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HISTORIA Y VERDAD, UNA RELACIÓN PROBLEMÁTICA

Gabriela Gresores y Claudio Spiguel

“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro. De lo que se trata para el materialismo histórico es de atrapar una imagen del pasado tal como ésta se le enfoca de repente al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto a la permanencia de la tradición como a los receptores de la misma”

W. Benjamin

Este trabajo se propone reflexionar sobre la existencia de una Historia Científica, explicativa e incluso predictiva (y por lo tanto “verdadera”), solo posible a partir de una práctica política de apode­ramiento del recuerdo, como herramienta para la comprensión del presente (frente al cual se está en peligro), de sus contradicciones y de los diversos futuros que germinan en él. Una Historia como pro­ceso de producción de conocimiento, que a su vez pueda guiar la práctica social en la construcción de un futuro deseable. Vislumbrar ese futuro, a la luz del “recuerdo” que “relumbra” permitiría inser­tar ese recuerdo en una cadena de significados, articulados de tal manera que pueden dar cuenta del sentido más profundo de los he­chos. Por el contrario, la idea de que la historia es una sucesión de “hechos” pasados, que se resuelve con el mero relato ordenado y “completo” de los mismos, solo contribuye al ocultamiento.3

Esta reflexión apunta a poner de manifiesto dos aspectos rela­cionados: por un lado la gran potencialidad cognoscitiva y devela­dora del análisis histórico; por el otro el papel legitimador del dis­curso histórico en el seno de la lucha de clases, la cual, como dijera Chesneaux, implica también una violenta disputa por el pasado.4

Para esta tarea tomamos como base tres textos: dos cartas de René Salamanca dirigida a los obreros del SMATA de Córdoba en Octubre de 1975 y Enero de 1976 -meses antes de su desaparición- y la carta de Rodolfo Walsh, escrita en el primer aniversario de la dictadura, días antes de su asesinato.5

René Salamanca, Secretario del SMATA Córdoba, octubre de 1975: “Los obreros argentinos no podemos reflexionar hoy fuera de un marco concreto: La patria está en peligro, como en todas las horas decisivas. Como en el 30, en el 45, el 55, el 66 y el 69, tenemos frente a nosotros dos opciones: o se profundiza la dependencia del imperialismo, el poder de los monopolios y los terratenientes y la superexplotación popular, o se profundiza la liberación, la marcha revolucionaria del pueblo con los trabajadores a la cabeza”.

En marzo del 76: “Todo eso está en juego aquí y forma parte del conjunto de causas por las cuales las superpotencias y sus socios, oligarcas, monopolios, grandes burgueses, milicos gorilas y jerar­cas sindicales amigos, empujan la caída del gobierno. La vida nos enseña que así como no hay imperialismo bueno, tampoco puede haber golpismo bueno. El golpe tiene un solo camino para Argen­tina: superexplotación popular, dictadura terrorista, entrega de la riqueza nacional y más hambre para los sectores populares”.

Rodolfo Walsh, 24 de marzo de 1977: “El primer aniversario de esta junta militar ha motivado un balance de la acción de los gobiernos en documentos y discursos oficiales, donde lo que us­tedes llaman aciertos son errores, lo que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. Quince mil des­aparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados, son la cifra desnuda de este terror. En la política económica de este gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. En un año han redu­cido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor, congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de la bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comi­siones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al record del 9%. Y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados, que en algunos casos aparecieron muertos y en otros no aparecieron. Los resultados de esta política han sido fulminan­tes. En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha des­aparecido prácticamente en los campos populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas. La po­lítica económica de esta junta solo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora, y un grupo selecto de monopolios internacionales al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete. Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados, no pretendiera que esta Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almi­rante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Coman­dantes en Jefe de las tres Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que aún si mataran al último guerrillero no haría más que empezar bajo nue­vas formas, porque las causas que hace más veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino, no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las calamidades cometidas”.

¿Qué quiere decir “Historia”?

