Читать книгу No te arrepientas de quererme - Gema Guerrero Abril - Страница 12
ОглавлениеCapítulo 4
Alba estuvo entretenida toda la mañana archivando papeles, atendiendo clientes y cumpliendo con su trabajo. Comprobó que el mundo no se había hundido por haber faltado casi dos días.
Llamó a la compañía de seguros donde su padre tenía el taxi asegurado y explicó la situación. Les prepararía toda la documentación que necesitaran y la enviaría esa misma semana para empezar los trámites. La tranquilizó saber que ellos se encargarían de todo.
Se tomó un café con Beatriz y le dio las gracias de nuevo por haberse encargado de sus cosas. Le contó cómo estaba la situación en el hospital, el estado de su padre y que esperaba escaparse antes de su hora para poder pasar más tiempo con él.
Beatriz lo entendía, sabía la relación que Alba mantenía con su padre. Los había visto casi a diario tomando café juntos y vio la complicidad que tenían. Beatriz también sabía que Alba y su madre no se llevaban muy bien, pero no había querido preguntar por qué. Solo sabía que la relación no era buena.
La escuchó desahogarse e intentó animarla. No eran grandes amigas, pero se llevaban bien. Habían salido de vez en cuando juntas, aunque no tenían los mismos gustos en cuanto a salidas (a Alba le gustaba bailar y ella era más de charla). Alba la había intentado animar a que se apuntara a sus clases de baile; así se soltaría un poco la siguiente vez que salieran por ahí. Beatriz no se veía bailando. Había visto a Alba bailar en alguna ocasión y ella no quería hacer el ridículo.
Cuando llegaron los jefes Alba les pidió un minuto para explicarles otra vez lo mismo que le había explicado a Beatriz. Los tres hermanos y socios del bufete la escucharon y Blanca, una de las hermanas, también socia, le propuso una solución mientras durara esa situación. Hacía tiempo les descargaron unas aplicaciones en los portátiles para poder trabajar desde cualquier sitio con acceso a internet y Blanca le sugirió utilizarla y poder trabajar desde el hospital si quería pasar más tiempo allí hasta que su padre despertara del coma. En el bufete siempre había mucho trabajo administrativo y para Beatriz hacerlo sola era muy complicado; pero si ella, desde donde estuviera, se conectaba y seguía trabajando, no habría ningún problema. Suárez y Vicente estuvieron de acuerdo y Alba se lo agradeció de corazón. Para ella era muy importante su padre, pero también lo era su trabajo. Le gustaba lo que hacía y disfrutaba de su trabajo.
La dejaron organizarse el horario que necesitara y como Alba no quería abusar, ya que bastante duro era para ella tener que pedirles ese favor como para encima ponerse ella el horario, les explicó que entraría antes de las nueve, haría el trabajo más urgente desde allí y se marcharía a la hora de comer. Se guardaría el trabajo menos urgente para llevárselo en el portátil y seguiría trabajando desde el hospital hasta las siete, que era cuando acababa el horario de visitas y tendría que irse a casa. Estuvieron de acuerdo, pero habría días en que no tendrían mucho trabajo y no sería necesario trabajar tantas horas. Le insistieron en que ella se marcara el ritmo. En todos los años que llevaba trabajando allí nunca había faltado ni por una gripe. En el bufete apreciaban su trabajo. Habría sido muy buena defendiendo sus casos, pero respetaban su decisión y a ellos les venía muy bien tener un administrativo que encima sabía tanto de leyes como ellos mismos.
Fue el sitio en el que hizo las prácticas nada más acabar la carrera y en ese sitio se quedó. No faltaba el trabajo y se entendían entre todos muy bien. Cuando Alba les expuso su decisión de no ejercer pensó que la despedirían, pero con el tiempo se dieron cuenta de que era más valiosa dentro que fuera. Les solucionaba un montón de papeleo y revisaba los casos más importantes para dar su punto de vista y poder negociar en los juzgados.
Volvió a su trabajo, ahora ya más relajada. Habían encontrado una solución y todos estaban de acuerdo.
