a conmocionar la vida local de una manera inimaginable. Todo comienza la mañana del sábado 26 de marzo de 1808, cuando el corregidor Joaquín Bernad y Vargas convoca al cabildo municipal en las casas capitulares del Coso de San Francisco para dar cuenta de una provisión del Consejo de Castilla, despachada en Madrid una semana antes, con un Real Decreto de Carlos IV que incluye una trascendental novedad en la monarquía borbónica:

«Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis Reynos, y me sea preciso para reparar mi salud gozar en clima más templado de la tranquilidad de la vida privada, he determinado, después de la más seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y mi muy caro hijo el príncipe de Asturias. Por tanto es mi Real voluntad que sea reconocido y obedecido como Rey y Señor natural de todos mis Reynos y Dominios»[1] .

Este Real Decreto que oficializa el advenimiento de Fernando VII al trono de España, decreto tan políticamente correcto en las formas, está colmado de mentiras porque el proceso abdicatorio no había sido tan deliberado como dice su letra, sino que fue forzado por las intrigantes disputas cortesanas declaradas en el Motín de Aranjuez.

La municipalidad antequerana recibe la noticia con cierta sorpresa, pese a no desconocer los problemas crónicos de la corte, y los capitulares asistentes al cabildo, más numerosos que de costumbre, no parece que muestren un especial júbilo por la coronación de Fernando VII, según se colige del laconismo con el que se despacha el asunto en el acta correspondiente: «La Ciudad queda entendida y acuerda que por su parte se cumpla y execute en los términos que se manda»[2] .

¿Acaso el ayuntamiento antequerano es de inclinación godoísta y no celebra, con la alegría que pudiera esperarse, el ascenso del nuevo monarca porque ello ha supuesto la caída del valido Godoy?

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El advenimiento real exige el formulismo inmutable del Antiguo Régimen en cuanto a las solemnidades como gestos de vasallaje y bienvenida, y el cabildo municipal acuerda en la sesión del 12 de abril de 1808 agilizar los preparativos para la ceremonia de proclamación que se impone desde Madrid[3] . De inmediato se activa el protocolo históricamente dispuesto para tales casos:

«... respecto a que el señor marqués de la Vega de Armijo, conde de Bobadilla, como alférez mayor de este Ayuntamiento toca y corresponde el ceremonial de la próxima proclama, llevar y enarbolar el pendón en ella, se le pase el aviso consiguiente por medio de carta misiva certificada que se le dirija a la ciudad de Málaga, donde tiene fija residencia por ahora»[4] .

Sin embargo, la noticia no entusiasma a José de Aguilar y Narváez, marqués de la Vega de Armijo y conde de Bobadilla, heredero del privilegio histórico de tremolar el pendón durante los actos de proclamación regia en Antequera. ¿Por qué será? Se ignoran los motivos, aunque parece que en su decisión de excusarse de la ceremonia subyace algo más que el pretexto de la enfermedad, como arguye. Delega de una forma tan ligera el alto compromiso en «la persona que quiera prestarse a dicha solemnidad»[5] , que su negativa sospechosamente parece rechazo a cualquier protagonismo en los actos.

La celebración de advenimiento real en Antequera se demora hasta el 1 de junio de 1808[6] , pero entonces se hace por todo lo alto porque las presuntas devociones godoístas de la municipalidad se habían esfumado como por arte de magia. Godoy nada pinta ya en el panorama político nacional y tras su traumática caída hay que aparentar, por una mera cuestión de supervivencia, la mayor adhesión al poder absoluto de Fernando VII.

La proclamación regia se reviste de toda solemnidad y los actos comienzan con una marcha procesional de las autoridades y la nobleza, bajo la escolta de tropas, hacia el Convento de los Remedios para recoger dos banderas del Regimiento Provincial, depositadas en su capilla mayor, que van a pasearse en manos del regidor decano José María Peñuela y del conde de la Camorra.

Posteriormente, la comitiva se encamina hacia la casa del regidor Diego Vicente Casasola, situada en lo alto de la calle San Agustín, para tomar un retrato de Fernando VII e incorporarlo a la procesión, flanqueado por las dos principales figuras de la municipalidad: el corregidor Bernad y el alcalde mayor Vidal. El cortejo, que sigue el recorrido urbano entre un numeroso gentío y los sones de una banda de música, gana en religiosidad a su paso por la calle Estepa con la imagen de la Virgen del Rosario en unas andas portadas a hombro. El desfile continúa por las calles antequeranas hasta las casas capitulares del Coso de San Francisco, en cuyo balcón central queda expuesto el retrato del monarca entre las dos banderas[7] .

La ceremonia de proclamación alcanza todo su carácter cuando el regidor decano José María Peñuela, que sustituye al marqués de la Vega de Armijo en las funciones de alférez mayor, tremola el pendón real en las alturas de la «Torre del Reloj» y en el balcón del ayuntamiento al grito de: «Antequera, Antequera, Antequera, por el Rey Nuestro Señor Dn Fernando VII, que Dios guarde»[8] .

Tres noches de luminarias en los principales edificios públicos de la ciudad completan las celebraciones por el advenimiento regio. Antequera luce como la población más fernandina de España.

Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica

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