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EL GRUPO SIN NOMBRE

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Estamos en 1971, T. Rex están en el número dos de las listas con «Jeepster» y yo soy el cantante y guitarra solista en el garaje de la casa de John Taylor. En realidad no tengo guitarra, pero sí tengo un ukelele de dos cuerdas, uno de los dos que encontré en el desván de casa. También tengo un par de gafas de sol de plástico y un chaleco que encontré en el baúl de los disfraces. Tengo nueve años y me parece haber visto a la madre de John Taylor asomada por una de las ventanitas cuadradas situadas en lo alto de las puertas del garaje. Estoy bastante seguro de que se estaba riendo, pero no voy a dejar que eso me desanime.

Mi primo Ian, que vive en la casa situada al otro extremo del jardín de John Taylor, está detrás de mí a la batería… o más bien al tambor, ya que está golpeando uno que encontró en la basura en el cobertizo de su padre. A un lado, Phil, que está en nuestra clase, toca el bajo, salvo que no hay bajo, así que está usando el segundo de los ukeleles. John Taylor, que es mucho más pequeño que los demás, se encarga de la percusión. Agita una especie de botella llena de arena o piedras o Dios sabe qué.

Yo estoy un poco enfadado con John Taylor porque mientras rebuscábamos entre la ropa se ha agenciado el cinturón de balas, un modelo viejo del ejército. No tiene balas, pero es muy ancho y negro y peligroso. Personalmente, creo que el cinturón de balas debería ser para el guitarra solista, pero se está malgastando con el percusionista. Porque, a ver, ¿quién repara en el percusionista?

No obstante, el problema del cinturón no es nada en comparación con lo que John Taylor está haciendo ahora mismo. De hecho, estaría dispuesto a otorgarle derechos incuestionables sobre el cinturón para siempre, desde ahora mismo, si dejara de hacer lo que está haciendo, que es andar, mientras tocamos, en grandes círculos en el sentido de las agujas del reloj pasando por detrás del tambor, luego por delante de mí (¡por delante de mí!) y luego otra vez hacia atrás para volver a pasar por detrás del tambor. Además camina con zancadas exageradas y ridículas, y cada vez que pone un pie en el suelo, sacude la botella. Paso, paso. Botella, botella.

Estoy indignado. ¿Qué cree que parece? ¿Qué piensa que es esto?

Así que a mitad de la segunda estrofa (o donde debería ir la segunda estrofa si la canción tuviera), justo después de pasar por delante de mí por tercera vez en su estúpido recorrido, dejo de tocar y me dirijo a él.

—¿Qué haces?

Porque creo que sé lo que está haciendo; creo que se lo está tomando a cachondeo. O que intenta que todo se vaya a la porra. O que se lo está tomando a cachondeo y quiere que todo se vaya a la porra. O que pretende robarme el protagonismo, igual que hizo con el cinturón… Su respuesta es ponerse a la defensiva, como era de prever.

—Es mi forma de tocar —responde.

—Así no es como lo hacen —le digo.

—Pero no sé tocar de otra forma. Así lo hago yo.

—Así no es como lo hacen —repito.

—Es mi garaje —replica de forma irrefutable.

Al final, me rindo. Agarro mi ukelele, me marcho y decido no volver nunca más. ¿Quién necesita a estos aficionados? Lo que yo quiero es un grupo de verdad.

Lost in Music

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