Читать книгу No te arrepientas de quererme - Gema Guerrero Abril - Страница 11

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Capítulo 3

—¿Por qué no me has llamado antes? —Sonia, al otro lado del teléfono, estaba cabreada.

—Ayer no me acordé y hoy la verdad es que tampoco, hasta ahora. Vamos, no te quejes tanto. Además, no podrías haber hecho nada. ¿Qué ibas a hacer? ¿Cerrar?

—No lo sé, no he tenido oportunidad de planteármelo porque cierta «amiga» no me ha avisado de nada.

—Lo siento, perdona. —Alba se frotó la cara con una mano; estaba cansada—. Tienes razón, pero entiéndeme a mí también. Con el accidente de mi padre, con mi madre atacándome a la menor ocasión y sin mi hermano para apoyarme se me pasó.

—De acuerdo, te perdono, pero por lo de tu padre. Entonces ¿está bien?

—Bueno, está mejor. El doctor que le atiende dice que está respondiendo bien al tratamiento y que es optimista. Mañana le harán más pruebas para ver el coágulo y entonces ya podrá afirmar algo más en concreto.

—Eso son buenas noticias. Aunque supongo que se pasará mucho tiempo ingresado.

—Sí, y después tiene que hacer mucha rehabilitación para recuperar movilidad. Le tienen que volver a operar, pero irá todo poco a poco. Cuando despierte del coma ya veremos. Estoy deseando poder hablar con él, reírnos. —Notó cómo se le formaba otra vez el nudo de la garganta y dejó que las lágrimas cayeran. Con Sonia no tenía por qué disimular; era su mejor amiga, su paño de lágrimas—. Sonia, es horrible lo que le ha pasado. Y el verle así, tan quieto, no sé, es muy difícil.

—Lo imagino. Pero tranquila, ya verás como se recupera. Tu padre es mucho Antonio. Los Pascual sois así, podéis con todo. Y si no, mírate tú. Has conseguido todo lo que querías aun con las pullas de tu madre taladrándote a diario.

—Es verdad. Sé que se va a poner bien, lo sé.

—Eso es, no te vengas abajo. Eres muy fuerte.

—Gracias, Sonia. Te dejo, voy a bajar a comprar unas cosas al súper antes de que cierren. Mañana vuelvo al trabajo y después me pasaré por el hospital. Además, tengo que llamar al gimnasio por lo de las clases, a ver si alguien me puede cubrir por lo menos la primera.

—Llámame si necesitas algo, lo que sea, o para desahogarte. O simplemente para charlar.

—De acuerdo, hasta mañana.

Se despidió de Sonia y bajó al supermercado que estaba a la vuelta de su calle para comprar las cosas que necesitaba para afeitar a su padre y algunas más para llenar su despensa. Había hecho una pequeña lista, porque con la cabeza que tenía…

Al día siguiente tendría que volver a la rutina de su trabajo y necesitaba tenerlo todo preparado. Llamó al gimnasio donde daba clases y habló con Yoli. Le resumió lo que había pasado y le pidió el favor de cubrirle la primera clase. Le prometió pasarse al día siguiente, en cuanto saliera de visitar a su padre. Se quedó un poco más tranquila; había organizado las cosas y todo saldría bien. Cenó pronto, se duchó y se metió en la cama.

A la mañana siguiente se levantó cuando sonó el despertador. Se duchó y se vistió con un vestido negro sin mangas, con un fino cinturón rojo de charol y zapatos rojos de tacón. Se peinó y se recogió el pelo con unas horquillas, se maquilló los ojos y los labios, cogió una americana negra, su maletín, el bolso, salió por la puerta y bajó hasta el garaje de su bloque para sacar el coche.

Se mezcló en el tráfico de un jueves por la mañana y fue hasta la casa de sus padres para recoger a su madre y dejarla en el hospital. Como era pronto, subiría a ver a su padre y después se iría a trabajar.

Volvió a dejar a su madre en la puerta del hospital y buscó aparcamiento. Entró en el hospital poniéndose la americana mientras se dirigía a los ascensores, sin darse cuenta de que un par de ojos la miraban extasiados desde la cafetería.

David Montero, el médico que se ocupaba de Antonio, se quedó pasmado al verla pasar. Estaba impresionante. Le gustó desde el primer momento en que la vio el día del accidente y le gustó mucho más al verla tan natural el día anterior, con los vaqueros y sin pizca de maquillaje, pero esta mañana estaba preciosa, imaginaba que vestida para ir a su trabajo.

Casi se atraganta con el café que se estaba tomando, no podía quitarle los ojos de encima. Terminó su café de un trago y salió de la cafetería. Esperaba poder subir con ella en el ascensor para echarle otro vistazo, pero cuando al fin pudo llegar a los ascensores comprobó que en el que subía Alba estaba cerrando las puertas. Ella se volvió y sus miradas se cruzaron un momento. Alba se quedó paralizada de la impresión; no esperaba encontrarse con el doctor cañón y al verle se quedó mirándole y, notando cómo el color se subía a sus mejillas, aguantó la respiración hasta que las puertas se acabaron de cerrar. Entonces soltó el aire que había retenido y se apoyó en la pared del ascensor.

