Читать книгу No te arrepientas de quererme - Gema Guerrero Abril - Страница 13
ОглавлениеCapítulo 5
El sábado por la mañana Alba y Sonia fueron al hospital para ver a Antonio. Alba le contó a su amiga que había visto al médico cañón más atractivo del mundo, que se encargaba de su padre y que había tenido unos sueños de lo más eróticos con él, y eso que no le conocía de nada. Desde el episodio del ascensor no se habían vuelto a encontrar.
Alba supuso que él la evitaba, pero la verdadera razón era que David se sentía un poco descolocado cada vez que la veía pasar. Cada día, cuando ella llevaba a su madre al hospital antes de ir a trabajar, la veía desde la cafetería y no sabía cómo explicar lo que sentía al verla, pero no se atrevía a abordarla o simplemente a invitarla a un café con la excusa de hablar sobre su padre. Pensaba que Alba estaría con alguien, aunque no la había visto con ningún hombre ni su madre había hecho mención alguna de que Alba saliera con alguien. Solo hablaba de Jesús, su otro hijo, que estaba en Argentina.
Se resignó a no saber y a esperar a la siguiente semana, que era cuando estaba de tarde y podría verla. Al menos eso era lo que Rosa le había dicho. ¡Vaya con Rosa! No se le pasaba una. Aunque, bien mirado, tener a una aliada en ese tema no le vendría nada mal. Rosa (la enfermera a la que Alba pidió las toallas y la palangana) le tenía un cariño muy especial al doctor David Montero, le cuidaba desde que llegó al hospital. Para ella era casi como un hijo. Ella no había podido tener ninguno y desde que enviudó, hacía casi cinco años, en David encontró el apoyo que necesitaba. Era un buen muchacho y ella se preocupaba mucho de él, por lo que observaba a David a diario y había comprobado el interés que tenía por cierta hija de un paciente en particular.
A Rosa Alba le gustaba mucho, le parecía una chica muy dulce, nada que ver con las conquistas que de vez en cuando se colgaban del brazo del buen doctor. Esta chica parecía cariñosa y con David estaría en la gloria, así que se propuso «ayudar» sin que ninguno de los dos se percatara.
A Alba por las mañanas, cuando dejaba a su madre antes de ir a trabajar, le preguntaba por su trabajo, su vida, y sabía que no tenía ninguna relación con ningún hombre, que trabajaba demasiado y que era muy amiga de sus amigos.
Alba no tenía ni idea de que la buena de Rosa lo que estaba haciendo era intentar que su querido doctor y ella se conocieran y se gustaran. Era una romántica. Por eso, cada día charlaba un ratito con Alba y en esas charlas Rosa se enteró de que Alba tenía la carrera de Derecho acabada, pero que no le gustaba ejercer, pues se sentía más a gusto en su oficina que en los juzgados; que bailaba en un gimnasio donde daba clases a un pequeño grupo de alumnos, que de vez en cuando ensayaban para bailar en alguna discoteca donde el dueño del gimnasio, que también era relaciones públicas, les contrataba para alguna fiesta. También sabía que hacía extras en un restaurante algún sábado por la noche y que en este mismo restaurante Alba había empezado a ganarse la vida como camarera a los dieciocho años, cuando empezó a ir a la universidad; que le gustaba vivir y disfrutar de la vida; que vivía sola en un pequeño pisito que uno de sus jefes le vendió cuando se casó y que fue una verdadera ganga; que adoraba a su padre y a su hermano y que con su madre no tenía muy buena relación, aunque esto se veía claramente.
También supo que Alba había tenido solo una relación seria, que había terminado mal. Le aseguró que todavía no había encontrado al amor de su vida y no dudaba de que hubiera un hombre para ella, por lo que de momento se había resignado a vivir sin amor. Rosa le sonreía y pensaba de qué manera hacer que su buen doctor y esta muchacha tan dulce se conocieran.
Mientras tanto, Alba y Sonia visitaron a Antonio, que seguía sedado a la espera de que el doctor David Montero decidiera retirarle la sedación y Antonio despertara de ese coma.
Hablaron de muchas cosas. Alba le leyó las noticias del periódico a su padre, como cada día, y entre ella y Sonia las discutieron. Sonia le confesó que Óscar y ella estaban intentando ser padres y que estaban en ello, pero que aún no lo habían conseguido. Llevaban casi seis meses sin tomar precauciones y todavía no se había quedado embarazada.