Antes de comer llamó a su madre para preguntar por las pruebas que le habían hecho a su padre. Caridad le dijo que los médicos estaban contentos. El coágulo parecía que se estaba reabsorbiendo bien y pronto le podrían quitar la sedación para que despertara del coma. A Alba se le saltaron las lágrimas; era la mejor noticia que podría haber recibido. Prometió llamar a su hermano para darle la noticia y se despidió de su madre hasta la tarde.
Ya más tranquila, hizo una pequeña pausa para comer. En casi dos días apenas si se había alimentado en condiciones. Salió al bar de enfrente del bufete y comió un menú casero. Le preguntaron por su padre; allí había comido en muchas ocasiones con él y Beatriz les había contado lo ocurrido.
Llamó a su hermano desde allí para decirle lo que su madre le había contado y estuvieron un rato charlando. Jesús prometió llamar a su madre a diario, a ver si así dejaba un poco de incomodar a Alba con sus amargas palabras. Ellos quedaron en mandarse e-mails para contarse los avances. Jesús lo tenía un poco difícil para escaparse a España. La competencia les estaba quitando mucho trabajo y ellos tenían que luchar por seguir arriba. Alba lo entendió, no le presionó. Sabía que a su hermano le encantaba su trabajo y era muy bueno en él. Le apenó saber que no estaría de vuelta tan pronto como ella hubiera querido, pero ahora que ya había podido ver a su padre estaba un poco más tranquila.
El día se le pasó volando y cuando se quiso dar cuenta eran casi las cinco. Apagó su ordenador después de hacer sus copias de seguridad, ordenó sus papeles para el día siguiente y volvió al hospital.
Su madre la recibió igual que la despidió, mirando por la ventana y sin volverse. Alba la convenció de que se marchara a casa. Llevaba todo el día allí y ahora ella se quedaría hasta que acabara el horario de visitas. Pensó que diría que no, pero se sorprendió cuando, cogiendo la chaqueta del armario de la habitación, le dijo:
—Gracias. Tienes razón, me iré a casa. Estoy cansada. Ha sido un día muy largo.
«¡Qué curioso!», pensó Alba. Para ella había sido muy corto, había estado muy entretenida.
—Descansa, mamá. Mañana te recojo a la misma hora, ¿de acuerdo?
—Bien, hasta mañana. ¡Ah! Tu hermano me ha dicho que no cree que pueda venir todo lo pronto que él querría. Uno de los encargados se ha caído y está de baja y hasta que no encuentre a alguien que se pueda hacer cargo del trabajo se tiene que quedar.
—Lo siento. Sé las ganas que tienes de que venga.
—Sí, claro. Tener un hijo tan lejos no es fácil, pero qué le vamos a hacer. Bueno, hasta mañana.
Cuando su madre se marchó y Alba se convenció de que no volvería, se dirigió al baño y vio lo que la enfermera le había prometido, una pequeña palangana y un par de toallas. Llenó la palangana de agua caliente y, cogiendo los artículos de afeitado que llevaba en su maletín, se dispuso a afeitar a su padre. Mientras lo hacía, tarareaba una canción que a su padre y a ella les gustaba mucho, Aprendiz, de Malú:
—… De ti aprendió mi corazón. No me reproches que no sepa darte amor. Me has enseñado tú. Tú has sido mi maestro para hacer sufrir. Si alguna vez fui mala, lo aprendí de ti. No digas que no entiendes cómo puedo ser así. Si te estoy haciendo daño, lo aprendí de ti…
Cuando por fin acabó, besó a su padre en la mejilla. Estaba contenta y orgullosa del hombre que estaba inconsciente en esa cama. Recordó todas las veces que había llorado con él, sintiéndose rechazada por su madre, contándole a su padre todos sus miedos, sus sueños, sus secretos.
Todo volvería a ser como era. Cuando su padre despertara, tendrían mucho tiempo para hablar y por fin le contaría el motivo real de su ruptura con Israel. Aunque imaginaba que su padre sabría el porqué, decidió que merecía saberlo. Él lo entendería y respetaría su decisión.
