Читать книгу No te arrepientas de quererme - Gema Guerrero Abril - Страница 10

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Capítulo 2

Cuando el despertador sonó, a las seis y media de la mañana, Alba seguía profundamente dormida. La noche anterior le costó conciliar el sueño y ahora estaba muy cansada, pero se levantó de golpe al recordar que podría ver a su padre. Se puso en marcha recordando que debía recoger a su madre y que juntas irían al hospital. Su hermano aún no se había puesto en contacto con ella. No sabía si habría escuchado el mensaje de voz que le dejó en el móvil. Intentaría llamarlo desde el hospital después de tener noticias sobre el estado de su padre.

Se vistió con unos vaqueros ajustados y un jersey amplio de hilo en color beige, no se molestó en pintarse y se recogió su larga melena castaña en una coleta. Se calzó sus Converse y, cogiendo el bolso y las llaves, salió por la puerta.

Al llegar a la calle de sus padres vio que su madre ya estaba esperando en el portal. Miró el reloj del coche: las 7:12. Bueno, por lo menos no podría reprocharle que llegaba tarde.

Caridad abrió la puerta del coche y montó sin decir nada. Alba no se lo tomó en cuenta e intentando hacer las cosas bien preguntó:

—Buenos días, mamá. ¿Has podido descansar?

—Un poco. ¿Nos vamos? —propuso su madre mirando al frente.

Alba suspiró, pero no dijo nada. Por lo visto, no iba a haber tregua. Ni un buenos días, ni si había dormido bien… Nada. Condujo en silencio hasta el hospital, donde dejó a su madre en la puerta de urgencias mientras ella iba a aparcar el coche.

No sabía cómo acercarse a su madre. Después de tantos años todavía esperaba algo de cariño por su parte, pero ese cariño no llegaba, solo indirectas cargadas de veneno, frialdad y reproches por todo lo que hacía, desde su trabajo hasta su ya no relación con Israel.

Después de dar un par de vueltas encontró un sitio y aparcó. Se dirigió a la puerta de urgencias con la cabeza en otro sitio y antes de entrar notó que alguien la cogía de un brazo.

—Buenos días, señorita Pascual.

—Buenos días. —Alba miró al hombre que la agarraba del brazo con el ceño fruncido, sin recordar dónde había visto antes esa cara.

—Soy el doctor Aguirre, uno de los médicos que operó a tu padre ayer.

—Perdón, doctor, no le había reconocido sin la bata. —Alba le miró. No parecía mucho mayor que ella, pero en la cara se veía bien claro: ¡¡peligro!!

—¿Vienes a ver a tu padre?

—Sí, claro. Espero poder verle y… —Alba notó un nudo en la garganta; no se imaginaba cómo se iba a encontrar a su padre.

—¿Estás bien? —le preguntó el médico guaperas.

—Sí, lo siento. Es que para mí mi padre es muy especial. Si le pasara algo, yo… yo… —Se tragó el nudo que se le formó en la garganta y miró hacia otro lado; no quería llorar delante del médico—. Perdone, es que no sé.

—No tienes que disculparte, es normal. Y, por favor, no me trates de usted. Me llamo Andrés. —Le tendió la mano y Alba se la estrechó.

—Soy Alba. Mucho gusto. —Alba retiró la mano; no le gustó mucho la sonrisa que vio en los labios del guaperas—. Voy a ver dónde está mi madre. Adiós.

—Por supuesto, pasa.

Entraron al hospital y Alba fue directamente a la ventanilla de admisión para que la informaran de dónde esperar para poder ver a su padre. Notaba la mirada del doctor en su espalda (bueno, mejor dicho, en su culo). En otras circunstancias se habría vuelto, le habría plantado cara y le habría soltado cuatro frescas, pero hoy no le apetecía. Le indicaron que esperase en la misma sala del día anterior. Supuso que allí estaría su madre y antes de entrar buscó su móvil en el bolso. Tenía que hacer varias llamadas.