Pierre Vilar, en un texto imprescindible para quienes estudia­mos Historia nos alerta: “Quizá el peligro más grave, en la utiliza­ción del término ‘historia’, sea el de su doble contenido: ‘historia’ designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de ese conocimiento. Historia se llama a la vez, a la Historia que sucede, y a la disciplina que la estudia y esto hace que frecuentemente se trasvasen las propiedades de la narración de la Historia, de sus dis­cursos, a las discusiones sobre la Historia como realidad.6

El autor enumera en su artículo algunas ideas clásicas sobre la Historia: la historia-tradición, como sucesión de hechos, “como tribunal de apelación en asuntos políticos”, “el recuerdo colectivo”, etc. La Historia-tradición cumple una función ética pero, “El juicio moral del recuerdo colectivo corre el riesgo de no ser en la realidad más que el de la historiografía dominante.”7

En los discursos que estamos analizando, salta a la vista la co­rrelación casi simétrica que hay entre la predicción que hace Sala­manca en relación al tipo de golpe, lo que iba a pasar, (“superexplo­tación popular, dictadura terrorista, entrega de la riqueza nacional y hambre para los sectores populares”), y el balance que hace Walsh de lo sucedido durante el primer año de dictadura. Corresponden­cia que no era obvia ni evidente para todos en aquél momento ni mucho menos; sabemos cuán confusa era esa época para quienes la sufrían, confusión a la que no eran ajenos los discursos del poder.

¿Cómo podía Salamanca inferir lo qué podía/ iba a pasar en un futuro cercano con tanta certeza?¿Y qué le permitía a Walsh, a pesar del silenciamiento y la desinformación general, hacer una descripción de la situación con tal precisión? Mientras las voces dominantes constituían “una propaganda abrumadora y un refle­jo deforme de hecho malvados” ¿qué elementos prácticos y teóri­cos los habilitaban a a hacer estos análisis que eran tan ajustados, como lamentablemente luego comprobamos, a través del decurso de los hechos?

Estos hechos, más allá de opiniones e interpretaciones, son las certidumbres con las que cuenta la Historia, por debajo de las ho­jarascas discursivas: los hechos que se producen, la realidad que depende de quienes hacen la historia y no solo de quienes la pien­san: existe entonces una realidad histórica (a la que Vilar denomi­na historia “materia” o historia “objeto”) y al mismo tiempo una Historia/conocimiento que puede dar cuenta de ella.

Estamos acostumbrados a los usos comunes de la Historia, como los que aparecen en los manuales tradicionales de la escuela aptos para la “instrucción cívica”, una Historia/relato como tribu­nal de apelación, como memoria, como tradición. Estas son formas políticas inevitables, algunas hasta necesarias para conformar la identidad de un pueblo; construcciones morales y no científicas, que constituyen modelos para seguir o para rechazar. Junto a estos usos, Vilar defiende y fundamenta otra Historia, la “Historia necesaria”. Una Historia necesaria en el sentido filosófico, en el que fuerzas y tendencias sociales determinantes van definiendo en un sentido, con un significado a la diversidad de hechos; estas tenden­cias sociales se abren paso a través de lo singular y lo indetermi­nado. Así podemos identificar “procesos” históricos, hechos muy diversos pero que terminan adquiriendo un sentido común. Este sentido permite además establecer una relación entre los procesos reales y un relato comprensivo de los mismos, un relato/conoci­miento, en consecuencia, que no se limita a “constatar” los hechos (“tal como sucedieron”, como pretendía el positivismo historiográ­fico) sino que busca razonar, explicar y actuar.

Es esta Historia/conocimiento la que abre la posibilidad, tam­bién, a una predicción inteligente de los hechos, a partir de un aná­lisis correcto de los factores de la realidad social, análisis basado en la evidencia. Una predicción (que supone la acción en el presente), a partir de una lectura correcta, científica, de los hechos (pasado), cuya justeza se corroborará por el decurso del proceso (futuro).

La Historia como predicción

Salamanca revisa en su carta lo que significó la historia de los golpes de estado en la Argentina, cuando dice “como en el 30, en el 55, en el 66”, y cuando analiza los factores en juego: un golpe de Estado que proviene de la oligarquía, de los militares, de los terra­tenientes, de los jerarcas sindicales, y prevé que estos hechos solo pueden acarrear nuevamente las mismas consecuencias que ya había experimentado el pueblo argentino una y otra vez.

