Читать книгу Marginales y marginados - Gastón Soublette - Страница 8
ОглавлениеLANZA DEL VASTO
Una combinación de rechazo radical del orden establecido, pero que se da sin odio ni rabia y con sentido de responsabilidad frente a un nuevo mundo violento e injusto, se daba a la perfección en el maestro Lanza del Vasto, discípulo de Mahatma Gandhi.
Entre los marginales extremos brilla como una estrella. Era el modelo del hombre pleno que no necesita agregar nada para ser quien es en su real identidad. Había hecho voto de pobreza, no para mortificarse y ganar méritos privándose de la posesión de bienes que todos desean tener, sino que su pobreza era una liberación de la dependencia que sufre la psique humana con respecto a todas las cosas que agregamos a nuestro ser, como si fueran necesarias para ser quienes somos.
Antes de conocerlo había leído tres libros suyos que me produjeron una honda impresión: Principios y preceptos para el retorno a la evidencia, Comentario del Evangelio y Peregrinación a las Fuentes. Dos de ellos eran relatos de un peregrino. El primero era de carácter reflexivo, y la narración se subentendía por las reflexiones que contenía acerca de las situaciones a que se ve enfrentado un caminante que se complace en llamarse vagabundo. El tercero era relato puro de su viaje a la India y su encuentro con el Mahatma Gandhi y otros maestros espirituales, entre ellos el gran yogui Swami Sivananda, quien lo inició en el yoga y la meditación.
Visitó Chile en el año 1958 y dictó conferencias patrocinadas por el Instituto Chileno Italiano de Cultura.
La primera conferencia tenía por título Los milagros de Gandhi. Ese título era equívoco, pues no se trataba —como lo supusieron algunos— de que el Mahatma Gandhi hubiese hecho milagros en el sentido que lo son esos actos extraordinarios que revelan en quienes los realizan poderes paranormales, para curar dolencias o transformar la realidad de un modo inexplicable conforme a las leyes naturales. Lo que él llamaba milagros eran hechos concretos capaces de conmover al mundo entero por su trascendencia social, fruto del carisma personal de un hombre de gran espíritu y virtud. Entre esos milagros estaba la independencia de la India del dominio británico, lograda mediante una campaña no violenta de desobediencia civil y deserción, basada en la sola fuerza de la verdad, con respeto del adversario, sin agresividad ni odio, ni atentados contra la vida ni la propiedad de nadie.
Otro de los milagros era el hecho de haber evitado una guerra civil entre hindúes y musulmanes, lo cual hizo mediante un ayuno penitencial sujeto a la condición de ser mortal si el conflicto no llegaba a una solución pacífica.
En esa conferencia, Lanza del Vasto se presentó ante su público vestido con un traje formado por tres piezas, una especie de chaqueta o casulla corta sin botones, una camisa blanca de cuello ancho y un pantalón amplio, ambos tejidos a telar. De su cuello colgaba una cruz pequeña de madera y calzaba unas sandalias artesanales. Para andar por las calles ponía sobre sus hombros una capa o manto de lana blanca, con el cual cubría su cuerpo hasta más abajo de la cintura.
Era un hombre alto, de porte majestuoso e imponente, de una rara distinción que me atrevo a calificar de aristocrática. Más que un príncipe, un emperador.
En esa oportunidad, nos habló también de la comunidad que había fundado en un campo al sur de Francia y explicó que su atuendo era el hábito que todos sus miembros llevaban. Dijo que la comunidad se llamaba El Arca, y que su organización seguía el modelo laboral fundado por su maestro, el Mahatma Gandhi, que procuraba independizarse completamente del tipo de sociedad creado por la civilización imperante en el mundo. De modo que lo que se comía era lo que sus miembros cultivaban en su tierra, y lo que vestían era lo que ellos hilaban y tejían. Lo mismo dijo respecto de sus viviendas, diseñadas y construidas por los mismos compagnons.
Mi padre, que era muy aficionado a la historia, cuando lo vio me dijo de inmediato que este sujeto era un hombre de la alta nobleza europea y que sería interesante saber quiénes fueron sus antepasados. El anuncio periodístico de sus conferencias decía que descendía de una noble familia siciliana, y que entre sus parientes lejanos figuraba ese famoso doctor de la Iglesia llamado Tomás de Aquino.
