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Guerra al francés

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Cuando se celebra en Antequera la proclamación de Fernando VII, el monarca y su real familia ya llevaban secuestrados varias semanas en Bayona, adonde incautamente habían acudido tras los embaucadores engaños de Napoleón. La ausencia del rey había dejado el gobierno de España en manos del mariscal Joachim Murat –gran duque de Berg y cuñado del emperador– con el título de lugarteniente general del Reino, quien merece la etiqueta de auténtico salvaje por su desmedida respuesta contra la población civil durante las revueltas callejeras del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Incluso Napoleón llegará a decir de él: «c´est une bête»[9] .

Aunque nada consta en los archivos locales, las noticias no tardan en llegar a Antequera y al cabo de pocos días, nadie desconoce la grave situación de los Borbones en Bayona y la sangrienta matanza de cientos de madrileños –hombres, mujeres y niños– por las tropas de Murat. Entonces, la indignación crece entre los antequeranos en la misma proporción que el patriotismo.

La sociedad local abrigaba ya inconfundibles sentimientos antinapoleónicos cuando a las cinco de la madrugada del domingo 29 de mayo de 1808 se presenta en casa del corregidor Bernad, situada en la calle Maderuelo, un propio enviado por las autoridades de Archidona con dos oficios de la superioridad política de Sevilla, que había dejado a su paso un comisionado en carrera hacia Granada[10] . Uno de los oficios notifica la creación de una Junta gubernativa en la capital hispalense, con el carácter de Suprema de España; y el otro incluye una orden para que se anuncie por bando al vecindario la declaración de guerra a los franceses:

«... en nombre de Nuestro Rey Fernando el VII, y de toda la Nación Española, declaramos la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleón Iº, y a la Francia, mientras esté baxo su dominación y yugo tirano, y mandamos a todos los españoles obren con aquellos hostilmente, y les hagan todo el daño posible, según las leyes de la guerra»[11] .

Una explosión de patriotismo recorre la ciudad de punta a punta y los antequeranos de todas las clases sociales, deseosos de significar su adhesión a la causa, adornan sus sombreros y monteras con escarapelas nacionales. Un mar de divisas rojas y gualdas inunda todos los rincones y la gente, sacudida por exacerbados sentimientos españolistas, se acorrilla en calles y plazas en respuesta unánime contra Napoleón. Los latidos del entusiasmo popular se sienten por todas partes y especialmente ante las casas capitulares, en el Coso de San Francisco:

«... la conmoción en que generalmente se halla el vecindario, reunido mucha parte de él en las puertas de estas casas y calles inmediatas, inflamado en el más ardiente celo patriótico»[12] .

Toda la ciudad de Antequera es una pira antinapoleónica. Nadie permanece ajeno al ardor patriótico y ni siquiera los niños son insensibles a las enfebrecidas circunstancias porque, empapados del ánimo de sus mayores, juegan a la guerra con más pasión que nunca. Divididos en bandos, patuleas de chiquillos se enzarzan en batallas campales a pedrada limpia entre buenos y malos, es decir, entre patriotas y napoleónicos:

«... en el sitio de la Puerta de Granada y sus inmediaciones concurren los más días [...] multitud de muchachos de corta edad, y aun jóvenes, y formando entre sí partidos de oposición, unos con el nombre de españoles y otros con el de franceses, se disparan piedras de parte a parte»[13] .

Semejantes juegos superan todo carácter lúdico porque hay que interpretarlos como una manifestación, a escala infantil, de los sentimientos antibonapartistas que subyacen en Antequera y aun en toda la España patriótica.

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Conforme a instrucciones superiores, el gobierno local antequerano transmuta su hermética estructura de cabildo para transformarse en un órgano más abierto y participativo, mediante la incorporación a las funciones ejecutivas de individuos representativos de los estamentos sociales, con el título de Junta gubernativa de Antequera.

Dicho órgano se constituye la tarde del 31 de mayo de 1808 en el domicilio del corregidor Bernad, donde habían sido convocadas las personas convenientes, y aparte de los miembros de la municipalidad participan como vocales: el prepósito de la Colegiata Gaspar Carrasco y Alcoba, los canónigos Gabriel de Medina y Acedo, Pedro Muñoz Arroyo, Francisco Mansilla y Cristóbal Morón, y el vicario eclesiástico Matías José Pérez de Hita, por el clero secular; el provincial de la orden tercera de San Francisco fray Mateo de Sepúlveda, por el clero regular; Jerónimo de Rojas y Arrese, marqués de la Peña de los Enamorados, Vicente Pareja Obregón y Gálvez, conde de la Camorra, y Fernando Mansilla y Tamayo, conde del Castillo del Tajo, por la nobleza titulada; Manuel Solana Casasola y Antonio de Gálvez, por la hidalguía; Juan Caballero, por el gremio de comerciantes; Juan María Sánchez y Alonso Alarcón, por el ramo de labradores; el capitán y comandante de armas José Soler; y el administrador de Rentas Reales Francisco Blanco[14] .