Esta Historia materia, la Historia-objeto, la Historia de los he­chos, dice Vilar, tiene una dinámica propia que, cuando la situa­ción histórica se resuelve, salda por sí misma tanto el debate teó­rico como práctico, dando la razón con los hechos al análisis más certero. Por ejemplo, el debate que se dio en el año 75 y 76 acerca de si en la Argentina iba a haber una dictadura o una “dictablanda” (como afirmaban algunos, comparando la dictadura argentina con la chilena) o si el golpe vendría a mejorar la situación política, reco­rrió a toda la sociedad en el marco de una gran ofensiva confusio­nista de poderosos actores embarcados en el golpismo. Este debate no se podía zanjar en el año 75, pero luego, los hechos dieron la razón a unos y la quitaron a otros.

Las distintas versiones que se construyen a partir de una situa­ción histórica, frecuentemente impulsaron visiones escépticas con relación a la posibilidad de certezas en la historia. Sin embargo, hay una Historia/conocimiento que se confirma con los hechos y otra que no. Desde ya esto supone concebir la relación pasado-­presente-futuro como un proceso único y de allí que la Historia sea necesaria por su potencia explicativa y predictiva; es un instru­mento de conocimiento fundamental, un componente orientador de práctica social.

Así en el ´75, Salamanca podía prever que no habría golpes “buenos” que provinieran de fuerzas pro imperialistas, de la oli­garquía de los terratenientes y el resto de los sectores dominantes ya que la Argentina había pasado por esa experiencia, que era par­te del patrimonio histórico del pueblo. El pasado está permanen­temente contenido, de un modo particular y modificado, en cada presente. En el caso tratado, las condiciones de fuerzas creadas por los golpes de estado en el pasado contribuyeron a generar los ele­mentos presentes en la sociedad para que en el 76 se pudiera dar un nuevo golpe de Estado.

En el mismo sentido, en medio del terror dictatorial y la des­información y el silenciamiento impuestos, la denuncia de Walsh abreva a la vez en su posición militante y en su conocimiento y capitalización de esas experiencia históricas para el diagnóstico certero sobre las consecuencias de la dictadura, incluyendo allí una previsión hacia el futuro sobre la continuidad de la resistencia popular pese a la brutal represión.

Pero la historia no se repite y las situaciones no tienen un des­enlace predeterminado a pesar de que siempre hay determinacio­nes y causalidad. El peligro de la catástrofe inminente o su pre­vención, la repetición o la apertura de lo nuevo dependen de las relaciones de fuerza y de sus modificaciones, de la acción volun­taria de los hombres y, por lo tanto, también de su conocimiento de la historia para no repetirla. La práctica social en el presente da sentido a la información histórica, otorgándole un carácter predic­tivo. En ese sentido, Labrouse afirma, refiriéndose a las tendencias contradictorias en la historia y el componente de la práctica social en cada aquí y ahora, que toda previsión es una “apuesta”.8 Más explícitamente, podemos afirmar con Gramsci que toda previsión es un “programa” de acción, acción contenida como variable en la propia previsión.

En el instante de peligro, Salamanca reponía los diversos fu­turos posibles que albergaban las disyuntivas de su presente: o se daba el golpe o se avanzaba hacia la liberación, “la marcha re­volucionaria del pueblo con los trabajadores en la cabeza”. Y en esta frase está sintetizando también la otra cara de la experiencia histórica popular, que es que en los momentos de crisis política (como en el ´45, o en el Cordobazo), los pueblos pueden avanzar en la resolución de sus necesidades si se lanzan a la lucha y que depende de esa lucha que la historia no se “repita”, cuestionando la “inevitabilidad” de lo que predomina, como también lo hace Walsh augurando la continuidad con nuevas formas de la resis­tencia popular.

