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OCTAVIO PAZ, ESCRITOR
ОглавлениеEl escritor y ensayista Octavio Paz nació en la ciudad de México en 1914 y falleció en la ciudad de México en 1998.
A lo largo de su vida estuvo vinculado a España a través de viajes, premios y ediciones de sus libros. Hay, a nuestro entender, tres viajes significativos de Octavio Paz a España.
El primer viaje lo realizó, para asistir con el poeta Carlos Pellicer y varios miembros de la LEAR al Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura (Valencia, 1937). Por entonces, tenía ya publicados varios libros de versos: Luna silvestre (1933), ¡No pasarán! (1936) y Raíz del hombre (1937).
El segundo viaje lo llevó a cabo para presidir el Congreso Internacional de Escritores y Artistas (Valencia, 1987). Por entonces ya había editado gran parte de su obra poética y ensayística y acababa de publicar México en la obra de Octavio Paz.
El tercer viaje lo hizo como miembro del Consejo Rector del Instituto Valenciano de Arte Moderno (Valencia, Junio 1996), siendo director Juan Manuel Bonet. En esa ocasión dio una conferencia sobre André Breton, en la que al referirse a las vanguardias y a sus viajes a Valencia diría las siguientes palabras:
«Diré que una de las razones que me han hecho volver a Valencia y formar parte de la institución que él dirige, ha sido fundamentalmente su persona en la que veo una imagen de una nueva generación española y el interés de esa generación no solamente por los valores locales sino lo que pasa en el mundo. En el caso suyo ha sido particularmente penetrante e inteligente la forma en que ves nuestro pasado reciente como lo muestra ese libro sobre Las Vanguardias en España, que es algo más, un capítulo importante de las vanguardias en el siglo veinte.
Y claro también estoy muy satisfecho, contento y emocionado de volver a Valencia a la que me unen muchos recuerdos, horas y días vividos en esta ciudad bajo atmósferas muy distintas.
Todo esto me conmueve especialmente.» 1
El autor de libros de poemas como Libertad bajo palabra (1949), Discursos visuales (1968) y Vuelta (1976); de prosa poética como Águila o sol (1951) y ensayos como El laberinto de la soledad (1950), Corriente alterna (1967), Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968), Postdata (1970), El ogro filantrópico. Historia y política (1979), Sor Juana Inés de la Cruz (1982) y Tiempo nublado (1983), estrechaba sus lazos con España lanzando sus Obras Completas a través de la editorial Galaxia Gutemberg del Club de Lectores de Madrid.
La entrevista que incluimos en este libro da testimonio del periplo que hizo a España en plena guerra civil.
Al paso por Valencia publicó unos textos en las revistas Hora de España2 y Nueva Cultura3 y un libro de poemas Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España (1937).
Sobre ese periplo por Europa y una ciudad como Valencia y las experiencias compartidas con el escritor Juan de la Cabada, el museógrafo Fernando Gamboa o el músico Silvestre Revueltas y el descubrimiento de unos escritores españoles como Gil-Albert, Herrera Petere y Sánchez Barbudo (y el pintor Ramón Gaya), que incorporaría, años más tarde, a la revista Taller (México, 1938-41), conversamos en el verano de 1986 con Octavio Paz en la Ciudad de México.
Pregunta: El motivo de esta entrevista está relacionado con el 50 aniversario de la celebración del Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en 1937, al que usted acude con apenas 23 años y varios libros de poemas4 y acompañado de una delegación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios de México.
Respuesta: Ellos llegaron después. En realidad creo que el congresista más joven fui yo.
P.: El más joven de los congresistas extranjeros.
R.: Incluso de los españoles. Ninguno era más joven que yo. Miguel Hernández, Serrano Plaja, Gil-Albert, Sánchez Barbudo eran mayores que yo. Algunos además no eran delegados. Eran delegados Miguel Hernández y Serrano Plaja.5
P.: ¿Era su primer viaje a Europa?