—No te preocupes. Ya verás que cuando menos lo pienses sucede. — Alba intentó animar a su amiga, aunque ella de esos temas no tenía ni idea. Por no saber, no sabía ni cuándo fue la última vez que tuvo relaciones con un hombre. «Mucho», se dijo. «Mucho tiempo. Si ya ni me acuerdo»—. No te obsesiones y ya verás que enseguida me darás la buena noticia.
—¡Ojalá! Estamos preparados para dar este paso y cada mes, cuando me baja la regla, me paso dos días llorando. Sé que soy tonta, pero no lo puedo evitar.
—Yo no creo que seas tonta. Pero ya verás, ahora que estáis un poco más tranquilos, que tu café funciona bien, que Óscar sigue con su trabajo y que todo ha vuelto a la normalidad no tardarás en quedarte embarazada. —Alba abrazó a Sonia con todo el cariño que sentía. Su amiga era un gran apoyo y siempre estaban la una para la otra.
—Tienes razón, han sido unos meses de locura. Hasta pensé en dejarlo con Óscar de lo agobiada que estaba. Menos mal que mi chico es un amor y me quiere, pero reconozco que he estado insoportable y con él no me he portado todo lo bien que se esperaba.
—Pues ya sabes, ración doble de sexo y cariñitos y todo olvidado. Óscar te quiere mucho.
—Lo sé. No sé qué habría hecho sin él. Y sin ti, claro. Sois lo mejor que me ha pasado en la vida. De verdad —le dijo Sonia muy seria, viendo el gesto de Alba. Levantaba las cejas y abría los ojos como platos cada vez que Sonia le decía lo especial que se sentía siendo su amiga.
—Bueno, somos amigas desde hace tanto tiempo que ya nos entendemos sin ni siquiera hablar. Sabes que tú eres muy importante para mí también.
Siguieron hablando toda la mañana, se contaron todo lo que habían hecho en esa semana. Alba le dijo que el próximo sábado también tenía que ir al restaurante, no sé qué de un grupo de amigos que habían escuchado que había actuación mientras cenaban y le habían pedido a Ernesto escuchar a la chica que cantaba. Sonia le prometió acompañarla junto con Óscar, era lo que siempre hacían. Cuando a Alba la llamaban para cantar, sus amigos iban con ella. Así no se sentía sola en ningún momento. Además, a Sonia le encantaba la voz de Alba; sus canciones siempre le ponían el vello de punta. Cantaba con tanto sentimiento que siempre se emocionaba.
A Alba siempre le gustó bailar y cantar y tenía una voz muy bien modulada. Cantaba de todo y a cada tema le ponía su toque personal. En el restaurante donde cantaba le tenían mucho cariño y los clientes que acudían repetían cuando se enteraban de que Alba cantaría. Ella empezó sirviendo mesas allí cuando empezó la carrera de Derecho. Quería colaborar con los gastos de la facultad y ese era un trabajo cómodo. Sonia también trabajaba en el restaurante y allí fue donde la oyó cantar por primera vez. Mientras preparaban las mesas para recibir a los clientes, Alba cantaba y poco a poco se fue animando. Sonia al principio pensó que sería el hilo musical, pero al escuchar más detenidamente se dio cuenta de que era Alba. Cantaba, tarareaba, silbaba y vuelta a empezar. Entonces se le ocurrió una idea. Llamó al dueño del restaurante, un tipo pequeño pero agradable, y le comentó que podrían poner en el frente del salón una tarima para una pequeña banda y que mientras los clientes cenaban alguien podría cantar. Ella había visto ese tipo de locales en Nueva York, cuando estuvo con Óscar de viaje, y se quedó alucinada. Los clientes que acudían al restaurante a cenar comían y bebían más, porque después de la cena venían las copas, y eso significaba más dinero. Sonia siempre tuvo las ideas muy claras.
Al dueño le gustó la idea y en menos de tres meses había reformado el salón completamente. Ahora solo quedaba encontrar a alguien que no cobrara mucho por cantar. Sonia le dijo que eso se lo dejara a ella.
Una tarde, mientras preparaban las mesas, Sonia, sin que su amiga se diera cuenta, dejó una pequeña grabadora en la zona donde Alba trabajaba y allí se grabó todo lo que cantó y habló esa tarde. Después se lo entregó a Ernesto y el resto es historia.