La primera, al bufete. Tenía que explicar su ausencia, aunque al día siguiente tendría que volver a su trabajo. Habló con Beatriz, otra de los administrativos que trabajaban allí. Le contó la situación de lo que había pasado y esta le prometió hablar con los jefes y que después la llamaría para preguntarle novedades. Le tranquilizó saber que Beatriz se encargaría de lo más urgente.

—No te preocupes, Alba. Yo me ocuparé de todo. Cuando vuelvas hablamos. Por el trabajo estate tranquila.

—Gracias, Bea. Mañana volveré a la oficina, pero hoy necesito que cojas la carpeta con el caso de los Monreal. Suárez la necesita para esta misma mañana. Está sobre mi mesa, encima de todas, la encontrarás fácilmente. Es la roja y dejé un pósit encima con el nombre del caso. Si hace falta algún dato más, en mi ordenador está el archivo del caso. Ya sabes las claves.

—No te preocupes, yo me ocupo. Ahora estate tranquila. Luego hablamos.

—Gracias otra vez. Chao.

Después de colgar volvió a marcar el número de su hermano. Al tercer tono oyó su voz, que hizo que se le doblaran las rodillas. Las lágrimas se agolparon en sus ojos a la vez que intentaba tragar el nudo que notaba en la garganta.

—Pitu, ¡gracias a Dios! Por fin te encuentro.

—Alba, ¿qué ha pasado?

—Es papá —dijo al borde del llanto—. ¿Escuchaste mi mensaje?

—Sí, nena, lo escuché. Lo vi a las diez de la noche. Ayer tuve un día muy difícil y no tuve fuerzas para llamarte, lo siento.

—Ya. Papá tuvo un accidente. Aún no nos han dejado pasar a verlo, pero creo que hoy sí. —Alba hablaba atropelladamente y a su hermano le costaba entenderla.

—Alba, tranquila, ya verás como todo sale bien. Papá es muy fuerte.

—Mamá sigue como siempre y ya no puedo con sus pullas. Pitu, te echo de menos. No sé si seré capaz de llevar esta situación yo sola.

—Y yo a ti también te echo de menos, a todos, pero dame tiempo. En cuanto pueda volaré hasta allí. Voy a intentar aligerar este proyecto para poder cogerme unos días, pero no sé si voy a poder hacerlo pronto. Esto está cada vez peor, aquí también se nota la crisis y cada vez hay más competencia.

—Por favor, que sea cuanto antes. No sé si soportaré esto mucho más. —Suspiró y se dijo a sí misma: «Paciencia, Alba. Tu hermano volverá enseguida».

—Llámame en cuanto os digan algo más. Tengo que colgar, entro a una reunión. Dale un beso a mamá. Te quiero, peque.

—Adiós, Pitu. Yo también te quiero. Un beso.

Colgó el teléfono un poco más tranquila. Había podido hablar con su hermano y saber que iba a hacer todo lo posible por venir para compartir estos momentos la libró un poco del peso que sentía en sus hombros. Jesús era casi cuatro años mayor que ella, pero siempre habían estado muy unidos y desde que se marchó a Argentina Alba se sentía muy sola. Había ido a visitarle cada año por vacaciones y Jesús pasaba las Navidades en Madrid, pero para Alba era muy duro ir a la casa de sus padres y enfrentarse a las provocaciones de su madre. Todo le parecía mal. Juzgaba su trabajo como administrativo en el bufete, ya que Alba había estudiado Derecho y no le gustaba ejercer; tampoco le gustaba que Alba diera las clases de baile en el gimnasio, pues decía que esos bailes solo eran para mujeres fáciles; y, para colmo, no veía con buenos ojos que perdiera el tiempo cada vez que la llamaban del restaurante casi sin avisar. Todo lo que hacía estaba mal pensado, mal pagado o, en definitiva, era una cría que no pensaba nada más que en sí misma. Nada más lejos de la realidad.