R.: Sí, era mi primer viaje a Europa. De modo que me deslumbró absolutamente. Había una mezcla de reconocimiento de lo que había leído –era un viaje bastante literario en ese aspecto– y al mismo tiempo el descubrimiento de España, una España en guerra. Me conmovió mucho desde la llegada. La delegación mexicana éramos realmente tres: Carlos Pellicer, poeta; José Mancisidor, jefe de la delegación y escritor comunista y yo. Después del congreso llegó un grupo de escritores y artistas de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios.6 Yo en lugar de regresar, como el resto de congresistas, me quedé en Valencia y me uní a este grupo de mexicanos y recorrí con ellos España.
P.: Aparte de Valencia hizo un recorrido por Madrid y Barcelona.
R.: Primero fue el Congreso que como usted sabe estuvo en Barcelona, Valencia, Madrid y después regresó a París. Yo me quedé en Barcelona y luego regresé a Valencia. Y allí me uní con esta delegación mexicana que llegó unos días después de finalizado el congreso. Por esto ha habido una cierta confusión sobre la presencia de la LEAR en el congreso. Ellos, insisto, llegaron después.
P.: Usted tuvo una breve intervención en el Congreso, que luego publicaría la revista valenciana Nueva Cultura.7
R.: Bueno, fue poca cosa. Aquellas intervenciones todas eran bastante vagas y generales. Quizás lo esencial, para mí, no fue el Congreso sino conocer a varios escritores y sobre todo conocer España. Eso fue lo más extraordinario.
P.: ¿Cuál fue la primera impresión de ese viaje?
R.: Le voy a contar a usted que la primera impresión fue la llegada a París. Porque en París no estaban esperando a los mexicanos y a los cubanos, que llegaron juntos. Los cubanos eran Juan Marinello y Nicolás Guillén. Y los mexicanos, ya se lo he dicho, Carlos Pellicer, José Mancisidor y yo. Nos estaban esperando en el andén de la Gare de Saint Lazare: Pablo Neruda y Louis Aragon. A mí me emocionó mucho ver a Neruda y a Aragon.
P.: ¿Ustedes viajaron en barco?
R.: En aquella época no se usaba el avión. En el viaje tuvimos muchas dificultades. De México a Nueva York nos fuimos en automóvil. Allí coincidimos con los de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. Ellos se quedaron en Nueva York. Después descubrimos que no había pasajes de barco porque era el tiempo de las Olimpiadas de Berlín. Tuvimos que ir a Canadá y en Québec tomamos el barco Empress of Britain, que fue el primer vapor que hundieron los alemanes cuando estalló la guerra mundial. Desembarcamos en Chesburgo y de allí fuimos a París. Allí vimos a Neruda y a Aragon y al día siguiente fuimos al Consulado de España a por las visas. Nos llevó Pablo Neruda. A la salida del Consulado nos tropezamos con Luis Buñuel. Lo conocí en ese momento. Después lo volví a ver primero en los Estados Unidos y luego en México. Fui muy amigo suyo.
P.: Hay una leyenda que dice que Luis Buñuel y José Bergamín estaban en Nueva York y hacían de espías de la República española. En verdad, en esa época estaban con los preparativos del Pabellón español de la Exposición de París de 1937.
R.: Después en París vi el Pabellón español de 1937. Fue una gran impresión para mí. De modo que todo fue simultáneo. Un muchacho mexicano que no había visto pintura y por primera vez se enfrenta a la pintura europea. No solamente a los museos con la gran tradición artística sino a la pintura moderna. Los primeros cuadros surrealistas los vi en esos días en París.8
P.: ¿A quien conoció en París?
R.: Al día siguiente de haber llegado a París mientras arreglábamos lo de la visa, hubo una cena de acogida a los que iban al congreso. En esa cena conocí a César Vallejo. Imagínese a un joven de 23 años que llega a Europa y antes de ir a España conoce a los grandes escritores latinoamericanos.
P.: ¿Conoció a Juan Larrea?
R.: No le conocí en España. Le traté en México.
P.: Juan Larrea fue el gran defensor de César Vallejo frente a Pablo Neruda.