Historia y proyecto social

Con ser muy variados los discursos y usos de la historia, no son aleatorios. Joseph Fontana, un historiador catalán plantea: “cada etapa de revolución social, cada sistematización de la desigualdad y la explotación...ha tenido su propia economía política, su propia ciencia económica, su racionalización del orden establecido, su fi­losofía, y la ha asentado en una visión histórica adecuada”. A cada etapa de la desigualdad le corresponde una manera de ciencia, de economía, de filosofía y de Historia. Y esta manera, este pensa­miento es una proyección de la dominación hacia el futuro. Suce­de que la Economía, la Filosofía y la Historia no se refieren a las situaciones pasadas sino en tanto procuran indicar hacia dónde se mueve la sociedad, indicación que no es una mera descripción neutral sino componente del impulso a ese movimiento.9

Por lo tanto la Historia-discurso no es solo libro, no es solo es­critura. Contiene siempre un proyecto social que se refleja siempre en una propuesta política, explícita o implícitamente. No existe Historia ni Ciencias Sociales sin proyecto político subyacente, ex­plícito o escamoteado detrás de una presunta neutralidad.

Si seguimos con nuestro ejemplo del golpe del 76, cuando en­contramos que hay historiadores que plantean que “el golpe era la única salida posible”, no están haciendo solamente un balance del pasado: proyectan una imagen de la sociedad argentina y un proyecto social hacia el futuro y este debate se actualiza cada 24 de marzo.

Por ejemplo, el historiador Tulio Halperín Donghi, entrevistado por Felipe Pigna en el 2003 decía: (...) En el fondo el golpe ocurre cuando la gente, incluyendo la dirigencia peronista, considera que es una solución inevitable y quizás en vista de que todas las alter­nativas han desaparecido, no diría que una solución deseable, pero una solución a la cual no solo no es posible oponerse porque los militares son demasiado fuertes, sino no tiene sentido oponerse porque no hay alternativas. Lo que ocurre, naturalmente, es que esa intervención militar es distinta de las otras. En buena medida esto es lo que la hace aceptable.

(...)El gobierno del “Proceso”, es necesario recordar que fue re­cibido, primero con auténtico no diría entusiasmo pero auténtico alivio y aceptación(...) solo cuando los dirigentes del “Proceso” demostraron de nuevo que habían fracasado en todo, que habían dejado la economía en estado ruinoso, que habían impuesto un tipo de terror absurdo, es decir, aun para el lenguaje de la época, que la sociedad estaba enferma y que necesitaba un cirujano, en lugar de un cirujano había encontrado a un grupo de carniceros chambones, diríamos(...)10

Otro historiador, Marcos Novaro, escribía en la Ñ en 2006 una nota titulada “La memoria del pasado debe estar abierta a discusión”: “Es frecuente escuchar hablar de una Historia oficial que se contrapone a una supuesta Historia alternativa. Pero esas expresiones perdieron completamente su significado entre no­sotros”. Ya no existiría una Historia oficial y una Historia alterna­tiva. “Son solo etiquetas. La consecuente debilidad del consenso puede ser un serio problema para la política democrática -o sea que para la política democrática tendría que haber un fuerte consenso- que exige que los actores sociales compartan en algu­na medida la memoria histórica”. “A treinta años del 24 de marzo del 76 nadie puede ignorar los crímenes del proceso”. Es preci­so notar aquí que Novaro podía hacer esta última afirmación porque la lucha del pueblo impuso, contra el silenciamiento, el conocimiento de los hechos, esa memoria histórica. Pero este historiador continuaba “Nadie puede ignorar los crímenes pero no nos apresuremos a cerrar la discusión con respecto a cómo se llegó a esta situación, por qué fueron ellos cometidos, por qué fueron en su momento tolerados e incluso celebrados, y por qué nos ha costado tanto lidiar con este debate”.11

Debe observarse que mientras Salamanca en 1975 y Walsh un año después, elaboraban diagnósticos precisos sobre el golpe y sus beneficiarios, treinta años más tarde se alerta que no debe­mos “apresurarnos” a establecer sus causas... Pierre Vilar dice, que: “la mayor parte de las acciones y de los hombres que han desempeñado un papel importante han originado dos corrientes históricas opuestas”. Hay muchos discursos históricos, pero esos discursos siempre se condensan o conducen a dos visiones his­tóricas opuestas, adversa una y favorable la otra, a esos procesos y a esas personas: “Y no debe excluirse -dice él- que una causa triunfante llegue a eliminar toda la historiografía adversa”. Es decir que aquellos que develan que existe otra versión histórica quedan eliminados, al menos de la historia escrita.12