Y la gota que colmó el vaso fue que desde que rompió con Israel, hacía casi dos años, la relación con su madre había empeorado considerablemente. No sabía cuál había sido el motivo de la ruptura; solo lo sabían unas pocas personas y a Alba no le apetecía contar la verdad. Solo se había acabado y punto redondo. Su padre no la presionó, pero su madre era otra cosa. A cada oportunidad le lanzaba una sarta de palabras hirientes. No se preocupó nunca de preguntarle a su hija si estaba bien, si necesitaba hablar con alguien, y a Alba que su propia madre la emprendiera así con ella la sacaba de quicio.

Inspirando profundamente, se encaminó a la sala donde debía esperar. Al abrir la puerta vio a su madre hablando con el médico moreno del día anterior. La verdad, era muy atractivo y, sin saber por qué, sintió que se ruborizaba. El estómago se le licuó y notó las piernas como de gelatina. Intentó disimularlo lo mejor que pudo y armándose de valor se acercó hasta ellos.

—Buenos días —saludó Alba a la vez que se acercaba.

—Buenos días. —El médico se volvió al escuchar su voz y la miró de arriba abajo.

—El doctor me ha dicho que en un rato podremos ver a tu padre. —Su madre se acercó a ella y le sonrió. Alba le devolvió la sonrisa.

—¿Cómo está mi padre, doctor? —le preguntó intentando controlar su voz, que le temblaba ligeramente.

—Estable. No ha habido cambios y eso para nosotros es bueno. Le vamos a llevar a una habitación para que esté más tranquilo y podáis acompañarle. Le mantendremos en coma de momento —su voz era grave y hablaba despacio, parecía nervioso—, pero ese no es el problema. Le decía a tu madre que lo que más nos preocupa es el coágulo de su cerebro. Esperemos que se vaya reabsorbiendo.

—Entiendo. ¿Y del resto de lesiones cree que se recuperará?

—Confiamos en que así sea. Necesitará mucha rehabilitación, pero creo que volverá a caminar sin problema. Sus piernas han sufrido muchos daños, al igual que alguna vértebra. Necesitará mucho tiempo de rehabilitación cuando despierte y se recupere. Además, tendremos que volver a intervenirle cuando pasen unas semanas. Su espalda necesita otra intervención para retirarle las placas que le hemos puesto.

—¡Oh, vaya! —Alba abrió unos ojos como platos. «Otra operación», pensó—. Aún no sabemos qué es lo que ha pasado, cómo ocurrió el accidente y qué es realmente lo que le ha pasado a mi padre. —Se retorcía las manos, más por lo que sentía al mirar a ese doctor tan atractivo que por los nervios y la tensión de esos dos días que llevaban.

—Yo solo sé las lesiones que hemos tratado. El accidente fue muy grave. Menos mal que llevaba puesto el cinturón de seguridad y le saltó el airbag; si no…, no sé, no estaríamos aquí hablando. — El doctor la miraba a ella directamente, como si estuvieran solos. Su voz tenía un tono dulce y tranquilo.

Alba se sintió mucho mejor al escuchar las explicaciones de uno de los médicos que habían salvado a su padre. No podía dejar de mirarle. Hizo un esfuerzo por contestar.

—Entiendo. Muchas gracias por todo lo que están haciendo por él.

—No hay de qué, es nuestro trabajo. —Le sonrió y antes de marcharse les dijo—: Iré a ver cómo va el traslado de Antonio y ahora os avisarán.

Alba se sintió estúpida. Por supuesto que era parte de su trabajo el salvar vidas, pero es que ese médico la había puesto a cien. Se notaba las mejillas ardiendo. Intentó controlarse.

—Gracias, doctor. Muy amable. —La madre de Alba habló y cuando el médico salió se dirigió hacia una ventana, ya más tranquila—. No hace falta que te quedes si no quieres. Vete a trabajar, yo estaré bien.

—Me quedo, por supuesto. Quiero ver a papá. —Alba se dejó caer en una silla y sin mirar a su madre dijo—: He hablado con Jesús.

—¡Mi hijo! —Se volvió desde la ventana y clavó sus ojos en Alba—. ¿Por qué no me has dejado hablar con él?

—Estaba trabajando, mamá. Ya hablarás con él en otro momento. Le he dicho que volvería a llamarle cuando supiéramos algo más de papá.