R.: Al día siguiente, en la noche, salimos rumbo a España. En tren. Algunos de los que iban con nosotros tuvieron que bajar en Port Bou y recorrer parte de la montaña a pie porque no tenían la visa francesa. André Malraux iba en nuestro tren. Viajaban asimismo los cubanos, los mexicanos, Pablo Neruda, Ilya Erhemburg, el poeta Stephen Spender y dos escritoras inglesas cuyo nombre no recuerdo ahora. Así llegamos a Barcelona donde se había inaugurado el Congreso aunque llegamos un día tarde. Y al día siguiente llegamos a Valencia. Y allí nuevas sorpresas. Encontrarnos con Tristan Tzara, Julián Benda, etc. pero mi gran emoción fue conocer a Vicente Huidobro. En apenas una semana conocí a tres poetas centrales de la poesía moderna de Hispanoamérica: Neruda, Vallejo y Huidobro. Luego conocí a otros escritores. Y claro fui al Congreso y estuve con Serrano Plaja y Miguel Hernández cuya voz me cautivó. Esa noche en el Congreso recuerdo en la cámara interior de mi mente una sala llena de humo y ruido y de pronto un silencio porque un joven empieza a tocar el piano. Era el poeta ahora olvidado José Herrera Petere un buen amigo de Rafael Alberti. Y entonces Miguel Hernández se puso a cantar. Eran versos populares. Ver a esos dos jóvenes poetas cantando me impresionó mucho. Era como una conjunción de la poesía popular antigua y la poesía moderna.
P.: Los congresos aparte de debatir ideas sirven para las relaciones humanas, conocer gentes. ¿A quiénes recuerda ahora?
R.: Bueno mire usted estábamos hablando del Congreso. Allí conocí a grandes figuras y como le dije antes poetas jóvenes como Serrano Plaja y Miguel Hernández. Pero como yo me quede en España durante varios meses pude conocer en Madrid y Barcelona a otras gentes. Mi relación más profunda, naturalmente, fue con la gente de mi generación. Conocí más a los escritores españoles. Sobre todo al grupo de la revista Hora de España.
P.: ¿Qué impresión le dio esa revista publicada en un país en plena guerra?
R.: Muy bien hecha y con cierta independencia. Porque pesaba ya en España la ortodoxia política y la ortodoxia intelectual. En Hora de España no había una disidencia sino cierta distancia ante la ortodoxia política sostuvo algo fundamental que era la autonomía de la revista. Esto se ve claramente, por ejemplo, en los artículos muy valientes de Ramón Gaya frente a José Renau en la polémica del cartel,9 sus críticas a Miguel Hernández, no siempre, quizás, justas, están ahí. Luego hay textos de Rosa Chacel, también independiente y de María Zambrano. Y luego había, en cada número, un texto de Antonio Machado.
P.: Esa revista pudo editarse gracias al apoyo del político valenciano Carlos Esplá, a la sazón Ministro de Propaganda, que subvencionó la edición de esa publicación.
R.: No lo sabía. La única propaganda eficaz es la que no se presenta como propaganda. En Valencia y aparte de este grupo fui muy amigo de Manolo Altolaguirre que entonces estaba embarcado en un montaje teatral.10 También conocí a Luis Cernuda a través de Gil-Albert. Muchos años después, terminada la guerra, recibí una Carta de Luis Cernuda, cuando sus amigos españoles estaban refugiados en México y él se encontraba todavía en Londres. Desde entonces inicié una larga amistad con Luis Cernuda.11
P.: Por entonces Manuel Altolaguirre estaba casado con Concha Méndez.
R.: Yo no conocí a Concha Méndez en España pues por entonces creo que estaba con su hija en Londres. Manuel estaba solo y tenía una hija, Paloma, grabadora. ¿Conoce al nieto? Es un joven poeta mexicano, Manuel Ulacia que colabora en la revista Vuelta. Es un hombre muy inteligente.12
P.: ¿Qué debates ideológicos se plantearon en el congreso? Aparte de la Ponencia colectiva de los jóvenes ¿se produjo alguna confrontación ideológica?
R.: Yo no diría confrontación. Había unanimidad. Lo lamentable del congreso es que hubo cierta unanimidad. Hubo pequeños conatos de discusión pero fueron suprimidos. Sobre todo por el tema de André Gide que acababa de publicar su libro Regreso de la URSS (1937).13
P.: ¿Ese libro de André Gide crea en el Congreso alguna discrepancia?
R.: Mire usted. Hubo actitudes diversas sobre el tema. André Malraux hizo, a mí entender, un discurso bastante cándido en defensa de Gide, quien era amigo de los republicanos españoles, pero lo condenamos sin oírlo.