Explicación y punto de vista

“El juicio moral del recuerdo colectivo (…) tiene a su vez impli­caciones políticas, que surgen a su vez de las luchas concretas, en especial de la lucha de clases. Por ello, la mayor parte de las accio­nes y de los hombes que han desempeñado un papel importante han originado dos corrientes históricas opuestas, adversa una y favorable la otra”.13

Jean Chesneaux plantea que las luchas del pasado son la base donde se asientan las luchas del futuro. Al respecto es de interés el tema de la resistencia antidictatorial. Si se revisa la bibliografía existente se puede encontrar a un autor como Alvaro Abós, que decía: “Durante cinco años -después del 76- la clase obrera y sus sindicatos perma­necieron en conjunto inmóviles desde el punto de vista social y de la actividad sindical respectivamente”. Francisco Delich, primer inter­ventor de la UBA en la época de Alfonsín y después rector de la univer­sidad de Córdoba, decía: “Las fuerzas sindicales que durante los tres primeros años del régimen vegetaron bajo la feroz represión, a partir del 79 comenzaron su rearme”. Esta visión, entonces, afirma que des­de el golpe no hubo resistencia obrera significativa. Por su parte Pablo Pozzi dice: “Nuestro planteo es que durante la última década la clase obrera argentina ha llevado adelante toda una serie de luchas y una sorda resistencia a los planes de ajuste”. Y James Petras afi rmaba en 1981 “La clase trabajadora argentina no se ha quedado inmóvil”.14

Interpretaciones tan opuestas de los mismos hechos dependen desde ya de la perspectiva desde donde nos situemos, nuestro punto de vista. Este componente del conocimiento, que es la perspectiva desde dónde miramos, aparentemente tan personal también está atravesado por la lucha de clases y la importancia tanto de la acción del poder sobre el conocimiento, incluyendo la investigación cien­tífica, por medio de la manipulación y la mentira, y su contrario, el trabajo de muchos por develar, por desocultar la verdad. Por eso la cuestión del conocimiento verdadero no es puramente epistemo­lógica, se trata también y fundamentalmente de una lucha; es un problema político. Una lucha por la verdad y la memoria.

No hay una versión neutra de la Historia. Las diferentes formas de dominación siempre tuvieron formas específicas y cuidadosas para devastar la experiencia de la mayoría, desmentir la percep­ción: “eso que ustedes ven, que creen que es represión, eso no está ocurriendo”; “los argentinos somos derechos y humanos”. Hay po­líticas de memoria falsa, de mentira, como la “teoría de los dos de­monios”, o de la guerra “antisubversiva”. Como señala Chesneaux, hay políticas expresas a lo largo de la historia para eliminar los ras­tros del pasado, la eliminación material de los testimonios, de las evidencias de los procesos históricos.15

Así la mayor parte de los testimonios del pasado son principal­mente aquellos que expresan los intereses de las clases dominan­tes, su propaganda, sus escrituras, sus bienes, las palabras y los objetos del poder.

La lucha por una historia científica implica no solo ni princi­palmente el manejo de los procedimientos apropiados (que se descuenta) sino ir al encuentro de aquellos rincones donde se acu­rrucan las evidencias de la vida, alegrías y pesares de los pueblos en resistencia. Esos pedacitos de documentos, esas hilachas de re­cuerdos, cartas, literaturas, que no aparecen frecuentemente en la superficie, pero que es importante encontrar, descubrir para llegar a las explicaciones más profundas. Así lo hizo Walsh, buscando la evidencia, “construyendo el dato”, incluyéndolo en un discurso sig­nificativo y difundiéndolo, aún en las condiciones espantosas en las que se encontraba y al costo de su propia vida. Así es de podero­sa la necesidad de conocer que tenemos las personas y los pueblos.

No basta con la tarea imprescindible de descubrir los testimo­nios, con la lucha para difundir y conservar la memoria. A riesgo de quedar entrampados en la repetición, no basta con recordar: es fundamental comprender y explicar, hacer que el recuerdo “re­lumbre”. El “Nunca Más” como conjuro mágico por sí mismo no nos protegerá de los avatares presentes, no alcanza con el mero inventario de las injurias. Se precisa comprender, profundizar en las dinámicas de los procesos, en sus formas y contenidos.