Cuando Ernesto le propuso cantar en su restaurante Alba dijo que no. Se moriría de vergüenza. Ella cantaba para ella misma, no había cantado delante de nadie en su vida y no estaba segura de querer hacerlo, pero ante la insistencia de Ernesto y de Sonia al final accedió, pero solo una vez. Estaba segura de que haría el ridículo y de que eso sería un fracaso y Ernesto tendría que cerrar el restaurante y vender pipas en un kiosco callejero.
Acordaron la primera actuación para dentro de dos semanas. Así Alba tendría tiempo de escoger las canciones y dárselas a los músicos que la acompañarían.
La primera noche que Alba se subió a ese escenario a cantar fue acompañada solo de un piano. Había seleccionado con mucho cuidado una lista de canciones, las que ella pensó que cantaba mejor. Sonia estuvo con ella en todo momento, junto con Óscar. Alba no paraba de pensar que había sido idiota al dejarse convencer y que haría el ridículo más espantoso de su vida. Sentía el estómago revuelto de los nervios que tenía. Sonia no paraba de animarla para evitar que se viniera abajo. Ella conocía a su amiga y sabía que en cuanto se subiera al escenario y empezara a cantar se olvidaría de todo lo que la rodeaba. Y no se equivocó. Nada más subir al escenario y escuchar los primeros acordes de Without you, de Mariah Carey, Alba se olvidó de todo y cantó.
La gente aplaudió encantada y Ernesto, emocionado viendo cómo sus clientes disfrutaban del espectáculo, agradeció a Sonia haber puesto en su vida a alguien como Alba. Cantaba como los ángeles, tenía una voz preciosa y el sentimiento con el que cantaba le puso el vello de punta. Se había ganado un público fiel, que esperaría la siguiente noche para volver a escuchar su voz y el sentimiento que ponía con cada canción.
Solo cantó cinco canciones esa noche, pero cuando bajó del escenario y Ernesto le propuso cantar de vez en cuando no se lo pensó, dijo que sí. Lo que había sentido al cantar delante de aquellas personas era algo que no podía explicar. Había emocionado a cada uno de los clientes del restaurante. Muchos de ellos ya la conocían, eran clientes asiduos, y al escucharla cantar había visto emociones en cada uno de ellos.
Óscar era la primera vez que la escuchaba cantar y aún no podía tragar el nudo que tenía en la garganta. No sabía que era capaz de algo así. Aunque Sonia ya se lo había contado, creyó que exageraba, pero descubrió que había sido uno de los momentos más emocionantes de su vida, agarrado a la mano de su chica y escuchando esas canciones que hablaban de amor y desamor.
A partir de ese día la rutina de Alba cambió. Ya no servía mesas, ahora la llamaban para cantar. Solo su padre y su hermano fueron a verla la siguiente noche que se subió a ese escenario. Su madre, como siempre, se negó.
La mañana se les pasó en un suspiro hablando de todas las cosas que se les ocurrían, riéndose de todas las anécdotas que Sonia le contaba de la gente que se dejaba caer por su café. Intentaba distraerla de la tensión que notaba en su amiga. A Alba este gesto de Sonia le llenó el corazón; llevaba toda la semana sufriendo por su padre y sin apoyo y el tener a su amiga a su lado la hacía muy feliz.
Óscar y Caridad llegaron casi a la vez, se saludaron de manera breve y se pusieron a hablar tranquilamente. Caridad les preguntó por el negocio y por su vida en general. Estuvo muy animada hablando con ellos. Alba pensó que su madre había hablado más con ellos en ese rato que en toda la semana con ella. Se mantuvo en un segundo plano, escuchando la conversación. En ningún momento la miró ni la incluyó en ese diálogo. Solo hablaba de sí misma, de Antonio y de su Jesús, pero de ella ni una sola palabra. Era como si para su madre no existiese. Sonia la miraba de reojo, sabiendo lo que su amiga sentía y cómo sufría con el desprecio de su madre, y después de un rato de charla se disculparon para marcharse. Eran más de las dos de la tarde y se les hacía un poco tarde para comer. Alba bajó con ellos para despedirse hasta la tarde. Así aprovecharía para comer algo en la cafetería del hospital.
Cuando estaban despidiéndose en la puerta, Alba sintió un escalofrío en el cuerpo y al volverse vio a David salir de un ascensor y dirigirse hacia la cafetería. Con un gesto le indicó a Sonia que ese era el médico que la traía de cabeza y Sonia, que no tenía vergüenza ni la conocía, le hizo un repaso visual muy concienzudo. Vamos, que le faltó silbar.