P.: Un congreso que insistió en su carácter antifascista. Algo que visto desde España tenía su razón de ser por la intervención militar de Hitler y Mussolini en la guerra.
R.: Sí pero bueno… ya abordaremos ese tema en el próximo Congreso de Valencia.
P.: ¿Qué imágenes conserva de la ciudad de Valencia?
R.: Sí, preferiría que habláramos de eso. Era una ciudad en guerra, con los espacios culturales cerrados, pero me impactó la importancia de la arquitectura urbana de fines de siglo.
P.: Ese acervo de la arquitectura modernista ejemplarizada en la Estación del Norte, el Mercado Central, la Casa Ferrer, que podrá ver de nuevo.
R.: Bueno recuerdo la Lonja. Pero a mí me interesaba no sólo el pasado –la Lonja, las Torres de Serranos, las Torres de Quart– sino la continúa comunicación entre el mar, el campo y la ciudad. El sedimento agrario de la sociedad valenciana. Todo esto me hizo pensar asimismo en el pasado árabe.
P.: ¿Dio usted algún paseo por la Albufera?
R.: Sí, di varios paseos. Me encantó. Primero fui a la playa de El Saler. Una playa, entonces, un poco selvática. A la que íbamos a menudo a nadar. Luis Cernuda también. Recuerdo las barcas del lugar. Era un paisaje mediterráneo. Pero estaba también la laguna y los arrozales.
P.: Y un sistema de riego heredado de los árabes. Todavía sigue vigente el Tribunal de las Aguas que, cada semana, se celebra en la puerta gótica de la Catedral de Valencia.
R.: Fue muy curioso, porque por una parte fue un encuentro con una España que yo había leído. Algo que yo quería recuperar.
P.: ¿Blasco Ibáñez era un escritor conocido en América Latina?
R.: Yo lo leí mucho, de joven. En casa había varios libros suyos. Leí muchas novelas de Blasco Ibáñez, entre ellas Arroz y tartana. Las novelas valencianas son las mejores. ¿No le parece? Las otras, muy cosmopolitas, son bastante falsas. Cuando se convirtió en un escritor «best-seller» internacional creo que bajó el hombre.
P.: ¿Qué recuerdos tiene de Madrid?
R.: Mire usted, sobre la guerra es difícil no hablar de barbaridades. Lo que me sorprendió en Valencia y en Madrid fue la persistencia de la vitalidad de la vida ante la muerte. Lo vi claramente en Madrid. Lo vi a veces, en momentos de peligro y de heroísmo en Valencia. Me impresionó el sentido de la fraternidad. La capacidad de la gente para resistir a la desdicha. La gente hacia chistes y bromas sobre las bombas. Así vencían al miedo. Recuerdo que en esa época los intelectuales, instalados en un palacete que les había facilitado el Gobierno de España, sede entonces de la Alianza de Intelectuales en Defensa de la Cultura,14 ahí ciertas noches hacían fiestas de disfraces. Los invitados se disfrazaban de toreros, cocheros, etc. Los Alberti eran los animadores. Así pues había esa suerte de vitalidad ante el drama de la guerra.
P.: ¿Y en Barcelona?
R.: Allí estuve menos tiempo.
P.: ¿Paseó usted por la capital valenciana?
R.: Recuerdo muy bien los largos paseos que daba por la ciudad. Solo o con los amigos. Los paseos por la Alameda después de cenar –mal cenar, pues apenas se comía y a veces suplíamos la comida por la conversación– para conversar con Manuel Altolaguirre. Ramón Gaya, Gil-Albert, Serrano Plaja y Sánchez Barbudo. Muchas conversaciones eran sobre temas políticos. Había un tema del que nadie hablaba, porque estaba mal visto y provocaba la cólera de los comunistas, que era León Trotsky. En el tren de París a Barcelona, en un momento que nadie le oía, recuerdo que Ylya Ehremburg me preguntó por León Trotsky. Después en Valencia el escritor Manuel Altolaguirre me preguntó por León Trotsky. ¿Cómo era Trotsky, cómo vivía Trotsky? Por entonces ni lo conocía, ni lo había leído. Sabía cómo vivía pero poco más…15
P.: El primer anfitrión de León Trotsky fue el pintor Diego Rivera.
