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CARTA AL DOCTOR XAVIER FÀBREGAS Horta, 3 de diciembre de 2008

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Querido Xavier:

Tengo un manuscrito empezado que soy incapaz de acabar: le he dedicado mucho esfuerzo, pero con un compás inseguro. Hoy, al recibir tu llamada, me has llenado el espacio vacío y esa carta tan prometida será la que abra por fin este manuscrito. Pues es a ti a quien primero debo nombrar en estos escritos.

Recuerdo, casi al filo de lo imposible, con cuánto ánimo me escuchaste la primera vez que me viste. Yo estaba en penumbra y solo se me veían los ojos. Y mi madre, a mi lado, vacilaba, como si arrastrara los pies tras una hija a la que estaba perdiendo. Solo quería que llegásemos todos a un acuerdo. La extraordinaria distinción de tu presencia y tu calidad humana nos sedujeron en el acto, estábamos agotadas. Y las dos nos marchamos emocionadas y pensando cómo podíamos convencer a mi padre sobre el precio que habría que pagar... Pero como mi madre no le ocultó nunca nada, el gris se disipó enseguida. Porque, claro, fue esa misma tarde cuando le habló del lugar, de cómo eras, de que mis cuerdas querían aguantar y ella tenía la sensación de que aquello podía sacarme de las llamas del infierno... Yo estaba más que dispuesta. Para mi padre, lo más importante era que yo pudiera salir del pozo, y mientras se embarcaba otra vez por el camino ondulante para dar cien pinceladas y seguir pintando, aceptó, agitado, volver a encargarse de remar otra vez. Tú conociste a mi padre, y es absurdo pedirte cosas. Mi padre fue un hombre formidable y siempre estuvo muy satisfecho con tu claridad. Qué lástima (y lo digo sin resentimiento) que os vierais tan poco, y que de un día para otro se topara con que tenía que ponerse a la derecha de otro hombre, otro médico que dirigía la clínica, tu hermano Josep Maria, porque te marchaste y no pudo despedirse de ti como le hubiese gustado. Y por supuesto, decía que erais muy distintos el uno del otro...

Pero como el cielo era divinamente misericordioso, infinitamente benigno, y le ahorraba sufrimientos, y como la explicación científica de Mia sobre Brasil le convenció, ya más tranquilo, antes de interpretarlo, con esfuerzo, con angustia, aventurero y creyendo en mi voluntad, dijo que adelante. Todo esto, que era sereno y razonable, que estaba hecho de cosas cotidianas, era la verdad entonces: la belleza era la verdad. Y cuando regresé, la belleza lo invadía todo.

Pero las ramas se apartan. Un hombre vestido de blanco y que andaba con paso ligero hacia los árboles nos dejó hace ya dos años. De hecho, le debo la oportunidad sincera de haber podido ir a Dosrius y ser tu paciente durante casi cinco meses. Le debo mucho más que eso. Y claro, Dios sabe lo que le debo a mi madre, fruto de un instinto natural. Toda una vida es poco para hacer surgir todos los matices de los significados de su personalidad, su ternura, su generosidad. Una mujer abierta, de ojos azules, pálida, con una mezcla de orgullo y deleite supremo por la existencia, con el poder de tomar la experiencia y hacerla girar, poco a poco, hacia la luz.

El 6 de enero de 2009 hará tres años que volví de Brasil, y me ha ocurrido de todo. El alma tenía que desafiarme a aguantar. Pero por supuesto, no me olvido nunca de ti, ni de tu nombre, querido Xavier, ni de lo buen embajador que fuiste, ni de lo buen médico que fuiste, absolutamente adelantado a tu profesión, una profesión que a menudo debe decidir cuestiones de una dificultad angustiosa. Allí, cerca de personas que tenían problemas como yo, recuperé la dignidad, eso era lo que sentía. Bastaba con decir simplemente lo que uno sentía, y tú me ayudaste a conseguirlo. Porque creíste en mí desde el primer instante en que me oíste hablar. En aquellos momentos, la vida me parecía poco generosa, aunque tenía el afecto familiar, el honor, el coraje, y supiste captar todo eso en una combinación de decisión y humanidad. Y mi grito era fuerte.

Qué bonito poder seguir luchando, pero hay que luchar, vencer, tener fe en Dios.

El conocimiento se alcanza mediante el sufrimiento, es verdad. Pero año tras año, esa procesión, esa vida, ese voto en el lecho de muerte de mi padre en la áspera corriente de un glaciar, de un pétalo azul, de unos cuantos robles, me llevan día a día, paso a paso, hacia delante para no volver atrás. Y eso es lo que me llena de vida.

Gracias por aquellos meses, por la visita que nos hiciste cuando murió mi padre, que nos emocionó a mi madre y a mí; gracias por estar presente en nuestras vidas.

Un abrazo muy fuerte,

GIOVANNA

Aferrada a la vida

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