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MÚSICA MEDIEVAL

Entre las muchas cosas que aprendí de Lanza del Vasto fue conocer, valorar y practicar la música medieval. Su esposa Chanterelle era cantante, y bajo la influencia de su marido dejó su repertorio clásico y se abocó a adaptar su voz a lo que, según se cree, debe haber sido el modo medieval del canto individual, esto es, una emisión más “blanca” que impostada, aunque no inexpresiva. Ella grabó varios discos, algunos a capella y otros con acompañamiento instrumental. La crítica la reconocía como la más auténtica voz femenina especializada en música del medioevo.

Bajo la influencia de este matrimonio, mi esposa Bernadette de Saint Luc y yo nos abocamos al estudio y práctica de esta música. Nuestro repertorio incluía, junto a los trovadores y troveros franceses, a los alemanes llamados en su idioma minnesingers, y a sus discípulos tardíos, cantores de los gremios de artesanos llamados meistersinger, aquellos que Richard Wagner inmortalizó en la mejor de sus óperas, Los maestros cantores de Núremberg.

En lo que se refiere a la pronunciación del francés, el provenzal y el alemán de los siglos XII al XV, un profesor del Instituto Franco-Alemán de Cultura, de apellido Drochner —experto en literatura y lingüística medieval—, nos enseñó lo que necesitábamos saber sobre la fonética antigua de esos idiomas.

A nosotros se sumaron varios músicos interesados en la melodía de esos siglos. Entre ellos había un inglés de nombre John Sidgwick, quien trabajaba en el departamento de agricultura de la embajada británica en París, excelente violista, quien luego aprendió a tocar viela gótica. Fue él quien trajo a nuestra casa a un joven cantante escocés de nombre Oliver Forbes y a otro inglés violinista cuyo nombre no recuerdo. El violonchelista chileno Arnaldo Fuentes también se sumó al grupo. Estaba becado para estudiar con el gran chelista francés Bernard Michelin, y aunque su instrumento no era el apropiado para la música medieval, pulsando de un modo especial el arco logró imitar bien el timbre de la viola de gamba. También vino a nuestras reuniones musicales un tenor francés de nombre Ives Tessier, especialista en canto medieval, quien ya había grabado muchos discos.

Con ellos hicimos mucha música en nuestro departamento de la avenida Víctor Hugo. También dimos algunos recitales en diversos escenarios. Los de más alto nivel se realizaron, a saber: el primero en la Salle Pleyel, que incluyó a Chaterelle y a una cantante argentina discípula suya —y miembro de la comunidad de El Arca— llamada Clara Cortázar; y el segundo en el gran auditorio de la Radiotelevisión Francesa (ORTF), que incorporó a un tenor francés de nombre Bernard Lamy —experto en música medieval— y a un ejecutante de viola de gamba. Para esa ocasión hice instalar un positive organ en el escenario, tras el cual se colocó —a pedido mío— un tapiz auténtico del siglo XV, que representaba un concierto de música en la corte de los duques de Borgoña. A este recital asistieron cerca de cuatrocientas personas.

La parte final del programa incluía la Danza del pavo y la tonada La Malaheña, de Chiloé. En el público, en primera fila estaba el embajador Enrique Bernstein y su esposa, y cuando canté esas canciones antiguas del folclore chileno noté que don Enrique se emocionó hasta las lágrimas en un acceso de patriotismo.

La invitación a la ORTF fue posible por la grabación que hicimos de dos discos que tuvieron muy buena acogida. En el primero, incluimos música de trovadores y troveros franceses y provenzales, también minnesingers y meistersinger alemanes. Este disco fue nominado para el gran premio del disco —Grand Prix du Disque— del año 1967, lo cual significa que fue clasificado entre los diez mejores elepés grabados en Francia. En el segundo disco, canciones de amor del siglo XV. Y pese a que este no fue nominado para tan alto galardón, fue el que más se transmitió por radio. Para ambos discos, la composición de carátula se hizo con una reproducción en color de miniaturas medievales, pintadas por maestros flamencos en preciosos libros incunables que posee la Biblioteca Municipal de París. Libros que nadie puede hojear libremente, sino leer o revisar hoja por hoja bajo la vigilancia de un funcionario. Solo recuerdo por su nombre la miniatura escogida para el segundo disco, la cual representaba una boda principesca de 1430 o 1440 que lleva el título de Le Mariage de Clarice, y que pertenece a una obra en dos tomos incunables que un monje flamenco hizo para el duque Juan de Borgoña, apodado el bueno.

Con esos dos discos lanzados al mercado discográfico francés nos hicimos famosos en el ambiente musical de París, al punto que la ORTF nos invitó para el recital masivo antes mencionado, con toda la solemnidad de un acontecimiento musical de excepción.

El sello discográfico que grabó los discos se llamaba Boite a Musique, y su dueño y director artístico era un señor judío de nombre Albert Levy-Alvares, cuyo padre —lo supe después— había conocido a un tío mío venezolano llamado Isaac Pardo, en cuya casa mi pariente conoció al compositor francés, judío también, Reynaldo Hahn.

Albert Levy fue un buen amigo nuestro y visitó varias veces mi casa para escuchar nuestros conciertos íntimos, pues él también era aficionado a este tipo de música.

Aunque todo lo narrado acerca de mi vida como diplomático, cultor de la música del medioevo y participante de la vida musical de París, por una parte y por otra, como discípulo de Lanza del Vasto, con cuyos seguidores solía reunirme periódicamente en casas particulares y en un piso subterráneo de la Iglesia de Saint Severin, aunque todo eso, digo, parecía ser aquello que se suele llamar una doble vida (y en cierta medida lo era) siempre estuvo presente en mí la convicción de que la parte mundana de mi existencia no valía nada frente a mis convicciones acerca del destino transcendente del hombre y la necesidad de que la sociedad evolucionara desde esta forma artificial y vana de vivir, hacia otras formas de comunidad en el sentido que Lanza del Vasto lo había entendido y realizado en su comunidad El Arca.

En ese tiempo, estaba convencido de que mi destino —justamente— era vivir en esa comunidad con mi familia, para lo cual creía tener una preparación suficiente para enfrentar esa ruda vida de campesino.

Por su parte, mi esposa Bernadette, aunque admiraba a Lanza del Vasto y a su esposa Chanterelle, no creía en absoluto que ese fuera su destino, ni el de nuestros hijos. Esa posición de ella frente a este problema era clara y firme, de manera que con el correr del tiempo tuve que acostumbrarme a la idea de que, lo que creía era una oportunidad que la vida nos ofrecía para realizar el ansiado proyecto de independizarme de este modelo de civilización, era finalmente un problema exclusivamente mío, en el que no tenía derecho a involucrar a mi familia.

Pronto tuve motivos para darme cuenta de que este sueño mío de la comunidad de marginales gandhianos no era más que eso. Prueba de ello fue mi rápida evolución desde ese ideal al de un académico. Ser docente e investigador —enseñando a innumerables jóvenes en la Pontificia Universidad Católica de Chile— se impuso como el destino más adecuado a mi personalidad y a mis posibilidades.

Marginales y marginados

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