R.: Sí, en realidad las cosas fueron de otra manera, pues las primeras personas que le pidieron al presidente Lázaro Cárdenas que le diera asilo León Trotsky fueron unos militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista. La primera delegación española que vino a México para pedirle ayuda a Cárdenas sobre el tema fueron obreros españoles.
P.: ¿Quizás Julián Gorkín entre ellos?
R.: Julián Gorkín probablemente. No sé. Pero fueron los españoles quienes intercedieron en el tema.
P.: Siendo usted tan joven ¿no se sintió inseguro mezclado en una guerra?
R.: Tuve miedo, sí. Pero recuerda la frase de Turena: «el valiente es el que domina el miedo». Además no arriesgaba más que millones de españoles que soportaban los bombardeos. Impulsado por la pasión y también por cierto pundonor –me avergonzaba ser civil en un país en guerra– quise alistarme. Me acuerdo que María Teresa León se le ocurrió que podía ser Comisario Político. Era una locura. Ni tenía la preparación ni contaba con el aval de ningún partido político. Hice algunas gestiones en Valencia pero la acogida que recibí me desanimó. Algunos pensaron que era trotskista. Lo cual era absurdo. Yo venía con la delegación de la LEAR pero no era miembro del Partido Comunista de México. Por entonces hubo una exposición sobre Cien Años de Grabados Políticos de México. Los de la LEAR la dejaron montada y se fueron. Y en esa exposición había una foto de Trotsky y yo la dejé. Fui el responsable de eso. Eso estuvo mal visto. En realidad lo que yo defendía era la libertad de expresión. Además, aunque no había leído a Trotsky, pensaba que si no había una revolución proletaria en Europa la guerra de España estaba perdida. No me aceptaron y me felicito de esa decisión. Podía haber salido mal parado.
P.: Entonces se marchó de Valencia.
R.: Hubo otra razón que no le he contado. Mi gran amigo español fue el joven anarquista José Bosch perseguido por los hechos de Mayo de 1937. Fue el hombre que nos formó políticamente a algunos jóvenes mexicanos. A él yo le vi. En Barcelona aunque estaba escondido. No se lo dije a nadie. En mi libro de Poemas, 1935-1975, publicado en la Editorial Seix Barral, hay un poema dedicado a un joven español, que es José Bosch. Y una larga nota.
P.: ¿Cómo era París en 1937?
R.: Había la amenaza de la preguerra pero también la abundancia. Se veía que estábamos al final de una época. Recuerdo el esplendor de la Exposición Universal de París y el magnífico pabellón español. Una Europa entre dos guerras de la que habla T. S. Eliot en un pasaje memorable de su libro East Coker, pero una Europa con un atractivo que no existe hoy. Le recuerdo que en aquella época se escribieron obras admirables.
P.: ¿Cómo fue el retorno a México?
R.: Sabíamos que si se perdía la guerra de España –que estaba realmente perdida– habría consecuencias para Europa.
P.: Al volver a México ¿inicia usted la revista Taller?
R.: En realidad la revista Taller no la inicié yo. La inició un grupo de jóvenes mexicanos.16 Pero después me hice cargo de la dirección. Taller tenía ciertas afinidades con Hora de España pero también diferencias. Hora de España era una publicación subsidiada por el gobierno español mientras que Taller era una revista hecha por un grupo de poetas jóvenes. Así no sufrimos las presiones ideológicas que sufrieron a veces los de Hora de España. El gobierno mexicano nos ayudó de la única manera en que el poder puede ayudar a la literatura: con su indiferencia. La orientación estética de ambas revistas era semejante. Tal vez los mexicanos éramos más curiosos y mirábamos hacia un mundo que los españoles generalmente han desconocido: los Estados Unidos de Norteamérica. En la revista Taller apareció la primera antología de T. S. Eliot en lengua española (1940). Las tendencias ideológicas de las dos revistas eran parecidas: antifascismo, simpatía hacia los comunistas, pero guardando las distancias y en fin, los rasgos intelectuales y políticos que en todo el mundo distinguieron a la generación que aparece en la década de los treinta.
P.: ¿Se puede hablar de diversas etapas de la revista Taller?