Tampoco basta con conocer los sufrimientos del pueblo. La lu­cha popular por la memoria, la verdad y la justicia consiguió que salga a la luz una parte de las evidencias, testimonios, documen­tos, que muestran los padecimientos del conjunto del pueblo ar­gentino y de sus hijos más sensibles y valientes. Sin embargo, y no es algo azaroso, lo que está más oculto y silenciado aún es la resis­tencia a la opresión. No es inocente que se borre todo registro de los miles de obreros que el 24 de marzo del 76 tomaron sus fábricas en oposición al Golpe de Estado, de los miles de estudiantes que protestaron en sus escuelas, de los miles de militantes que se orga­nizaron para denunciar e impedir que el Golpe de Estado tuviera éxito y que lograron aplazarlo, e impedir algunos de los intentos previos al que finalmente triunfó y en esa misma lucha abonaban la posterior resistencia antidictatorial, el otro camino al que se re­fería Salamanca, el camino de la liberación. Esta memoria, la me­moria de la resistencia, es la que está más oculta, porque más que los sufrimientos, el aprendizaje de los caminos que fueron útiles para resistir y avanzar en la resolución de las propias necesidades y dificultades constituyen una experiencia histórica potente, como fondeadero de las luchas del presente.

Por lo tanto, el trabajo científico implica develar, desentrañar los hechos descubriendo las explicaciones más profundas y -al re­vés de lo que plantea el sentido común- ese trabajo está estrecha­mente vinculado al punto de vista que adoptamos.

Marc Bloch, uno de los padres de la historiografía moderna, creador de la escuela de los Annales y que murió fusilado por el na­zismo, en el año 1941 dedicaba el prólogo de su libro, Introducción a la Historia, a su compañero de trabajo, Lucien Febvre: “Juntos hemos combatido largamente por una Historia más amplia y más humana. Sobre la tarea común se ciernen muchas amenazas no por nuestra culpa, somos los vencidos provisionales de un injusto destino”. Así explicitaba su punto de vista, su objetivo: buscar una Historia “más amplia y más humana”, una Historia que no se base en parcialidades, sino que intente reponer la totalidad real, una to­talidad en movimiento.16

Cuando Salamanca en el año 75 planteaba que había dos cami­nos (o se apoyaba el golpe imperialista, por acción u omisión, o se profundizaban las luchas hacia la liberación) estaba diciendo que los diversos sujetos actuaban concientemente desde su punto de vista, en diferentes direcciones. Se actuaba con mayor o menor cla­ridad política, mayor o menor grado de conciencia, pero eligien­do un camino, aún cuando su conocimiento de la realidad fuera, como lo es siempre, parcial.

Por lo tanto, comprender la Historia implica encontrar esa correlación de fuerzas entre las distintas acciones concientes de los hombres en cada momento, y nuestros instrumentos son las teorías, los puntos de vista y los rastros presentes del pasado. La Historia pasada tiene una significación presente y ella es la que le otorga significado para quien la estudia. Por eso, lo que permite conocer el pasado cabalmente es el conocimiento del presente.

El punto de vista es condición de la ciencia y por eso resulta imprescindible conocer cuál es la perspectiva de quien está dando cuenta de la Historia y esto no implica que no se pueda tener objeti­vidad. Si conocer es poner en relación un sujeto y un objeto, el suje­to no puede observar desde otro lugar que desde el propio. El punto de vista es un instrumento científico: ¿Cuál es la diferencia entre los diversos puntos de vista?, ¿Hay formas de ver más y formas de ver menos? Hay sectores de la sociedad cuya posición en el entramado social contradictorio determina velos ocultadores y justificativos del orden social. Por lo tanto su mirada es mítica, lejos de la ciencia. Allí el punto de vista opera como límite, en la intersección de los desco­nocimientos de una época y los intereses justificatorios.