Una señora que subía con ella le sonrió y Alba le devolvió la sonrisa, avergonzada. Se notaba acalorada y necesitaba salir de la pequeña cabina del ascensor. Temiendo que el doctor hubiera subido por la escalera y llegara antes que ella, se pegó a la puerta del ascensor en cuanto se paró para bajar lo más rápido posible. Las puertas se abrieron y, mirando hacia los dos lados, salió del ascensor y se dirigió lo más rápido que le permitían sus zapatos de tacón hacia la habitación donde estaba su padre.

Mientras, abajo, en el vestíbulo donde estaban los ascensores, David tardó en reaccionar. Nunca le había pasado nada parecido con ninguna mujer, pero con esta… Era preciosa y se moría de ganas de hablar con ella para conocerla más a fondo.

Sacudió la cabeza y pulsó el botón del ascensor. Debía ponerse en marcha y empezar con su trabajo. Se imaginaba que no la vería esa mañana por el hospital y él por la tarde no estaría. Suspirando, se pasó las manos por el pelo y cuando se abrieron las puertas del ascensor entró y se obligó a pensar en otra cosa.

Alba entró en la habitación donde estaba su padre y cerró tras de sí. Se quitó la americana y se dejó caer en una de las sillas que había y por fin pudo respirar. Aunque, después de pensarlo un poco, se dio cuenta de que era ridículo su comportamiento. El doctor la habría reconocido y solo querría ser amable. Entonces ¿por qué la miraba así? Su comportamiento era estúpido, pero es que el doctor le gustaba demasiado y cada vez que le veía no podía evitar balbucear como una idiota y ponerse colorada como un tomate maduro.

Su madre la miró, pero no dijo nada. Movió la cabeza de un lado a otro y siguió sentada mirando a su marido.

Ya más tranquila, Alba se levantó, dejó su americana sobre la cama y se acercó a darle un beso a su padre. Cogió su teléfono y marcó de nuevo el número de su hermano. Cuando al otro lado su hermano lo cogió, le dijo que esperara y se lo tendió a su madre.

—Es Jesús. Toma, habla con él.

—¡Mi Jesús!

Le arrebató el teléfono de la mano sin mirarla siquiera y de espaldas a ella comenzó a hablar con su hijo. Alba la escuchaba a medias y mirando de nuevo a su padre se dio cuenta de que necesitaba algo. Salió al pasillo buscando una enfermera. Al llegar al puesto de enfermería vio a la que el día anterior había entrado a cambiar el suero de su padre.

—Buenos días. Soy Alba, la hija de Antonio Pascual, el paciente de la 416. ¿Podría pedirle un favor?

—Hola, guapa. Tú dirás —respondió la enfermera con una dulce sonrisa.

—Verá, es que esta tarde me gustaría poder afeitar a mi padre. Tengo todo lo necesario, pero quería saber si habría algún inconveniente.

—Por supuesto que no lo hay. Me parece un gesto muy bonito el tuyo. ¿Estás muy unida a tu padre? —La enfermera le sonrió, mirándola con unos ojos muy azules y muy vivos.

—Mucho. Más de lo que yo misma creía —se sinceró con esa mujer que le sonreía con tanto cariño.

—Pues no te preocupes, puedes hacerlo. Aunque si quieres lo podemos hacer nosotras.

—Gracias, pero me gustaría hacerlo yo, aunque necesitaría algún recipiente donde poder echar agua caliente y alguna toalla.

—No te preocupes, te dejaré todo preparado en el baño para cuando vengas. —Le cayó muy bien esa enfermera, la miraba como su madre miraba a su hermano. Se veía que le gustaba su trabajo y cuidar de los enfermos.

—Solo le quiero pedir que no le diga nada a mi madre, por favor. Ella no lo entendería —le solicitó bajando la voz.

—Tranquila, no se enterará. —Le guiñó un ojo.

—Gracias de nuevo, muchas gracias.

—A ti, Alba. Por cierto, yo soy Rosa. Esta semana estoy de mañana, pero la próxima me tocan las tardes. Nos veremos por aquí.

—Perfecto. Yo vendré por las tardes, cuando salga de mi trabajo. Espero que pronto despierte y podamos respirar todos.

—Lo hará, ya lo verás.

—Bueno, gracias por todo de nuevo. Voy a recoger mis cosas para ir a trabajar. Adiós.

—Que pases un buen día. Y no te preocupes, tu padre está bien.

Volvió a la habitación para recoger sus cosas y despedirse de su madre. La vio mirando por la ventana. Había llorado, pero se notaba que estaba más tranquila, imaginaba que por haber podido hablar con su hijo. Pero ni se volvió ni le dijo nada. Alba tampoco preguntó; simplemente, se puso la americana y recogió sus cosas. Se inclinó sobre la cama para darle un beso a su padre y le dijo adiós a su madre. Esta le contestó sin volverse y Alba salió de la habitación y cerró sin hacer ruido. Se paró delante de los ascensores y bajó a la entrada. No se encontró con su médico favorito.

No te arrepientas de quererme

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