R.: Sí. La primera etapa fue puramente mexicana. Sin embargo hubo colaboraciones españolas. Por ejemplo publicamos una Suite de poemas de Federico García Lorca –inédita– que nos facilitó el escritor y diplomático Genaro Estada, que había sido Embajador de México en Madrid y amigo de García Lorca, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda y sobre todo de José Moreno Villa. Entre los textos de españoles que publicamos en esa primera etapa hay un ensayo de María Zambrano, Filosofía y poesía, que me parece clave para comprender su pensamiento. La segunda etapa se inicia a la llegada de los españoles, pues decidimos abrirles las puertas de la revista. Yo era el director y Gil-Albert el secretario. Juan era amigo mío desde los días de Valencia. Se habla mucho de Gil-Albert como poeta, ensayista e incluso como hombre de salidas ingeniosas –esos fuegos de artificio, no siempre inofensivos, practicados por tantos poetas, desde Luis de Góngora a Oscar Wilde– pero no hay que olvidar que Gil-Albert sobresalió en un género poco frecuentado por los escritores españoles: las memorias. Gil-Albert es un gran memorialista.17
P.: ¿Taller inicia un diálogo hispano-mexicano?
R.: Las revistas del exilio español como Romance –qué falta de tacto llamar así a una revista en la tierra del corrido, réplica mexicana del romance– fueron puramente españolas.18 En cambio la revista Taller era hispano-mexicana. Siempre he creído que la lengua es la patria de los escritores. Hay una gran patria hispánica: la de la lengua española.
P.: ¿Qué papel jugaron los exiliados españoles en México?
R.: Ahora hay un grupo de jóvenes españoles, hijos de exilados, que han hecho una crítica más bien dura. Exageran. La presencia y la acción de intelectuales españoles desterrados fueron fecundas y benéficas. Pero debemos matizar un poco todo esto. Los mexicanos conocíamos mejor a los españoles que ellos a nosotros. Una vez en América la mayoría de los escritores españoles se mostraron insensibles e indiferentes a la literatura, el arte y el pasado de nuestros países. Un pasado, además, que era el suyo. Claro, que hubo excepciones, pero ni José Begamín, ni Rafael Alberti, ni Luis Cernuda ni tantos otros escribieron una línea sobre sus pares en América: Jorge Luis Borges, Javier Villaurrutia, Vicente Huidobro, Carlos Pellicer, etc. Tampoco se interesaron por el arte novo hispano y aún menos en el prehispánico. La mayoría de los jóvenes españoles que colaboraron en Taller, mostraron una indiferencia semejante.
P.: Alguna excepción habría.
R.: Pero claro hubo excepciones admirables como Juan Larrea y sus ensayos sobre César Vallejo, aunque yo no comparto sus puntos de vista. Max Aub, siempre generoso y atento. Y el ensayista Enrique Díez-Canedo. Algunos españoles decidieron enraizarse en la tierra mexicana.
P.: Un ejemplo sería el filósofo José Gaos.
R.: Hubo casos ejemplares como el de José Gaos. Creo que la influencia de este filósofo no se ha valorado suficientemente. No es explicable buena parte del pensamiento contemporáneo mexicano sin la presencia de José Gaos. Primero como profesor y después como intérprete de la filosofía alemana. Muchos de los intelectuales desterrados eran discípulos de José Ortega y Gasset y ellos tradujeron a Heidegger, Husserl, Dilthey, etc.
P.: También estuvieron los traductores al español en México de la Filosofía marxista como Adolfo Sánchez Vázquez y Wenceslao Roces.
R.: Sí, es cierto. La influencia de Wenceslao Roces también ha sido capital, como profesor y como traductor. A Sánchez Vázquez, verdadero hispanoamericano, le debemos no sólo traducciones de textos marxistas, sino una reflexión original y valiosa en materia de estética.
P.: ¿A los escritores les fue mejor que a los artistas?