Pocas personas sabían los motivos de su ruptura con Israel, solo su hermano, Sonia y Óscar, pero sabía que su padre había atado cabos y escuchado comentarios y tenía su propia realidad. Ya era hora de contársela de primera mano. Habían pasado casi dos años desde entonces y no habían vuelto a cruzarse ni una palabra. Aunque coincidieron en varias ocasiones, era como si fueran extraños.
Mirando atrás se dio cuenta de todo el tiempo que había perdido al lado de alguien de quien no estaba enamorada. Al principio sí se creyó enamorada; le parecía imposible que alguien como Israel se fijara en alguien como ella. Nunca sintió lo que decía la gente que se sentía, esas maripositas que te mueven el estómago. Israel era un hombre muy guapo, que se llevaba a cualquiera de calle, y ella cayó a sus pies, encantada de que se hubiera fijado en ella, alguien que no destacaba en nada, que era muy normal. Pero no sentía ninguna emoción especial cuando se besaban o hacían el amor. Al principio Alba sintió algo parecido, pero no esa pasión que te hace perder la cabeza. Le encantaba sentirse querida o por lo menos deseada. Como mujer que era, le gustaba que Israel la piropeara y le dijera lo preciosa que estaba o lo bien que le sentaba tal o cual prenda. Al principio era cariñoso, pero poco a poco mostró al verdadero Israel, al que de verdad era.
Israel era abogado, se conocieron una de las pocas veces que Alba fue a los juzgados. Acababa de empezar a trabajar en el bufete y acompañó a Suárez para que se fuera empapando del trabajo de campo, como a él le gustaba llamarlo. Israel estaba también allí; le había contratado el mejor bufete de todo Madrid y era su primer caso importante el que había ido a defender.
Chocaron en la puerta al entrar los dos a la vez y la sonrisa de Israel descolocó a Alba por un momento, pero enseguida se recompuso y con una sonrisa y una tímida disculpa entró delante de él. Después de acabar la vista del juzgado, Alba salió y se dio cuenta de que Israel estaba en la puerta. La abordó y, sin ninguna vergüenza y muy seguro de sí mismo, se presentó y la invitó a tomar algo para celebrar varias cosas, el trabajo del día y el haberse conocido. A Alba le hizo mucha gracia y se sintió halagada. Aceptó la invitación y, un vino por aquí y una caña por allí, empezaron a verse a menudo.
Le gustaba, la hacía reír y la trataba muy bien, siempre pendiente de ella. Poco a poco fueron viéndose casi a diario y podía incluso decirse que eran pareja. Todo marchaba bien hasta que Alba decidió que no quería seguir ejerciendo. Israel no lo entendía. Discutieron, pero en eso Alba se mantuvo fuerte. Era su decisión y tendría que respetarla. Estuvieron varios días sin llamarse ni verse y fue Israel el que la llamó por fin y se vieron para hablar. Él se las daba de gran abogado, estaba en el mejor bufete de la ciudad y eso se le subió un poco a la cabeza. Aunque siguieron viéndose, la relación que tenían se fue deteriorando por los comentarios despectivos y humillantes de que era objeto Alba cuando acompañaba a Israel en alguna cena de abogados. Ella también era abogada, pero como no ejercía Israel la ridiculizaba en cualquier ocasión. La humillaba delante de cualquiera sin importarle el daño que le pudiera causar y ella, por no montarle ningún numerito, se callaba. Después se lo reprochaba y discutían a menudo por ese motivo. Él se burlaba de ella, se sentía superior por haber tenido la suerte de trabajar donde estaba. Se le había subido a la cabeza. Ella no era tonta y cada vez se daba más cuenta de que su trabajo les acabaría separando, como así fue.
Poco a poco empezó a ponerle excusas, faltaba a las citas. Ya no le apetecía que Alba le acompañara y empezó a acudir solo a las cenas con otros abogados y a ponerle impedimentos para que ella no fuera a ninguna reunión o cualquier otro evento. Alba supo que se estaba viendo con una de las hijas de su jefe. Fue cuando se dio cuenta de que no estaba enamorada. Le dolía la indiferencia y la actitud que Israel tenía con ella, pero no estaba enamorada.
