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CARTA A SANTI GONZÁLEZ Dosrius, abril de 2005

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Querido Santi:

Me has pedido que realice un repaso de mi estancia aquí, y lo que prefiero es dar un paseo recordando el paso del tiempo. Pero no quiero irme sin escribirte, tal como te he prometido, unas reflexiones sobre las épocas vividas.

Todavía recuerdo lo que me trajo por primera vez aquí: estaba atrapada bajo un cielo de ceniza y me estaba matando a jeringazos porque había perdido la fe en seguir viviendo sin calidad de vida.

Recuerdo luego una primera época de recuperación, en la que volví a disfrutar de las cosas pequeñas que dan esa calidad de vida: alimentarse, descansar de noche, no sentirse ni tan solo ni tan desgraciado. Un contacto con una vida sana y un regreso a las emociones que creía perdidas. Reír, llorar, quejarse en voz alta y ser escuchada; todo un buen principio para reconstruir mi vida, que se había precipitado al vacío.

Sigo paseando y recuerdo una segunda época en la que quería ir deprisa. La falta de paciencia, como un silencio a gritos que yo todavía no sabía acallar con palabras.

Me aproximaba al dolor y ya casi lo tocaba con la punta de los dedos. Me di cuenta de que todavía no tenía asumida mi enfermedad, que no quería admitir otros dolores que no fuesen físicos, y creía que ya sabía lo que quería.

Pero la vida mal vivida ya empezaba a pasarme factura. Entonces me enfadaba mucho contigo, pues quería tener razón y todavía no estaba abierta a recibir toda la ayuda que me era necesaria. Al mismo tiempo, escribía mucho, porque redescubría el interés por todo y empezaba a sacar brillo a unas cualidades apagadas desde hacía muchos años. El diálogo de todos esos factores me devolvía cierta confianza en unos valores que, en el fondo, nunca se habían perdido por el camino del olvido.

Una estancia corta, en la tercera época de invierno, con decisiones poco maduradas; parecía que había recorrido un buen trecho y en realidad quedaba todo por hacer... Un viaje a París, a mi casa, con los míos, que me aportaban una seguridad mal entendida. Un estado físico frágil con una causa que todavía no se había detectado. Muchas emociones identificadas, pero poco arraigadas, y siempre las ganas de seguir por el camino, de encontrar la salida definitiva con renuncia incluida. Después de afrontar el frío de los establos, siempre con la fuerza de ser invencible por delante.

Un recorrido doloroso por una cuarta etapa, dar la bienvenida al año con entusiasmo visible y las incidencias de los días, pero la luz y el calor de todos encendían todos los rincones de mi estado de ánimo.

Una historia de las que hacen llorar a lágrima viva, cosa que no deja de ser una verdad a medias, me cambió la vida. Llegados a ese punto, yo ya solo me sentía un monigote a merced de una injusticia.

En esa época de sombras, vosotros, los profesionales, Xavier Fàbregas, Ester Andreu, Luisa, Antònia, Carmen Marcet, Ester Juvinyà, Tere Suquet, personas del grupo, de mi entorno, y tú, Santi, me enseñasteis cosas que podían ayudarme a vivir más y de manera más intensa. Hay nombres, gestos, caras que no olvidaré nunca, ni el más ínfimo detalle.

Sin embargo, seguía embrujada, como si no bastase con la desolación, me empeñé en soportar el dolor, me cerré para huir de mi realidad, coqueteé con el alcohol, estuve a punto de flirtear con el deseo de volver a consumir.

Entonces empezó para mí una búsqueda de la verdad, explorando puertas que se abrían al alma. La amistad de Rafa Jiménez fue clave a la hora de indicarme un nuevo camino que podía seguir, igual que conocer al doctor Josep Maria Fàbregas, el famoso Mia que sería para mí un gran maestro.

Todo empezó de nuevo, incluida la idea de ir a Brasil. En la última etapa de este largo recorrido (siete meses y veintitrés días) he albergado la esperanza de poder adivinar algo sobre mí; en mi propia búsqueda sé que hay misterios que es preciso añadir a los del enigma emocional. Puede que el inesperado brote de enfermedad no fuera sino un presagio de la tan prometida y deseada esperanza que quiero seguir teniendo. Los meses han sido generosos en recuerdos, en sobresaltos, en sentimientos.

He encontrado la ayuda que hasta ahora no había buscado.

Todavía me falta enumerar otras cosas, pero me las llevo a Brasil, pues en este paseo que he dado contigo, y en el que aún sigo caminando, también debo pasar por un pequeño jardín secreto.

Soy muy racional y creo que necesito profundizar en el terreno emocional, y como me esperan en Brasil y todavía me quedan cosas por hacer, me despido y te doy un fuerte abrazo.

GIOVANNA

Aferrada a la vida

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