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Antecedentes ilustrados
ОглавлениеAl partir del despotismo ilustrado español, como clave para descifrar las concepciones de una sociedad cuya fe en el progreso y en el pensamiento racional no fueron suficientes para trascender la organización estamental, el autor intenta reconstruir el contexto social y político desde el cual unas élites, acostumbradas a desplazarse entre sus asuntos particulares y el interés público, se concibieron como las únicas con la legitimidad suficiente para deliberar sobre el interés público. Como ha demostrado Elías Palti, este modelo de opinión pública que denomina “forense”, está muy influenciado por la práctica de la retórica clásica y sus enseñanzas sobre los presupuestos esenciales de la contextualización de los discursos, la confrontación entre argumentos válidos según la disciplina o la utilización de entimemas e indicios para lograr la persuasión.8 En la actualidad, los historiadores de lo político han mostrado la importancia de la retórica clásica en el estudio de la acción política. John Pocock, al analizar la retórica que fue practicada por los humanistas del Renacimiento, sostiene que:
Era una inteligencia emergente en la acción y en la sociedad y presuponía siempre la presencia de otros hombres a los que el propio intelecto pudiera dirigirse. Política por naturaleza, la retórica se encontraba invariable y necesariamente inmersa en situaciones particulares, en decisiones particulares y en relaciones particulares”.9
Valorar las enseñanzas de Aristóteles y de Pocock fue el propósito que se trazó Palti para enfatizar la necesidad de contextualizar los discursos. Para este autor, la opinión pública está asociada a la retórica en la medida que remite “al tema de la naturaleza, el sentido y el lugar de la deliberación pública en la formación de un sistema republicano de gobierno”.10 Establece, igualmente, que la opinión pública, en tanto concepto jurídico de orígenes subjetivos, es decir, voluntariamente asumidos, no permite la discusión de los valores y normas fundamentales de la comunidad.11 Es así que los principios sobre los que se asienta la idea de opinión pública, todavía anclada a sus raíces ilustradas, soportan sobre principios políticos trascedentes la existencia de la comunidad. Pese a la diferencia de escuelas, tanto Pocock como Palti coinciden en resaltar el carácter particular, contingente y temporal de los conceptos. Pocock admite que el historiador debe conocer el vocabulario y los conceptos de los que dispone una sociedad para comprender su régimen político tanto en su particularidad como en sus implicaciones y limitaciones. También propone “analizar cómo operaban en la práctica y examinar los procesos a través de los cuales esos sistemas conceptuales, sus usos e implicaciones, fueron cambiando en el tiempo”.12
Se entiende entonces que Loaiza sitúe su reflexión en el campo de estudio en el que estos dos historiadores han realizado sus aportes. Sin embargo, un autor que resulta relevante para la lectura de este volumen es Francois-Xavier Guerra, cuya obra ha inspirado a la corriente actual de la nueva historia política hispanoamericana, en particular a Elias Palti.
Francois-Xavier Guerra insiste en la importancia de poner en relación dos fenómenos para entender la emergencia de la opinión pública: la “proliferación de los impresos” y la “expansión de nuevas formas de sociabilidad”. Para este autor, en el Antiguo Régimen las publicaciones eran atributos de control empleados por las autoridades monárquicas, una situación que cambiaría a partir del bienio de 1808 a 1810. En ese período, fenómenos como la ausencia de censura, que tomó fuerza desde la crisis monárquica, transformaron el concepto de la opinión pública. Establece este autor que en los primeros escritos revolucionarios tres propósitos fueron explícitos: legitimar la resistencia al invasor galo, constituir los nuevos poderes (las juntas) y, finalmente, servir como medio de difusión de manifestaciones de patriotismo.13 Pero las mutaciones que empezaron como expresiones de control de la opinión por parte de las autoridades, se convirtieron en el triunfo de la opinión del cuerpo político que estuvo acompañado de una mayor demanda de información. La prensa se erigió en la fuente para la diversidad de opiniones y de referentes políticos,14 así como en una apuesta por una pedagogía política que fue introduciendo de forma “subrepticia” y mediante deslizamientos de sentido hacia significados modernos, términos considerados tabú. De esta manera, la prensa utilizó la historia como instrumento pedagógico para legitimar los nuevos principios, explicar las circunstancias de ese presente revolucionario y proyectar el futuro.15
Una vez sentado el precedente ilustrado en la emergencia de la opinión pública moderna, la historiografía ha identificado varias tensiones como, por ejemplo, la contraposición entre el tribunal de censura, que funcionaba con gran eficacia en el siglo XVIII, y el tribunal de la opinión pública como expresión de las reglas dictadas por la razón; la independencia del hombre de letras frente al poder político, lo que facilitó su labor crítica; la distancia que se produjo entre la irracionalidad del elemento popular, “dominado por el prejuicio, la fuerza irracional de las pasiones y la ignorancia”, y el interés por lo público liderado por un selecto grupo de intelectuales que sirvió de mediador entre el Estado y el pueblo y se erigió en árbitro del interés público.16