En cambio, el punto de vista como trampolín es lo que nos permite avanzar en el conocimiento, lanzarnos hacia lo nuevo, inda­gar, descubrir. Horacio Ciafardini (quizá el más importante econo­mista argentino, a quien la dictadura mantuvo preso durante todo su mandato y que murió muy joven poco después de salir de la cár­cel) señalaba que la obra de Marx y de Engels no solo se explicaba porque se contaban entre las personas más inteligentes y cultas de su época, sino porque habían adquirido un punto de vista que les permitía ver más allá de la visión de aquella época. Este punto de vista específico era el de aquellos que no tenían nada que perder ni que ocultar, la clase obrera.17

Alcira Argumedo plantea la existencia de un “punto de vista popu­lar” que recupera las otras voces oprimidas por las corrientes eurocén­tricas y que es necesario reconocer el pensamiento teórico de un Otro. Este Otro, “es un sujeto social heterogéneo que encuentra su punto de unidad en una historia común de resistencias y desgarramientos, de sueños de dignidad y autonomía”. Este sujeto ha ido desarrollando una matriz propia de pensamiento que es necesario rescatar para po­der mirar más completamente la historia de América Latina.

“Este mirar desde el espacio social e histórico de las masas po­pulares latinoamericanas, fundamenta una filosofía y un conoci­miento que necesariamente piensa la historia y el devenir humano también desde la esclavitud y la servidumbre. Esta matriz de pen­samiento constituiría un instrumento que recupere las resistencias culturales, las manifestaciones políticas de masas, las gestas, la li­teratura, el ensayo, las formas de conocimiento y las mentalidades populares... los grandes episodios de dignidad; los saberes que es­tán en las orillas de la ciencia... Es la mirada de los protagonistas de la otra historia de estas tierras, presente en las luchas independen­tistas, en los movimientos de resistencia, en los proyectos políticos de reivindicación nacional y social.”18

Por eso nosotros proponemos una Historia científica que está en las orillas de la Academia, que no es la ciencia oficial, con sus modos de regimentación y validación. Es en esas orillas donde se puede descubrir el pensamiento de los pueblos, donde se puede apreciar cómo avanzó en el entendimiento de la realidad para po­der transformarla.

Ese posicionamiento implica, también otras motivaciones sub­jetivas para la búsqueda de la verdad. Como dijera Rodolfo Walsh a los miembros de la Junta: “Estas son las reflexiones que en el pri­mer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.

Conclusiones

Tanto Walsh como Salamanca partiendo de su posiciona­miento y práctica política en su presente lo abordaron con una perspectiva histórica: fue la experiencia histórica de los Golpes de Estado y las Dictaduras pro imperialistas la que se actualizaba en sus previsiones y orientaba su acción. Allí el conocimiento que proviene del recuerdo en el instante de peligro pasa a incidir, a través de la acción social conciente y permite tomar un lugar en la lucha de clases.

En nuestro presente la pretensión de reconstruir lo que “ine­vitablemente” dio paso al Golpe del ´76 genera un discurso legi­timador que resulta en la empatía con el vencedor, que Benjamin critica en el historicismo idealista, empatía que “resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento”. Una empatía con el vencedor que resulta en convertir el curso dominante de los hechos en una inevitabilidad predeterminada que esconde la dia­léctica histórica en general y en el caso que estamos analizando, la acción contradictoria de oprimidos contra dominadores.

A pesar del tono aparentemente crítico de la historiografía he­gemónica, contrastando discursos y hechos, se destaca la venta­ja para los dominadores de ese momento de afirmaciones como las que desliza Halperín Donghi, caracterizando al golpe como una “solución”, si bien no deseable sí inevitable y al terrorismo de estado como el producto de la acción de un “carnicero cham­bón”. Así también el remanido recurso del uso del impersonal o del denominador común “la gente”, que responsabiliza a todos por el consenso a la acción de los represores, o cuando Novaro se pregunta “por qué fueron en su momento tolerados e incluso celebrados” y omite preguntarse cómo fueron resistidos y com­batidos en situaciones tan extremas.

Por el contrario, Benjamin nos interpela en la necesidad im­prescriptible de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” para desocultar el pensamiento y la acción de los “provisionalmente vencidos” (como se concebía Bloch en 1941). Ese desocultamien­to permite comprender mejor tanto los hechos del pasado como su ulterior devenir en nuestro presente conflictivo y su resolución práctica, objetivo principal del conocimiento histórico y social.