—¿Va a venir?

—Me ha dicho que estaba intentando agilizar el proyecto en el que estaba trabajando para cogerse unos días y venir.

—Espero que no le cueste mucho trabajo venir hasta aquí, aunque con lo brillante que es en su trabajo no podrán desprenderse de él tan fácilmente.

Ese simple comentario a Alba se le grabó en el corazón. Todo lo que su hermano hacía era perfecto, mientras que todo lo que ella conseguía a base de mucho esfuerzo no lo valoraba. Por eso necesitaba que su padre se recuperara, para poder tener un apoyo. Nunca había hecho nada del agrado de su madre, todo estaba mal o era una insensata.

Se había resignado a ello, pero había veces en que los comentarios de su madre podían hacer mucho daño y en este momento era así. Parecía que su apoyo y presencia a su madre no le bastaban, pero ahora no debía pensar en eso. Tendría que hacer un esfuerzo y aguantar por su padre. Cuando pudiera ver a su padre y, en unos días, a su hermano todo cambiaría. O eso esperaba ella.

Después de una hora, más o menos, entró una enfermera para decirles que ya podían subir a ver al paciente. Les indicó la planta y la habitación donde le habían trasladado. También les explicó que la policía querría hablar con ellas en algún momento para informarles de los datos del accidente y lo que debían hacer a continuación. Alba le dio las gracias a la enfermera y le dijo que después de ver a su padre bajaría para hablar con los policías. Su madre salió sin más de la sala de espera y se dirigió a los ascensores sin mirar atrás. Alba la siguió, hundiendo los hombros, e hicieron el trayecto en silencio. Al llegar a la planta donde Antonio estaba, Caridad echó a andar delante de su hija, entró en la habitación y Alba pensó que le iba a cerrar la puerta en las narices, pero no, esta vez se equivocó. La dejó abierta.

Entraron en la habitación y vieron a Antonio tumbado en la cama, conectado a unas máquinas que pitaban según la respiración del enfermo. Tenía la cabeza cubierta por un gran vendaje, pero pudieron apreciar que en la cara no tenía ninguna herida, solo algún hematoma. Alba se acercó despacio hasta la cama donde estaba su padre para cogerle la mano.

—Hola, papá —le susurró sin soltarle la mano—. Todo va a salir bien, ya lo verás. Ahora ya estás a salvo. Estamos aquí.

—No te oye. Recuerda que está en coma —le dijo su madre desde el otro lado de la cama y sin mirarla siquiera.

—Lo sé, pero da igual. Quiero que note que estamos aquí, que se sienta tranquilo.

—Ves muchas películas de hospitales. Siempre con la cabeza llena de pájaros —le reprochó su madre en un tono seco—. Ve a ver si ves al médico, anda. Mientras, yo me quedo con tu padre.

Alba soltó la mano de su padre e hizo lo que su madre le había pedido, no quería discutir. Nada más salir al pasillo vio a una enfermera que se dirigía hacia ella. Arrastraba un carrito con diversos aparatos. Con una sonrisa entró en la habitación y enseguida vio salir a su madre con la cabeza muy alta.

—Me ha echado. Acabamos de entrar y ya me ha dicho que saliera.

—Mamá, es lo normal. Cuando tienen que hacer algo a un paciente, los familiares tienen que salir. —Alba no levantó la mirada del suelo. No quería mirar a su madre a la cara para evitar que siguiera escupiendo su veneno contra ella.

La enfermera tardó unos cinco minutos en volver a salir y al hacerlo se dirigió a las dos para indicarles que ya podían pasar. Le había cambiado el suero, había comprobado la sedación y le había tomado la temperatura y la tensión. Las informó de que todo estaba en orden, pero que su doctor las informaría cuando hiciera su ronda.

Alba le dio las gracias y la enfermera, sonriéndole a ella y dirigiéndole una mirada ceñuda a su madre, se metió en la siguiente habitación para seguir haciendo su trabajo.