David, al ver a Alba en la puerta del hospital, también se quedó parado. Hacía varios días que no la veía y había echado de menos encontrarse con ella. Sus miradas se cruzaron y él le sonrió y la saludó con un movimiento de cabeza.
Alba, roja como un tomate de la cabeza a los pies, miró a su amiga y esta, cogiéndola de las manos, le dijo:
—¡¡Huummm!!! ¡Qué bomboncito! —Óscar, a su lado, la miró con el ceño fruncido, aunque él sabía que su chica solo tenía ojos para él—. Mejorando lo presente, cariño, ya lo sabes. Pero ¿tú has visto ese pedazo de hombre?
—Sí, cariño, le he visto —le respondió Óscar a su chica con una sonrisa—. No está mal.
—¿Que no está mal? ¡Dios mío, Alba! No le dejes escapar. Te lo llevas a casa y allí le haces un hombre.
—¿Pero qué dices? ¡Tú estás loca! —le contestó Alba acalorada, dándose aire con la mano.
—No me lo imaginaba así. —Y cogiéndola por los hombros le dio la vuelta para que quedara de espaldas a la puerta y le dijo al oído—: Ahora vas a entrar en la cafetería, le vas a saludar y con tu sonrisa cautivadora vas a hablar con él.
—¿Y qué le digo?
—Lo que sea. Háblale del tiempo, pregúntale la hora, pero habla con él. Nosotros nos vamos. Luego te recogemos, a eso de las siete. Adiós. —Y haciéndole un gesto con las manos para que fuera hacia la cafetería agarró a Óscar y salieron por la puerta del hospital, dejando a Alba parada en la puerta.
Alba respiró hondo y con paso tembloroso se encaminó hacia la cafetería. Entró y fue hasta la barra, donde se pidió un sándwich de pavo y un refresco. Vio a David en una mesa con varias personas y no se atrevió a acercarse. Se limitó a pasar por su lado y dedicarle una tímida sonrisa.
Se sentó de espaldas a él para poder comer. Si le miraba se le cerraría el estómago y sería incapaz hasta de tragar su propia saliva.
David la miró al pasar y algo se le encogió por dentro cuando Alba le sonrió. Pensó que había sido un estúpido; podría haberla esperado en la barra para charlar con ella, pero se puso tan nervioso al verla que ni lo pensó. Ahora se arrepentía. Era la sonrisa más bonita en la cara más bonita que había visto jamás, pero tampoco se atrevió a decirle nada. Se limitó a devolverle la sonrisa e intentó disimular su nerviosismo ante sus colegas.
Alba picó su bocadillo y se bebió su refresco. Sentía los ojos de David posados en ella, pero no se atrevió a volverse. Simplemente, cuando se levantó para irse, le miró y le dijo un tímido:
—Hasta luego.
Subió sintiéndose una estúpida. «¡Vamos! —se regañó—, que no tienes quince años, tienes casi el doble. Normal que él no quiera nada contigo. Se creerá que eres una niñata, ruborizándote como una colegiala».
Pasó el resto de la tarde en compañía de su madre, ambas en silencio. Alba intentó mantener una conversación con su madre, pero fue inútil. Solo recibía monosílabos o gruñidos por contestación, con lo que se dio por vencida y se limitó a leer el periódico que había traído esa mañana.
Pasadas las seis se levantó y, dándole un beso a su padre, recogió su bolso y la chaqueta que había traído para marcharse.
—Me voy, mamá. Esta noche trabajo.
—¡Trabajo! A cualquier cosa le llamas tú trabajo.
—Llámalo como quieras, mamá. Para mí es un trabajo, pues me pagan por ello. Y muy bien, por cierto.
—Una cualquiera, eso es lo que pareces. Una cualquiera subida en un escenario y dejando que todos los hombres te miren.
—Canto en un restaurante. Podrías venir y verlo por ti misma. No es nada vergonzoso.
—¡Ni hablar! ¡Jamás! —le escupió esas palabras con dureza—. Bastante me avergüenzo sabiendo lo que haces como para encima ir y verlo. Y lo del baile… ¡Dios mío! No sé qué se te pasa por la cabeza.
—Di lo que quieras. A mí me gusta lo que hago, disfruto. Y cuando veo que la gente se emociona es cuando más me gusta. —Y abriendo la puerta salió sin mirar atrás.
Sabía que había hecho mal hablándole así a su madre, pero es que a veces no podía más y hoy no había podido contenerse. Su madre la juzgaba y ni tan siquiera la había escuchado cantar ni la había visto bailar. No era justo.