En este presente reconocemos a Salamanca y Walsh como nues­tros contemporáneos. “El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza, solo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el ene­migo cuando este venza”. Doble chispa de esperanza: la esperanza de aquellos militantes políticos devenidos en “historiadores”, de poder dar testimonio y que su voz no se acalle, y la nuestra, como historiadores que aprendemos de esa experiencia histórica como “fondeadero de las luchas del presente” y en nuestra acción, pro­curamos rescatar de las garras del enemigo a nuestros muertos.

3 Ver Walter Benjamin,“Tesis de Filosofía de la Historia”, en Discursos In­terrumpidos I, Taurus, Madrid, 1982, pp.180-182

4 Chesneaux, J. ¿Hacemos tabla rasa del pasado?, Siglo XXI, Buenos Ai­res, 1981.

5 René Salamanca (1940—detenido-desaparecido el 24 de Marzo de 1976). Obrero mecánico, comunista revolucionario, Secretario del SMATA de Córdoba. Rodolfo Walsh (1927-1977 asesinado por la dictadura el 25 de marzo), periodista revolucionario, dirigente del peronismo de izquierda. Co­fundador de la Agencia Prensa Latina en Cuba.

6 Vilar, P. Introducción al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona, 1980. p. 17.

7 Vilar, P. Introducción al vocabulario del análisis histórico…p. 18-19

8 Ernest Labrousse, René Zazzo y otros, Las estructuras y los hombres, Ariel, Barcelona, 1969, p.102

9 J. Fontana, Historia, Análisis del pasado y proyecto social, Crítica, Barce­lona, 1982.

10 Reportaje a Tulio Halperin Donghi realizado por Felipe Pigna. Revista XXIII. Buenos Aires. 2003.

11 Marcos Novaro. Revista Ñ. Buenos Aires. 18-3-2006.

12 Lo que comúnmente se denomina “la Historia Oficial”, la historia de Mitre, la historia de la Academia y los viejos manuales, que se había impuesto a sangre y fuego en el siglo XIX, por la fuerza del poder estatal y de sus instrumentos ideológicos, a lo largo del siglo XX fue erosionada, jaqueada, criticada por las luchas populares y su impacto en el campo in­telectual y científico. Pero en los años noventa se recreó una nueva Historia Oficial; con una nueva hegemonía que llegó a ser casi absoluta, manejando prácticamente toda la carrera de Historia, en casi todas las facultades del país, por medio de concursos manipulados y distintas maneras de expulsión y exclusión, dominando los medios de comunicación, determinando conte­nidos de los manuales de la secundaria, los planes de estudio, etc.. Se consti­tuyó una nueva Historia hegemónica que nuevamente ha sido cuestionada y jaqueada por las luchas populares de nuestro presente y su interacción con el desarrollo de una historiografía crítica, a la vez científica y popular. Después de décadas del silenciamiento del pasado que acompañó a la dic­tadura, la Historia ha vuelto a ser protagonista de la discusión ideológica.

13 Vilar, P. Introducción al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona, 1980. p. 18-19.

14 Es explicita la polémica: Petras escribe en 1981, en su artículo El terror y la hidra: el resurgimiento de la clase trabajadora argentina: “La clase trabajadora argentina no se ha quedado inmóvil. La explicación de esta inmovilización basada en la represión no puede explicar el hecho de que Argentina, con niveles de represión similares o mayores, ha visto estallar la lucha por todo el país y en diversas industrias y regiones”.

15 La estrategia dictatorial en este sentido ha sido de las más elocuentes: el ocultamiento de las listas de los desaparecidos, de las listas de los chicos secuestrados, las listas de los torturadores, las de los bienes apropiados, el pacto de silencio de los represores, etc.

16 Por cierto, nunca se puede abarcar la totalidad, pero si se puede, a partir de encontrar las regularidades, reponer, referir a esa totalidad que se manifiesta en el propio devenir histórico. Remitir a esa totalidad como posibilidad para ser constatada por medio de los hechos, como dice Vilar, es nuestra tarea como sujetos de la reflexión y de la práctica. Ver la dedicatoria en Marc Bloch, Introducción a la Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1967, p.7

17 Ciafardini, Horacio (Hugo Paez) Revista Síntomas. Buenos Aires. 1983.

18 Argumedo, Alcira. Los silencios y las voces en América Latina. Ediciones del Pensamiento Nacional. Buenos Aires, 2000.

Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América

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