Volvieron a entrar en la habitación y Alba se dio cuenta de que su padre tenía una barba incipiente. Jamás había pasado un solo día sin afeitarse, así que tomó nota de volver al día siguiente con todo lo necesario para hacerlo ella misma. Le traería flores y le leería el periódico. A su padre le gustaba mucho leer las noticias y comentarlas con ella. Desde que era una niña era algo que hacían juntos, frente a una taza de café su padre y de chocolate caliente ella, y después de los años aún lo seguían haciendo cuando su padre la visitaba en su trabajo a mediodía.

Pasado un rato, Alba no aguantaba más el silencio de la habitación y bajó para ver si podría hablar con los policías que estuvieron en el accidente. Tuvo suerte; uno de ellos acababa de llegar para lo mismo y la informó de lo ocurrido. Le aconsejó que llamara al seguro por el tema del siniestro y la indemnización y Alba cogió la carpeta que el policía le dio y apuntó todos los datos con cuidado para que no se le pasara nada. Se ocuparía de ello al día siguiente desde su oficina. Le dio las gracias al policía y volvió a subir a la habitación donde estaba su padre.

Según el policía, su padre había vuelto a nacer. El impacto había sido tremendo y gracias a que lo vio venir pudo esquivarlo un poco, pero aun así el accidente fue brutal. El agente dijo que él no había visto nunca nada parecido y que cuando los bomberos sacaron a su padre del coche se temieron lo peor. Se sorprendieron de que respirara todavía y gracias a que la ambulancia no tardó en llegar y le atendieron enseguida había podido salvar la vida. El otro conductor también estaba grave. Un fallo en los frenos del otro vehículo fue lo que provocó el accidente. No le pudo decir nada más.

El día pasó despacio, sin cambios. Alba y su madre se turnaron para bajar a comer. Cuando Alba estaba sentada, tomándose un café después de haberse comido un bocadillo, oyó que alguien la llamaba.

—Alba, ¿eres tú?

Alba se dio la vuelta y vio a una mujer de la edad de su madre, más o menos. Su cara le resultaba familiar, pero hasta que no la miró más detenidamente no supo quién era.

—Señora Carmen, ¿cómo usted por aquí?

—Hija, Pedro está ingresado otra vez. Neumonía. Esta mañana lo trajo la ambulancia. Está ingresado en la cuarta planta.

—Mi padre también está en esa planta.

—¿Tu padre? ¿Qué le ha pasado? Le vi hace unos días y estaba fuerte como un roble.

—Ayer tuvo un accidente con el taxi. Le arrollaron.

—¡Dios mío! ¿Cómo está? ¿Está muy grave?

—Le han inducido un coma, le han operado y hay que esperar. —Alba le hizo un breve resumen de la situación.

—¿Tu madre está con él?

—Sí, nos hemos turnado para bajar a comer algo. Yo ya iba a subir.

—Pues si esperas un minuto subo contigo. He venido con Nacho. ¿Te acuerdas de mi hijo Nacho? Iba con tu hermano al instituto y solían salir juntos de vez en cuando.

—Sí, claro que me acuerdo.

—Le voy a decir que subo contigo, luego ya subirá él. Así veo a tu madre y la acompaño un momento.

La vecina del barrio de toda la vida se acercó a un hombre que estaba pagando lo que había pedido, le dijo algo y este se volvió. Alba al verle se acordó de años atrás, muchos años atrás, cuando su hermano iba al instituto y ella estaba aún en el colegio. Cuando estaba en el colegio envidiaba a su hermano porque tenía amigos muy mayores, o ella los veía así. El hombre al que estaba mirando era de la edad de su hermano, pero con la misma cara que cuando era un adolescente. Lo saludó levantando una mano y él le devolvió el saludo a la vez que sonreía.

Subió con la vecina de su madre. Carmen era menuda, con unos ojillos pequeños y el pelo corto, muy habladora. Su madre y ella eran vecinas de toda la vida. Le dio ánimos y no paró de hablar mientras subían a la planta. Llegaron a la habitación de su padre, abrió y dejó que entrara Carmen, que saludó a su madre con un beso en la mejilla.