R.: Tal vez. No hubo realmente un choque entre los artistas mexicanos y los artistas españoles pero sí actitudes estéticas inconciliables. Los españoles eran pintores de caballete y su pintura no presentaba, salvo en casos aislados como el de José Renau, elementos políticos. Además era una pintura tradicional. En México, en cambio, el muralismo había sido un movimiento que había influido no sólo en América Latina sino en los Estados Unidos. Muchos de los que después serían los protagonistas del Expresionismo Abstracto Norteamericano, como Jackson Pollock, había sido discípulos de David Alfaro Siqueiros. Otros como Louis Nevelson o Isamo Nogushi discípulos de Diego Rivera. Los pintores españoles exiliados no habían atravesado por la experiencia de la vanguardia como sus grandes predecesores: Pablo Picasso, Juan Gris, Julio González, Joan Miró, Salvador Dalí, etc. Algunos pintores cambiaron en México y para bien como Enrique Climent, en el que la influencia de Rufino Tamayo fue benéfica. Sin embargo, como ya le dije, los artistas españoles del exilio eran más bien tradicionalistas. El más dotado de ellos, Ramón Gaya –también excelente crítico de arte y poeta– es un pintor tradicional. Esto no es un juicio de valor sino una filiación…
P.: ¿Qué opina de las relaciones entre arte y poesía?
R.: Ese tema nos lleva a otro: las relaciones entre arte y poesía hoy. El último gran movimiento artístico y poético en Europa fue el Surrealismo. Pero ya en esos años y más claramente durante la guerra europea y después de ella, hubo un regreso general a las formas tradicionales, a lo que Jean Cocteau llamó alguna vez el Orden –con mayúscula–. En la poesía de nuestra lengua, Pablo Neruda cambia la poética de Residencia en la tierra por una más accesible. Jorge Luis Borges pasa del Ultraísmo a los sonetos y Villaurrutia, del Onirismo a las décimas. Se advierte el mismo cambio ven Rafael Alberti, Vicente Aleixandre y Luís Cernuda. Lo último que conocemos de Federico García Lorca es un manojo de sonetos. Pero entre los jóvenes escritores de América Latina, hacia 1945, hubo un renacimiento de la aventura poética, en el sentido que Guillaume Apollinaire daba al término. Ese movimiento de renovación poética se inicia en América Latina con algunos escritores como Julio Cortázar, José Lezama Lima, Enrique Molina, Nicanor Parra, etc. y, perdón por citarme, por mí mismo. Fue un movimiento de figuras aisladas que comienza a ser conocido hacia 1950. En España no hubo nada parecido hasta 1970 con los Novísimos.19
P.: ¿Qué influencia tuvieron los críticos de arte españoles como Juan de la Encina, Margarita Nelken o José Moreno Villa?
R.: Margarita Nelken escribió crítica de arte para los diarios. Tuvo mucha influencia y siempre estimulante. Abrió muchas ventanas. La influencia de Juan de la Encina fue en la investigación y la academia. El más interesante y vivo fue José Moreno Villa, hombre excepcional por su finura y profundidad. Hay además tres escritores exiliados españoles que escribieron páginas inteligentes, penetrantes y a veces luminosas sobre México: Juan Gil-Albert con sus memorias; Luis Cernuda con sus poemas y sobre todo José Moreno Villa, en cuyos libros abundan imágenes, intuiciones y descripciones a un tiempo vivaces, hondas y graciosas del carácter y el arte mexicano.
Entrevista realizada en la ciudad de México el 21 de agosto de 1986.
1 Octavio Paz: Conferencia sobre André Breton, en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, Valencia, Junio, 1996 (Inédita).
2 Octavio Paz: «Elegía a un joven muerto en el frente (Poema)», en Hora de España, Año I, nº. IX, Valencia, septiembre 1937, págs. 39-42.
3 Octavio Paz: «Raíces españolas de los mexicanos», en Nueva Cultura, Año III, nº. 6-788, Valencia, agosto-octubre, 1937, págs. 4-5.
4 Por entonces Octavio Paz había publicado los libros de versos: Luna silvestre (1933), Raíz del hombre (1937) y Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España (Valencia, 1937). Sobre los primeros años del escritor. Vid.: Ambra Polidori: «Octavio Paz, una juventud encendida», en Batlía, nº. 5, Valencia, otoño-invierno, 1986, págs. 132-137.