Más tarde cuando logré conversar con él en la intimidad, le pregunté de quién descendía, de qué familia siciliana eran sus ancestros, a lo cual respondió que descendía del fundador de la mafia siciliana.
Al ver la expresión de estupor con que recibí su respuesta, sonrió y me dijo que yo ignoraba quién era esa persona, la cual estaba lejos de ser ese tal Corleone, miembro tardío de esa cofradía de malhechores. Entonces me aclaró que la mafia siciliana fue fundada por un emperador germánico de la dinastía de los Hohenstaufen en el siglo XIII, porque los soberanos de ese linaje imperial se pelearon con el Papa por los nombramientos de los obispos que los emperadores alemanes sostenían debían ser designados por ellos, no por el Papa. Y como esta querella tenía un evidente trasfondo político, se fue enconando hasta transformarse en un conflicto frontal entre el imperio y el papado, razón por la cual uno de esos emperadores —Federico II, quien además era rey de Sicilia—, formó un ejército para dominar Italia y sitiar Roma avanzando desde el sur y conquistando gradualmente ciudades y campos.
El Papa lo excomulgó, como había hecho con otros antecesores, y como tan grave sanción inhabilitaba a los soberanos para seguir reinando —y sus colaboradores y servidores le retiraban su adhesión—, este Federico II Hohenstaufen solo pudo conservar su reino de Sicilia. Al no poder contar con la lealtad de su gente, pactó con los islámicos y formó un temible ejército de moros dispuestos a todo. Como el papado de esos tiempos no era un modelo de moral cristiana, este conflicto dividió a la población de Italia en los así llamados güelfos y gibelinos, es decir, partidarios del Papa y del emperador Federico, respectivamente. Por eso, este pudo enrolar en sus huestes a muchos hombres de armas italianos quienes, dada la corrupción que el conflicto generó en la sociedad, fueron mercenarios tan temibles y eficientes como los famosos landkechts alemanes. Esos guerreros, por cuyas venas corría aún la sangre de las legiones romanas, fueron conocidos por el apelativo de condottieri. Expertos en las artes bélicas, capaces de ponerse al servicio de cualquier causa con tal que la paga fuera lo suficientemente beneficiosa según sus expectativas, esos son los antepasados de la mafia cuyo centro de operaciones más célebre siempre ha sido Sicilia.
Lanza del Vasto me dijo que ese emperador alemán era su abuelo, lo cual era notorio por su imponente porte. Su apellido, que es el de una noble familia de Sicilia, era el que llevaba una dama del siglo XIII que fue amante del emperador, y de quien tuvo un hijo que fue legitimado in articulo mortis con el título de príncipe. De modo que el verdadero apellido de este sabio peregrino era Hohenstaufen. Pero él se lo cambió, tomando el de la dama Lanza del Vasto, de Sicilia. Y lo hizo, según su propia confesión, porque ese tal Federico II era uno de los más grandes bandidos de la historia de Europa, a quien el propio Adolf Hitler consideraba el primer nazi de la historia.
Y curiosamente los nazis, al saber de la existencia de este hombre descendiente del emperador Federico II, lo invitaron a Alemania y fue recibido por altos miembros de la Wehrmacht (fuerzas armadas), todos vástagos de la aristocracia militar de ese país, con el objeto de convencerlo de sumarse a la causa de la Alemania nacional socialista. Entiendo que él concurrió a esa invitación más por curiosidad, porque ya había decidido sumarse a la causa de la liberación de la India, por el mensaje del Mahatma Gandhi.
Fue entonces que Lanza del Vasto decidió transformarse en un peregrino, y su primera hazaña como tal fue irse a la India a pie desde París, sin dinero, con un morral y un báculo, a la buena de Dios. Descendió hacia el sur, pasó por el norte de Italia a Croacia, de ahí a Turquía, y por el poniente entró en la India, por el territorio que corresponde al antiguo principado de Kutch. Me contó que en alguna parte había una guerra y él pasó por lugares en que se combatía hasta con artillería y tanques.
En los países islámicos fue bien recibido y albergado, entre otras razones, porque ahí se practica mucho la virtud de la hospitalidad. Además, cuando le preguntaban por qué se atrevía a peregrinar desprovisto de todo recurso material, él respondía, “Alá provee”, y esa respuesta los dejaba contentos y suscitaba admiración.
