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ОглавлениеBerlín, noviembre de 1938
Querido diario:
Ayer mataron a papá y mamá.
No he parado de llorar desde entonces, ni siquiera cuando el tío Gilbert me ha hecho esconderme en el armario. Gustav se ha escondido conmigo y me ha tapado la boca, y hemos estado quietos y abrazados hasta que los policías se han ido. Supongo que volverán. La verdad es que ahora mismo me daría igual que volviesen. No dejo de pensar que preferiría haber muerto anoche, pero no quiero decírselo a Gustav: no me gustaría que se sintiese mal por haberme salvado.
Trato de no recordar lo ocurrido, pero es imposible. Una y otra vez oigo los cristales rotos, las pisadas haciendo retumbar las escaleras, los gritos de mi madre. Los disparos. Cierro los ojos y veo el rostro pálido de mamá, la sangre de papá derramándose, mi pijama hecho jirones después de engancharse en uno de los clavos de la ventana. Las manos de Gustav tirando de mí y su cara de dolor al caer al jardín desde el piso de arriba. El fuego devorando la tienda, nuestra casa, los pedazos de mi infancia. La huida frenética por una Alexanderplatz llena de camisas pardas. El tío Gilbert dice que me he convertido en un hombre esta noche, pero yo no quería hacerlo. Yo quería seguir siendo un niño. Solo tengo doce años.
Debimos marcharnos de aquí hace tiempo. Mamá siempre decía que estaríamos mejor en Suiza, con su hermana; sin embargo, papá no quería dejar la tienda. Les había costado mucho esfuerzo prosperar y era una lástima renunciar a todo por lo que parecían temores infundados. Y luego las cosas se complicaron: llegaron los registros de la policía a horas intempestivas, las pintadas crueles en el escaparate, la estrella de David que tuvimos que colocar junto a la entrada del negocio para que todos supiesen quiénes éramos, qué éramos. También yo me vi obligado a llevar una estrella de tela prendida en la ropa cuando iba a la escuela, y entonces Fritz y los demás ya no quisieron jugar conmigo. Solo Anna siguió haciéndolo. Hace mucho que no veo a Anna.
Debimos marcharnos de Berlín, pero no lo hicimos. Y ahora yo viviré con los Bremen. Siempre había querido que Gustav fuese mi hermano y ahora tendremos los mismos padres. No soy capaz de sentirme feliz por eso. Algo me dice que nunca más seré capaz de sentirme feliz por nada.
La tía Frieda me ha abrazado y besado y me ha dicho que no debo tener miedo. De nuevo, he decidido no contarle la verdad: que no tengo miedo. No me asusta morir.
Si este es el mundo que los nazis han dejado para mí, la muerte ha dejado de ser la peor opción.