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Emoción y racionalidad

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La opinión generalizada es que la emocionalidad se contrapone a la racionalidad y por lo tanto a la eficiencia. Sin embargo, las teorías neuro-biológicas y cognoscitivas modernas sostienen exactamente lo opuesto: es imposible ser racional sin ser emocional. Ciertamente las emociones pueden nublar la conciencia, pero sin emociones no hay siquiera posibilidad de conciencia. Las emociones aparecen mucho antes que los pensamientos en la escala zoológica. Las partes del cerebro que se ocupan de los pensamientos racionales (el lóbulo frontal y la neocorteza) se desarrollan y permanecen firmemente enraizadas a partir de las que se ocupan de las emociones básicas (la amígdala y el sistema límbico).

Damasio acepta que hay cierta sabiduría en la creencia de que en ciertas circunstancias la emoción interrumpe el pensamiento. Por eso, él puede entender que se conciba a la emoción como una función secundaria de la mente, un acompañamiento a la racionalidad, instintivo y trivial. Sin embargo, argumenta que los modelos cognoscitivos tradicionales no comprenden que “suprimir las emociones puede constituir una fuente importante de comportamiento irracional”.

Damasio presenta dos ejemplos dramáticos sobre el efecto de las emociones en la racionalidad. El primero es el de Phineas P. Gage, un capataz de ferrocarril que en 1848 sufrió un serio daño cerebral. Mientras su cuadrilla dinamitaba una saliente rocosa, la cabeza de Gage fue atravesada por una barra de hierro que se llevó parte de su cerebro y le dejó un agujero de casi cuatro centímetros de diámetro. Sorprendentemente, Gage no sólo no murió, sino que fue dado de alta en menos de dos meses. Pero aún más sorprendente fue el extraordinario cambio de su personalidad. Su disposición general, sus gustos y aficiones, sus sueños y aspiraciones cambiaron radicalmente. Como dice Damasio, “el cuerpo de Gage podía seguir vivo, pero había un nuevo espíritu animándolo”.

Según el informe del Dr. Harlow, su médico original, “La recuperación física de Gage había sido completa, pero el equilibrio entre sus facultades intelectuales y sus propensiones animales había sido destruido. Gage se había convertido en un ser caprichoso e irreverente que se expresaba regularmente en un lenguaje ofensivamente profano, que no le era para nada familiar. Mostraba muy poca cortesía por sus congéneres, se impacientaba ante cualquier consejo referido a la disciplina que estuviera en conflicto con sus deseos; se mostraba testarudo y obstinado. Al mismo tiempo, vacilaba continuamente, inventando muchos planes futuros, que abandonaba antes de completar... Un niño en su capacidad intelectual, con las pasiones animales de un adulto”.

Estas características de la nueva personalidad de Gage contrastaban fuertemente con las anteriores. Antes del accidente, Gage era conocido por tener una mente bien equilibrada y ser un líder astuto e inteligente, con gran energía y persistencia en la ejecución de sus planes. Tan radical fue el cambio, que sus mejores amigos no podían reconocerlo. Tristemente comentaban que “Gage ya no era Gage”. Por otro lado, sus antiguos empleadores no lo aceptaron por considerar que “el cambio en su mente era tan marcado que no podían volver a emplearlo”. El problema no era la falta de habilidades físicas; era su nuevo carácter.

Para Damasio, esta historia es significativa ya que implica que “hay sistemas en el cerebro humano que se dedican particularmente al razonamiento personal y social. La observancia de convenciones sociales previamente adquiridas y ciertas reglas éticas puede cesar como resultado de un daño cerebral, aun cuando el intelecto o el lenguaje no hayan sido afectados. El ejemplo de Gage indica que hay algo en el cerebro que se ocupa específicamente de las propiedades humanas, entre ellas la habilidad de anticipar el futuro –y consecuentemente planificar en el marco de un contexto social–, el sentido de responsabilidad hacia uno mismo y hacia otros, y la habilidad de orquestar la propia supervivencia en forma deliberada, bajo el comando del personal y libre albedrío”.

El segundo caso es el de un paciente del propio Damasio, al que llama “Elliot”. Elliot era un abogado brillante a quien le había sido diagnosticado un pequeño tumor cerebral. En la operación, el neurocirujano extirpó el tumor pero a la vez cortó accidentalmente la conexión entre el lóbulo frontal (centro del pensamiento) y la amígdala cerebral (centro de las emociones). Los resultados fueron tan sorprendentes como profundos. Por un lado, el abogado contaba con sus plenas facultades intelectuales; por otro, se había vuelto totalmente inepto en su trabajo.

Damasio descubrió la explicación del misterio de la incompetencia de Elliot al observar que algo faltaba en su discurso: era capaz de contar las tragedias de su vida con una frialdad incompatible con los hechos. Siempre se mostraba controlado, y describía las situaciones en forma desapasionada, como si hubiera sido un espectador en vez del protagonista. No había en el ningún sentido de sufrimiento. Al investigar este comportamiento, Damasio descubrió que Elliot no sentía las emociones. Después de la operación, los acontecimientos de la vida no le provocaban ninguna reacción emocional. En resumen, Elliot podía pensar, pero no sentir.

Al no tener sentimientos, el abogado tampoco podía tener preferencias. Y sin preferencias, le era imposible tomar decisiones. Por ejemplo, al preguntarle cuándo podían concertar su próxima entrevista, Elliot le dio una larga explicación sobre los pros y contras de todas las horas posibles en las dos semanas siguientes, pero sin idea alguna sobre cuál le resultaba preferible. La conclusión de Damasio es que sin una referencia afectiva, es imposible ser racional. El centro racional de la mente es capaz de generar una serie de alternativas y argumentos a favor y en contra de cada una, pero para decidir, la mente necesita evaluar el peso emocional de cada opción y elegir en forma de corazonada o intuición.

Como dice Goleman, “este sentido corporal profundo de bienestar o malestar es parte de un flujo continuo de sentimientos, que corre en forma permanente en el trasfondo de la conciencia. Así como hay un flujo de pensamientos, hay un flujo paralelo de sentimientos. La noción de que la racionalidad es ‘puro pensamiento’ sin emoción es una ficción, una ilusión basada en la inconciencia acerca de los estados de ánimo sutiles que nos embargan durante el día. Tenemos sentimientos acerca de todo lo que hacemos, pensamos, imaginamos y recordamos. Pensamientos y sentimientos están entretejidos en forma inseparable”.

Metamanagement - Tomo 3 (Filosofía)

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