En uno de los viajes en los que vino Jesús a España, Alba le contó lo que pasaba, todas las humillaciones por las que había pasado, que sabía que estaba con otra mujer y que ella ya no le quería, pero que no quería ser el hazmerreír de sus compañeros. Después de sincerarse con su hermano y darse cuenta de cómo se sentía, decidieron acabar con ese asunto de una vez por todas.
Alba se enteró por la secretaria del bufete donde trabajaba Israel de que había quedado con unos clientes muy importantes en un restaurante muy pijo del centro. Se vistió lo más elegante que pudo y, junto con su hermano, se presentó en el restaurante para cenar. Había hecho la reserva y se aseguró de que su mesa estuviera justo al lado de la mesa donde cenaba Israel. Este no conocía personalmente al hermano de Alba y, como físicamente no se parecían, a ojos de los demás pasaban por una pareja más en una cena romántica.
Llegaron al restaurante antes que Israel y Alba se colocó de manera que diera la espalda a la entrada al salón donde cenaban. No tuvieron que esperar mucho tiempo. Antes de que pasaran quince minutos llegaron al salón y se dirigieron a la mesa que tenían reservada. Israel iba con la hija de su jefe, bien agarraditos y acaramelados. Era una rubia con tetas de silicona y morritos de bótox, justo lo que a Israel le gustaba. El padre de la rubia y jefe de Israel, al que Alba conocía, iba detrás, hablando con dos hombres de mediana edad. Les acomodaron en su mesa y a un gesto de su hermano Alba se levantó para ir al baño. Miró a la mesa donde Israel estaba y este se quedó blanco de la impresión de ver a su «novia» allí.
Alba saludó al jefe de Israel. Se conocían de verse en alguna de las reuniones a las que Alba había asistido y este, al reconocerla, miró a Israel y comprendió la situación. No solo estaba engañando a su novia, sino a su hija y a él mismo. Punto para Alba.
Alba no dijo nada, hizo como si no fuera con ella la situación. Se marchó al baño y cuando volvió siguió como si nada, pero se aseguró de que no disfrutara de la noche. Cuchicheaba con su hermano y se reía con los comentarios que Jesús le hacía de la situación. Supo que Israel estaba nervioso y con sus comentarios estúpidos (de alguien estúpido y pagado de sí mismo) arruinó el trato que querían conseguir. Los clientes estaban molestos y a todo decían que no. Israel acabó de arruinarlo todo él solito. Punto para Alba.
Al acabar la cena, Alba se levantó despacio y se acercó a la mesa, donde se despidió del jefe de Israel y salió del brazo de Jesús después de presentárselo como lo que realmente era, su hermano, que había venido desde Argentina unos días para ver a la familia y habían aprovechado para cenar juntos y contarse sus cosas. Y con una sonrisa de triunfo, mirando a Israel por última vez y a la rubia tetona, salió del salón primero y del restaurante después. Punto y partido para Alba.
Israel salió de su vida para siempre. La llamó al día siguiente para reprocharle lo que él solito había arruinado y con una tranquilidad que Alba no sabía que tenía le pidió que no volviera a molestarla y sin más le colgó el teléfono.
No se dio por vencido. En menos de media hora estaba en su casa. Subió hecho una furia y, sin argumentos que defender (¿no era abogado?), se quedó sin palabras mientras Alba le decía las cuatro cosas a la cara que siempre le había querido decir.
Se marchó blasfemando en arameo y para Alba fue el mejor momento de su vida ver cómo dejaba sin argumentos al mejor abogado de todo Madrid. Pero a su madre no le hizo ninguna gracia que le hubiera plantado. Cuando se enteró de que Alba le había dejado puso el grito en el cielo. Para ella, era lo mejor que iba a poder encontrar y si dejaba que se marchara se quedaría soltera. Alba pensó que si eso era lo mejor que le esperaba y lo mejor que, según su madre, ella se merecía, mejor quedarse soltera.
Se prometió no dejarse pisar ni humillar por nadie más, pero no contó realmente a nadie (salvo a Sonia y Óscar) la verdad de su ruptura con Israel. Sentía que a su padre se lo debía, pero no encontraba el momento y según fue pasando el tiempo lo fue dejando pasar, pero ya era hora de que su padre supiera de una vez cómo fue y los motivos que la llevaron a dejarle.