En la India fue recibido por el Mahatma Gandhi, de quien recibió grandes enseñanzas del ámbito de la espiritualidad, la sabiduría y la forma de vivir en comunidades autónomas que procuraban independizarse de ese modelo de civilización. Aunque no permaneció solamente en la comunidad gandhiana, porque el plan de viaje que se había propuesto realizar terminaba en el nacimiento del río Ganges.
Entre las enseñanzas que recibió de Gandhi hubo una que no olvidaría: le dijo al Mahatma que cuando volviera a Europa iba a fundar una comunidad semejante a la suya, a lo que este le respondió: “¿Acaso has sido llamado para hacerlo? Si esa decisión solo viene de ti, sin que te hayas preguntado antes si es o no la voluntad de Dios, tu obra no podrá llevarse a cabo”. Respuesta que lo confundió y avergonzó.
De vuelta en Europa, Lanza del Vasto se dio a conocer rápidamente por haberle pedido ayuda espiritual a Gandhi. Entonces oró y pidió a Dios que esta afluencia tan numerosa de gente hacia él fuese el signo favorable para realizar su proyecto de fundar una comunidad laboral con fundamento espiritual basado en el modelo del ashram de Gandhi. En esa época se dedicó también a dictar conferencias sobre sus temas favoritos, que empezaban con una fuerte crítica al modelo de civilización vigente y a la necesidad de comenzar a vivir según otros patrones de pensamiento y de conducta.
Otra de las enseñanzas que recibió de Gandhi se refiere al cultivo personal, lo que después él llamó un “voto de purificación”, el cual consistía en fundamentar la vida personal en tres principios: el conocimiento de sí mismo, el dominio de sí mismo y el don de sí mismo a los demás.
En lo que se refiere a la no violencia y la fuerza de la verdad, la enseñanza gandhiana recomendaba —partiendo de la base de que se vive en un mundo violento e injusto— contribuir a solucionar los conflictos que crean la violencia y la iniquidad, en el supuesto de que el explotador no es un enemigo, sino un hermano que se equivoca y que el deber de todo hombre que busca la verdad es enfrentarlo mediante diversas formas de resistencia pacífica para despertar su conciencia, de manera que dé un vuelco y rectifique sus actos. Esas formas de lucha eran la persuasión, la no cooperación, la desobediencia civil, a lo que se sumaba el coraje para asumir y soportar estoicamente los actos de la represión y los encarcelamientos.
Desde el primer día que llegó y dio su conferencia en el Instituto Chileno Italiano de Cultura, tomé contacto con él abordándolo directamente, mientras él respondía preguntas de la concurrencia. Me atreví a preguntarle si era inaccesible o sería posible conversar con él. De inmediato, me dijo que podía ser esa misma noche en su habitación del Hotel Crillón, donde se alojaba.
En ese primer encuentro le dije que necesitaba un maestro porque hacía varios años que practicaba la meditación, según los métodos enseñados por los swamis hindúes que se habían dado a conocer en Europa y América. Me respondió que, si había otros en la misma situación, podría juntarse con nosotros en esa habitación temprano en la mañana del día siguiente. Concurrimos a la reunión, aparte de mí, un primo llamado Renato Espoz, filósofo; un amigo boliviano, Jorge Canelas, periodista; y un músico de instrumentos indios —discípulo de Ravi Shankar—, Millapol Gajardo. En esa primera cita nos explicó en qué consistía la meditación y cuáles eran sus beneficios, según las enseñanzas de las escrituras hindúes clásicas.
En una conversación posterior me dijo que él era católico practicante, y que eso se lo debía a Gandhi aunque pareciera curioso, pues el maestro, al verlo tan entusiasmado con la filosofía espiritual de la India y la práctica del yoga y la meditación, se sintió en la necesidad de recordarle que él era cristiano de formación, y que su deber era seguir fielmente las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo.
Lanza del Vasto visitó tres veces Chile y fundó en Santiago un grupo de amigos que se reunía semanalmente para estudiar las enseñanzas que impartía la comunidad de El Arca y practicar la meditación. Estos grupos —varios en América Latina— eran como escuelas de espiritualidad en las que los asistentes recibían la orientación necesaria para cambiar sus patrones de pensamiento y conducta, sumándose a un movimiento más vasto que a nivel mundial buscaba los fundamentos de un nuevo paradigma cultural, en el supuesto de que este modelo de civilización industrial se estaba aproximando gradualmente a su fin.