5 Octavio Paz se refiere al grupo de artistas y escritores jóvenes que firmaron la Ponencia colectiva del Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en Julio de 1937. Una ponencia suscrita por Antonio Aparicio, Ángel Gaos, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Miguel Hernández, José Herrera Petere, Emilio Prados, Antonio Sánchez Barbudo, Arturo Serrano Plaja, Arturo Souto, Lorenzo Varela y Eduardo Vicente. Vid.: «Ponencia Colectiva», en Hora de España, nº. VIII, Valencia, agosto, 1937, págs. 81-95.
6 Según una nota publicada en la revista Nueva Cultura, año III, nº. 4-5, Valencia, junio-julio 1937, pág. s/n, la delegación mexicana de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios asistente al Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia, estaba integrada por el escritor José Mancisidor y los poetas Octavio Paz y Carlos Pellicer. Completaban la delegación Juan de la Cabada y María Luisa Vera (Sección Literatura); Gabriel Lucio (Sección Pedagogía); el compositor Silvestre Revueltas (Sección Música) y los pintores José Chávez Morado y Fernando Gamboa (Sección Pintura). A ellos se sumarían Elena Garro y Susana Steel. Por esas fechas acudieron a Valencia asimismo el pintor David Alfaro Siqueiros y la periodista Angélica Arenal.
7 Octavio Paz: «Raíces españolas de los mexicanos», en Nueva Cultura, año III, nº. 6-7-8, Valencia, agosto-septiembre-Octubre, 1937, págs. 4-5.
8 Fernando Martín: El pabellón español en la Exposición Universal de París en 1937, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1983.
9 Ramón Gaya: «Carta de un pintor a un cartelista», en Hora de España, nº. I, Valencia, enero, 1937, págs. 54-56; José Renau: «Contestación a Ramón Gaya», en Hora de España, año I, nº. 2, Valencia, febrero, 1937, págs. 57-60 y Ramón Gaya: «Contestación a José Renau», en Hora de España, nº. 3, Valencia, marzo 1937, págs. 59-61.
10 Se refiere a la producción teatral El triunfo de las Germanías de Manuel Altolaguirre y José Bergamín, estrenada durante la guerra en el Teatro Principal de Valencia (1937).
11 Octavio Paz y Luis Cernuda debieron conocerse en Valencia y a través de la revista Hora de España donde ambos publicaron artículos y versos. Vid. Luis Cernuda: «Dos poemas. Lamento y esperanza», en Hora de España, nº. XI, Valencia, noviembre, 1937, págs. 31-34.
12 Manuel Ulacia (Ciudad de México, 1953-Zihuatanejo, 2001). Poeta, ensayista, arquitecto y doctor en letras. Colaborador de los periódicos mexicanos El Zaguán (co-director), Diálogos, Revista de la Universidad de México, Vuelta, Revista Mexicana de la Cultura y el diario Unomásuno. Autor del ensayo: Escritura, cuerpo y deseo en la obras de Luis Cenuda (1986).
13 André Gide: Defensa de la cultura, Ediciones La Torre, Madrid, 1981.
14 La sede de la Alianza de Intelectuales en Defensa de la Cultura estaba ubicada en el Palacio de los Marqueses de Heredia Spínola de Madrid.
15 Sobre el exilio y muerte de León Trotsky en México Vid.: Alain Dugrand: Trotsky. México, 1937-1940, Siglo Veintiuno Editores, México, D. F., 1988.
16 Taller (México, D.F., 1938-41). Revista iniciada por los escritores Efraín Huerta, Octavio Paz, Alberto Quintero y Rafael Solana. A partir del número 5 aparece Octavio Paz como director y Gil-Albert como secretario de la revista y se suman como colaboradores los españoles Ramón Gaya, José Herrera Petere, Antonio Sánchez Barbudo y Lorenzo Varela.
17 Juan Gil-Albert: Memorabilia, Tusquets, Barcelona, 1975.
18 Romance (México, D. F., 1940-41). Revista Popular Hispanoamericana. Director: Juan Rejano. Colaboradores: Lorenzo Varela y Adolfo Sánchez Vázquez.
19 Josep María Castellet: Nueve novísimos. Poetas españoles, Seix Barral, Barcelona (1970). En esta obra se recogían versos de José-María Álvarez, Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Pere Gimferrer, Antonio Martínez Carrión, Ana-María Moix, Vicente Molina Foix, Leopoldo María Panero y Manuel Vázquez Montalbán.