En la misma fecha del 31 de mayo de 1808, como se había anunciado la tarde anterior, se tiran bandos y edictos que llaman al alistamiento de mozos para la guerra en las cajas de recluta instaladas en sendos edificios municipales del Coso de San Francisco y de la Plaza de San Sebastián, tarea en la que colaboran varios eclesiásticos –entre ellos el vicario Pérez de Hita– con encendidas arengas como instrumentos de una oratoria de la seducción[15] . Esta llamada al alistamiento general y la apertura de una suscripción económica para sufragar los gastos de la guerra[16] , son las primeras actuaciones de la recién constituida Junta gubernativa de Antequera.

La clase pudiente responde con generosos donativos y parece como si existiera cierta competencia entre sus miembros por destacar en grado de patriotismo con la mayor cantidad donada. En este sentido, los antequeranos más patriotas son el marqués de la Peña de los Enamorados, que ofrece la cantidad de mil reales mensuales; y Diego Vicente Casasola y Manuel Solana, que individualmente costean seis plazas de soldados durante tres meses a razón de cinco reales diarios cada una de ellas[17] .

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Largas filas de eufóricos vecinos comparecen ante las autoridades con el propósito de sentar plaza en las unidades militares que van a formarse para reforzar los ejércitos españoles y el espectáculo generado por la muchedumbre, envuelto en una escenografía casi teatral, no debe diferir demasiado de la situación –no exenta de tintes cómicos– que García Blanco ve en Osuna:

«Los frailes, los clérigos y los varones todos (hasta José Guerrero, el tonto de entonces), todos se pusieron V de voluntario en las monteras, en los sombreros, en las capillas; todos se alistaron voluntariamente en defensa de la Religión y de Fernando VII»[18] .

Más de cuatrocientos antequeranos habían respondido a las llamadas de alistamiento y están a disposición de las autoridades cuando el corregidor Bernad recibe un oficio de la Junta Suprema de Granada, fechado el 30 de junio de 1808, con la orden de remitirlos a Alcaudete, localidad del Reino de Jaén, donde han de incorporarse al Ejército de Granada[19] . Después de enconados debates y discusiones sobre la autoridad local encargada de la conducción de los voluntarios, el contingente parte de Antequera el 10 de julio bajo la responsabilidad del regidor Francisco Delgado Palacios[20] .

Los voluntarios antequeranos llegan a Alcaudete en cuestión de pocos días y allí son entregados al teniente coronel Francisco Enríquez García, un experimentado militar –nacido en Alicante el año 1775– que poseía una dilatada carrera castrense porque había ingresado como cadete en el Regimiento Provincial de Ronda, cuando era un niño de doce años de edad, y tenía la experiencia bélica de haber participado en el bloqueo de Gibraltar, en la defensa de Ceuta y en la guerra de la Convención[21] .

Desde Alcaudete las tropas de Granada se dirigen a Porcuna, donde se unen a las de Sevilla para constituir el llamado Ejército de Andalucía que va a mandar el teniente general Francisco Javier Castaños. Allí los voluntarios antequeranos pasan la primera revista de comisario y conforman una unidad orgánica de infantería ligera con el título de Batallón de Cazadores de Antequera, que consta de cuatrocientos treinta y dos hombres en cuatro compañías encabezadas por los capitanes Rafael Almansa y Salvador Linares, y los tenientes Nicolás Rodríguez y Esteban Lloret. Al frente del cuerpo se sitúa una plana mayor integrada por el teniente coronel Francisco Enríquez, el sargento mayor Luis María Losada, y los ayudantes José Mancha y Francisco Mancha[22] .

El Batallón de Cazadores de Antequera es adscrito a la 1ª División del Ejército de Andalucía, mandada por el general Teodoro Reding de Biberegg, y encuadrado en sus filas interviene durante el mes de julio de 1808 en diversas acciones frente a las tropas napoleónicas desplegadas por tierras de Jaén[23] . El día 19, la unidad antequerana participa con trescientos cuarenta y tres hombres en la batalla más relevante de todas cuantas se libran en España durante el año 1808, la sonada batalla de Bailén[24] , y aunque no tiene un destacado protagonismo en los combates, presenta un balance final de dos muertos, tres heridos y cincuenta y nueve extraviados[25] . No obstante, el general Castaños elogia su papel en el parte correspondiente: «Los regimientos de infantería de la Reyna, Irlanda, Jaén de línea, Barbastro, Tercios de Texas y Cazadores de Antequera, han mantenido la reputación que siempre han merecido»[26] .

Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica

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