Enseguida se pusieron a hablar de todo un poco y Alba aprovechó para echarle un vistazo más tranquila a su padre. Parecía que estaba tranquilo; respiraba a través de un tubo conectado a una máquina, pero tenía un color normal. Era como si estuviera dormido. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se había prometido no llorar. Su padre estaba vivo y se iba a recuperar.

Al cabo de unos minutos su madre salió de la habitación con su vecina para visitar a Pedro, el marido de Carmen, con lo que Alba se quedó sola. Se levantó y acomodó la sábana a su padre. Se acordaba de todas las veces que eso mismo se lo había hecho él cuando se iba a la cama y venía a contarle cualquier cuento o cantaban juntos alguna canción hasta que ella se dormía. ¡Qué lejos quedaban esos días! Pero para ella era algo muy bonito todo el cariño que su padre la había dado siempre, todas las conversaciones que había tenido con él, todos los secretos y los consejos que le daba. Miró a su padre con mucho cariño y se inclinó para darle un beso en la mejilla. Raspaba, pero seguía oliendo a él. El olor de su padre era especial y siempre la hacía sentirse segura.

Se abrió la puerta y entró el doctor moreno. Paseó la vista por la habitación y entró cerrando la puerta. Miró a Alba directamente, lo que hizo que esta se sintiera un poco intimidada. Nadie la había mirado nunca así.

—Veo que estás sola. ¿Tu madre ya se marchó?

—No, ha ido… Está con una vecina. Hay un… Bueno, está visitando a un vecino. —Se maldijo por balbucear, parecía una adolescente, pero es que ese hombre la ponía muy nerviosa.

—Bien, voy a ver cómo sigue tu padre.

—Por supuesto.

Alba salió de la habitación antes de darle tiempo a volverse, cerró la puerta y se apoyó en la pared. Notaba fuego en la cara. No entendía cómo alguien a quien no conocía podía alterarla de esa manera. Respiró hondo varias veces hasta que notó cómo se tranquilizaba. «¡Dios, solo es un hombre! Pero ¡vaya hombre!». Era muy atractivo y esa voz se la imaginó hablándole al oído mientras hacían el amor y volvió a sonrojarse. «¡Alba, para ya!», se regañó. Cerró los ojos intentando quitarse esa imagen de la cabeza.

Se quedó allí mismo hasta que se volvió a abrir la puerta y el doctor le indicó que pasara.

—Bueno, parece que todo va bien. Mañana le haremos alguna prueba para ver el coágulo de su cerebro, pero parece que está respondiendo bien.

—Gracias, es una noticia estupenda. —Alba se colocó a un lado de la cama, lo más lejos del doctor y sin atreverse a mirarle. Suponía que el médico adivinaría sus pensamientos. Le temblaban las manos y para que no lo notara no dejaba de retorcérselas.

—Sí, es genial. Bueno —dijo el doctor; parecía tan descolocado como ella—, seguiré con mi ronda. Por cierto, mi nombre es David.

—Yo soy Alba. Mucho gusto. —Alba levantó la vista y le dedicó una tímida sonrisa.

—Alba… Me gusta. Bonito nombre, muy bonito. —La miró una vez más desde la puerta y con un guiño se fue.

Alba se quedó durante un rato parada en el mismo sitio, mirando la puerta como una boba. Vale, ese médico le gustaba, ¡cómo no! Era un bombón, pero un bombón que ella no podría degustar, se dijo. Pero como soñar es gratis se volvió a imaginar con él paseando de su mano, de cena compartiendo la comida, bailando muy agarrados mirándose a los ojos, dedicándole alguna canción, y se lo imaginó a él mirándola con una cara de enamorado total. Suspiró con una sonrisa en sus labios y miró hacia la cama donde su padre descansaba. Le pareció ver que él también sonreía. «¡Alba, para! —se volvió a decir a sí misma—. Baja de tu nube rosa y vuelve al mundo real. Este doctor jamás se fijará en ti, sois completamente distintos. Además, seguro que ya está pillado».

No te arrepientas de quererme

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