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FORZADA METAMORFOSIS

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El célebre libro de Gilles Deleuze y Félix Guattari dedicado a Kafka, que lleva la idea de una “literatura menor” en el título, universalizó este nombre. Su programa se inscribe en una múltiple controversia dentro del ambiente intelectual francés de los años setenta del siglo XX. Esa controversia fue instalada por los autores contra el psicoanálisis, contra el estructuralismo y contra la interpretación (en especial de la ley y su conexión con “lo edípico”), en favor de un Kafka político, un Kafka máquina de escritura, una experimentación de Kafka.12 En este marco, la lógica subyacente a todo cambio debe ser no la Historia con mayúscula sino el devenir. Y quienes cambian también han de pensarse de forma nueva. Para esto, Deleuze y Guattari introducen el concepto de agenciamiento, que resolverá el agudo problema del sujeto, planteado radicalmente por Michel Foucault poco antes. Nada de trascendencia de la ley, ni de interioridad culpable, ni de enunciación trágica del yo en Kafka. “No hay sujeto –ni narrador ni héroe–, no hay más que agenciamientos colectivos de enunciación, y la literatura expresa estos agenciamientos”. Una lectura política de Kafka necesitaba esta reformulación. Así, es la obra misma de Kafka como máquina la que pone en acto agenciamientos sociales y de deseo. ¿Cómo ocurre eso? ¿Será su condición de literatura menor lo que lo haga posible? Lo rico de este programa filosófico es inversamente proporcional a su veracidad.

En Kafka. Por una literatura menor (KLM) las tres características de las literaturas pequeñas formuladas claramente por Kafka en la entrada de diario de 1911 (vivacidad, ligereza, popularidad) se han convertido en otras tres: (1) en un movimiento de desterritorialización, (2) en el hecho de que todo en esas literaturas es político y (3) en que todo comporta allí un valor colectivo. Pero la notable transformación ocurre ya al momento de introducir la locución que da título al libro: “El problema de la expresión no es planteado por Kafka de una forma abstracta universal, sino en relación con las literaturas llamadas menores, por ejemplo la literatura judía en Varsovia o en Praga. Una literatura menor no es la de una lengua menor, sino más bien la que una minoría hace en una lengua mayor” (KLM, p. 29, subrayado nuestro). En los sintagmas marcados ha tenido lugar la metamorfosis conceptual. La literatura checa y la literatura en lengua yiddish, referidas expresamente por Kafka en su entrada de diario de 1911, se convierten ahora en una “literatura judía”, de ahí que sea atribuida a Varsovia –puesto que Yitzhak Löwy, el actor de la compañía de teatro, procedía de la Polonia rusa– y a Praga –atributo geográfico de Kafka–. Las lenguas pequeñas (entendidas como de pequeñas comunidades lingüísticas, y nacionales; repetimos: el checo y el yiddish) son transformadas en esta metamorfosis conceptual en lenguas menores. Y esa condición de minoridad es trasladada inmediatamente a una minoría dentro de una lengua mayor, idea que Deleuze había heredado de Proust en relación a la literatura, y que retomará también más tarde en varios otros de sus libros: la escritura en tanto que experiencia de ser extranjero –ciudadano en condición de minoría– en la propia lengua.13 Así, el traslado conceptual queda sellado. Y es sustentado no solo por la arbitrariedad (por la urgencia filosófica), sino también por una carta de Kafka, muy posterior, de 1921, en donde este discute con Max Brod el problema de una supuesta literatura judía. Para que la operación de transformación fuera completa, hacía falta caracterizar esa “lengua judía” que, según la fórmula de Proust, en tanto menor debía ocurrir dentro de una lengua mayor. Es decir, había que hacer hablar a los hablantes de alemán de Praga una lengua distinta, en condición de minoridad lingüística, gramatical, léxica, respecto del alemán estándar. No hizo falta a los franceses emprender este trabajo; ya había sido hecho por Klaus Wagenbach.14

Falso uso de las preposiciones, abuso del reflexivo, elipsis del artículo, limitación del vocabulario: todas pruebas esgrimidas por el berlinés Wagenbach, en su biografía del joven Kafka publicada en 1958 y traducida al francés en 1967, para retratar una patente pobreza del alemán de Praga. En respuesta a esta limitación, los escritores en lengua alemana nacidos en Praga –en buena parte judíos– habían reaccionado, según Wagenbach, por saturación: creando una lengua florida, artificiosa, un “caos de lenguaje” (Wagenbach, 81). Pero Kafka, según su biógrafo, se había alejado de esta tendencia a través de un purismo en la escritura; un regreso dignificante, podemos decir, a la pobreza inicial de la lengua alemana de Praga. El argumento es extenso, consta de documentos más o menos plausibles y ribetes más o menos contradictorios, pero no deja de ser un ejemplo de etnocentrismo en la descripción de una variedad dialectal. Wagenbach reconoce que Kafka nunca tematizó esta supuesta pobreza ni las particularidades regionales como deformación. Un documento –esgrime– parece sin embargo comentar esa condición especial: es esa carta de 1921 enviada a Max Brod que habla sobre una supuesta literatura judía y remite a tres imposibilidades, carta retomada por Deleuze y Guattari en 1975. Esas imposibilidades eran la de no escribir, la de escribir en alemán, la de escribir de otra manera. Pero estos comentarios de Kafka pertenecen a una querella –no eran pocas– con el vienés Karl Kraus sobre lo literario alemán y lo judío (o lo judío-alemán-literario), y puede entenderse al interior de la variedad dialectal (por entonces en disputa, tras la caída del imperio) del alemán que había pertenecido a la esfera austro-húngara.15 Del mismo modo, concernía a la tensión existente dentro de la comunidad de escritores judíos en lengua alemana dentro del doble proceso de asimilación y de reivindicación de la propia identidad que se dio en los primeros años del siglo XX –años de expansión del sionismo–, y que afectaba tanto a un escritor de Praga como de Viena.

Las consideraciones de Kafka sobre las literaturas pequeñas habían sido formuladas, diez años antes, sobre dos lenguas y tradiciones literarias que no eran la suya –el yiddish y el checo–. Para convertir a Kafka en un escritor de una literatura menor, Deleuze y Guattari tuvieron que desligar la descripción de la literatura menor de esas dos lenguas, para luego aplicarla al alemán de Kafka y hacer de su “purismo”, de la “sobriedad”, de la construcción de su estilo en tanto hablante de alemán, la estetización de un origen deficiente. Solo el manto del “mal alemán” permite, así, la puesta en equivalencia entre literatura menor, lengua extranjera en lengua mayor (la literatura según Proust) y la enunciación colectiva (hasta revolucionaria) de una minoría política en un Estado nacional. La empresa del desarme sistemático del sujeto –tema dilecto de lo que se llamó postestructuralismo– se completa así sobre operaciones a costa de la letra de Kafka. “No hay sujeto, no hay sino agenciamientos colectivos de enunciación”, dicen Deleuze y Guattari. La revolución de la lengua menor se convierte luego en revolución colectiva comunitaria. Una inspiración coyuntural (los movimientos de liberación de los años setenta) y una necesidad epistémica (deshacerse del sujeto de la enunciación) han convertido a Kafka a una despersonalización que no fue la suya; la suya fue otra. El drama del abandono del yo y de la conciencia frente al mundo quedaba así obstruido.

El desaparecido

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