En varias entrevistas que me han hecho en televisión o en prensa escrita, siempre he dicho que Del Vasto fue mi maestro y padre espiritual, aunque no fue mucho lo que lo frecuenté, y nuestros encuentros —bastante distanciados— se dieron en un período de unos doce años. La verdad es que la influencia que él ejerció sobre mí, sin proponérselo, fue más por la fuerza de su ser que por su hacer.
Mi padre biológico, don Luis Soublette García Vidaurre, me enseñó a ser un ciudadano decente y cumplidor, y moralmente confiable. Lanza del Vasto fue mi padre en otro sentido, porque orientó mis anhelos espirituales y me dio un ejemplo de coherencia ética entre lo que se piensa y lo que se vive, y un criterio ecuánime para enfrentar el malestar de vivir en una sociedad cuyo modelo de civilización cuestionaba en sus mismos fundamentos. Esa imparcialidad él la aprendió de Gandhi, quien siempre hacía un llamado a sus seguidores a ser coherentes en sus actos con la verdad, hecho que se desprendía de su conducta. Porque si uno se rebela contra un sistema político en el que está inserto, y durante toda su vida se ha beneficiado de lo que ha podido obtener de ese sistema, no es ético actuar como si nada de lo anterior hubiese ocurrido.
Sobre este aspecto de las enseñanzas de Gandhi, Lanza del Vasto daba un buen ejemplo. Se refería a la actitud que Gandhi adoptó frente a los momentos más aflictivos que Inglaterra vivió durante varios años en la Segunda Guerra Mundial, antes de la entrada de Estados Unidos a la guerra. En ese tiempo, el contingente militar que aseguraba el dominio británico sobre la India disminuyó considerablemente por la necesidad de reforzar el ejército que luchaba en el frente europeo. Esta situación desmedrada de las fuerzas británicas generó, en la mente de muchos partidarios activos de la independencia, la ocurrencia de que tal vez había llegado el momento en que sería posible, por medios violentos, liberarse de un cuerpo armado insuficiente para controlar la rebelión. Pero Gandhi, aunque eso hubiese sido posible, se opuso terminantemente. Las razones que dio tienen que ver todas con la coherencia de la conducta con la verdad. Y la verdad en este caso era la forma de lucha no violenta que se había llevado hasta entonces, la cual no era una simple estrategia circunstancial, sino lo que correspondía hacer para ser fiel a la verdad en que se dice creer. También les recordó a sus seguidores que concibieron el mismo plan que, para bien o para mal, todos ellos se habían beneficiado como súbditos del imperio británico, y que había que actuar conforme a esa verdad. Además, Gandhi estaba consciente de las funestas consecuencias que habrían derivado contra el prestigio moral que esa lucha no violenta había adquirido a los ojos del mundo entero.
Lanza del Vasto fue el primero que me habló de la necesidad del autoconocimiento como práctica indispensable del buscador de la verdad. En ese sentido, él citaba a Gandhi al intentar una definición de eso que llamamos verdad. El Mahatma no la definía en relación a la teoría del conocimiento, esto es, como la conformidad entre las cosas y la idea que nos formamos de ellas. Él no negaba el valor de esa definición, pero ponía el acento en sus connotaciones éticas. La verdad —decía Lanza del Vasto citando a Gandhi— es que tú seas un hombre verdadero, esto es, que tu apariencia exterior en tus actos y palabras corresponda a lo que eres interiormente.
Esta definición la ilustraba con un pasaje del Evangelio de Juan, aquel en que Jesús ve venir hacia él a su nuevo discípulo Natanael, de quien dijo: “He aquí un israelita auténtico en quien no hay dobleces (o engaño)”.
Esa búsqueda de la autenticidad personal era la forma suprema de la búsqueda de la verdad, por eso él —citando a Gandhi— decía que el buscador de la verdad debe ser capaz, antes que todo, de decir siempre la verdad.
Mis encuentros más importantes con Lanza del Vasto ocurrieron durante los cuatro años que fui agregado cultural de la embajada de Chile en París. Pero en tales circunstancias no pude evitar el hecho de vivir eso que se llama doble vida, pues las obligaciones mundanas de un diplomático son inevitables, de manera que me aboqué a compatibilizar mi oficina y el salón magnífico del palacio de nuestra embajada, en la Avenue de la Motte-Picquet, con los campos sembrados y las rústicas viviendas de la comunidad de El Arca.